Llevará trabajo
recoger los miles de pedazos,
dar luz sobre las sombras.
Llevará tiempo
reconstruir nuestra música.
Este poema Florencia Codagnone lo escribió en 2018, mientras gobernaba Mauricio Macri. Hubo muchos más, producto de un sacudón que nacía en la boca del estómago, rabioso y urgente. Los poemas terminaron impresos en un libro: Diario poético en tiempos macristas. En ese mismo libro hay un poema de un solo verso: El hambre no es poesía.
Dice ahora Florencia, en una charla virtual con Kranear: “Hacer aquel libro, en aquel momento, me sirvió mucho, y hoy lo veo como un álbum de fotos, y por ejemplo el poema que escribí para los trabajadores de Tiempo Argentino iba perfecto para lo que pasa con Telam ahora, pero también siento que estuve muy expuesta. Le puse mucho el cuerpo a la poesía de aquel momento y ahora llego cansada a este presente, habiendo atravesado crisis con los peronismos y los feminismos, y entonces me digo: ¿y ahora qué?, teniendo en cuenta además que la poesía, en este momento, no me brota”.
¿Por qué no sale nada ahora?
Para mí esto es algo inédito, no se compara con el menemismo o el macrismo, y aparte no hay referentes, entonces cada uno hace lo que puede. Yo vengo pensando en algo: la Libertad Avanza está trabajando mucho sobre el texto; el DNU, la ley Ómnibus, los tuits. Están laburando sobre lo textual. Ahí hay una premisa, y creo que nosotros también tenemos que renovar los lenguajes. Ellos nos están dando una piña económica, ética y también estética. Mi lema hoy es hacer belleza. Hay que habilitar espacios que tengan que ver con esa búsqueda. Desde nuestros lugares tenemos capacidad para eso, estemos escribiendo, o no. Yo por ejemplo retomé el bordado y estoy habiendo belleza de ese modo.
Florencia Codagnone es poeta, periodista y traductora. Ejerció su profesión durante algunos años, pero desde hace algunos años está abocada de lleno a las letras, en especial, la poesía. Tiene 42 años y en los últimos doce publicó diez libros. No es la primera vez que se ve imposibilitada de escribir: ya le pasó hace unos años con otro trauma, aunque aquella vez no fue social, o colectivo, sino personal: una enfermedad.
Florencia coordina en el Museo Evita un taller de bordado para grandes, chicos y adolescentes, un espacio de interacción en el que nota que hay mucha necesidad por juntarse y compartir. “Avidez por pasar un rato con otro, sin medir el tiempo ni las preocupaciones”, apunta, y advierte que “el bordado, como te cambia la percepción del tiempo, también te permite pensar de otro modo”.
Aparte, señala que hoy no se puede pensar sin lo vincular afectivo. “En el mundo, los varones cis, heterosexuales, burgueses, blancos, están virando hacia las derechas y practicas híper machistas, y para colmo, hay ciertas cosas de la lucha feministas, acerca de cómo vincularnos con los varones, que a las mujeres cis heteroexuales se nos volvieron en contra”.
Cuerpo, bordado y poesía.
Vos decís que hay que trabajar poesía con las infancias. ¿Por qué?
Por que si no hay un espectro del campo simbólico, vamos a morir de literalidad.
¿Algo de eso pregonaste en tus recorridas por barrios, cárceles, neuropsiquiátricos y escuelas?
Hace algunos años tomé la decisión política de que con las infancias siempre laburaría con poesía. Y esto se debe, en parte, a que hay un par de generaciones que no comprenden texto. Y ese pibe será un adulto fuera del mundo. En esta última elección hubo mucha falta de comprensión de texto.
Entre 2018 y 2019, Florencia trabajó para el área de Cultura del Municipio de Escobar, y pasó por un refugio de mujeres, una casa de abrigo de niños y una unidad básica de Ingeniero Maschwitz; en ese tiempo también trabajó en la villa 1.11.14, Bajo Flores, y en la 15, en Lugano, para el gobierno porteño.
Subraya ahora: “Ambas experiencias fueron muy formativas, y en todos los casos, con las infancias, partí de lo poético”.
Hace varios años, Florencia se propuso divulgar la poesía, y para lograr su objetivo, le pidió consejos a Darío Sztajnszrajber, que viene haciendo lo propio pero con la filosofía; él le dijo que era un camino muy largo, que sea paciente.
¿Con qué objetivos te impusiste esa cruzada?
En parte ya estoy recogiendo algunos frutos, que tienen que ver con poder habilitar al otro a entender que se puede hacer poesía de distintos modos. Me pasó en el trabajo con los chicos: una lista, una carta, una receta, todo puede ser poético. Aquel laburo en el territorio me dio una cintura para poder tocar poéticamente a algunos de los pibes, y que transmitirles que sean conscientes de que tenían esa herramienta. En los talleres, por ejemplo, a partir de un poema de María Teresa Andruetto, una pibita contó todas las violencias de las que era víctima.
¿Cuándo arranca tu vocación por la poesía?
Empiezo a los seis años cuando aprendo a escribir.
Qué temprano, qué fortuna.
Sí, y hubo una experiencia fundante, en el preescolar, cuando me mandaron a aprender un poema de memoria, y al recitarlo la maestra me pintó una carita feliz en el dedo (antes de los emojis, en los 80, remarca, y se ríe). En mis diarios, tengo registro de haber anotado “hoy escribí dos poemas”. En ese tiempo también supe que quería ser periodista.
A pesar de aquel tempranísimo despertar, Florencia se auto habilitó a considerarse y llamarse poeta recién a sus treinta años. Eso fue hace once años. Su primer libro, Mudas, se publicó en 2013. Ese año también publicó su primera traducción, Los Beatles y Lacán, y también una co escritura sobre un libro de literatura y psicoanálisis. “Salí del closet literario”, apunta ahora entre risas.
Un verano atroz, tituló hace un tiempo Florencia en un posteo de su Instragram.
Luego de Mudas (Pánico el Pánico, 2013), llegaron Celo (Pánico el Pánico, 2014) y Resto (Modesto Rimba, 2016), y dicho por ella, en esta tríada de libros, Florencia debuta con una poética íntima, o personal. Volvería a publicar poesía en 2019, pero en el medio tradujo a la norteamericana afro descendiente June Jordan: Cosas que hago en la oscuridad (Bajo la luna poesía).
“Ese laburo me habilitó a un montón de cosas, como por ejemplo publicar mis dos libros más políticos, ambos en 2019: Filos. Poemas sobre violencias contra las mujeres (Pánico el Pánico), y Diario poético en tiempos macristas (Lamás Medula). A partir de allí, vuelve a meterse consigo misma, o dentro de sí misma, y escribe otra vez una poesía intimista.
“Lo que hay adentro es un montón”, decís en una entrevista con la Agencia Paco Urondo. Y también es un montón lo que llevas publicado, más otro tanto que tendrás en papeles, libretas, anotadores, material todavía inédito. ¿En algún momento uno sentirá que ya exteriorizó lo suficiente?
Lo que hay adentro es un montón, sí, pero con el tiempo creo que aprendí a dosificarlo. Aquella expresión la dije en un momento de mi vida en el que escribía sobre todo lo que me pasaba, día, noche, en los sueños. Hoy estoy más calma. De hecho, como dije, no estoy escribiendo para mí, sino para otros, o ayudando a escribir a otros. Eso también es un montón.
Hace dos años, Florencia hizo un seminario sobre el arte de lo performático, que desde hace un tiempo le permite, y la animó a, por ejemplo, armar un dúo con Damián Muñoz, donde él toca música y ella improvisa. “Hoy me da mucha más satisfacción improvisar un poema oral, y que suceda en ese momento, y listo, que otra forma de expresión”, señala.
Aparte encabezas una acción performática en el Museo Evita, ¿no?
Sí, se llama “Te hago un poema”, con el que gané una beca en el Fondo Nacional de las Artes, con el que me pude comprar la impresora térmica para que el participante se lleve en momento los versos.
Tus poemas en general son cortos. ¿A qué se debe?
No tengo claro a qué se debe esto, pero Gabriela Borrelli, cuando presentó Resto, dijo que mis poemas son como navajitas. No pasan inadvertidos, tocan, penetran. Mis poemas más políticos son un poco más largos, en parte también porque son poemas más orales, y los cortos, justamente, cuestan para la oralidad.
¿Qué significó para vos que en el 2021 Gerania te propusiera reunir tu obra en un libro?
Es un montón, les dije, pero acepté. Fue un honor. Y aparte fui criticada porque era una poeta de menos de cuarenta años que publicaba su poesía reunida, pero mis libros estaban agotados y me pareció bien la idea de tener un libro en el que estuviera todo mi trabajo.
¿Por qué el título Bosque de mí?
Porque era un momento de los feminismos en el que más que un cuarto propio, citando a Virginia Woolf, necesitábamos un bosque propio, de nosotras, y esto fue un tema de análisis durante varios meses porque no le encontraba el título al libro. El título lo encontré en un libro de Emmanuel Taub, en el que decía algo así como que los poetas podían incendiar un bosque. Si bien la idea del bosque para la literatura infantil es en general es un lugar tenebroso, yo lo tomo como un lugar luminoso, en el que están todos mis libros y todas las que soy.
En su adolescencia, Florencia tuvo de profesor de literatura a Javier Adúriz, quien una vez, luego de leer un poema de su alumna, le dijo: esto es una bomba, tenés que seguir. Él no daba talleres para sus alumnos, y ella tuvo que esperar hasta terminar la secundaria para sumarse a las clases, espacio que compartió con adultos como los padres de sus compañeros o la profesora de Biología. Ese fue el único taller que hizo en su vida, y duró un año y medio.
Portada y contratapa de Bosque de mí.
En tus poemas trabajas mucho con el cuerpo.
Escribo con mi cuerpo, sí. Escribía solo con la cabeza, pero por medio de mi psicoanálisis, tuve un proceso de construcción del cuerpo de mujer, con todo lo que eso implica. Mi poesía es tan corporal, que cuando tuve una tromboembolia pulmonar, no pude escribir durante un año y medio. Y fue ahí que apareció el bordado.
El cuerpo, los cuerpos, también aparecen mencionado en el libro que Florencia publicó sobre la lucha de los feminismos, en los que habla del cuerpo territorio, o el territorio como un cuerpo; se trata la misma construcción que realiza en el Diario poético en tiempos macristas. También hay referencias al cuerpo en el poemario ELA, todavía inédito, e inspirado en la enfermedad que se cobró la vida de su padre.
“En Las citas, mi libro feliz, cuando todavía era posible vincularse con el sexo opuesto, y en el que están mis citas amorosas, ahí también está presente mi cuerpo”, agrega.
¿Cómo trabajás los corte de versos?
Es difícil la pregunta, no lo tengo del todo claro, porque me sale naturalmente, pero creo que tiene que ver con generar equívocos, jugar con eso. También con el sentido estético, el uso de los silencios. Como escribo corto, soy muy consciente de que mis silencios ocupan mucho espacio en la página del libro. Pero lo que más me interesa es jugar con el equívoco, el significado de las palabras.
En la actualidad, Flor no está coordinando talleres privados en su casa, ni presencial ni virtual, sino que prefiere hacerlo –otra vez: poner el cuerpo- fuera del hogar, junto a otros, grandes o chicos, en espacios como el Museo Evita o el Museo de la Ciencia. Sí ofrece realizar clínicas de obra de poesía, y también narrativa.
¿Qué estás leyendo?
Estoy releyendo autoras, porque le estoy dando una clínica a una mujer que quiere leer poesía en público. Vengo leyendo autoras uruguayas, por un lado, y los diarios de Pizarnik, por el otro, y también lo que yo llamo las transescrituras, que me gustan mucho, poesía de mujeres trans y travestis. También estoy muy fan de Beatriz Bignoli, de quien tengo la poesía reunida, y tiene unos poemas muy buenos sobre el 2001, y me parece muy interesante la relectura de ese material.
El libro Filos de Florencia, cien por ciento político, y referido a la lucha de los feminismos en contra de la violencia por razones de género, el aborto legal, un sistema machista y patriarcal que las puso toda la vida en inferioridad de condiciones, fue reconocido por su interés general en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires y la Cámara de Diputados del Congreso de la Nación Argentina.
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Hace un año, para una sección de poesía Kranear, Florencia nos enviaba este poema.
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En 2020, a Florencia la entrevistamos acá.