Qué festejan, le preguntó Novaresio al Negro Dolina, en línea con la narrativa del PRO y en relación al acto del 25 de Mayo que Cristina organizó por los veinte años de la asunción de Néstor Kirchner, en 2003. Festejamos que estamos juntos, lo demolió el pensador.
Impulsado por la preciosa intervención de Dolina, agrego algunas otras razones que justifican nuestra alegría:
Festejamos los veinte años del inicio de una etapa política que nos cambió la vida, para siempre. Veníamos de tirarle piedras al Estado, de tratarlo y sentirlo como un enemigo, porque la represión era la única cara que mostraban ante el desempleo, el hambre y la impunidad. Ahora lo defendemos como si fuese nuestra casa, nuestras escuela o unidad básica. Defendemos su rol protector e igualador de oportunidades. Descreíamos por completo de la política, porque en los 90, para la mayoría, esa actividad podía significar un puente para enriquecerse, o ganar la tapa de una revista de moda, y pasamos a defender a un gobierno con la misma pasión que alentábamos de pibes, en la tribuna, a nuestro club. Éramos escépticos en relación al país, sus instituciones, próceres e historia, y ahora nos emocionamos cuando suena el himno porque hicimos nuestro el concepto de Patria, hasta entonces monopolizado por el gélido universo castrense. Cantábamos Que se vayan todos, y ahora entonamos con el corazón en la mano el cancionero kirchnerista.
También festejamos porque el 25 de Mayo de 2003 comenzó a cambiar la historia del país, para bien, porque la Argentina dejó atrás la crisis del 2001 para meterse en un proceso incesante de crecimiento, cuya coronación fue la puesta en órbita de dos satélites de industria nacional. La movilidad social ascendente se tradujo en centros turísticos explotados de compatriotas, ventas récord de autos y motos, acceso a casas propias o la construcción de una pieza nueva en el fondo del terreno, más mejor empleo, computadoras en los colegios, recuperación de empresas públicas estratégicas, un combo extraordinario que derivó en una mejora del ánimo colectivo que se vio reflejado en el 54 por ciento de los votos que sacó Cristina en primera vuelta, en 2011.
Festejamos, señores, porque nuestros padres, los de la generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias, como dijo Néstor en el Congreso hace veinte años, renacieron con las conquistas de los gobiernos kirchneristas. Volvieron a vivir, en términos políticos, pero también humanos -ya que para nosotros la política tiene que ver con la mejora de las condiciones de vida propia y también del resto-, luego de la espantosa derrota de los 70, y pudieron sumarse a una nueva lucha, de la mano del gobierno popular, y saborear muchas de las conquistas por las que habían militado treinta o cuarenta años atrás.
Cómo no vamos a festejar que nosotros, los hijos de la generación diezmada, nos hayamos sumado a la política, para acompañar las transformaciones de un gobierno que primero abrazó a las Madres de Plaza de Mayo, bajó los cuadros de Videla del Colegio Militar, y terminó con la impunidad de los genocidas, y que luego o en paralelo, comenzó a construir ese país con justicia social por el que lucharon nuestros padres. Cómo no vamos a festejar que Néstor y Cristina, parte de la generación de los 70, haya ingresado a la Casa Rosada, por el voto popular, y sin dejar las convicciones del otro lado de las rejas.
Solo resentido se le puede ocurrir que uno, todos nosotros, no festejemos todas estas victorias.
Ahí entre las banderas y redoblantes de nuestros festejos, también están los que lucharon hace setenta años por la vuelta de Perón, proscripto, prohibido, difamado por los sectores poderosos que se retorcían de odio por haber perdido parte de sus privilegios. Los héroes de la Resistencia Peronista también flamean en nuestras banderas. Lo mismo vale para las víctimas de los bombardeos a Plaza de Mayo, un acto terrorista invisibilizado por la historia oficial, hasta que llegaron Néstor y Cristina.
Cómo no vamos a festejar el ascenso social de millones de trabajadores que a partir de 2005, 2006, pudieron mejorar sus condiciones de vida, al igual que los jubilados, maltratados desde siempre, los estudiantes, los científicos y los comerciantes, gracias al crecimiento notable del consumo. ¿Quién no se alegra, quién no se emociona, con semejante triunfo colectivo?
Solo alguien que tiene el corazón ortiva, como dicen los pibes. O un miserable, que no tolera que la alegría de las mayorías llegue gracias a la determinación política de un o una militante peronista.
Festejamos porque nuestros encuentros son a puro color, canto y alegría. Nos hace muy bien abrazarnos, chocar las manos, darnos besos, saludarnos a la distancia con el brazo extendido y los dedos en V, comprarle una bondiola al compañero que se gana el mango con una parrilla ambulante, o a los emprendedores que diseñan remeras, pines o gorritos piluso con la iconografía de nuestro tiempo; nos encanta cantar, saltar, escuchar los discursos de Cristina, llevarnos letra y emociones colectivas a casa, para luego discutirlas en la universidad, el lugar de trabajo, la unidad básica.
¿Como no vamos a celebrar que hace seis años, veinticinco mil militantes de la organización política más importante de la Argentina, metemos una caminata de trece kilómetros para unir dos puntos emblemáticos de la Ciudad: el mayor centro de exterminio de la maquinaria genocida argentina, y la Plaza de las Madres?
Festejamos que somos millones, que la calle sigue siendo nuestro lugar de pertenencia e identidad. Celebramos que tenemos unidades básicas diseminadas por todo el país, en las que cientos, miles de militantes de todas las edades, tratan de organizar a sus comunidades, con peñas, talleres, cine al aire libre, roperitos, ollas populares y también debate político, para que todos los días seamos un poco más los que entendemos que la salida es colectiva, y que la conciencia popular o capacidad crítica para leer la realidad vale un diamante a la hora de enfrentar a los poderes fácticos, de mínima, en las urnas.
¿Entienden, señores, que desde hace ya unos cuantos años, en nuestras casas, en la de nuestros padres, abuelos, primos, amigos y compañeros, se habla de política, se discute el país que queremos, con la misma pasión con la que miramos un partido de futbol, incluso de la Selección campeona del mundo, porque nos desvela la lucha por un país justo, con oportunidades para todos y menos privilegios para los macri de la vida?
¿Saben ustedes que muchos de nosotros conocimos a nuestras compañeras y compañeros de vida en la militancia, y que de esos encuentros nacieron hijes que ayer estuvieron en la plaza, bajo la lluvia, para escuchar a Cristina, homenajear a Néstor y apostar al futuro?
¿Cómo no vas a festejar que tenemos futuro, aunque las papas quemen, como ahora?
Festejamos que lo tuvimos a Néstor, el que inició esta patriada, el sueño del que nos habló hace veinte años. ¿Quién no se enloqueció primero de asombro y luego de emoción, cuando empezó a tener gestos y actitudes de un héroe? No estábamos acostumbrados a que un presidente fuese en contra de los poderoso, que rompiese protocolos, que organizase a la juventud para garantizarle continuidad al proyecto político. Hoy flamea en nuestras banderas y está enquistado en nuestra práctica política cotidiana. La pared central del living de nuestra casa, está decorada con un cuadro suyo.
Festejamos porque contamos con la Presidenta Coraje.
¿Cómo no vamos a estar felices, profetas del odio, si es la Maradona y Messi juntos de la política, si tiene los ovarios para enfrentarlos a todos ustedes ella solita, si nunca traicionó una sola promesa, un solo anuncio, ni una coma de un programa electoral o de gobierno, si un milagro le salvó la vida y nos salvó también a millones, cuando la bala que ustedes pergeñaron no salió de la recámara del sicario que ustedes fabricaron? Contar con ella es un privilegio que amerita una celebración permanente, teniendo en cuenta además que fue dos veces presidenta, y la primera mujer en acceder a semejante galería patria.
Vuestra furia es nuestra mejor algarabía, porque ella es hoy la conductora del peronismo indisciplinado, sucio y negro tanto detestan, un poco por las formas, pero en especial, con el fondo, que tiene que ver con la disputa por la distribución de la riqueza, como hiciese el General Perón hace setenta años. Les duele, no lo soportan: una mujer los enfrenta, les moja la oreja, y aparte, llena plazas, estadios, los alrededores de los tribunales federales, porque cuenta con un amor que solo un puñadito de seleccionados pueden ostentar: el del pueblo, que somos nosotros, los que ingresamos a la plaza a pura batucada, con estandartes, paraguas, flameadoras, metiendo una fiesta que contagia, enamora, porque hace veinte años comenzó a edificarse una esperanza que fue victoria y ahora, a pesar de la crisis y distintas dificultades, sabemos que estamos, que somos y que atrás nuestro vienen otros.
Festejamos porque estamos vivos, Novaresios.
Festejamos que no solo no nos han vencido, sino que fue al revés: Néstor y Cristina, a puro coraje, cambiaron la historia y parieron una generación política que camina hacia delante, sin cesar, y no les tiene miedo, y trascartón, ahora Cristina nos pasó la posta.