/ Fotomontaje: @RamiroAbrevaya
La nueva normalidad definió otros modos para los roces y los encuentros, y eso significa una reflexión sobre los lazos, las maneras y los soportes mediante los cuales producimos condiciones para aparecer ante los otros. En un año la diseminación global de un virus de contagio masivo produjo que debamos adaptarnos a otras formas de vincularnos, de frecuentar los espacios públicos y de comunicarnos. Los lenguajes también conocieron alteraciones entre esos pasajes, otras palabras para nombrar lo que hasta hace muy poco resultaba desconocido, nuevos modos de expresar mensajes: la nueva normalidad es también la puesta en crisis de los códigos fundamentales que organizan las reglas de interacción comunicativa, y afrontar esto determina a componer otra verbalización de sensaciones.
La nueva normalidad es, entonces, una redisposición de los cuerpos, de los modos de habitarlos y de sentirlos y juntarlos; una manera diferente de descubrir sus rincones precarios, lo inhabitable de un cuerpo que ahora debe reconocer una modalidad distinta para promover un lazo.
Esto indica que la nueva normalidad es una forma específica para reflexionar acerca del porvenir, porque lo por venir siempre está presente con sus rasgos de incertidumbre, y lo que se ha generado durante este tiempo es una manera especial para mirar y mirarnos en la incertidumbre.
Las incertidumbres son una manera de perforar los riesgos, es decir, no de escapar de ellos en procura de alcanzar certezas que casi siempre son inexactas. Los riesgos son también una forma de reconocer que lo que viene casi nunca se ajusta al orden de lo esperado. La nueva normalidad ha sido el punto de vista que señala que lo que viene no es lo justo, y sencillamente porque no encaja y porque muchos parecen quedar por fuera de lo por venir, y en eso siempre reside una primera injusticia.
La particularidad del proyecto político gobernante es que procuró deliberar ante lo incierto mediante una diversidad de medidas que fueron corrigiéndose mientras las condiciones de información se clarificaban. Se puede cuestionar la cantidad de infectados y muertes por coronavirus en Argentina, que ciertamente ha sido alta, pero también es verdad que en términos de gestión política de una pandemia inusual, se contuvo un sistema sanitario y se hizo posible planificar alguna idea de lo porvenir. De hecho, que antes de la conclusión de un año atípico como el presente se decida en el Congreso de la Nación Argentina una ley de tanta importancia y resonancia pública como la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), es un reflejo de que las cuestiones inmediatas y que restringieron las áreas de intervención práctica del gobierno durante el año, se han mantenido sobre control.
Esto muestra que se ha podido construir una determinada capacidad de mirar lo por venir. En adelante viene un porvenir seguramente largo y donde las incertidumbres no están controladas, pero si se cuenta con la posibilidad de un punto de vista preciso esa falta de certezas se complementará con la capacidad de evaluar las distintas perspectivas abiertas.
La nueva normalidad es peculiarmente sociológica, por lo que su análisis necesariamente involucra un panorama propio de las ciencias sociales y principalmente acerca de los desempeños habituales de las personas. Es necesario proponer una reflexión que no atribuya a los ciudadanos características negacionistas, como si estos fueran responsables ideales de sus acciones. La responsabilidad interpela al sujeto únicamente como demanda, y por eso el sujeto siempre tiende a quitarse las responsabilidades de encima, y esto no se reduce al negacionismo, sino que expone las condiciones de crisis de lo social, es decir, de la destitución del lazo y de las solidaridades que comprenden un ordenamiento conjunto que exime de ser los únicos responsables a los sujetos.
Cualquier individuo asume su acto de acuerdo a la incertidumbre de su efecto, porque cuando todo se calcula no hay acto sino reacción u obligación. Algo propio del porvenir será reflexionar acerca del punto de vista propio del sujeto de la nueva normalidad, es decir, la creencia de que no le va a pasar nada porque nada le pasó antes o porque las cosas simplemente ocurren invariablemente y por fuera de cualquier intervención. Se trata de una posición de los individuos frente a circunstancias que se repiten cotidianamente y que no se explican por el negacionismo, sino, manifiestamente, por la capacidad de actuar.
La nueva normalidad debe invitarnos a explicar por qué la ampliación de las capacidades de actuar en el tiempo presente, sea esto por la proliferación de redes sociales que posibilitan contactos rápidos y eficaces, o se deba a otras cuestiones como la mayor diversidad de alternativas para la realización de distintas acciones, u otros motivos, conducen a la promoción de vidas más precarias y ofrecidas a los peligros.
Si la vida no puede significarse por certezas que no tiene, de todos modos, debe permitirnos posibilidades de comprensión sobre su arrojo a lo incierto como modalidad de habitar el mundo.
Lo porvenir debe posibilitarnos pensar a un individuo que desde sus fragilidades y formulaciones precarias ante lo inhabitual, sin embargo, valore corresponderse con una posición común ante los vínculos sociales. Esto no se relaciona con el negacionismo que se supone en el individualismo contemporáneo, sino con la reposición de una certidumbre acerca del lazo.
La pregunta por el porvenir funda la interrogante sobre quién viene en lo inesperado de su inminencia. Es una interrogación plena sobre lo común, sobre el lugar de aparición de algo que no estaba en los planes. Si la pandemia por coronavirus supuso la inminencia y las acciones de acuerdo a lo inmediato de la experiencia, en lo que viene esta pregunta acerca del lazo, del habitar común debe posibilitar una planificación que no devuelva el orden de una normalidad anterior, y más lógicamente se proponga reflexionar críticamente sobre lo normal que no deja de venir.
La nueva normalidad definió otros modos para los roces y los encuentros, y eso significa una reflexión sobre los lazos, las maneras y los soportes mediante los cuales producimos condiciones para aparecer ante los otros. En un año la diseminación global de un virus de contagio masivo produjo que debamos adaptarnos a otras formas de vincularnos, de frecuentar los espacios públicos y de comunicarnos. Los lenguajes también conocieron alteraciones entre esos pasajes, otras palabras para nombrar lo que hasta hace muy poco resultaba desconocido, nuevos modos de expresar mensajes: la nueva normalidad es también la puesta en crisis de los códigos fundamentales que organizan las reglas de interacción comunicativa, y afrontar esto determina a componer otra verbalización de sensaciones.
La nueva normalidad es, entonces, una redisposición de los cuerpos, de los modos de habitarlos y de sentirlos y juntarlos; una manera diferente de descubrir sus rincones precarios, lo inhabitable de un cuerpo que ahora debe reconocer una modalidad distinta para promover un lazo.
Esto indica que la nueva normalidad es una forma específica para reflexionar acerca del porvenir, porque lo por venir siempre está presente con sus rasgos de incertidumbre, y lo que se ha generado durante este tiempo es una manera especial para mirar y mirarnos en la incertidumbre.
Las incertidumbres son una manera de perforar los riesgos, es decir, no de escapar de ellos en procura de alcanzar certezas que casi siempre son inexactas. Los riesgos son también una forma de reconocer que lo que viene casi nunca se ajusta al orden de lo esperado. La nueva normalidad ha sido el punto de vista que señala que lo que viene no es lo justo, y sencillamente porque no encaja y porque muchos parecen quedar por fuera de lo por venir, y en eso siempre reside una primera injusticia.
La particularidad del proyecto político gobernante es que procuró deliberar ante lo incierto mediante una diversidad de medidas que fueron corrigiéndose mientras las condiciones de información se clarificaban. Se puede cuestionar la cantidad de infectados y muertes por coronavirus en Argentina, que ciertamente ha sido alta, pero también es verdad que en términos de gestión política de una pandemia inusual, se contuvo un sistema sanitario y se hizo posible planificar alguna idea de lo porvenir. De hecho, que antes de la conclusión de un año atípico como el presente se decida en el Congreso de la Nación Argentina una ley de tanta importancia y resonancia pública como la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE), es un reflejo de que las cuestiones inmediatas y que restringieron las áreas de intervención práctica del gobierno durante el año, se han mantenido sobre control.
Esto muestra que se ha podido construir una determinada capacidad de mirar lo por venir. En adelante viene un porvenir seguramente largo y donde las incertidumbres no están controladas, pero si se cuenta con la posibilidad de un punto de vista preciso esa falta de certezas se complementará con la capacidad de evaluar las distintas perspectivas abiertas.
La nueva normalidad es peculiarmente sociológica, por lo que su análisis necesariamente involucra un panorama propio de las ciencias sociales y principalmente acerca de los desempeños habituales de las personas. Es necesario proponer una reflexión que no atribuya a los ciudadanos características negacionistas, como si estos fueran responsables ideales de sus acciones. La responsabilidad interpela al sujeto únicamente como demanda, y por eso el sujeto siempre tiende a quitarse las responsabilidades de encima, y esto no se reduce al negacionismo, sino que expone las condiciones de crisis de lo social, es decir, de la destitución del lazo y de las solidaridades que comprenden un ordenamiento conjunto que exime de ser los únicos responsables a los sujetos.
Cualquier individuo asume su acto de acuerdo a la incertidumbre de su efecto, porque cuando todo se calcula no hay acto sino reacción u obligación. Algo propio del porvenir será reflexionar acerca del punto de vista propio del sujeto de la nueva normalidad, es decir, la creencia de que no le va a pasar nada porque nada le pasó antes o porque las cosas simplemente ocurren invariablemente y por fuera de cualquier intervención. Se trata de una posición de los individuos frente a circunstancias que se repiten cotidianamente y que no se explican por el negacionismo, sino, manifiestamente, por la capacidad de actuar.
La nueva normalidad debe invitarnos a explicar por qué la ampliación de las capacidades de actuar en el tiempo presente, sea esto por la proliferación de redes sociales que posibilitan contactos rápidos y eficaces, o se deba a otras cuestiones como la mayor diversidad de alternativas para la realización de distintas acciones, u otros motivos, conducen a la promoción de vidas más precarias y ofrecidas a los peligros.
Si la vida no puede significarse por certezas que no tiene, de todos modos, debe permitirnos posibilidades de comprensión sobre su arrojo a lo incierto como modalidad de habitar el mundo.
Lo porvenir debe posibilitarnos pensar a un individuo que desde sus fragilidades y formulaciones precarias ante lo inhabitual, sin embargo, valore corresponderse con una posición común ante los vínculos sociales. Esto no se relaciona con el negacionismo que se supone en el individualismo contemporáneo, sino con la reposición de una certidumbre acerca del lazo.
La pregunta por el porvenir funda la interrogante sobre quién viene en lo inesperado de su inminencia. Es una interrogación plena sobre lo común, sobre el lugar de aparición de algo que no estaba en los planes. Si la pandemia por coronavirus supuso la inminencia y las acciones de acuerdo a lo inmediato de la experiencia, en lo que viene esta pregunta acerca del lazo, del habitar común debe posibilitar una planificación que no devuelva el orden de una normalidad anterior, y más lógicamente se proponga reflexionar críticamente sobre lo normal que no deja de venir.