y Mariano Abrevaya Dios
Murguero, percusionista, militante de La Cámpora y sacerdote de una religión africana, Gonzalo Battipaglia nos recibe en la puerta de la Casa Cultural Los Dandys de Boedo con los brazos abiertos. Tiene calzada una gorra blanca, visera, marca Jordan, y una camisa suelta y colorida.
Mientras descendemos a su guarida, nos da algunas indicaciones: “Cuidado las maderitas, no se vayan a caer, ojo la cabeza”. En un vértice de la sala en la que ensaya con sus grupos de percusión, hay una mesa de plástico y tres sillas. El espacio está lleno de bombos, tambores, zurdos, repiques, djembes, estandartes, fotos, cuadros, remeras de fútbol e incluso deidades. Nos convida una gaseosa y galletitas dulces.
La historia y el presente de la murga más antigua de Boedo tiene un lugar central en relato de Gonzalo, o Zalo, como lo conoce todo el mundo, quien habla con un tono que remite a Cuba, cordial y luminoso, al igual que su sonrisa y ojos claros.
Su familia fundó Los Dandys, en 1956, en el umbral de un conventillo que se extendía hacia el interior de la manzana, en Cochabamba al 3436, donde hoy se erige la autopista 25 de Mayo que mandó a construir a pura prepotencia el intendente Cacciatore durante la última dictadura cívico-militar.
Desde hacía seis años antes, la numerosa familia de los Battipaglia, como en un juego de niños, imitaban a las murgas que se presentaban durante el carnaval en el corso del barrio, o en el ya inexistente teatro y cine Nilo, con una percusión armada con latas de galletitas y chapitas agarradas a un alambre, y disfrazados con bolsas de arpillera.
Ahora que habían conseguido un par de bombos, unos cuantos pantalones celestes comprados en una fábrica del barrio, una camisa negra en el torso y alguna prenda blanca en otra parte del cuerpo, los Battipaglia salieron a la cancha como el Centro Murga Los Dandys de Boedo. El abuelo de Zalo era el director del grupo, y debajo de él, la cadena de mandos estaba a cargo de algunos de sus hijos (eran nueve en total). Un tiempo después pudieron comenzar a confeccionar sus trajes, levitas, galeras, siempre con la combinación de colores que todavía hoy los caracteriza: celeste, negro y blanco.
“De chico mis ídolos eran mi viejo y mis tíos, quería tocar el bombo y cantar como ellos, siempre fueron una referencia para mí”, cuenta Zalo. Corría la década del 80, y cuando la familia se juntaba en navidad (eran unos setenta), ni uno se olvidaba de una estrofa de una canción del repertorio de la murga. La transmisión familiar fue una práctica que los Battiplaglia realizaron con orgullo militante durante todo este tiempo.
Zalo, como su padre y sus tíos, también creció en un conventillo del barrio, situado en Tarija y Colombres, y recuerda que allí se escuchaba murga uruguaya, samba brasileña y mucho folclore. Los tambores, la percusión y el canto siempre fueron un asunto central en la vida familiar.
La adolescencia no fue fácil para Zalo. Corrían los años noventa, la murga se había fracturado, y algunos de sus integrantes se habían sumado a Los Cometas de Boedo, la segunda murga más importante del barrio, como así también a Los fantoches de San Cristóbal, fundada por un par de sus tíos. A él le gustaba esa murga, pero su madre no lo dejaba ir porque eran muy pesados y el ambiente en general se picaba y terminaba, como mínimo, a los botellazos. Fueron años de consumo de drogas, problemas económicos y desconcierto.
¿Cuál era el rol de tu madre en todo esto?
“Mi madre era una acompañante, porque ella decía que cuando veía venir a la murga, lloraba, y que se enteró que mi viejo era murguero después de que se casaron”, cuenta él, mientras manotea una galleta del paquete, que hace un ruido metálico.
Percusionista, camporista y sacerdote.
En aquellos años, cuenta Zalo, al murguero se lo asociaba a la marginalidad y el delito. “En el año ´97/´98, cuando yo era un adolescente e iba a pedir un trabajo, mi viejo me decía que no dijera que era de la murga”, y enseguida pondera la restitución de los feriados de carnaval que en 2011 materializó el gobierno de Cristina, ya que “al reconocerte en el calendario oficial, coloca a tu fiesta al nivel de otros eventos nacionales”.
“Hablamos de uno de los pocos acontecimientos en los que el pueblo no va a aplaudir, sino a actuar, y por eso el logro fue enorme”, suma, y destaca que en los corsos puede haber hasta tres o cuatro generaciones de murgueros, desde un bebé hasta un abuelo. “Toda una comunidad representada y contenida en esta expresión popular”, sintetiza.
En una de las paredes de la sala de ensayo se destaca una foto en blanco y negro, vertical, enmarcada, con la camada fundadora de la murga, durante una salida de carnaval, en 1962. La madrina de Zalo es la única mujer de la foto, y también es la única que no tiene la vestimenta del centro murga, ya que las mujeres no podrían bailar ni tocar instrumentos hasta la década del 70. Delante de un hombre que sostiene entre sus manos el estandarte de Los Dandys, otro levanta los brazos y hace sonar un silbato que aferra entre los labios: el padre de Zalo. Sus tíos Jorge, Ricardo, Daniel y Juan Carlos también están en el amontonamiento festivo en blanco y negro de la foto.
Luego de un parate de por lo menos dos décadas, Los Dandys volvieron a juntarse y actuar en las calles, en el año 2000, y con Zalo, representante de la tercera generación de los Battiplagia, como director general. “La rearmamos junto a un grupo de amigos, y antes tuve que ir a buscar el visto bueno de todos mis tíos, que fueron los que nos enseñaron todo”, cuenta. De esta manera, Gonzalo recuperaba un legado familiar, que todavía hoy, la cuarta generación de murgueros, sostiene hacia el interior del centro murga, en especial, de cara a los más chicos y los vecinos del barrio.
Hoy Los Dandys cuentan con unos 150 integrantes.
En el carnaval de febrero pasado solo tuvieron tres salidas, y una de ellas por fuera del circuito del Carnaval Porteño, al que clasificaron, como todos los años. Con críticas a la organización de los corsos por parte del gobierno de Larreta, Zalo cita la figura de Eduardo Jozami, quien siendo legislador porteño por el Frente Grande, hace unos cuantos años atrás, logró que se declarase a las murgas y al carnaval porteño patrimonio cultural de la Ciudad de Buenos Aires, una reivindicación del casi extinguido movimiento murguero de aquellos años, que estaba compuesto por doce murgas.
Aquel hecho fue fundamental para lo que siguió: un reconocimiento oficial al carnaval, y las murgas, con estructura estatal y presupuesto. Hoy, las murgas de la Ciudad, son unas 180.
Los Dandys hoy tienen un Director General, una directora de Mujeres, un director de Adolescentes, otra de Niños y niñas, otro de Percusión y uno más para el área de Fantasía -el decorado de las levitas, el estandarte, los paraguas-. Aparte, Los Dandys armaron una comisión de padres y madres, y otra de organización, para contener a los allegados a la murga, darles un espacio y un lugar de participación.
Zalo habla de la palermización de Boedo, y de las consecuencias que eso tiene sobre la cultura popular que promueve y recupera, por ejemplo, una murga. Cuenta que si salen con unos amigos por el barrio a tocar samba brasileña, la gente aplaude y pone plata en la gorra, pero si los mismos pibes tocan murga, no los quieren ni cerca. “Este es un barrio de murgas, es parte de nuestra historia”, subraya, y cree que este tipo de situaciones se generan debido a la presencia de una nueva camada de vecinos y por la lógica capitalista y depredadora que pregona y milita el gobierno porteño en relación al desarrollo inmobiliario, y en detrimento de la identidad del barrio.
“Es una transculturización, y terminamos todos igual”, define.
Sin embargo cuenta que hoy ya no se enoja con nadie: “No me interesa, aprendí que hay que construir por ahí, y no pierdo el tiempo, y por eso le pudimos dar continuidad a la murga, ya que es un espacio de contención, que por otro lado trabaja con un sector determinado del barrio, y si cae uno que es un delincuente, sabe que cuando cruza esa puerta acá se tiene que portar como un señor, y eso que cuesta marcar ese límite porque los pibes ya casi no tienen códigos”.
Zalo menciona que siendo un pibe, a su director de Mascotas (los más chiquitos de la murga), cuando se le levantaba el pantalón en alguno de los movimientos de baile, le asomaba la culata de una pistola. “Pero nunca le vi hacer alguna maldad en la murga, era un señor”, aclara, y ata el asunto a la militancia política. “¿Por qué lo hacemos? Porque, por ejemplo, gracias a la relación con el Estado pudimos bajar el programa Fines y sesenta pibes de la murga pudieron terminar el secundario. Si la murga solo fuese tocar el bombo y decir que sos de tal barrio, como un tribunero, sos eso, una tribuna, y no una murga, que le tiene que hacer bien al individuo, al colectivo y al barrio”.
Y esa búsqueda va también para lo artístico. La idea es que todos sepan tocar, bailar y cantar bien. De nuevo: “No somos una tribuna, sino una expresión artística”.
Zalo lleva la murga en la sangre.
¿Cuándo fue que se sumaron a La Cámpora y por qué?
“Con mi grupo de amigos veníamos participando en otros espacios, y como en casa funcionaba un comedor popular, estos pibes estaban todas las tardes conmigo. Yo venía del PC (Partido Comunista) pero era un enfermo de Néstor. Cuando dijo que era hijo de las Madres de Plaza de Mayo, no lo podía creer, ´a este se lo van a cargar ?, pensé. No era gratis decir esas cosas, nosotros sabíamos qué había pasado en la dictadura y todo eso nos interpeló fuerte. Yo había ido a muchas marchas del 24 de marzo, y nos habíamos movilizado en los 90 contra la ley federal de educación de Menem y Duhalde. Cuando éramos chicos no teníamos sueños, ni esperanzas, ni proyectos. Eso cambió en mí y a la gente que me rodea con la llegada de Néstor”.
En el velatorio de Néstor, Zalo y sus amigos, que estaban con el dirigente gremial Tito Nenna, en la organización La Tendencia Nacional y Popular, se cruzan con una columna de La Cámpora y se rinden ante tanto pibe y piba organizada. Dicen: queremos tocar con ellos. A los pocos días contactaron a la organización para poner a disposición la casa cultural de Boedo (en la que estamos ahora). Ahí los pusieron en contacto con la referente del barrio, Laura Corvalán, que unos meses después, ya en 2011, sería la comunera por el Frente para la Victoria.
En determinado momento pasaron a ser la percusión de la organización, y a encabezar el frente de columna en algunas de las movilizaciones más importantes del calendario militante. Lo hicieron con humildad, y sin sacarle un lugar a nadie, porque cuando irrumpieron ya había otros grupos que le ponían ritmo a las movilizaciones y actos. “Cuando movilizamos con La Cámpora (por ejemplo el pasado 24 de marzo, en la larga marcha entre el Espacio Memoria –Ex ESMA- y la Plaza de Mayo), siempre voy con cinco o seis piernas, que son directores de la murga, tipos o minas que saben cómo se toca un repique en Río de Janeiro o en Salvador Bahía”, detalla.
¿Dos o tres momentos inolvidables con Los Dandys dentro de La Cámpora?
“La restitución del feriado de Carnaval en la Rosada. Ese día mi ahijada Abril conoció a Cristina, que hoy tiene 16 años, canta en la murga y es responsable del área de géneros del centro de estudiantes del Normal 8. Es fanáticamente cristinista. Ese momento fue increíble”.
“También hubo otro, muy zarpado, que fue por los 30 años de la democracia, el día que hubo un levantamiento de la policía en todo el país, una opereta. Nosotros estábamos con el Choque Urbano, bancando a Cristina. Hubo muchos chicos que ese día entraron por primera vez a la Casa Rosada. Uno pierde la dimensión, pero cuando yo era chico, nadie me invitó a la Casa Rosada. Solo Cristina, y encima por la murga”.
Un tercer momento fue en la plaza. Me acuerdo que se estaba haciendo el París Dakar en Buenos Aires. Yo reconozco que movilizar un 24 desde la Ex Esma es un hecho político increíble, pero no tiene ni la mitad de la mística que entrar a la Plaza por Avenida de Mayo. Estábamos a la altura del Cabildo, y había un viejo colgado de unas rejas, estábamos cantando ‘somos de la gloriosa juventud peronista’, paro la percusión, quedan las trompetas, y veo al viejo temblando, desmoronándose, me puse a llorar, fui hasta él, nos apretamos las manos a través de la reja. No lo vi nunca más, pero fue un momento divino. Esas son las cosas que vivís cuando vas a la plaza, todo bien con ir a tocarle a los gorilas a la avenida Santa Fe, pero yo quiero ir a abrazar a los viejos que se le murieron sus amigos. El 24 tiene un nivel de emotividad diferente a cualquier otra marcha”.
El último 24 de marzo, hubo cien percusionistas en la fantástica columna de la organización. “La percusión tiene la posibilidad de marcar la ansiedad de la gente. Eso es lo que más me gusta. Yo les manejo el cuerpo, la cara. Sé cuando puedo hacer explotar y saltar a una piba. Manejas eso con la percusión, sacas o pones los bombos, dejas los platillos, los vientos. Se me eriza la piel”, confiesa.
El padre de Zalo, Zalo, y el Diego.
Gestor cultural
Luego de realizar, a lo largo de su vida, todo tipo de laburos, a finales de 2011 Gonzalo fue contratado por la entonces Secretaría de Cultura de la Nación para realizar una tarea fascinante: coordinar el Programa de Fortalecimiento a las expresiones del Carnaval Argentino, una herramienta de gestión pública con la que viajó por todo el país y con la que pudo ponerse en contacto con las diversas expresiones artísticas y culturales de nuestra tierra.
Luego de las elecciones presidenciales de 2015, Zalo se fue a Ushuaia para hacerse cargo de la Dirección de Juventud de la gestión de gobierno del intendente camporista Walter Vuoto. Esta nueva responsabilidad llegó en parte por los resultados que había dejado la experiencia como coordinador. Se trató de otra gran vivencia, pero todavía hoy siente un retorcijón en la boca del estómago, cuando se acuerda del día que tenía que viajar para el sur, ya que falleció su padre, un hombre al que amaba y admiraba.
Por eso, en uno de los paredones del exterior de la casa cultural, sobre Carlos Calvo, se inmortaliza su figura, por medio de un mural, en el que se lo ve con la galera del murguero calzada sobre la cabeza, y Zalo, siendo un chico, en sus brazos. “Fue uno de los momentos más duros y tristes de mi vida”, recuerda, “pedí dos días para llorarlo acá, y luego viajé, y le metí para adelante”.
En 2018, cuando volvió de la experiencia patagónica, Zalo no aceptó ponerse al frente de la murga, sino que le dejó el lugar a los que venían detrás. Dice ahora, luego de apurar un trago de gaseosa: "La función más importante de un director general, o un responsable político, es que vos puedas correrte y el proyecto siga funcionando. Si no lo lográs, el enemigo solo tiene que esperar a que te mueras”, advierte.
Gonzalo predica con hechos y por eso tampoco aceptó ser el director de Percusión del centro murga. Hoy despunta el vicio con dos proyectos de percusión: La vieja escuela de bombistas, y el grupo de música afro La banda de los del sótano. Eso sí: es una figura central del espacio cultural, por historia, por talento, por generosidad, y está en todo lo que haga falta hacer para que la rueda circule, vuele alto, tanto en términos políticos como culturales.
Uno de los pibes que se sumaron a la militancia política en la Casa Cultural fue Hernán Gorreta, quien en 2019 fue en la boleta del Frente de Todos como candidato a comunero, un cargo que hoy ejerce de manera comprometida y apasionada, como todo el laburo que se realiza en la Casa Cultural, y más ahora que se pudo volver a la presencialidad: clases y talleres de percusión, tango, teatro, aparte de un merendero.
Zalo también tiene un perfil espiritual, o religioso, que no nació ahora de grande, sino hace unos veinte años atrás. “En la adolescencia yo me volvía loco con los tambores, y a través de las religiones que tenían percusión, fui absorbiendo en aquel momento el culto al umbanda. Después terminé yendo a la raíz”, advierte en relación al presente. Tanto ayer como hoy esa fue la manera que encontró de conectar con su lado espiritual, y lo que lo ayudó a perfilar su carácter y alejarse de prácticas que le hacían mal, como el consumo de drogas, las peleas callejeras. “Siempre creí en que algo pasa, lo siento con los tambores”, afirma.
En la actualidad, Zalo es sacerdote de la filosofía Ifa, una religión del pueblo originario Yoruba, oriundo Nigeria y Camerún, que tiene sobre la tierra 10.065 años de existencia y cuya búsqueda permanente es el buen carácter, la tolerancia y la gratitud.
¿Qué obligaciones tenés como sacerdote de la religión?
Tengo que formar a otras personas que puedan relacionarse con el culto, que sepan rezar, realizar encantamientos, hacer medicinas, tal como me tocó aprender a mí con otro mayor”, responde, y cuenta que la máxima referencia de la religión es el presidente del Consejo Internacional de Ifa, Solagbade Popoola, un africano yoruba, que tiene a su cargo la conducción de una estructura enorme, con presencia en varios países.
Luego de una recorrida por la sala, el repaso de los nombres de algunos instrumentos y deidades que decoran el espacio, e incluso una breve zapada con un par de tambores, ascendemos hacia el salón de la Casa Cultural, cuyas paredes por estas horas están siendo rasqueteadas para luego ser pintadas por los propios compañeros y compañeras de la casa política. Afuera, donde tiramos un par de fotos con Gonzalo, el sol se derrama sobre la vereda y pulso del tráfico comienza a ponerse denso, de cara a la hora pico.
La despedida es con un abrazo sentido, y agradecimientos mutuos.
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