Una condición ineludible de la nueva normalidad está dada por la dedicación a las pantallas, los usos comunicacionales y domésticos, las conexiones y los contactos. Las pantallas forjaron encuentros y lazos y sostuvieron dinámicas laborales y afectivas. Se trata, sin embargo, de algo que hace tiempo ocurre, pero que adquiere volumen de notoriedad y carácter de evidencia en el presente. Las pantallas modelan nuestros hábitos y rutinas y se constituyen como el área prioritaria de nuestras acciones cotidianas.
Desde el surgimiento de uno de los artefactos populares más extendido en el planeta, como es el televisor, que la vida cotidiana se rige por el modelo de las pantallas. La televisión desde el inicio se constituyó en un habitante más del espacio doméstico, el cual además empezó a ordenarse de acuerdo a la ubicación de ese novedoso artefacto. Síntesis bien montada en la película “Buenos Aires viceversa”, de Agresti, donde Mirta Busnelli compone un personaje que vive encerrada con la única compañía de ese diminuto artefacto.
Las pantallas definen desde hace tiempo el régimen de lo cotidiano y producen así un modelo de apropiación de lo que puede ser visto. La nueva normalidad es también una conversión sobre nuestras dimensiones de lo visible.
Hace mucho tiempo, el filósofo alemán Martin Heidegger sentenciaba que ingresábamos en la época donde el mundo “se ha vuelto imagen”, y con esa idea transmitía que el dominio de la técnica destituía el lazo continuo entre el hombre y la naturaleza.
En la nueva normalidad ese efecto se define en la indicación de que nuestros regímenes de lo cotidiano, siempre mediados por pantallas pero igualmente reales, ahora se nos distancian como virtuales. Lo virtual produce una valoración distinta respecto a nuestras creencias de la realidad: el televisor era una realidad incluida en nuestro espacio vital, en cambio, los espacios virtuales que afrontamos en la nueva normalidad se distinguen de nuestro espacio de organización de la realidad: los amigos en la videollamada, los familiares en el Zoom, los teletrabajos y los diferentes servicios de mensajería se conforman como espacios ajenos a lo cotidiano. De ese modo, se afirma una escisión entre lo que ocurre en mi contacto habitual y lo que sucede en las pantallas, y esto pasa como si esa distinción fuera real.
Lo virtual es un índice de ausencia, un recorte del espacio afectivo, comprensivo y experimental sobre el cual damos curso a nuestras acciones; por esto cuando conectamos virtualmente algo siempre parece estar faltando. Eso no sucede con un televisor, porque el contacto no media sobre el tamiz de alguna ausencia, y por eso el personaje de Mirta Busnelli es capaz de no sentirse en soledad. Contrariamente, aunque dialoguemos con algún afecto a partir de la mediación de una pantalla, esa virtualidad emite la ausencia y la falta.
La nueva normalidad es en este sentido una reposición de las inquietudes de la vida cotidiana, pero ahora provistas de toda su evidencia, pues no se trata de la no presencia del otro, que de hecho está presente en la pantalla, sino del modo que toma nuestra propia presencia: una presencia afectada y hasta sentida como un no lugar, como si no se pudiera constituir en ese espacio, algo sencillamente doméstico y cotidiano.
La nueva normalidad aporta un nuevo régimen de lo visible, y esto significa que modifica nuestras maneras de mirar, promoviendo otras formas de hacernos presentes.
En mis investigaciones académicas hace tiempo trabajo con la categoría “producciones imaginales”, atendiendo en ésta a la dimensión subjetiva de nuestros vínculos sociales que se desarrollan mediante imágenes, y no únicamente por las pantallas y los dispositivos electrónicos que han tomado un lugar predominante en las vidas de los individuos, también porque las lógicas de los consumos, las modas, los circuitos turísticos de referencia, los espacios artísticos y de entretenimiento, etc., definen las tramas imaginales sobre las que lo social y las imágenes efectivamente confluyen y se superponen. En este tiempo, esa condición imaginal de la vida, fomentó su visibilidad en todos nuestros espacios cotidianos y esto se debió, mayormente, a que las pantallas aglutinaron las comunicaciones y las significaciones que antes se distribuían sobre ámbitos que nos parecían más amplios, diversos o dispares y, entonces, más reales.
Lo virtual es la dimensión de realidad de esta nueva normalidad que funda visibilidades específicas y dirigidas, y que nos sitúa, por eso mismo, sobre otras condiciones de la propia presencia. Heidegger definió correctamente el distanciamiento entre el hombre y la naturaleza provocado por la técnica; pero todavía mejor lo sintetizó Agresti con aquel personaje de Mirta Busnelli, pues lo claro es que no hay presencia -ni presente- sin la disposición de un nuevo mirar, esto es, de una nueva visibilidad que señala la (no tan) distinción entre nuestra realidad y sus virtualidades.