Natalia Salvo no para. Tiene una agenda muy apretada, con actividades políticas, sindicales, académicas, y aparte ejerce la docencia, trabaja como asesora en el Congreso de la Nación y tiene a su cargo, junto a un socio, la gestión de su estudio jurídico. Tiene también una alta exposición mediática, en especial, en radios y portales del campo nacional y popular, la mayoría cooperativos y autogestivos. Y tiene tres hijos.
Su perfil profesional, militante, su condición de mujer y madre, y la fuerza de sus convicciones que la tienen de acá para allá, la convierten en una figura muy solicitada para charlas, encuentros, actos, programas y lanzamientos. En ese marco, un grupo de vecinos y vecinas de Ciudad Jardín, en El Palomar, partido de Tres de Febrero, la invitó al conversatorio que realizan cada quince días en un tradicional bar alemán de la zona.
A las 20.30 horas, en una cálida sala del subsuelo del Bar Graf, en la Plaza Plate, una de las organizadoras de la actividad, Patricia, presentó a Natalia frente a unos treinta vecinos y vecinas, y le agradeció haberse hecho un rato para conversar con ellos. Lo primero que le preguntaron fue por qué C5N había sacado de la pantalla Caníbales, el programa que se emitía los domingos a la noche y en la que ella era una de las panelistas. “Si bien el programa funcionaba muy bien entre los propios, e incluso lo veía el mundo de la política, evidentemente desde el canal consideraron que había otros productos que pueden funcionar mejor “, explicó.
La sensación de orfandad que muchos militantes y adherentes del proyecto nacional vienen arrastrando desde 2020 a la fecha, todavía no se disipó, y las dudas e inquietudes, en ese sentido, volverán a irrumpir durante la charla.
Natalia se larga a hablar sobre uno de los temas de agenda del peronismo: la injerencia del poder judicial sobre la política. Realiza un repaso histórico sobre su creación y conformación, recuerda que siempre fue un poder aristocrático, y que a los abogados todavía hoy se los denomina letrados porque solo podían ingresar a la institución aquellos que sabían leer. Habla de la “camaleonización del poder real a través de la estructura del Estado, ya que este poder económico hoy no golpea las puertas de los cuarteles, sino que se camufla en un ropaje legal, a través de uno de los poderes del Estado: el judicial”, y apunta: ¿por qué eligen a ese poder? “Porque nadie los vota, y es poder del Estado más alejado del pueblo, tanto en la academia como en la realidad efectiva”.
Para esta actividad, Natalia eligió la comodidad de lo informal: viste un suéter lila, tiene el pelo recogido y no usa maquillaje, a diferencia de cinco días atrás, cuando se calzó un pantalón de vestir, zapatos y camisa, para encabezar, como presidenta de la Corriente de Abogados y Abogadas Laboralistas 7 de Julio, un importantísimo congreso sobre derecho laboral con la presencia de funcionarios, académicos, muchos colegas y la plana de dirigentes sindicales consustanciados con el Proyecto Nacional.
Mientras habla, Natalia hace contacto visual con la mirada expectante de la platea. “El derecho no es algo pétreo, que está muerto”, asegura, y menciona la Constitución de 1949 con la que el gobierno de Perón actualizó la versión de la carta magna original, la de 1853, que había quedado vetusta ante el nuevo tiempo de la justicia social. Habla también del avance del poder económico sobre el político, en la Argentina y en el mundo, y pone de ejemplo la compra de la red social Twitter, de parte de un particular y por un valor similar a la deuda externa que contrae un país como el nuestro, y alerta sobre los discursos anti Estado y anti política, “porque la política sigue siendo la herramienta para hacerle frente al capitalismo salvaje”.
Natalia une lo teórico con la coyuntura: “lo único que une hoy a la oposición es la destrucción de los derechos laborales y sociales –los que quedaron en pie de la Década Ganada, más los que se pudieron recuperar en los últimos cuatro años, luego del gobierno de Macri- , y lo hacen a través del poder judicial, porque cada política que se implementa para hacerle frente al poder de los grupos concentrados de la economía –cuando se intentó declarar a internet como un servicio público, por ejemplo-, la medida fue frenada por la corte suprema”.
Continúa, casi sin respirar: “A mediados del siglo XX, ante la equiparación de la tasa de ganancia del sector empresarial, con la participación de los trabajadores en los PBI, no solo acá sino a nivel internacional, se instalaron dos axiomas –que hoy siguen resonando en boca de la oposición entreguista-: el Estado grande no sirve y el salario es el responsable de la inflación”.
“¿Les suena?”, ironiza.
Las paredes de la sala están revestidas con madera y decoradas con afiches de músicos y presentaciones de jazz. Hay botellas de vino tinto alineadas en unas repisas y a un costado, una pequeña barra, con una chopera. Acá mismo, nos contarán los dueños más tarde, se realiza un taller literario, obras de teatro, y presentaciones musicales. Una luz tenue baña la sala, y la única oradora, sentada sobre un taburete, está iluminada por la luz blanca de una lámpara de pie.
Salvo realiza una comparación entre la última dictadura y la agenda del Lawfare. Dice que en ambos casos se valida un modelo económico de exclusión y una distribución regresiva del ingreso, o lo que hizo Macri, aún siendo derrotado en el Congreso en su intención de avanzar con una reforma previsional: dejar un porcentaje de desempleo más alto, y salarios más bajos, que en 2015, y aparte, que sus amigos y socios pudieran acceder a un blanqueo de capitales. “En ese marco”, plantea, “la persecución política y judicial fue un medio, y el fin, amedrentar y disciplinar a las dirigencias”.
Antes del cierre, Natalia subraya dos asuntos: “no tenemos que tenerle miedo al conflicto, sino que tenemos reivindicarlo y visibilizarlo, como hizo Néstor Kirchner, ya que para gestionarlos y resolverlos, contamos con la política”, y en relación a las diferencias, inquietudes y enojos que dejó el cierre de listas, llamó a “no romper el lazo colectivo, porque hay 30 mil compañeros detenidos y desaparecidos que se jugaron por nuestro proyecto, están las Madres y las Abuelas, Néstor que dejó su vida, el movimiento obrero y todos nosotros”.
“Nuestra potencia pasa por la cantidad y la organicidad”, destaca. “Ahí tenemos que seguir apostando. Tengo 44 años y siento que ya viví un siglo, por la cantidad de cambios abruptos que hay en el mundo, y pareciera que no hay pasado ni futuro, que todo se agota ya, por eso creo que tenemos que tomar conciencia de que nuestras banderas son infinitas, pero nosotros no, y que lo importante es trascender por medio de la militancia en la acción colectiva”.
Un aplauso cerrado, contenido durante los cuarenta minutos que duró la intervención de Natalia, se desparrama por la sala, y ella, luego de unos saludos y felicitaciones, se despide, agradecida, y parte rauda en busca de la General Paz.
Unos minutos después, arriba, en el salón principal de Graf, el dueño, Gerardo Zlotnik, me invitó a cenar. Nos sentamos en una larga mesa junto a dos de los tres hijos que trabajan en el restaurante, y un par de compañeros más, entre ellos, Juan Carlos Lascurain, un empresario metalúrgico que presidió la UIA durante el gobierno de Kirchner, y que sufrió la cárcel por decisión del juez federal Claudio Bonadío, durante 56 días, en el marco de la Causa Cuadernos; él también venía de la charla en el subsuelo.
Gerardo es un hombre de unos sesenta años, rubio, de buena contextura física, muy agradable y generoso, que se hizo cargo del negocio a finales de 2019, junto a un socio, dos meses y medio antes de la irrupción de la pandemia. El negocio funcionaba hacía muchos años, y era un restaurante muy conocido y tradicional de la zona. La idea original era desprenderse de aquella marca, comenzar de cero, e inaugurar un espacio cultural para el barrio, invitar músicos, actores, escritores, pintores, pero la parálisis económica los empujó hacia la actividad gastronómica, y al poco tiempo estaban despachando comida.
Hoy, el bar funciona muy bien, con una clientela de la zona, y mantiene el nombre y la carta de cocina alemana, aparte de platos criollos y cerveza artesanal. Tienen lugar para servir hasta trescientos cubiertos, si se suman el salón principal, una planta en el primer piso, la terraza, aparte de un patio, las mesas de la calle y también las del subsuelo, donde se realizan las actividades culturales y políticas.
Hoy es miércoles, llueve, hace frío, son las diez y media de la noche, y el salón está ocupado en más del cincuenta por ciento. En total, son treinta personas las que trabajan en el bar, entre cocineros, bacheros, camareras y encargados. Julián, uno de los hijos de Gerardo, trabaja allí todo el día. Dice: “todas las semanas voy a comer a algún lado, en parte, para comparar el servicio del lugar con el que damos nosotros. Y te aseguro que estamos muy por arriba. En trato, cordialidad y atención general. Y lo mismo vale para nuestros empleados. Los hacemos sentir en casa desde el principio”.
Gerardo y Patricia eran parte de la mesa organizadora de las actividades políticas y culturales de otro bar de la zona, Café Jardín, durante el segundo gobierno de Cristina, al que lograron llevar hasta a Hebe de Bonafini, a unos encuentros a sala llena que transpiraban la pasión de aquellos años de la Década Ganada. Con la pandemia, el espacio cerró. Hoy Graf funge como la continuidad de aquel reducto kirchnerista.
Por los conversatorios del subsuelo del bar alemán ya pasaron el ex secretario funcionario kirchnerista, Roberto Felletti, los periodistas Gustavo Campana y Julio Leiva, el educador Mario Oporto y el ex secretario de Obras Públicas, Abel Fatala.
Son franca minoría en el barrio más exclusivo de Tres de Febrero –donde gobierna Diego Valenzuela, un militante duro del PRO-, pero nunca tuvieron problemas, salvo la vez que Gerardo, al ver sentado en una mesa de su restaurant al operador del Grupo Clarín, Nicolás Wiñasky, le dijo, mirándolo a los ojos, que no era bienvenido. “Solo eso, sí, ni siquiera lo invité a que se vaya. Fue durante la primera apertura de la pandemia y el tipo acababa de llorar en tele porque no podía ver a una sobrina”, recordó. Las consecuencias de aquel acto de valentía llegaron varios meses después.
“Esperaron la oportunidad, e hicieron la denuncia de que lo habíamos echado desde nuestro antro peronista, que habíamos discriminadores y antidemocráticos”, repasa Julián. “Sufrimos un ataque bestial por redes y por teléfono. Fue una semana, y después, pasó”, cuenta el otro hermano, Martín, que todos los días viaja hasta el centro de la Ciudad de Buenos Aires para trabajar en una empresa periodística dedicada a los deportes. “No es un periodista, sino un mercenario”, lo define.
El plato de Goulash con spaetzle estaba exquisito. En la placita de enfrente ya no llovía, pero se adivinaba el frío en los ventanales empañados. En un rato, emprendería la vuelta a casa, luego de buscar la General Paz, con la ayuda del GPS, y entre las calles vacías y húmedas de Caseros. Gerardo y sus hijos tienen un canal de Youtube, donde van colgando las charlas políticas que realizan cada quince días, en un espacio precioso, cálido y comprometido con la realidad y el destino del país.