Por Kranear
Alberto Fernández encabezó la apertura de la 139 sesiones ordinarias del Congreso de la Nación con la convicción y firmeza que exigía la coyuntura política, siempre al rojo vivo y condicionada por la pandemia, pero en especial por el poder mediático, el judicial y a violenta agenda que impulsa la oposición encarnada por Juntos por el Cambio.
Alberto puso a la política, al Gobierno nacional elegido por la mayoría del pueblo argentino, al frente de las decisiones que marcarán el rumbo de un año que se espera que sea mucho mejor que el 2020.
En el futuro recordaremos el primer año del gobierno del Frente de Todos como el tiempo en el que se tuvo que gestionar una pandemia, aparte de la crisis estructural heredada por el desgobierno de Cambiemos, y esto incluye el fortalecimiento del sistema de salud, los instrumentos que el Estado puso en la calle para aliviar la emergencia tanto en los bolsillos de millones de compatriotas como en las arcas de las empresas, y la campaña de vacunación más importante de nuestra historia, con la que ahora vislumbramos la finalización de esta pesadilla.
Ahora, con un millón de vacunados y los cada vez más frecuentes aviones de Aerolíneas Argentinas que aterrizan en Ezeiza con cargamentos de dosis rusas, chinas, indias o las doce millones de personas que se movilizaron durante enero y febrero, el regreso a las clases, y las muestras de recuperación de la economía, las expectativas de poner segunda y hasta tercera en la reconstrucción del país, son grandes.
El anuncio más celebrado tuvo que ver con la decisión de denunciar penalmente a los responsables del proceso de endeudamiento más feroz de nuestra historia, en un momento en el que el país se encuentra negociando con el FMI justamente esa deuda infame. Amplios sectores de la coalición de gobierno venían pidiendo un gesto en ese sentido. Lo mismo sucedió con las palabras y el tono que Alberto utilizó para referirse al poder judicial y su notable defensa de intereses corporativos. No hay gobernabilidad posible, por lo menos para un proyecto político popular, si no se avanza con la democratización de ese poder del Estado. La historia reciente así lo demuestra.
También hubo repaso y anuncios de relativas a cada una de las carteras y ejes de la gestión de gobierno. En todos los temas hay razones para acompañar, estar conforme en relación a las promesas hechas durante la campaña electoral, pensar un futuro promisorio. En todos los casos, también, hay un llamado a pensar en términos colectivos, en apostar a la solidaridad como forma de vida. No hay realización personal, si el de al lado está a punto de caerse al precipicio. Se trata de un valor que el gobierno intenta contagiar en su discurso, y con hechos. En ese sentido, Alberto es un gran predicador.
“Debemos hacer que los salarios crezcan y los salarios se estabilicen. Ninguna sociedad crece empobreciendo a los que viven de sus salarios. Nadie se salva solo”, dijo Alberto, con Cristina a un lado, y Massa del otro.
El frente gobernante está sólido, confiado, y avanza a paso firme, pese a las dificultades propias, las internas, los imprevistos y en especial, la violencia y el juego sucio de una oposición que cuenta con un frente mediático y otro judicial, y que sin ningún tipo de értica están dispuestos a todo con tal de dañar al gobierno elegido por la mayor parte del pueblo argentino, los mismos que hoy, luego de escucharlo y verlo a Alberto, se irán a dormir con la satisfacción de saberse representados por el gobierno nacional que les prometió mucho de lo que hoy son políticas públicas, parte de su realidad.
Alberto Fernández encabezó la apertura de la 139 sesiones ordinarias del Congreso de la Nación con la convicción y firmeza que exigía la coyuntura política, siempre al rojo vivo y condicionada por la pandemia, pero en especial por el poder mediático, el judicial y a violenta agenda que impulsa la oposición encarnada por Juntos por el Cambio.
Alberto puso a la política, al Gobierno nacional elegido por la mayoría del pueblo argentino, al frente de las decisiones que marcarán el rumbo de un año que se espera que sea mucho mejor que el 2020.
En el futuro recordaremos el primer año del gobierno del Frente de Todos como el tiempo en el que se tuvo que gestionar una pandemia, aparte de la crisis estructural heredada por el desgobierno de Cambiemos, y esto incluye el fortalecimiento del sistema de salud, los instrumentos que el Estado puso en la calle para aliviar la emergencia tanto en los bolsillos de millones de compatriotas como en las arcas de las empresas, y la campaña de vacunación más importante de nuestra historia, con la que ahora vislumbramos la finalización de esta pesadilla.
Ahora, con un millón de vacunados y los cada vez más frecuentes aviones de Aerolíneas Argentinas que aterrizan en Ezeiza con cargamentos de dosis rusas, chinas, indias o las doce millones de personas que se movilizaron durante enero y febrero, el regreso a las clases, y las muestras de recuperación de la economía, las expectativas de poner segunda y hasta tercera en la reconstrucción del país, son grandes.
El anuncio más celebrado tuvo que ver con la decisión de denunciar penalmente a los responsables del proceso de endeudamiento más feroz de nuestra historia, en un momento en el que el país se encuentra negociando con el FMI justamente esa deuda infame. Amplios sectores de la coalición de gobierno venían pidiendo un gesto en ese sentido. Lo mismo sucedió con las palabras y el tono que Alberto utilizó para referirse al poder judicial y su notable defensa de intereses corporativos. No hay gobernabilidad posible, por lo menos para un proyecto político popular, si no se avanza con la democratización de ese poder del Estado. La historia reciente así lo demuestra.
También hubo repaso y anuncios de relativas a cada una de las carteras y ejes de la gestión de gobierno. En todos los temas hay razones para acompañar, estar conforme en relación a las promesas hechas durante la campaña electoral, pensar un futuro promisorio. En todos los casos, también, hay un llamado a pensar en términos colectivos, en apostar a la solidaridad como forma de vida. No hay realización personal, si el de al lado está a punto de caerse al precipicio. Se trata de un valor que el gobierno intenta contagiar en su discurso, y con hechos. En ese sentido, Alberto es un gran predicador.
“Debemos hacer que los salarios crezcan y los salarios se estabilicen. Ninguna sociedad crece empobreciendo a los que viven de sus salarios. Nadie se salva solo”, dijo Alberto, con Cristina a un lado, y Massa del otro.
El frente gobernante está sólido, confiado, y avanza a paso firme, pese a las dificultades propias, las internas, los imprevistos y en especial, la violencia y el juego sucio de una oposición que cuenta con un frente mediático y otro judicial, y que sin ningún tipo de értica están dispuestos a todo con tal de dañar al gobierno elegido por la mayor parte del pueblo argentino, los mismos que hoy, luego de escucharlo y verlo a Alberto, se irán a dormir con la satisfacción de saberse representados por el gobierno nacional que les prometió mucho de lo que hoy son políticas públicas, parte de su realidad.