Por Luis Gras

Años atrás (2 o 3), la calle era un cumulo de sorpresas a nivel estético, me sorprendían alguna marquesinas, algunos frentes de casas o edificios y en algunos casos, hasta la misma construcción. Pero hoy ya he dejado de mirar esos detalles que hasta me parecen superfluos y me horrorizo viendo en afiches callejeros, publicidad televisada o en medios gráficos e incluso flyers en internet, en forma casi pornográfica, los anuncios de promociones de viajes al exterior o centros de veraneo y otras yerbas, al mismo momento que familias enteras duermen en la calle, muriéndose de frio en invierno y mojándose hasta los huesos en días de lluvia. Y esas familias incluyen hijos, criaturas que no están pagando ningún pecado, ni son choriplaneros, ni vagos, ni ñoquis.

El sufrimiento en su más repugnante expresión ante un Estado no solo ausente sino perverso que hasta disfruta de lo que ellos mismos generan. Asistimos a la inmoralidad más grande que se haya visto jamás en nuestro país. Un grupo de privilegiados amasando grandes fortunas, mientras un pueblo entero lucha por sobrevivir.