Por Juan Manuel Roma
Existe una reconocida frase de Scalabrini Ortiz que, probablemente, sea la más acertada para referirnos al curso reciente de la economía. Dice: “Estos asuntos de economía y finanzas son tan simples que están al alcance de cualquier niño. Sólo requieren saber sumar y restar. Cuando usted no entiende una cosa, pregunte hasta que la entienda. Si no la entiende es que están tratando de robarlo”.
En tiempos de LEBACs, Lecap, Letes, Leliq, reforma impositiva, apertura financiera, liberalización cambiaria y slogans vacíos, es aún más fundamental recordar como Scalabrini finalizaba dicho párrafo: “Cuando usted entienda eso, ya habrá aprendido a defender la patria en el orden inmaterial de los conceptos económicos y financieros.”
Ya no caben dudas, al menos de un lado de la “grieta”, que el gobierno de Cambiemos vino a efectuar una inmensa transferencia de recursos desde los sectores populares (aquellos más favorecidos por la intervención estatal en los gobiernos kirchneristas) hacia los sectores más pudientes. Sin embargo, los ejecutores de la política económica (tildados erróneamente de improvisados) han sido especialistas en lograr que dicha transferencia sea camuflada y encubierta ante los ojos de la gran mayoría de los perjudicados. Y justamente lo han logrado merced a tácticas que, como hemos visto, Scalabrini Ortiz ya identificaba en 1936, acompañadas obviamente por una cobertura mediática sin precedentes.
Que el árbol no nos tape el bosque
A diario leemos noticias escalofriantes acerca de los niveles de endeudamiento interno y externo del país, y particularmente del sector público. No solo sorprendente por su volumen (las LEBACs llegaron a superar el billón de pesos en la cresta de la ola de la bicicleta financiera – o carry trade en terminología sectaria economista), sino también por los plazos (LEBACs con vencimientos mensuales, Leliq directamente vencimientos diarios) y las tasas de interés (pasamos de una ya elevada tasa que fluctuaba entre 30 y 40% a una del 70/75%). Pero, ¿Que es lo que pasó en estos años?
Sturzenegger y Peña.
Ante la ausencia de la tan pronosticada “Lluvia de inversiones” (la terminología climática no la usaron solo para explicar la crisis, sino también para generar expectativas), el Gobierno debió recurrir a otro mecanismo para poder atraer dólares y mantener la liberalización del tipo de cambio. Este mecanismo se llamó LEBACs (Letras del Banco Central), instrumento financiero que ya existía pero era bastante marginal, con muy poca publicidad y sin acceso para los inversores minoristas (es decir, cualquier persona física que quiere comprarlos como modo de ahorro). Con una tasa de LEBACs inicialmente del 40%, la apuesta del gobierno fue recurrir a la famosa bicicleta financiera (como sucedió en todos los períodos de política económica neoliberal en nuestro país, desde Martínez de Hoz hasta Cavallo).
Para poder garantizar la bicicleta financiera, la Alianza Cambiemos tomó un fabuloso caudal de deuda (pasó de representar poco más del 50% del PBI en 2015 a casi el 90% en 2018), lo que le permitía mantener el tipo de cambio estable, y garantizar ganancias del 40% anual (inéditas a nivel mundial, cuando las tasas de interés de los países desarrollados no supera actualmente el 5%) con las que se atraía el ingreso de dólares extranjeros (e incluso nacionales).
Prat Gay, primer ministro de Economía de Cambiemos.
Sin embargo, la “Tormenta” no demoró en llegar (con sus primeros avisos a fines de 2017, y un verdadero “diluvio” en 2018). Ante las muestras de dificultad del Gobierno para realizar el ajuste que realmente esperaba la elite local y extranjera (sin dudas, el gradualismo no fue tal, pero tampoco fue el plan de ajuste necesario para llevar a la sociedad argentina a los estándares latinoamericanos), más movimientos de capitales a nivel internacional (cuyos causantes deberán ser explicados en otra nota), las expectativas de devaluación no demoraron en llegar. Y como toda profecía autocumplida, los capitales extranjeros comenzaron a retirar sus fondos de las LEBAC para volver a dolarizarlos y retirarse del país con una enorme ganancia ya asegurada.
Para contrarrestar dicha estampida, el Gobierno de Cambiemos implementó distintos mecanismos. Ninguno fue totalmente efectivo (y la muestra más clara es que el dólar sufrió una devaluación superior al 100% en el año), pero tampoco debemos pecar de ingenuos. El Gobierno no falló, simplemente garantizó una nueva enorme ganancia en cuestión de meses, pero a través de nuevos mecanismos.
Los capitales finalmente no se fueron del país, pero ahora en vez de tasas del 40% exigen tasas superiores al 70% para mantenerse en el mercado local. Y entre tanto, quienes advirtieron los movimientos venideros, compraron un dólar a $18 para venderlo a $25, compraron un dólar a $28 para venderlo a $41, y probablemente ahora estén aprovechando para comprar dólares a $35 que siquiera sabemos a qué valor venderán. Si no me creen, basta con observar la evolución de las reservas internacionales en lo que va del año. Incluyendo un adelanto de U$S15.000 millones por parte del FMI en el medio, las reservas pasaron de U$S62.000 millones en marzo a menos de U$S50.000 millones (es decir, casi U$S30.000 millones perdidos en 6 meses). Esto representa, al tipo de cambio actual, casi 2 billones de pesos fugados del país en 6 meses.
Eso no es todo. Actualmente el Gobierno está colocando miles de millones de pesos en instrumentos financieros (Letras del Tesoro/LETES y Letras de Liquidez/Leliq) a tasas superiores al 70% para intentar mantener el dólar estable hasta las elecciones del año que viene, mientras proyecta bajar la inflación a costa de una recesión cuyos niveles no se alcanzaban desde el estallido de la convertibilidad. Pero… ¿Qué implica tanto movimiento financiero?
Las reservas del Central se fugaron al exterior.
El futuro llegó hace rato, todo un palo, ya lo ves…
La realidad es que semejante cantidad de dinero no aparece de modo repentino, sino que se extrae de algún lado (el famoso “nada se pierde, todo se transforma” también aplica en economía). Y para entender este mecanismo, será esclarecedor ver los resultados económicos y financieros del Estado nacional, ya que es por ahí que dicho dinero se redistribuye de un sector al otro.
Venimos oyendo que el año que viene el Gobierno alcanzará el tan mentado déficit fiscal primario 0. Es decir, el Estado no gastará para cumplir sus funciones (Gasto público) más de lo que le ingresa por recaudación impositiva. Lo hizo, básicamente, reduciendo subsidios a los servicios y al transporte, y fundamentalmente con un fuerte corte en obra pública para este año y el próximo (llama la atención, considerando que en 2017 fue la obra pública uno de los principales impulsos que dio el gobierno a la economía para remontar electoralmente, que el ajuste se efectué en 2019 cuando se avecinan elecciones para las cuales llegaran fuertemente desgastados).
Es decir, lo hizo quitando el dinero a los sectores populares y al aparato productivo (no nos olvidemos que los subsidios no solo abaratan las condiciones de vida de la población residencial, sino también a todas las fábricas y cooperativas del país). Y que el recorte en obra pública también implica un fuerte golpe al aparato productivo local vinculado a ella (proveedores de insumos para la construcción).
Pero…. ¿el Estado gastará menos de lo que le ingresa? Aquí yace el centro de la cuestión. El déficit primario en 2018, por ejemplo, efectivamente muestra una caída de $70.000 millones en comparación al año pasado. Sin embargo, el déficit financiero, para el mismo período, se incrementó en $80.000 millones. Es decir, si bien el déficit que le interesa al gobierno muestra una caída tal como se lo exige el FMI, el déficit real total del Estado no disminuye debido al aumento de la carga de los intereses de la deuda (que el propio Gobierno tomó).
El déficit financiero, este año, será, según estima el propio Gobierno, de 3,3% del PBI (similar al déficit real que heredó del kirchnerismo, desdibujado por falsas y erróneas estimaciones que lo llevaron a un supuesto 7,5%). Si a esto sumamos LEBACs, LETES, Leliq (denominados instrumentos de deuda cuasi fiscal, los cuales no se computan en el déficit financiero), el porcentaje alcanzaría un 6,3%. Si incluimos los intereses de estos mismos instrumentos, llega a un 9,6% del PBI. Si continuamos por el mismo camino y proyectamos estos números para 2019, probablemente estemos hablando de un déficit del Estado superior al 10%, sin tener déficit primario alguno. Es decir, el Estado gastará mucho más de lo que le ingresa pero habiendo recortado sus capacidades para intervenir en favor de los sectores populares.
Con la reforma previsional, el Estado “ahorró” $100.000 millones. Con la quita de subsidios al transporte, $3.000 millones. Con la quita de subsidios a los servicios públicos, más de $80.000 millones. Con el freno a la obra pública, otros $90.000. Con la quita del fondo sojero, $30.000 millones. Podríamos seguir enumerando, pero creo que basta para comprender el punto. El Estado no para de “ahorrar” fondos, ajustando en la economía real (en la economía de la gente, en la economía de las PYMES, en la economía de las provincias y los municipios, etc.). Sin embargo ese dinero no se traduce en un Estado que no gasta más de lo que tiene. Simplemente se traduce en un Estado que decide gastar más pero para financiar las ganancias siderales de una élite concentrada y cubrir la fuga de capitales a costa del endeudamiento que pagará la sociedad.
Más del 100 por ciento se devaluó el peso nacional con la gestión Cambiemos.
¿Qué ocurrirá cuando, habiendo alcanzado el déficit primario 0, y ya sin nueva ayuda del FMI, el Estado deba hacer frentes a los vencimientos de deuda? ¿Qué ocurrirá cuando en 2020 solo lleguen U$S7.500 millones del FMI, con vencimientos que serán superiores a los U$S 20.000 millones? ¿Qué ocurrirá cuando se intente bajar la tasa de interés para dar un respiro a la economía real, y realmente tengamos que hacer frente a los pagos de los intereses de LETES y Leliq (ya no LEBACs, reconvertidas ahora en estos últimos dos instrumentos)?
Si bien dichos pagos son en pesos (y en el caso de las Leliq, solo las pueden adquirir los bancos, lo que posibilita un mayor control público en las condiciones de desarme), es sabido que se convertirán a dólares (históricamente frente a escenarios electorales inciertos tanto los inversores como la propia ciudadanía tiende a almacenar dólares). ¿Cuál será el precio del dólar a finales de 2019? Según estimaciones privadas, si realmente se tuviese que hacer frente a todos los vencimientos, y no pudiesen renovar estos instrumentos, la paridad del dólar con el peso superaría los $100.
Melconián, otro de los ortodoxs del equipo de Cambiemos. Tuvo a su cargo la presidencia del Banco Nación.
El Gobierno de Macri, que tanto ha justificado sus políticas en base a la “herencia” recibida, realmente dejará a la sociedad y al gobierno venidero al borde de un colapso de magnitudes considerables, solo comparables con la hiperinflación de Alfonsín y el estallido de la convertibilidad de 2001/2002. No solo se trata de la necesidad de reestructurar la deuda, sino de la debilidad con la que deja el Estado para intervenir, sumado a una clase dominante local empoderada en lo económico que buscará impedir de todas formas posibles que parte de lo transferido en estos años vuelva a los sectores de los que nunca debió haber salido la plata.
Por todo esto, era fundamental que no se aprobase un presupuesto diseñado para profundizar todo lo comentado más arriba (con recortes récord en Salud, Educación, Ciencia y Tecnología, en contraste con la partida de Intereses que es la que más crece comparada con el presupuesto de este año). Los opositores que aportaron su voto no hicieron más que seguir cavando su propia tumba.
Existe una reconocida frase de Scalabrini Ortiz que, probablemente, sea la más acertada para referirnos al curso reciente de la economía. Dice: “Estos asuntos de economía y finanzas son tan simples que están al alcance de cualquier niño. Sólo requieren saber sumar y restar. Cuando usted no entiende una cosa, pregunte hasta que la entienda. Si no la entiende es que están tratando de robarlo”.
En tiempos de LEBACs, Lecap, Letes, Leliq, reforma impositiva, apertura financiera, liberalización cambiaria y slogans vacíos, es aún más fundamental recordar como Scalabrini finalizaba dicho párrafo: “Cuando usted entienda eso, ya habrá aprendido a defender la patria en el orden inmaterial de los conceptos económicos y financieros.”
Ya no caben dudas, al menos de un lado de la “grieta”, que el gobierno de Cambiemos vino a efectuar una inmensa transferencia de recursos desde los sectores populares (aquellos más favorecidos por la intervención estatal en los gobiernos kirchneristas) hacia los sectores más pudientes. Sin embargo, los ejecutores de la política económica (tildados erróneamente de improvisados) han sido especialistas en lograr que dicha transferencia sea camuflada y encubierta ante los ojos de la gran mayoría de los perjudicados. Y justamente lo han logrado merced a tácticas que, como hemos visto, Scalabrini Ortiz ya identificaba en 1936, acompañadas obviamente por una cobertura mediática sin precedentes.
Que el árbol no nos tape el bosque
A diario leemos noticias escalofriantes acerca de los niveles de endeudamiento interno y externo del país, y particularmente del sector público. No solo sorprendente por su volumen (las LEBACs llegaron a superar el billón de pesos en la cresta de la ola de la bicicleta financiera – o carry trade en terminología sectaria economista), sino también por los plazos (LEBACs con vencimientos mensuales, Leliq directamente vencimientos diarios) y las tasas de interés (pasamos de una ya elevada tasa que fluctuaba entre 30 y 40% a una del 70/75%). Pero, ¿Que es lo que pasó en estos años?
Sturzenegger y Peña.
Ante la ausencia de la tan pronosticada “Lluvia de inversiones” (la terminología climática no la usaron solo para explicar la crisis, sino también para generar expectativas), el Gobierno debió recurrir a otro mecanismo para poder atraer dólares y mantener la liberalización del tipo de cambio. Este mecanismo se llamó LEBACs (Letras del Banco Central), instrumento financiero que ya existía pero era bastante marginal, con muy poca publicidad y sin acceso para los inversores minoristas (es decir, cualquier persona física que quiere comprarlos como modo de ahorro). Con una tasa de LEBACs inicialmente del 40%, la apuesta del gobierno fue recurrir a la famosa bicicleta financiera (como sucedió en todos los períodos de política económica neoliberal en nuestro país, desde Martínez de Hoz hasta Cavallo).
Para poder garantizar la bicicleta financiera, la Alianza Cambiemos tomó un fabuloso caudal de deuda (pasó de representar poco más del 50% del PBI en 2015 a casi el 90% en 2018), lo que le permitía mantener el tipo de cambio estable, y garantizar ganancias del 40% anual (inéditas a nivel mundial, cuando las tasas de interés de los países desarrollados no supera actualmente el 5%) con las que se atraía el ingreso de dólares extranjeros (e incluso nacionales).
Prat Gay, primer ministro de Economía de Cambiemos.
Sin embargo, la “Tormenta” no demoró en llegar (con sus primeros avisos a fines de 2017, y un verdadero “diluvio” en 2018). Ante las muestras de dificultad del Gobierno para realizar el ajuste que realmente esperaba la elite local y extranjera (sin dudas, el gradualismo no fue tal, pero tampoco fue el plan de ajuste necesario para llevar a la sociedad argentina a los estándares latinoamericanos), más movimientos de capitales a nivel internacional (cuyos causantes deberán ser explicados en otra nota), las expectativas de devaluación no demoraron en llegar. Y como toda profecía autocumplida, los capitales extranjeros comenzaron a retirar sus fondos de las LEBAC para volver a dolarizarlos y retirarse del país con una enorme ganancia ya asegurada.
Para contrarrestar dicha estampida, el Gobierno de Cambiemos implementó distintos mecanismos. Ninguno fue totalmente efectivo (y la muestra más clara es que el dólar sufrió una devaluación superior al 100% en el año), pero tampoco debemos pecar de ingenuos. El Gobierno no falló, simplemente garantizó una nueva enorme ganancia en cuestión de meses, pero a través de nuevos mecanismos.
Los capitales finalmente no se fueron del país, pero ahora en vez de tasas del 40% exigen tasas superiores al 70% para mantenerse en el mercado local. Y entre tanto, quienes advirtieron los movimientos venideros, compraron un dólar a $18 para venderlo a $25, compraron un dólar a $28 para venderlo a $41, y probablemente ahora estén aprovechando para comprar dólares a $35 que siquiera sabemos a qué valor venderán. Si no me creen, basta con observar la evolución de las reservas internacionales en lo que va del año. Incluyendo un adelanto de U$S15.000 millones por parte del FMI en el medio, las reservas pasaron de U$S62.000 millones en marzo a menos de U$S50.000 millones (es decir, casi U$S30.000 millones perdidos en 6 meses). Esto representa, al tipo de cambio actual, casi 2 billones de pesos fugados del país en 6 meses.
Eso no es todo. Actualmente el Gobierno está colocando miles de millones de pesos en instrumentos financieros (Letras del Tesoro/LETES y Letras de Liquidez/Leliq) a tasas superiores al 70% para intentar mantener el dólar estable hasta las elecciones del año que viene, mientras proyecta bajar la inflación a costa de una recesión cuyos niveles no se alcanzaban desde el estallido de la convertibilidad. Pero… ¿Qué implica tanto movimiento financiero?
Las reservas del Central se fugaron al exterior.
El futuro llegó hace rato, todo un palo, ya lo ves…
La realidad es que semejante cantidad de dinero no aparece de modo repentino, sino que se extrae de algún lado (el famoso “nada se pierde, todo se transforma” también aplica en economía). Y para entender este mecanismo, será esclarecedor ver los resultados económicos y financieros del Estado nacional, ya que es por ahí que dicho dinero se redistribuye de un sector al otro.
Venimos oyendo que el año que viene el Gobierno alcanzará el tan mentado déficit fiscal primario 0. Es decir, el Estado no gastará para cumplir sus funciones (Gasto público) más de lo que le ingresa por recaudación impositiva. Lo hizo, básicamente, reduciendo subsidios a los servicios y al transporte, y fundamentalmente con un fuerte corte en obra pública para este año y el próximo (llama la atención, considerando que en 2017 fue la obra pública uno de los principales impulsos que dio el gobierno a la economía para remontar electoralmente, que el ajuste se efectué en 2019 cuando se avecinan elecciones para las cuales llegaran fuertemente desgastados).
Es decir, lo hizo quitando el dinero a los sectores populares y al aparato productivo (no nos olvidemos que los subsidios no solo abaratan las condiciones de vida de la población residencial, sino también a todas las fábricas y cooperativas del país). Y que el recorte en obra pública también implica un fuerte golpe al aparato productivo local vinculado a ella (proveedores de insumos para la construcción).
Pero…. ¿el Estado gastará menos de lo que le ingresa? Aquí yace el centro de la cuestión. El déficit primario en 2018, por ejemplo, efectivamente muestra una caída de $70.000 millones en comparación al año pasado. Sin embargo, el déficit financiero, para el mismo período, se incrementó en $80.000 millones. Es decir, si bien el déficit que le interesa al gobierno muestra una caída tal como se lo exige el FMI, el déficit real total del Estado no disminuye debido al aumento de la carga de los intereses de la deuda (que el propio Gobierno tomó).
El déficit financiero, este año, será, según estima el propio Gobierno, de 3,3% del PBI (similar al déficit real que heredó del kirchnerismo, desdibujado por falsas y erróneas estimaciones que lo llevaron a un supuesto 7,5%). Si a esto sumamos LEBACs, LETES, Leliq (denominados instrumentos de deuda cuasi fiscal, los cuales no se computan en el déficit financiero), el porcentaje alcanzaría un 6,3%. Si incluimos los intereses de estos mismos instrumentos, llega a un 9,6% del PBI. Si continuamos por el mismo camino y proyectamos estos números para 2019, probablemente estemos hablando de un déficit del Estado superior al 10%, sin tener déficit primario alguno. Es decir, el Estado gastará mucho más de lo que le ingresa pero habiendo recortado sus capacidades para intervenir en favor de los sectores populares.
Con la reforma previsional, el Estado “ahorró” $100.000 millones. Con la quita de subsidios al transporte, $3.000 millones. Con la quita de subsidios a los servicios públicos, más de $80.000 millones. Con el freno a la obra pública, otros $90.000. Con la quita del fondo sojero, $30.000 millones. Podríamos seguir enumerando, pero creo que basta para comprender el punto. El Estado no para de “ahorrar” fondos, ajustando en la economía real (en la economía de la gente, en la economía de las PYMES, en la economía de las provincias y los municipios, etc.). Sin embargo ese dinero no se traduce en un Estado que no gasta más de lo que tiene. Simplemente se traduce en un Estado que decide gastar más pero para financiar las ganancias siderales de una élite concentrada y cubrir la fuga de capitales a costa del endeudamiento que pagará la sociedad.
Más del 100 por ciento se devaluó el peso nacional con la gestión Cambiemos.
¿Qué ocurrirá cuando, habiendo alcanzado el déficit primario 0, y ya sin nueva ayuda del FMI, el Estado deba hacer frentes a los vencimientos de deuda? ¿Qué ocurrirá cuando en 2020 solo lleguen U$S7.500 millones del FMI, con vencimientos que serán superiores a los U$S 20.000 millones? ¿Qué ocurrirá cuando se intente bajar la tasa de interés para dar un respiro a la economía real, y realmente tengamos que hacer frente a los pagos de los intereses de LETES y Leliq (ya no LEBACs, reconvertidas ahora en estos últimos dos instrumentos)?
Si bien dichos pagos son en pesos (y en el caso de las Leliq, solo las pueden adquirir los bancos, lo que posibilita un mayor control público en las condiciones de desarme), es sabido que se convertirán a dólares (históricamente frente a escenarios electorales inciertos tanto los inversores como la propia ciudadanía tiende a almacenar dólares). ¿Cuál será el precio del dólar a finales de 2019? Según estimaciones privadas, si realmente se tuviese que hacer frente a todos los vencimientos, y no pudiesen renovar estos instrumentos, la paridad del dólar con el peso superaría los $100.
Melconián, otro de los ortodoxs del equipo de Cambiemos. Tuvo a su cargo la presidencia del Banco Nación.
El Gobierno de Macri, que tanto ha justificado sus políticas en base a la “herencia” recibida, realmente dejará a la sociedad y al gobierno venidero al borde de un colapso de magnitudes considerables, solo comparables con la hiperinflación de Alfonsín y el estallido de la convertibilidad de 2001/2002. No solo se trata de la necesidad de reestructurar la deuda, sino de la debilidad con la que deja el Estado para intervenir, sumado a una clase dominante local empoderada en lo económico que buscará impedir de todas formas posibles que parte de lo transferido en estos años vuelva a los sectores de los que nunca debió haber salido la plata.
Por todo esto, era fundamental que no se aprobase un presupuesto diseñado para profundizar todo lo comentado más arriba (con recortes récord en Salud, Educación, Ciencia y Tecnología, en contraste con la partida de Intereses que es la que más crece comparada con el presupuesto de este año). Los opositores que aportaron su voto no hicieron más que seguir cavando su propia tumba.