Durante la noche del sábado 1 de abril, en el estadio de Vélez Sarsfield, se llevó a cabo el primero de dos recitales que continúan con la celebración de las tres décadas de "El Amor Después del Amor", cita que contó con transmisión en simultáneo a través de la plataforma Star+.

Finalmente, había llegado el gran día; uno que se hizo esperar. Cobró forma de ansiosa cuenta regresiva, desde el último diciembre, en dónde, cómo regalo de fin de año, Fito Páez anunció la gran noticia. A esas alturas, un secreto a voces: cada fan rogaba por el retorno al exacto lugar en donde el inquebrantable romance surgió. Treinta años atrás, en este mismo estadio. El boom de “El Amor Después del Amor” seguía quebrando récords y las entradas para el show se agotaron casi de inmediato.

La cronología de “El Amor Después del Amor” merece un párrafo aparte. El disco se convirtió en el más vendido de la historia de la música popular argentina, y no hay nada que no se haya dicho o escrito acerca de su fenomenal suceso. Una porción fundamental de la creación del disco es recapitulada por el propio compositor en su primer volumen de memorias (“Infancia & Juventud”, editado hacia fines de 2022). Parte de la mística que lleva insigne nos retrotrae al mismo campo de juego que nos reunió el pasado sábado. Era abril de 1993 y el álbum se había publicado en junio de 1992. Muchos de nosotros miramos en el espejo retrovisor y con nostalgia, nuestra niñez, adolescencia y juventud. Tiempos de cassettes y de CDs. De encendedores y trapos al viento. Cómo un túnel en el tiempo, el ritual se reeditaría en la otoñal noche porteña, poniendo de manifiesto la vigencia de un artista que sigue llenando estadios y rubricando su masiva popularidad.

“El Amor Después del Amor” es excelencia musical y demostración cabal del sentido de lucidez intelectual de un músico que supo decodificar a la Argentina de su tiempo, en igual manera que revelarnos la esencia de su mundo privado en vital transformación. Dando el golpe de timón necesario para llevar su carrera hacia horizontes superadores, aquel muchacho de treinta años recién cumplidos alcanzaba la consagración absoluta.

Tres décadas después, las cosas no cambiaron tanto: hoy es el máximo referente de nuestro rock. Allí está Fito y su legendaria trayectoria; liberando ciudades, escribiendo canciones para aliens, conquistando espacios siderales y registrando nuevos capítulos para sus testimoniales años salvajes. Haciendo gala de una madurez y una vigencia que son virtudes para un presente intachable que lo entrona como chamán insoslayable de la tribu que ayudó a forjar. Y sabemos que Fito toma con determinante responsabilidad tamaño desafío.

Pasadas la 21.30 hs., en el recinto ubicado sobre Avenida Juan B. Justo al 9200, otro hito clave en la ilustre carrera del rosarino daba comienzo. A días de haber estrenado sus flamantes sesenta años de vida (nació el 13 de marzo del ’63, con Kennedy a la cabeza) allí está él, festejando su gloria musical. Las luces del estadio se apagan y canta las primeras estrofas de “El Amor Después del Amor”. En el extremo derecho del escenario, la luz del seguidor ilumina su silueta, impecablemente ataviado con traje color púrpura. La canción es himno del corazón y es en la ausencia del dolor donde vibramos: vinimos a encontrarnos con esto, ya no podemos vivir sin tu amor. Nada que no sepamos antes, y porque treinta años se pasaron volando. Fito recuerda aquel ’93, y piensa: yo te conozco de antes. Pero mira hacia adelante, porque el futuro es libertad.

Dos días en la vida nunca vienen nada mal, y la noche recién comienza; el fin de semana promete jugar fuerte. Calentando motores, es el turno de una bella versión de “La Verónica”, con Nathy Peluso como invitada, y con una coda instrumental con Fito y sus manos al piano haciendo las delicias. Un segmento potente del inicial tramo del setlist nos lleva de paseo por la rabiosa “Naturaleza Sangre” (canción que da título al disco que este año está cumpliendo veinte años). Acto seguido, el cantante, rodeado por tres teclados, desempolva otro lado B exquisito, para agasajarnos con una conmovedora versión de “Te Aliviará” (editada en “El Mundo Cabe en una Canción”). Una canción hermosa, ‘pero no tanto como ella’, dice el anfitrión, pícaro. Nos aliviará la pena, sí, con estas cinco palabras entonadas por la bella voz de terciopelo de Fabi Cantilo a quien Fito contempla radiante…porque hay amores destinados a perdurar por siempre.

Con pasarelas a ambos lados del gigantesco escenario, la producción de DG Entertainment ofrece un espectáculo de nivel internacional. Grandiosa escenografía, sumada a iluminación y sonido eximios garantizan la calidad del evento.

En Vélez se reúnen varias generaciones para quienes la música de Páez cobra la dimensión de banda sonora de toda una vida. Promediando el show, el recorrido por la abultada historia de quien lleva editados veintisiete discos de estudio nos sorprende con el segmento más funky y bailable de la noche, a modo de potpurrí y enteramente dedicado a “Ey!” y “Tercer Mundo” (en donde intercala fragmentos de “Solo los Chicos”, “Gente Sin Swing”, “Nada tan Preciado”, “Yo Te Amé en Nicaragua” y“Tercer Mundo”). El set augura sorpresas y allí está el maestro Rodolfo, reversionado su repertorio con un gran sentido de ambición.

Quebradizo como un perfecto cristal, a veces toca deslizarse por el filo, mientras el concierto da paso a una arrolladora versión de “Tráfico por Katmandú”. El mensaje es claro y llega sin interferencias: cantá, cantar hace bien. Como abrir el pecho, y sacar el alma, porque el amor da cuchilladas a veces, pero hoy cobra forma de llave. Las emociones se acumulan y hay momentos en donde el silencio es un bien preciado. Allí, con el estadio enmudecido, Fito canta a capela “Yo Vengo a Ofrecer mi Corazón” y la emoción lo embarga. No es para menos; lo amamos aún más y se nos eriza la piel. Fabi y Ceci, omnipresentes en el disco dicen presente. Hay veces en donde la indecisión es fuente inspiradora a la hora de crear. En su momento, él no supo si era Baires o Madrid, un amor o una actriz, un ángel o un rubí. ¿A quién no le pasó lo mismo? Toda canción cuenta la vida de cada uno y resulta imposible desligar a “Tumbas de la Gloria” y “Un Vestido y un Amor” de sus musas.

Llevamos sus marcas indelebles y tan hondo calaron sus melodías, que Fito sigue escribiendo su leyenda, firmando a pie de página la música de los sueños de su juventud. Sagrada armonía del corazón, hay algo especial, casi sobrenatural, que nos congrega en Vélez. El mismo recinto en dónde Charly (a su honor, no faltó a la cita el saludo) concretó su mentado regreso bajo la lluvia en 2009. O donde Luis Alberto (siempre presente en la evocadora “Pétalo de Sal”) conmemorara cuarenta años de trayectoria junto a sus Bandas Eternas. La vigencia en el tiempo colocó a Páez en la misma senda. Los dioses del Olimpo saben lo que hacen y la noche sigue su curso. Los relojes se detienen, el ángel de la soledad está allí para protegernos. Nada puede salir mal y, como enésima ofrenda, la banda arremete con el estreno en vivo de la épica y autorreferencial “Los Años Salvajes”, dedicada a su inseparable Ale Avalis.

Fito, aquel que nos enseñó a confiar, una y otra vez, está allí para refrendar cada una de sus palabras con la frente bien en alto. El menú se reservaba lo mejor: la exquisita “Confiá” suena en vivo después de muchísimos años y lo hace de maravillas.

La misión es fundamental: en un mundo que arde, la banda entera sobre el escenario transmite amor hecho música; es el leitmotiv que prima durante toda la velada. La caricia es al alma, es tiempo de gozar y el frontman es todo actitud. La pasión, de multitudes: al entregarse al sentir en comunión con el artista que extiende un puente hacia su gente, en la misma vibración y en sintonía absoluta, la magia se produce. No ocurre siempre en igual medida debajo del escenario, pero cuando lo hace, es algo maravilloso de contemplar y apreciar. Se trata de dejarse emocionar, en una era en donde reina la impersonalidad y los artefactos para la hiperconectividad. Imposible distanciarse de lo que sucede en un escenario super caliente, aunque no falten meros observadores. Fito lo advierte y pregunta: ¿Buenos Aires, están ahí? ¿Tienen frío? Instándolos a moverse y cantar. La parte imprescindible para completar el acto de esencial alquimia que no todos están dispuestos a atravesar.

El álbum “La Conquista del Espacio” (2020) también tendrá su tramo especial en el itinerario elegido. Fito arremete con “Nadie es de Nadie” (acompañada de un breve homenaje de “No Bombardeen Buenos Aires”, de García) y “Ey, You”, con la participación de Hernán Coronel, cantante de Mala Fama.

Treinta años después, el joven prodigio se ha vuelto padre y es momento de homenajear a su hija con la tierna “Margarita”. La máquina de hacer hits alcanza su punto cumbre: llega el circo más sexy, más alto, más tonto del mundo. Es hora de “Circo Beat”, cantado a dúo junto con Alejo Llanes. Los fuegos artificiales iluminan otra postal en Villa Luro, pero el auténtico incendio aún está por desatarse: un majestuoso y heroico solo de guitarra (¿recuerdan cuando se aplaudían?) de Juani Agüero convierte a “Ciudad de Pobres Corazones” en el momento apoteósico de la noche. Esta vez no sonará el disco íntegro como en los Movistar (extrañamente, faltaron “Creo”, “El Muro de los Lamentos”, “La Balada de Donna Helena” y “Sasha, Sissi y El Circulo de Baba”), pero aún quedan perlas de EADDA para disfrutar: “Brillante Sobre el Mic” se convierte en uno de los temas más coreado, mientras los celulares iluminan las plateas del Amalfitani.

Modelando su máxima obra, Fito hace que Buenos Aires, literalmente, vuele por los aires. Llegó el momento de rodar, mi vida, es hora del agite y el bendito ritual. Acompaña otro faro de nuestro rock: David Lebón. Aunque se olvide de presentar a la banda, ¡vaya desliz!, el maestro de ceremonias no está solo sobre el escenario. Lo acompañan los habituales baluartes Diego Olivero, en bajo, Juani Agüero y Carlos Vandera en guitarras, Juan Absatz en teclados, Gastón Baremberg en batería, Mariela Vitale en coros y una distinguida sección de músicos en vientos y metales que otorga riqueza a una propuesta a la altura de lo esperado.

Inaugurando los bises, sorprende con una remozada versión de “Cable a Tierra”, tocada sobre un background instrumental de “Boys Don’t Cry”, de The Cure. Papelitos multicolores llueven en el campo y “Mariposa Tecnicolor” desata la fiesta. Es tanta la alegría que da a nuestro corazón que pedimos respiro; late fuerte la emoción queriendo salirse del pecho.

Promedian las dos horas y medias de show cuando el cantante ofrece su mejor versión y nos pide que acompañemos la siguiente estrofa. “Y Dale Alegría…” se corea desde el campo hasta lo alto de las tribunas. Lo repetimos como un mantra, porque afuera ya sacamos todo el dolor.

Con este par de magníficos recitales en Vélez (el domingo 2/4 se realizaría el segundo), Fito da comienzo a una segunda parte de la exitosa gira que comenzara el pasado año, agotando ocho Movistar Arena. El futuro luce promisorio con el anuncio de la serie a estrenar en Netflix el próximo 26 de abril (tal como se vio en las pantallas gigantes, durante la previa) y la publicación de la regrabación del disco original ya masterizado (a poco de anunciar su lanzamiento). Mientras tanto, la agenda del tour crece semana a semana, de cara a una serie de presentaciones que lo llevarán por varias ciudades y provincias de nuestro país, para luego hacer escala en New York, Orlando, Miami, Madrid, Barcelona, Venezuela, Montevideo y Santiago de Chile.

En permanente estado de gracia, este bendito rosarino continúa poniendo letra y melodía a nuestras vidas. No es poco para los tiempos que corren, porque, como dijo el rey David, la música es el perfume del alma. Agradecemos tu plenitud y divinidad, porque tu amor, Fito, nos salva.