Horacio Fiebelkorn nació en 1958, es poeta, platense, y durante los primeros días de diciembre pasado, antes de que asuma Milei, inició los trámites de su jubilación, luego de trabajar casi cincuenta años como periodista.
¿Cómo estás con eso?
- Muy bien, me encanta no ir a trabajar - cuenta, y se ríe con una carcajada.
Su primer trabajo fue en el diario El Día, en La Plata. Todavía no había cumplido los 19 años. Corría el invierno de 1978 y él acababa de dejar atrás catorce meses de servicio militar obligatorio en la Marina.
- Me fui de baja el día que empezó el mundial -apunta-, y tuve que ir a buscar mi documento allá en el puerto de Buenos Aires. Las calles estaban vacías y el viento levantaba los papeles -recuerda-. Todo el mundo estaba con el partido inaugural, pero yo ni me arrimé. Me tomé el tren y me volví.
¿Cuándo nace tu vocación por el periodismo?
- Yo quería ser periodista con la ingenuidad de los 18 años, en una ciudad en la que había un solo diario y esto hacía que laburar ahí era casi un trabajo administrativo. Levantabas información de la calle y redactabas notas, sí, pero había una limitación muy grande en cuanto a qué podías escribir e investigar. Se me hizo difícil y no pude pilotear el estado anímico de aquellos tiempos dentro del diario. Estuve ahí adentro hasta 1982, el año de Malvinas.
¿Y de dónde salió esa vocación temprana por el oficio?
- Yo tenía la idea fantasiosa de que se trataba de una vida aventurera, con coberturas, viajes, y quería tener una vida más rica en ese sentido. En la crianza de los pibes de clase media baja urbana todo parecía diseñado para tener una vida sin contratiempos, pero a mí no me interesaba ser médico o abogado, que tranquilizaba a los padres, pero yo no quería eso para mí. Fue así que, un poco también para llevarle la contra a mi familia, me metí en la Escuela Superior de Periodismo (que todavía no era una facultad).
Horacio no se recibiría de periodista, pero sí se formaría en la universidad de distintas redacciones. A los 22 años comenzó a colaborar con la disruptiva Revista Humor, dirigida por el historietista Andrés Cascioli. Se mandó de “guapo” a Buenos Aires, como él mismo refiere, tocó el timbre, lo atendieron con amabilidad, les contó el motivo de la visita, les dejó cuatro artículos que trabajaban con el recurso del humor y poco tiempo después le publicaron y pagaron uno de los textos. “En un mes, con dos colaboraciones, me pagaban lo mismo que en El Día”, cuenta. Colaboraría con ellos, de manera intermitente, hasta finales de los 80.
A los veinte años Horacio leía y escribir poesía. Creía en aquel momento que si uno difundía sus poemas, podía llegar a ejercer algún tipo de incidencia sobre la realidad. Recuerda que una vez lo invitaron a leer en un espacio cultural referenciado con la izquierda peronista, de muy buena convocatoria, que subió a la tarima y leyó sus versos llenos de entusiasmo revolucionario, y que la respuesta que ascendió desde la platea tuvo forma de no solo de aplausos sino también de vivas.
Dice ahora: “ni bien bajé del escenario me di cuenta que algo no andaba bien porque lo que acababa de leer era una porquería. Se trataba de una comunicación ilusoria, porque no había hecho más que confirmar lo que todos los que me escucharon ya creían. Me fui perturbado”.
Se trató de un momento bisagra para su modo de entender su relación con la escritura. “Lo que escribía no era genuinamente mío”, plantea. “Me empecé a alejar de la idea de que escribiendo poesía tenía el poder de incidir sobre la realidad. Uno lee en soledad, es un tipo de comunicación íntima con el poema, el cuento, la novela”.
¿Qué te parece la figura del poeta comprometido?
- Yo no entro en esa categoría, utilizada hace varias décadas. Hoy la relación entre la escritura y la política existe, pero la plantearía de una manera diferente porque el sujeto social de los años 70 ya no existe. Desde el punto de vista editorial, en aquel momento, un libro de poesía de un autor novato como Néstor Mux, platense, publicado por el sello Rosa Blindada, tuvo una tirada de 10 mil ejemplares, cuando hoy, con mucho viento a favor, nuestras tiradas son de 300 ejemplares. Hablamos de un sujeto social y cultural que tenía la ilusión de que la revolución estaba a la vuelta de la esquina.
“Le hacemos un flaco favor a la literatura si la leemos solo como representación de algo. ¿Cómo leemos a Paco Urondo? Tenía una obra inmensa. Él muere por las balas de la represión y ahí quedó la etiqueta: el poeta combatiente, pero era mucho más que eso. Cuando se genera una lectura así, le empobreces la obra. O Pizarnik, con la etiqueta de la poeta suicida. Estamos ante el mismo problema. Dejó una obra. Tomó una determinación sobre su vida, pero la apreciamos por su poesía, no por cómo se quitó la vida.
En 1999, Horacio publicó su primer libro de poesía: Caballo en la catedral (El Broche); luego llegaron Zona muerta (2004, La Bohemia); Elegías (2008, Al Margen), reeditado por Determinado Rumor en 2011; Tolosa (2010, Eloísa Cartonera); Pájaro en el palo (2012, Civiles iletrados, Uruguay); y El sueño de las antenas (2013, Vox Senda).
En 2019 compiló un libro para el sello municipal de la Ciudad, La Comuna Ediciones, denominado Poesía - 24 poetas. Lo convocaron porque conoce el paño, forma parte de la comunidad que lee, escribe y publica poesía, y tiene un reconocimiento de parte de sus colegas y pares, forjado a lo largo de los años en las lecturas, presentaciones y ferias, aparte de la noche platense.
¿Qué poesía se está escribiendo hoy en La Plata?
- La Plata, que es mi ciudad de origen, nunca terminó de acoplarse a los movimientos estéticos de nuestro país, ya que estaba prisionera en una serie de cuestiones que yo planteé en el ensayo Tilos secos, diagonales rotas. 24 es una muestra y no una antología, porque cada autor o autora tiene varias páginas para desplegar lo suyo; se trata de un libro heterogéneo porque no hay una sola estética o poética, sino veinticuatro, y se ofrece un registro de lo real, en términos contemporáneos, aunque tampoco se subordina a eso. Ese es un punto que me interesa.
¿Cómo es eso?
- Me parece que no hay que subordinarse a lo real tal como se nos presenta, como lo real visible. Tiene que haber un forcejeo y un diálogo. O sea: tener la capacidad de imaginar. Hay algunas zonas de la poesía contemporánea que me disgustan, porque parece que están transcribiendo lo que están viendo en la calle. O cuando hay exceso de referencia a sus consumos culturales. Creo que se escriben esas cosas porque creo que están buscando una identificación inmediata en la persona que los lea.
Carlos Battilana, en la contratapa de tu último libro, Los poemas contra un ventilador, dice que sos un aguafiestas.
- (Se vuelve a reír). Ese libro casi se fue escribiendo solo, a lo largo del tiempo. Son poemas en prosa. Algunos tienen muchos años.
¿Por qué poemas en prosa?
- Fue una elección estética. Se trata de textos en los que no podía identificar una línea melódica que justifique que los ponga en verso. El antecedente de los poemas en prosa son los de Baudelaire. Más hacia acá, Pessoa, o Rubén Darío. El poema en prosa es una de las formas más complejas de la poesía, porque está en prosa pero es un poema. ¿Y por qué es un poema y no otra cosa? Porque trabaja con la falta. Nunca son figuras completas, y por eso son poemas y no otra cosa.
En una feria editorial, Horacio posa para la foto con Beatriz Vignoli y Roberto Appratto
Es destacable que te hayan publicado en Caeta Oliva, y que aparte, ahora en el 2023 te hayan reeditado.
- Sí, se trata de un sello que fue ganó relevancia desde que se lanzaron, en 2015. Armaron un catálogo importante, con presencia en festivales, ferias y presentaciones, y ahora están sufriendo los problemas que tiene que enfrentar toda la edición independiente a partir de las decisiones de un gobierno que nos lleva hacia una catástrofe.
Horacio vuelve a su último libro, cita el poema Ciudades (detalla que lo escribió en 2011).
Las ciudades chicas tienen amplias zonas con casas chatas. Por eso se puede ver el horizonte, apenas tocado por siluetas de árboles y construcciones.
La presencia continua del horizonte en las ciudades chicas, invita a la libertad y por lo mismo genera angustia, con una carga de terror y encierro que no puede nombrarse.
En las urbes, la ausencia de horizonte visible permite una libertad moderada y anónima, sin color ni expectativa alguna.
Cuando las ciudades chicas aprendan a ser libres, las ciudades grandes van a desaparecer.
- Lo leí por primera vez acá en La Plata -retoma-, lo escuchó Mariano Blatt, que era muy joven, quien lo viralizó a través de sus redes, y esto hizo que se publicase en la contratapa de una revista de unas chicas de Lobos. O sea que se trata de un poema que fue haciendo su propio recorrido, y encontró su lugar en el mundo en este libro. Digo esto porque yo no escribo libros, yo escribo poemas. Al momento de escribir, no estoy pensando en un libro. Hay otros autores que encuentran el tono y le dan derecho viejo hasta terminar un libro, pero no es mi caso.
En 2016, Horacio publicó Cerrá cuando te vayas (Club Hem Editores); y luego llegaron La patada de chancho (2016, Zindo & Gafuri); El pantano (2017, Malisia); y el mencionado Poemas contra un ventilador (2019, Caleta Olivia). En 2021 publicó el ensayo también ya mencionado Tilos secos, diagonales rotas (Pixel editora, proyecto editorial del que Horacio participa junto a un par de colegas). Aparte, su poesía fue publicada en Uruguay, Brasil, Chile, México, Cuba y España.
¿Cuáles son los asuntos destacados que aparecen una y otra vez en tu obra poética?
- El tema es el tiempo, como transcurso, y en ese contexto, la vida. O sea: cómo la vida real va lidiando con las circunstancias que le tocan. Te podría decir que se trata del cuarto gran elemento, porque cuando se habla de los grandes temas de la poesía se mencionan el amor, la vida y la muerte. Yo agrego el que anuda a los otros: el tiempo.
¿Y cuándo nace tu vocación por la poesía?
- La vocación es por la escritura.
¿Y por qué la poesía, entonces?
- Fue una decantación. Yo intentaba escribir narrativa y me salía para la mierda, quedaba empastado en el lenguaje, no podía hacer progresar una historia.
¿Y a qué se debía esa dificultad?
- No lo sé (vuelve a reírse). Algún día lo volveré a intentar.
Así fue que te acercaste a la poesía.
- Sí, por lo menos había allí algo para investigar. Arranqué como lector. Revisaba librerías y nombres de autores llamativos, y así fue que me encontré, por ejemplo, en una primera página una línea que decía “Finalmente estás cansado de este mundo antiguo”. Se trata del comienzo de un poema de Apollinaire, y no sé si era una buena traducción, pero dije, mierda, mirá cómo te puede sacudir la poesía. Y yendo más atrás todavía, cuando tenía once años, tuve la influencia de las letras de las bandas que yo comenzaba a escuchar: Manal y Almendra. El tema Avellaneda Blues, por ejemplo, es una maravilla.
¿Cuánto del yo poético de tus poemas hay de vos?
- Hay un yo poético que es creación pura del yo empírico. No hay una correspondencia directa. Yo no reniego de la primera persona, pero no hay que tomarla de manera literal porque es un invento, aunque en relación a la pregunta, en ese yo poético siempre hay mucho de uno, pero también se puede tratar de esa parte de uno que uno mismo no conoce, y por eso mismo las escribe.
¿Fueron cambiando los procedimientos de tu escritura a lo largo de los años y entre la docena de libros de poesía que tenés publicados?
- Hay procedimientos que no cambiaron: por ejemplo, demorar el momento de la escritura. Lo demorás hasta que no podes evitarlo, entonces te sentás, y escribís.
Y para sentarte a escribir, ¿necesitás una inspiración, una imagen, un juego de palabras apuntado en una libretita, una emoción?
- Cualquiera de esos elementos lo puede disparar. Te cuento: lo último que escribí, en poesía, surgió de leer los subtítulos de la película Hiroshima, mon amour. Me cautivaron, y primero los copié en un documento, y luego comencé a intervenirlos. Como verás, el estímulo puede venir de cualquier lado.
Cuando pasa como hoy, cuando estamos gobernados por una fuerza política despiadada, ¿vos expresás algo desde la poesía?
- En mi caso la poesía va por otro lado. Yo nunca tuve voz para encarar temas políticos desde la poesía. Hay un momento que uno tiene capacidad para identificar para qué cosas tenés voz y para cuáles no. Esto lo decía Juana Bignozzi.
Ni siquiera con la crisis del 2001 Horacio se quedó sin trabajo. El golpe llegó durante el gobierno de Cambiemos, en 2016, aunque el sacudón le sirvió para lanzarse a dar talleres de escritura. Y descubrió su faceta docente. Todavía hoy los sostiene, y disfruta. “Eras el único que no se daba cuenta”, le dijo una amiga en aquel momento en relación a sus virtudes. Ofrece talleres grupales, individuales y clínica de obra. Presenciales y virtuales. “Mi trato con mis alumnos es de pares, como aprendí de Horacio Castillo, una vez que lo fuimos a ver con varios poetas. Nunca me van a ver hablar desde un lugar elevado”, cuenta. “Quizá he leído un poco más, o soy un poco más pícaro, pero eso es todo”.
Instagram: @fiebelh / Facebook: @horacio.feibel
Hace un año, para una sección de poesía de Kranear, Horacio nos enviaba este poema.