Fotos: Ramiro Abrevaya.

A Augusto Costhanzo lo conocí en un asado de una noche de diciembre del 2019 que organizó un amigo en común, para celebrar la derrota de Cambiemos y el triunfo del gobierno popular. Fue una noche estrellada y cargada de emociones que todavía hoy, al ver fotos y videos, nos ponen la piel de gallina. En un momento de la noche me acercaron a Augusto, y con una certeza que se reflejaba en el brillo de sus ojos, me dijeron que tenía que escuchar una historia. El compañero la contó, y entre risas, abrazos y más emociones colectivas, no tuve dudas: había que contar esa historia con Kranear, y contextualizarla con la vida y obra de un artista de una envergadura que, por esas horas, todavía no dimensionaba.

Tres meses después, lo fui a ver a su estudio, en el Barrio River. Abrazo en la puerta. En la planta baja, con vista a un jardín con pileta, media docena de jóvenes trabajaban en silencio frente a sus computadoras Mac. Después de subir una estrecha escalera, accedimos a su lugar de trabajo, una pequeña habitación con escritorio lleno de papeles, un estante, y una pila de cajas amontonadas en el suelo. Volvió a mostrar la humildad que había conocido en el asado. “Me mudé hace poco. Recién me estoy acomodando”, explicó.

La entrevista se realizaría en el jardín, y serviría para conocer detalles de su carrera, la inspiración que encuentra en el fútbol, el cine y la música, y la marca que le dejaría el kirchnerismo durante su gestión de gobierno. También volveríamos a repasar la historia que me contó aquella noche, rodeado de amigos que disfrutaban de su relato como si fuese la primera vez.

Fue en 2015, el año que Augusto Costhanzo (su apellido real no lleva la H) dejó de trabajar en Olé, luego de quince años (los primeros dos en la redacción, luego desde su casa). Todos los martes hacía un personaje troquelado, para armar, para la revista Tiki Tiki, y por aquellos días dibujó a Marcelo Bielsa, que dirigía el Atlético de Bilbao, de la primera división del fútbol español. “Lo admiro mucho”, apunta él, “como hincha de Vélez y como admirador de un tipo de juego ofensivo”. Del otro lado del océano, cuatro hinchas del Atlético descargaron el dibujo y lo imprimieron en un enorme retrato de cartón, de metro y medio de altura, y comenzaron a llevarlo al estadio. “Yo no lo sabía, hasta que una compañera me muestra una captura de pantalla con los cuatro pibes que sostenían en lo alto mi dibujo, en una final contra Manchster United, allá en Inglaterra”, cuenta. Los contactó (en la careta habían impreso la dirección de una web), les agradeció, y se hicieron amigos.

La careta del central del Atlético de Bilbao se hizo célebre entre la parcialidad del club.

“Casi tres años después ellos están por jugar la Copa del Rey y los pibes me piden, muy tímidamente, el retrato de un jugador emblema del Atlético, Mikel San José. Tenían que jugar contra el multicampeón Barcelona de Messi. Se los dibujé, al límite, porque ellos salían ya para Barcelona, lo imprimieron y lo llevaron. Abrieron una cuenta de Twitter y fueron contando cómo la careta viajaba en tren, visitaba monumentos, bares. En el Camp Nou no les dejan pasar la careta por cuestiones de seguridad, ya que era muy grande. Se quedaron afuera con los fanáticos que hacían fila para sacarse fotos. Una chica intentó darles una mano para que ingresen al estadio, aunque no lo logró. Más tarde se enterarían que era la novia de Mikel”, relata Augusto. “Unos días después Mikel me mandó una camiseta firmada”, recuerda.


Unos días después el Barcelona y el Atlético de Bilbao volvieron a enfrentarse, con un choque de ida y vuelta, esta vez para la Súper Copa de España. De local les dejaron entrar la careta, y el partido lo ganan 4 a 1, con un gol de Mikel, el primero, desde mitad de cancha. En Barcelona empatan, y el equipo vasco se corona campeón luego de treinta años. El equipo vuelve a Bilbao, sus hinchas copan las calles, y cuando el micro descapotable, con el plantel arriba, toma la calle Buenos Aires, el jugador y la careta se encuentran y funden en un abrazo delante de miles de hinchas. “Ahí termina una historia y comienza otra”, se frota las manos el entrevistado.

Augusto viajó a Bilbao y recibió un reconocimiento a la altura de sus gestos. Acá, con el central Mikel Del José.

“Yo había trabajado para el diario El País entre 2001 y 2009. Fui uno de los tantos colaborares que dejamos de publicar en el diario por la crisis global que golpeó al capitalismo”, explica. Su director de arte era vasco, Tomás Ondarra, era fanático del Bilbao. “Preguntó de quién era el dibujo, le pasaron un informe de un popular programa de televisión en el que trataban el asunto de la careta, y volvió a convocarme para publicar en el diario”, detalla. Pocos meses después, Augusto viajó al país vasco, conoció a los muchachos de la careta, se reencontró con Tomás y aparte fue adoptado por el Atlético como una personalidad destacada. Colabora con ellos cada vez que se los piden.

“Al pueblo vasco se lo ve duro, pero cuando abren el corazón son una cosa que no se puede creer”, comenta ahora en la mesa de madera del jardín, a un costado de la pileta. “Los días más locos de mi vida los viví allá”, agrega, y cuenta que su madre tiene sangre vasca y su padre, italiana. “Para mí la sangre tira, sin dudas”, reflexiona.

Hasta ahí, una historia preciosa, digna de un cuento de ficción. Pero con Kranear queríamos saber más sobre el hombre y el artista que le dan vida cuerpo a Costhanzo.

Kranear: ¿Vos sos dibujante o ilustrador?
Augusto Costhanzo: Dibujante.
K: ¿Qué diferencia hay con un ilustrador?
AC: El primero dibujar, hacer collage, trabajar con tipografías, y otras, y en cambio, el dibujante, no. Yo tengo recursos, nociones, pero no pasé por la escuela de diseño graficocomo la mayoría de los dibujantes de mi generación. Vengo de una escuela de dibujantes, que admira dibujantes.
K: ¿Cuáles?
AC: A mí me marcó mucho la Revista Humor, con toda su cantera de dibujantes. Satiricón también. Tenía mucho de ese material en casa. Del exterior, y siempre en relación a la sátira, la revista MAD. Dibujantes puros volcados al humor. Más adelante comencé a buscar otras referencias. Y aunque mis padres son artistas plásticos, nunca fui por ese camino. Siempre me interesó usar el dibujo como herramienta de comunicación.
K: ¿Cuándo comenzó a tomar cuerpo esa vocación?
AC: A los quince años, cuando comencé a tomar clases de dibujo con Carlos Garaycochea. Ahí empecé a darme trabajar para lograr un estilo propio. Muchos años más adelante me daría cuenta la importancia que tenía el contenido de un trabajo, pero en ese momento yo estaba preocupado por lo técnico, por hacer un buen dibujo.

Augusto se formó con los dibujantes de los ochenta que hacían humor y sátiras.

Luego del secundario, Augusto ingresó a la carrera de Diseño Gráfico, luego estudió Filosofía y también Comunicación Social, pero no terminaría ninguna de las carreras. Lo suyo sería sumar experiencia. En poco tiempo conseguiría su primer trabajo, y no pararía más. Hoy su carrera se conforma con tres décadas de trabajo dentro y fuera del país.

Algunas de las firmas que lo contrataron para que dibuje en distintas campañas publicitarias o ilustre notas son: Disney, Motorola, Sony Music, Absolut Vodka, VanityFair, Rolling Stone, El País de España, The Wall Street Journal, The Boston Globe, El Mundo, Marca Les Inrockuptibles, Fox International Channels.

K: ¿Cómo fueron los primeros pasos de tu carrera?
AC: Muy siglo veinte. Fui con una carpeta con mis dibujos a tocar timbre en distintos lugares. Así conseguí mi primer trabajo en la Revista 13/20. Luego, a medida que mi técnica y dibujos iban progresando, me iba ubicando en distintos lugares del medio, digamos. Yo buscaba lugares que me den prestigio y que me pusiesen cara a cara con colegas de los que pudiese aprender.

De esta manera, y con esa búsqueda, Augusto pasó por los diarios más importantes del país, en todas sus secciones, y en los que “hice de todo”, señala. En el año 2000, luego de trabajar durante más de diez años en el ámbito local,se subió a un avión y fue a probar suerte en España. No por la crisis que ya golpeaba a nuestro país, “sino para realizar una especie de posgrado”, dice. Tenía treinta años, estaba por ser padre por primera vez, y debajo del brazo aferraba una carpeta con cinco estilos distintos de dibujos. Consiguió laburo en El País de Madrid.

K:¿Crees que se debió a la calidad de tus dibujos?
AC: Sí, y también a un fuerte entusiasmo y en especial, una inconsciencia total de mi parte –dice, y se ríe-. No hay que pensar tanto –remata.

Luego, por recomendación de unos y otros, comenzaron a llover los llamados, y en pocos años se hizo de una cartera de clientes envidiable, producto de un estilo muy personal, moderno, pop.

En el asado de enero, en el barrio de Palermo, otro punto de contacto fue el fútbol. Todos varones. Muchos de ellos, hinchas de Vélez.

Debido a su estilo tan personal, Costhanzo logró trabajar para medios y firmas nacionales y extranjeras.

K: ¿Cuándo y por qué arranca tu amor por Vélez?
AC: En la adolescencia viví en Castelar, y ahí me hice hincha del club por un grupo de vecinos que me llevaron a la cancha, y llegué a ver jugar a Bianchi, en su vuelta al club. Me gustaba porque era un equipo que siempre intentaba, aunque después le faltaran cinco para el peso. Hablamos de los ochenta. En los noventa, ya sabemos. Ganamos todo. Hoy es mi casa y mi familia.
K: ¿Laburás para el club?
AC: No, pero colaboro con ellos cada vez que me lo piden. Y lo hago con mucho orgullo.

Se produce un silencio. Se lo ve pensativo. El mediodía en el jardín transcurre calmo y caluroso. La piscina, cilíndrica y con azulejitos azules, es tentadora. Por la tarde, cuando haríamos la sesión de fotos con Ramiro Abrevaya, mi hermano, ante la pregunta sobre si ahí en el estudio la usaban o no -está en perfectas condiciones para darse un chapuzón-, dirá que él no, que es muy pudoroso.
Levanta el dedo índice; parece que recuperó lo que buscaba en alguna parte de su cabeza.

AC: Está muy bien tu pregunta, porque yo empiezo a colaborar en el club por cuestiones políticas. Gobernaba Cristina.
K: Hubo en aquel acercamiento algo ligado a lo colectivo.
AC: Exacto. Un compromiso en sintonía con parte de lo que estaba pasando en el país.
K: ¿Vos venís de una casa en la que hubo alguna tradición política?
AC: Sí, mis padres eran peronistas. Yo cuando era chico milité en la izquierda y también en el anarquismo. Hice la primaria durante toda la dictadura, entre el 76 y el 83. Y ya de grande, el primer hecho que me impactó muchísimo fue el día que Néstor ordenó bajar los cuadros del Colegio Militar.
K: Un punto de quiebre.
AC: Sí, porque a mí eso me dio terror. Estaba acostumbrado a que la respuesta a este tipo de iniciativas siempre era para peor. Avanzabas dos y te barrían siete. Cuando veo que no, y que aparte el otro vuelve a avanzar, dije, pará, la política para mí, hasta ese momento era otra cosa, muy frágil. El período de Alfonsín, ahora que lo veo en retrospectiva, fue muy valiente, pero en aquel momento no lo pude ver porque mis padres eran muy críticos de su gestión, y ellos eran mi referencia.
K: Fue un quiebre, entonces.
AC: Sí, y empecé a sentirme cada vez más cómodo. Fue todo un descubrimiento. Luego Cristina, en especial en el primer gobierno, fue muy virtuosa, se enfrentó a sectores muy poderosos y se conquistaron muchos derechos. El avance en el terreno de lo científico me gustó mucho y me impactó ver que referentes como Adrián Paenza acompañaban el proceso.
K: Luego vino Macri.

Tanto Cristina como Alberto tienen sus propios lapiceros, dibujados por Augusto y diseñados por dos compañeras de la Boutique Gráfica de La Boca.

Ambos nos mordimos los labios. Sobraban las palabras. Solo se escuchó el pío de los pájaros que andarían entre las plantas y la enrededadera de la medianera.

AC: Traté de ser empático y todo- retoma-. Pero enseguida entendí que no, y dije, nunca más, porque no tienen los valores que tengo yo. Es imposible ser empático con eso. Fue muy doloroso. El 2019 fue el único año en mis treinta años de carrera que hubo meses en los que no tuve laburo. Eso fue inédito para mí.
K: Un indicador muy claro, ¿no?
AC: Totalmente. Muchos amigos me decían que si yo no tenía laburo estábamos al horno, porque yo no aflojo nunca. Eso me enojó mucho. Fruto de ese enojo, de esa energía, nacieron los lapiceros de Cristina, Alberto y Axel.
K: ¿Cómo fue eso?
AC: Fue en un evento, en Rosario, Pixelation, en el que conocí a dos compañeras que tienen una imprenta en La Boca. Boutique Gráfica. Dijimos de hacer algo juntos y salió esto.
K: Hace menos de una semana tuviste la oportunidad de darle en mano su lapicero al presidente de la Nación.
AC: Fue extraordinario, sí. En la previa de su asunción yo había subido un tuit en el que le preguntaba si se veía parido al personaje que habíamos armado para el lapicero, y me contentó diciendo que sí. Al toque gente de su equipo me contactó y le pude acercar uno, aunque no llegué a verlo.
K: Y el día del partido Vélez-Argentinos, sí.
AC: Me confirmaron una hora antes del partido que él iba a estar. Tenía un lapicero de Néstor en el baúl del coche y me mandé. Pude intercambiar unas palabras con él gracias al mi Augusto Costa –parte del gabinete de ministros/as del gobierno de Axel Kicillof y parte también de la comisión directiva de Vélez-, y me dijo que tenía su propio lapicero en la Quinta de Olivos.
K: ¿Alberto es tan cálido como se lo ve en la tele, en las redes?
AC: Es un tío, tal cual. Y el abrazo fue un abrazo familiar, no político. Me conmovió. Acá tenés el lapicero de tu amigo, le dije por el de Néstor- le dijo.

Una emoción probablemente muy similar a la que ahora sacude nuestros propios cuerpos y que se traduce en un lagrimón silencioso.

Augusto cuenta que Cristina también tiene su propio lapicero, y que se lo hizo llegar por medio de otro amigo, Marcelo Figueras -quien la acompañó en las presentaciones de Sinceramente, dentro y fuera del país, y que hoy también forma parte de la gestión de gobierno de Kicillof, como director de Radio Provincia. “Un capo. Para mí es una guía estética. Lo leía desde el suplemento Sí de Clarín y las redes ayudaron a que nos conozcamos”, cuenta, y señala que así como conoció a Figueras, hubo otros y otras, “con los que compartimos los mismos valores, y me di cuenta que se me hace muy difícil estar con alguien con quien no comparta estas cuestiones centrales”.

¿Clima de época? Sí.

El rugido de las turbinas de un avión que pasa por encima de nuestras cabezas, y todo el Barrio River, interrumpe por unos segundos la conversación.

K: Fueron años en los que Cambiemos, con Macri a la cabeza, ha hecho mucho daño en términos económicos y sociales, y también han fomentado la polarización. ¿Te pasó de perder o romper relaciones sociales?

AC: Con un montón de amigos, sí. Para mí la política se divide entre los que son egoístas, y los que no. No hay grieta más grande que el egoísmo”.

K: ¿El cine y la música son fuentes de inspiración?
AC: Totalmente. Los cruzo y me ayudan a dar señales dentro de la cultura pop para contar las cosas que quiero contar. Por ejemplo, poner a Darth Vader si quiero representar a un villano en alguna idea. En definitiva, son personajes que conviven en la cotidianeidad de la gente y que me ayudan a traducir las ideas que tiro sobre el papel.

K: ¿Crees que la relación entre arte y política es innata o se construye?
AC: Es algo nuevo para mí, que estoy transitando. Creo que puedo tener de las dos cosas. Puedo trabajar las ideas de manera universal, y también bajar línea. La idea del egoísmo me parece que tiene que ver con lo humano, y excede la cuestión partidaria. Después puedo acentuar una postura y divertirme, como hice con los lapiceros, y ahí me bajan los seguidores, o me vuelven a subir, depende quien me lea en las redes, que es la medida que tiene uno de atrás de las computadoras.

Costhanzo tiene dos hijas. "Ambas me obligaron a deconstruirme incluso antes de que el movimiento feminista ganase la calle", contó

En 2018, Augusto se dio un gustazo en la Usina del Arte, al organizar una muestra por sus treinta años de trabajo, con muchos de los trabajos que se pueden ver en su página web. Las instalaciones se las habilitó gente del gobierno porteño, con quienes tenía una relación laboral, ya que era uno de los dibujantes que aportaban a la gráfica del Festival Emergente. Por aquel tiempo ya se expresaba en contra del gobierno Macri en sus redes sociales. Después de las PASO de agosto, le dijeron que no volverían a contratarlo.

K: ¿Hay algún proyecto para este año?
AC: Estoy trabajando en un cuarto libro con Felipe Pigna. Ya hicimos Mujeres insolentes de la historia 1 y 2, y Los cuentos del abuelo José. El pone los textos, yo los ilustro, por supuesto.

Luego del paso de otro avión que surca el cielo azul de Núñez, en dirección al Aeroparque porteño, Augusto escupe una confesión.
AC: Me falta un libro personal, eso sí. A los cincuenta años necesito tener uno que refleje mi obra, sin ser un encargo para otros.
K: ¿Y qué falta para que ese deseo se concrete?
AC: Mi propia voluntad, mi estado de ánimo.
K: El material ya lo tenés.
AC: Sí, pero a uno lo atraviesa la vida, y yo respeto mucho mis cuestiones personales, más allá del artista. De afuera quizá se ve una cosa, pero yo estoy atravesando muchos cambios y transiciones. No soy la clase de artista que se olvida de su entorno.
K: Que vive en su genialidad.
AC: No puedo, no. Como dijo Leonardo Favio, no se puede ser feliz en soledad. A los treinta años creía en la meritocracia, como propone el macrismo, y hasta fui feliz en soledad.
K: ¿Tu profesión tiene algo que ver con eso?
AC: Totalmente, la carrera es individual. Estas solo, como los tenistas. Es muy competitivo. Jugás en equipo cuando formas parte de una redacción.

Se termina la entrevista. Ya tenemos muy buen material para armar la nota. Le pregunto si tiene hijos/as. Se le ilumina el rostro, muy afecto a la simpatía, a la sonrisa. Cuenta que tiene dos hijas, de 18 y 14 años. “Estoy muy orgulloso de ellas. Me obligaron a deconstruirme incluso antes de que el movimiento feminista ganase la calle, sin saber que eso era la deconstrucción que tenemos que realizar los hombres”, señala, antes de ponernos de pie, y fundirnos en un abrazo.

Un rato más tarde, volveríamos al estudio con mi hermano para hacer una sesión de fotos. Quedaron preciosas, tan vivas como el encuentro, prometido y deseado en una noche de festejos.

http://costhanzo.com/

Los avances y conquistas logradas durante el kirchnerismo, y los retrocesos sufridos durante el gobierno de Cambiemos, fueron una bisagra en la vida del dibujante.