Foto: Franco Fafasuli, para Infobae.
Los cuatro candidatos a jefe de Gobierno debaten en la TV pública, la que según Ramiro Marra habría que vender. Chicana va, chicana viene, los muchachos se entretienen. El que no entra en ese juego un poco es Jorge Macri, tal vez sabiéndose favorito y queriendo casi recrear una especie de bonapartismo por encima de sus contrincantes. Su fuerte no es la retórica, se tropieza con algunas palabras y el mensaje es más o menos vacío como los de la historia del Pro. Jorge no alude a su nombre de pila como hizo Mauricio Macri en las primeras campañas electorales allá por 2003 o 2007. Mauricio y Horacio, Mauricio y Gabriela decían los eslóganes. Mauricio es Macri, espetaba Ibarra. Ahora, el primo alcalde de Vicente López no oculta que es Macri, porque probablemente la marca pega, vende, atrae votos. Lo votan porque el apellido Macri parece haber dejado de tener una resonancia aunque más no sea ambivalente, por lo menos en la urbe porteña.
Una cuestión interesante del debate tuvo lugar cuando Leandro Santoro intentó armar frente con Vanina Biasi, la prácticamente desconocida candidata del Frente de Izquierda para el público general. Ella le respondió sin guiños, afirmándose en una especie de puritanismo. Santoro quiso también armar frente con los votantes de Lousteau. Ayúdenme a dar la sorpresa, les imploró. Santoro sabe que reúne un requisito casi indispensable para intentar ganar, o aunque más no sea competir en la ciudad de Buenos Aires: haber nacido radical. Quiere tramar alianzas, tirar lazos, convites, para rearmar ese frente que llevara a Aníbal Ibarra a la Jefatura de Gobierno porteño.
¿Dónde quedaron los progresistas que votaban a Ibarra? ¿Dónde están los socialistas, como aquellos Héctor Polino, Alfredo Bravo, Norberto Laporta, que medían sus buenos puntos y podian aliarse o ser parte del Frepaso o el Frente Grande? ¿Se volvió garca la sociedad porteña así como así? De una década a otra, pareciera que olvidó el pensamiento progresista que le permitía votar a Chacho Álvarez en las legislativas, a Pino Solanas. ¿Dónde quedaron esos votos? ¿Los puede juntar Santoro?
Resta un tiempo para llegar a conclusiones, lo cierto es que el candidato protagoniza un partido más que difícil en un territorio que siempre fue reacio al peronismo. En el 73, y se cumplen 50 años de eso, Perón sacó el 62 por ciento de los votos pero en la Capital Federal fue electo senador Fernando de la Rúa. Invoca Santoro a la sensibilidad, incluso al amor de los votantes de Lousteau que quieren un cambio, resta verse cuánto de esa atracción se concretará, o incluso en qué medida ciertos votantes de Santoro eligieron a Lousteau como un voto útil en las primarias a sabiendas de que en esa interna se resolvería el futuro jefe de gobierno. Los votos de Mariano Recalde una vez fueron hacia Lousteau asustando a Rodríguez Larreta, pero en un escenario de balotaje. ¿Se puede dar, años después, el movimiento inverso?
Y se debe apuntar también que el domingo 22 de octubre no es balotaje, instancia de voto útil pleno, sino la primera vuelta. Santoro tiene que crecer para que haya una segunda. Abogado en su discurso de los inquilinos que deambulan sin respuestas, Jorge Macri gambeteó su cuestionamiento como si no hubiera existido, propietario su partido del sillón de jefe de gobierno desde el 2007.
Vanina Biasi demostró dotes de oradora y trajo elementos importantes para la izquierda y el progresismo, como el cuestionamiento a las políticas represivas y de seguridad que se cobraron la vida del joven Lucas González en Barracas. También cuestionó el afán represor de piqueteros del representante de Juntos por el Cambio y del libertario. Su punto tal vez débil es radicalizarse casi hasta un anarquismo respecto de una valoración completamente negativa de la institución policial, como si todos los uniformados fueran herederos de Ramón Falcón. Santoro trató de matizar esa posición hacia una postura institucional razonable: controlar y también apoyar a la buena policía servidora de la comunidad. Y mencionó muy acertadamente la desaparición del agente Karhanyan, hecho doloroso y que continúa sin respuesta.
Jorge Macri por supuesto no acusó recibo de esa interpelación ni de otros cuestionamientos que se le hicieran a su espacio político. Su discurso se mantuvo paralelo a las chicanas, en sus trece, concentrado en lo suyo lo mismo que estuviera en el patio de su casa o en un debate televisivo.
Ramiro Marra apareció enojado, como un inquisidor con balas de fogueo. Queriendo aparecer duro pero quejándose de que lo separan en la presentación de la boleta de Javier Milei, su padre político, al que no parece sumarle votos sino sumar él a partir de su figura. Lo dejaron solo en la boleta y para colmo con un espacio de derecha fuerte y gestionando la ciudad de Buenos Aires.
Agitó la propuesta de los vouchers educativos queriéndola presentar como algo novedoso pero “para después de no sabemos cuándo”, una característica de la Libertad Avanza. Jorge Macri lo trató con indiferencia, no hizo ningún gesto en el rostro cuando Marra lo invitó a estar de acuerdo con él en esa propuesta. El libertario chicaneó después a Santoro de cómo le daba la cara presentarse siendo parte del gobierno y le contestó el interpelado que él no quería gobernar sino sumar seguidores en las redes sociales. Los candidatos principales lo trataron como si fuera el anticipado portador de la medalla de bronce, poco menos que ninguneándolo y Marra trató de compensar eso con una postura dura incluso en el rostro pero que no encontró agua en la pileta como para arrojarse a alguna rebeldía que moviera el amperímetro del electorado.
Y pasó el debate de candidatos del distrito más importante en lo simbólico que en lo numérico. La aldea cosmopolita que se cree a veces un país en sí mismo, que termina allá en la general Paz y más allá la barbarie. Posturas que se repiten, resultados que se calcan casi simétricamente desde aquél 2007, en que Macri rompió su techo barriendo ese prejuicio progresista que afirmaba que tenía un rechazo en la sociedad que no le permitiría ganar. No pasó, ganó. Y siguieron ganando él y sus hijos políticos. Ahora, sin disimular el apellido se presenta su primo.
¿Podrá Santoro perforar el techo del progresismo para obligar una segunda vuelta? Y lo más importante. ¿Cómo ir articulando una oposición que definitivamente rompa ese techo para soñar con volver a gobernar la Ciudad de Buenos Aires? ¿Hay material para eso? ¿O definitivamente la Ciudad se volvió otra cosa, que puede no gustarnos, pero las cosas son como son? La realidad no es muchas veces lo que nos gusta. Pero, como dijo alguna vez en memorable canción Joan Manuel Serrat: nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio.