Fotos: Las pibas de ATE.
Ambas son trabajadoras, militantes gremiales, delegadas e integrantes del espacio Las pibas de ATE, un ámbito de percusión creado a finales de 2016, mientras dos hechos sacudían la coyuntura política nacional: la Alianza Cambiemos estigmatizaba y echaba trabajadores y trabajadoras de la administración pública nacional, y un poderoso movimiento de mujeres se organizaba al calor de la consigna Ni una menos y avanzaba a paso firme con la certeza de que había que darlo vuelta todo.
Marina “Manucha” Chmielarczyk, delegada de sector en la Dirección Nacional de Mediación de la cartera de Justicia y Derechos Humanos, lo explica así: “en nuestro Ministerio despidieron 800 trabajadores y trabajadoras, y nos dimos cuenta que la herramienta gremial era la que nos iba a permitir organizarnos y defendernos”.
En el mismo momento que Cambiemos asume su gestión de gobierno, la lista Verde y Blanca, encabezada por el trabajador estatal Daniel Catalano, gana la seccional Capital de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE). “Se trataba de un perfil muy combativo para la media de las dirigencias sindicales de nuestro país, y más aún en aquella coyuntura”, remarca Manucha. Este nuevo escenario permitió que la militancia gremial que estaba recibiendo telegramas de despidos encontrase un lugar de organización y resistencia al ajuste y la represión, en su propia seccional.
La dirigencia y militancia de ATE Capital, conformada en una buena parte por trabajadores y trabajadoras de entre los treinta y los cuarenta años que habían acompañado con entusiasmo los doce años de kirchnerismo, sería quienes le pondrían, el cuerpo en la calle a los despidos, al ajuste económico y a la represión, al programa neoliberal de Macri.
“A medida que nos empezamos a organizar para recuperar los puestos de trabajo, también comenzamos a identificar, con las compañeras, que había algunos problemas que no tenían espacio en la agenda sindical”, señala Marisa “Chochi” Orbes, delegada de sector en el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI), también en el ámbito de la cartera de Justicia y Derechos Humanos.
Mucho tenía que ver el grito colectivo que las mujeres parieron en la zona del Congreso Nacional, pero también en muchas otras plazas y esquinas céntricas del país, la noche del 3 de junio de 2015, para que parasen de matarlas. La consigna Ni una menos ya había marcado el curso de los acontecimientos de todo lo que sucedería después, y las militantes de ATE Capital llegaron al cierre de aquel 2016 muy movilizadas y sensibilizadas, siendo parte de la ola feminista y habiendo creado un espacio de pertenencia propio.
Ahora, la resistencia al tercer proceso neoliberal de la historia del país, y la irrupción de un potente feminismo popular, se fundían en una misma lucha.
Percusionistas, estatales y militantes feministas del campo nacional y popular.
Un encuentro en Rosario
El sindicato no tenía una Secretaria de Géneros en su estructura institucional, y para saldar la demanda que crecía a toda hora, y se colaba por todos lados, las autoridades de la seccional crearon un área. Fue justamente desde ese ámbito que se convocó a las compañeras delegadas y afiliadas del gremio a juntarse para planificar el viaje al Encuentro Nacional de Mujeres que se realizaría en noviembre del 2016, en Rosario.
“Era la primera vez que ATE iba a tener una columna propia”, cuentan las chicas, orgullosas, ya que en el ámbito gremial existe una larga tradición alrededor de las movilizaciones calleras. “Una cultura política de la que somos parte y que quisimos recuperar de cara al encuentro”, señala Manucha. Y agrega: “tímidamente armamos un dispositivo”.
Fue en ese incipiente espacio que una compañera propuso llevar algún elemento distintivo, aunque sea viejo y conocido. No hubo dudas: sería un bombo, ese instrumento ligado a la lucha del sindicalismo, y a la cultura popular en general. “Pero esta vez la responsabilidad era toda nuestra”, advierte Manucha.
“Yo no tenía idea de cómo se tocaba el bombo”, asume la delegada de Mediación, y cuenta que tuvieron que ponerse a pensar, al momento de marchar en Rosario, donde probablemente hubiese represión –como finalmente sucedió-, qué mensaje iban a compartir. “¿Nos sentíamos identificadas con las canciones que cantaba nuestro sindicato, nos incluían frases como ‘ATE tiene huevos’ para expresar que éramos valientes?”, se cuestionaron antes del viaje, cuestiona ahora. “Se trataba de asuntos muy violentos para nosotras, y para modificarlas había que intervenir de manera directa. Fue un desafío enorme”.
Sigue Manucha: “éramos cuatro, con los bombos, y atrás teníamos la columna sindical, y se nos voló la cabeza al ver cómo se recepcionaba el hecho de que los bombos fuesen tocadas por nosotras, y que las canciones abordaran nuestros propios problemas. Marchamos como seis horas, quedamos todas rotas por el esfuerzo físico de tocar el bombo sin experiencia previa, pero quedamos felices por lo que habíamos generado entre nosotras y también entre el resto de las compañeras de nuestra y otras organizaciones sindicales”.
Las canción que hicieron sonar durante toda la jornada, decía: .
“Cuando volvimos, dijimos: esto hay que abrirlo”, apunta Chochi. “En los encuentros nacionales de mujeres siempre hay percusiones o batucadas, pero lo novedoso fue la creación de consignas y letras propias, y más aún que llegase de parte de un sindicato, un ámbito en los que las áreas de género, por lo menos en aquel 2016, eran inusuales”, agrega.
Y sigue: “nos dijimos, asumimos, que acá estábamos las pibas, las mismas que fuimos al paro junto a los compañeros, las que nos sentamos frente a los funcionarios para levanten despidos, y también acá, en la marcha, para darle pelea al patriarcado, en nuestros sectores, en todo el Estado, y ahora queremos sentarnos a discutir la paritaria y las condiciones laborales de las trabajadoras y los trabadores, y que se nos reconozca”.
Ya de nuevo en Buenos Aires, cuando las chicas abrieron la convocatoria para sumarse al espacio de percusión feminista, la respuesta fue masiva. Las sobrepasó.
Manucha destaca que cruzaban sus múltiples identidades, edades y ocupaciones: “éramos trabajadoras organizadas y sindicalizadas, feministas, en un sindicato machista, al igual que el resto, y el proceso que se nos vino encima fue muy complejo”. Por delante tenían una agenda muy apretada, compuesta por el plan de lucha del sindicato contra el vaciamiento de Macri y su ministro de Planificación, Ibarra, y aparte estaban las marchas y encuentros del feminismo popular.
Arrancaron a finales de 2016, con cuatro integrantes, y hoy son cerca de noventa.
Se bautizaron , aunque algunas de ellas tuviesen más de cuarenta años, porque lo que allí sí sobraba era vitalidad y rebeldía, y porque de esa manera también se hacían eco de la nueva categoría política que por aquellos nacía para denominar a las mujeres feministas organizadas.
Le pidieron a ATE un lugar para ensayar y algunos instrumentos, y si bien hubo voluntad política para acompañar la demanda, tuvieron que dar mucha pelea para romper todo tipo de resistencias. El sindicato no estaba preparado para existiese un grupo de mujeres percusionistas, y se hizo complicada la logística para que funcionarse el nuevo espacio. No tenían lugar y hubo que arreglarse con un galpón, fuera de la sede de la seccional (en Constitución); tampoco había instrumentos para ellas, aunque les consiguieron algunos.
La primera vez que fueron a buscar los instrumentos nuevos al galpón, estaban rotos. Esos parches violentados, golpeados con los puños, para ellas sintetizaban la resistencia que algunos opondrían a la posibilidad de que se terminen ciertos privilegios. “Tuvimos que ponernos a pensar en un método que garantizase nuestra lucha a lo largo del tiempo, porque por ese tipo de reacciones era muy fácil que se nos cayesen compañeras en el camino. El escenario pintaba muy difícil”, plantean las chicas.
Arrancaron con un encuentro y ensayo todos los viernes, dos horas, después del trabajo. “A partir de ahí fuimos construyendo un sentido de lucha”, declaran.
La cuerda de percusión constaba de tres instrumentos: bombo, zurdo y repique. El objetivo era hacer un toque simple y prolijo, que pudiese ser tocado por cualquiera, y que garantizase el acompañamiento de la columna gremial en la calle, en la que entonarían algunas canciones, propias, que por supuesto debían tener una atenta y cuidada lectura política y sindical de la coyuntura.
Ya organizadas, con más de treinta compañeras, llegó el primer paro internacional de las mujeres trabajadoras, el 8 de marzo de 2017. “Fue un hito, porque fuimos con nuestros instrumentos, como trabajadoras estatales. Fue hermoso reconocernos entre las compañeras y de alguna manera representábamos la voz de muchas otras”, cuenta la Chochi.
Un par de meses después, en la previa de la movilización del Ni una menos de 2017, sucedió un hecho fundamental para la historia del espacio. Las pibas le habían puesto una letra propia al tema , de Luis Fonsi, que se filtró en un grupo de WhatsApp de periodistas feministas, y una de ellas la cantó con un ukelele, la subió al Youtube, y se hizo viral. Cuando ellas irrumpen en la calle, tomada por cientos de miles de mujeres, aquel 3 de junio, la canción había sido apropiada por todas, organizadas o sueltas. Es más: el propio Luis Fonsi las elogió en una entrevista que le hicieron por esas horas, mientras estaba en el país, luego de que le preguntasen por la versión feminista de .
La letra nueva en un pasaje decía “vamos a luchar porque se lo debemos a todas las pibas que nunca volvieron”, y esas mismas palabras ellas las verían tiempo después pintadas en paredones, carteles y también replicadas en las redes sociales. “Sentimos que estábamos haciendo algo que estaba sumando a la lucha colectiva que tenemos con nuestras hermanas de todas las organizaciones del campo nacional y popular”, apunta Manucha.
“A partir de ahí se profundizó el empoderamiento de nuestra pelea y la idea de que queríamos ir por más”, señala Chochi.
Las integrantes de Las pibas era conscientes de que tenían abiertos dos frentes: la calle, por un lado, y por el otro, sus espacios de trabajo y el sindicato, que no tenía intención de hacerles un lugar en los espacios de decisión. Por eso, con mucha confianza y convicción fueron tomando decisiones para asumir mayores lugares de representación en las juntas internas, donde muchas de ellas militaban a diario.
“En la percusión encontramos un lugar de síntesis”, apunta Marina. “Éramos muy conscientes de que nuestro rol pasaba por estar en la calle en representación de todas las compañeras que faltaban, y por eso, entre otras razones, se sumaron muchas compañeras a los distintos sectores del sindicato a disputar espacios de poder”.
A Las pibas de ATE se las pudo ver y escuchar en varias movilizaciones anteriores a la pandemia.
Aborto legal y corte
Luego de una vigilia histórica, multitudinaria, la noche de 14 de junio de 2018 que la Cámara de Diputados había votado favorablemente el aborto legal y gratuito, ahora llegaba el turno del Senado. La noche del 8 de agosto, la Campaña por el Aborto Legal y Gratuito y las organizaciones políticas y sociales habían copado la Avenida de Mayo, y las sindicales se habían desplegado sobre la calle Carlos Pellegrini, en dirección al Obelisco, apiñadas entre los gacebos, las banderas, los puestos de comida y los instrumentos de percusión.
Como gobernaba Macri, las autoridades habían decidido no cortar la 9 de Julio. El poroteo de los votos estaba muy peleado, y desde lo más alto de la central obrera que nucleaba a ATE Capital, bajó el pedido de que las militantes cortasen la avenida con la percusión, para generar así un impacto mediático que sumase a la toma de conciencia de la lucha que se estaba encarnando en los alrededores del Congreso.
“Para nosotras, ser las responsables del corte, asumir esa acción sindical, cuando se debatía una ley que iba a cambiar nuestras vidas para siempre, las mismas que habíamos arrancado un par de años antes, siendo muy poquitas, fue espectacular. Y lo hicimos, con el frío, debajo de la lluvia, y durante un montón de horas, y esa confluencia entre la política, la militancia y el acceso de los derechos nos voló la cabeza”, cuenta Manucha.
Esa noche, entonces, a pesar de la derrota parlamentaria, el movimiento de mujeres se volvió a casa con la certeza de que solo era una cuestión de tiempo, que habían dado un paso enorme. Las pibas de ate, también, y por partida doble.
Disputa hacia el interior del sindicato
A partir de ahí, y ya siendo más de sesenta compañeras, se pusieron nuevos objetivos. Querían un sindicato que exprese sus demandas. “Los feminismos vienen aportar otra manera de hacer las cosas, y en nuestro caso, eso tiene que ver con la construcción de un modelo sindical mejor, capaz de deconstruirse para ir por algo más justo. Necesitábamos que haya una traducción material entre el feminismo organizado y la realidad del sindicato”, explica Manucha.
Ambas puntualizan que apostaban a una búsqueda que excedía al ámbito de ATE Capital: “una humanización de las conducciones sindicales, y Chochi refuerza que que entre ellas “incorporamos una conciencia de la importancia del tiempo de la otra, teniendo en cuenta que somos las que entre otras cosas, le ponemos el cuerpo a las tareas de cuidado en nuestros hogares”.
Aporta Manucha: “toda esa verdad que se nos rebeló queríamos que llegase a otra instancia, de mayor poder, y tal es así que cuando hubo elecciones, no concebíamos una fórmula de conducción en la que no hubiese presencia de una compañera feminista”.
Así fue que Agustina Panissa, delegada de sector en la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires, formó parte de la fórmula ganadora de la Lista Verde y Blanca, junto a Daniel Catalano, que el 7 de agosto de 2019 revalidó ‘la refundación’ del sindicato que se había iniciado hacía cuatro años atrás, y se impuso con el 55 por ciento de los votos (de un total de 18 mil votantes).
A las Pibas, para ese entonces, las convocaban desde otras organizaciones sindicales para que vayan a animarles los actos. Pero insisten: cada paso, cada pequeña victoria, se venía logrando gracias a un enorme esfuerzo propio.
Dice La Chochi: “la experiencia de Ate Capital fue un oasis para un sindicalismo que huele a naftalina, y que aún hoy sigue siendo viejo, obsoleto, que queremos romper aunque se nos haga muy difícil, pero ahí estamos, no paramos, y la estructura patriarcal no se va a caer, la vamos a tirar, estamos seguras”.
Y llegó la pandemia, y la imposibilidad de encontrarse y ensayar puso en pausa las actividades, pero no así su militancia, que tuvo que ser reinventada, como en otros ámbitos, para seguir dejando un mensaje en las fechas importantes del calendario.
Las pibas están preparando un libro para dejar asentada su lucha, pensando en las que vienen.
¿Están preparando un libro?
“Sí, decidimos concursar para una convocatoria del Ministerio de Cultura que financia proyectos con varias líneas, y una de ellas es sindicalismo y feminismo. Enviamos nuestra historia porque si no lo escribimos nosotras, nadie lo hará, y más teniendo en cuenta que hay poco registro de la lucha de las mujeres sindicalistas. Sabemos que formamos parte de una lucha que no empezó ni va a terminar con nosotras y nuestro paso por nuestra seccional tiene que quedar registrado. Se trata de un paso más de esto que decíamos de ir corriendo los límites. Una compañera historiadora está a cargo de la tarea”, cuenta Manucha.
¿Se imaginan un futuro no muy lejano en el que encabecen, en el marco de una movilización, la columna de ATE Capital?
“Nos dimos ese debate, sí, y te contesto con un hecho no muy lejano”, dice Manucha. “En la asamblea anual de la seccional (antes de la pandemia, en 2019), en Ferro, fueron Las pibas las que bancamos la actividad con los bombos, pero no nos la hicieron fácil, ni mucho menos. Habíamos logrado un acuerdo político para poder contratar a la sección de vientos que suele haber en las movilizaciones sindicales, y que en todos los casos están conformados por varones, y a los que se les paga (las mujeres no tienen acceso a esos trabajos).
“Esos pibes vinieron a un par de ensayos, pero el día del acto nos traicionaron. Primero no nos atendían el teléfono, no sabíamos dónde estaban, hasta que nos enteramos que habían llegado porque ingresaron al acto cuando se estaba dando puerta; los machirulos entraron tocando, a todo trapo, hasta el pie del escenario, donde estábamos formadas nosotras, y los encaramos re calientes, y como no nos daban ni pelota, tuvo que venir nuestro secretario general, Catalano, para que se ordenen con nosotras. Fue muy humillante. Ahí comprendimos que no alcanza con encabezar la columna de la organización, sino que antes deben producirse transformaciones de fondo, estructurales”.
“Esta cuerda, esta colectiva de mujeres, siente tal pertenencia y tal comunión en este espacio de contención tan difícil de encontrar en la política y más aún en la política sindical, que es un resguardo para nosotras, y lo atesoramos como una gran construcción”, aporta Chochii
La última actividad que las encontró en la calle fue el 3 de junio pasado, cuando Las pibas marcharon junto a otras organizaciones hasta los tribunales porteños, sede de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, para exigir una reforma judicial feminista, entre otras razones, por la falta de perspectiva en muchos fallos y decisiones judiciales.
¿Cómo quieren cerrar la nota?
“Nosotras estamos luchando por una transformación real, concreta y permanente, que nos permita soñar con un futuro más justo. Estamos capacitadas para poder decir nosotras cuáles son las necesidades que tenemos como trabajadoras organizadas, y tener las representaciones que nos permitan que las demandas que surgen de las baseslleguen a las mesas donde se toman las decisiones sobre nuestras vidas y la posibilidad de ser felices. Nos merecemos ser felices y llegó la hora", dispara Manucha.
Las pibas de ATE no son solo de la cartera de Justicia y Derechos Humanos sino también de varias juntas internas del Estado nacional y también del porteño. En la actualidad la percusión está compuesta por casi 60 compañeras que pertenecen a 25 sectores del Estado. Cerca de 25 son delegadas de distintas juntas internas de diversos sectores y cerca de 35 afiliadas, sin cargos de dirección en el gremio.