Por Florencia Sichel, filósofa y docente (*). Crédito imagen portada: www.yorokobu.es
¿En qué momento aprendimos una sola forma de relacionarnos con lxs otrxs?
La pregunta apareció mientras tomaba té y leía El desafío poliamoroso, de Brigitte Vasallo. Lo empecé como quien se mete a leer un libro ajeno, con cierta desconfianza. Un libro de una temática que, a priori, no me pertenece.
Estoy en pareja hace más de una década, soy madre de una hija de un año y medio y, mal que me pese, sigo perteneciendo al grupo de quienes sostenemos la exclusividad de la monogamia.
Pero Vasallo piensa las relaciones desde otro ángulo. El problema de las relaciones monogámicas no es la exclusividad. El problema va mucho más allá de si estamos o no con una persona. Tiene que ver con un sistema de pensamiento que cala en cada una de nuestras relaciones, que nos organiza, jerarquiza y confronta.
Y entonces me acordé que no soy sólo monógama con mi pareja. También soy monógama con mi hija, o con mis amigas. Tengo a mi hija que me gusta que me quiera más a mí que a nadie y tengo mi grupo de amigas a quienes les confieso las cosas que más me importan.
¿Y me ocupo de la misma forma del resto? No, no son mi prioridad. No tengo tiempo.
¿Por qué no tenemos tiempo para las otras personas? ¿Por qué ordenamos nuestros vínculos en función de las prioridades? ¿Por qué todo lo que hacemos lo jerarquizamos? ¿Podemos vincularnos por fuera de estas lógicas?
El problema de las relaciones (y de la monogamia) no es sólo un tema de con quién o cuántos nos relacionamos sino cómo lo hacemos. El problema es que nos relacionamos con las personas a partir de establecer una jerarquía.
Las jerarquías, lo que suponen, es que hay personas más valiosas que otras. Se inmiscuyen así en nuestros vínculos, y en nuestra forma de relacionarnos, la competencia y el individualismo.
Esta ideología se difumina a la vez en todos los aspectos de la vida cotidiana. Construimos de forma piramidal, competimos por ver quién llega primero ¿a dónde? ¿No es esto también la idea de meritocracia que defiende esta sociedad individualista?
Esta idea de que, al fin y al cabo, cada cual tiene la vida que merece. Y por eso, el otro siempre se vuelve amenazante. “Todo el mundo es, por defecto, un adversario”.
Tu compañero de trabajo pasa a ser un adversario. La mamá de tu pareja es un adversario. La compañera de trabajo que no te saludó pasa a ser una adversaria. Tu vecinx pasa a ser un adversarix. De esta forma, nos vinculamos con lxs otrxs de forma amenazante. Todo el mundo es alguien “con quien medirse y de quién defenderse. Sus méritos van en detrimento de los míos; sus éxitos constituyen mis fracasos; su placer mi desgracia”.
Hay que desaprender para volver a aprender. Mi experiencia como madre primeriza me enseñó, a la fuerza, que necesito a lxs otrxs y que no soy menos independiente por reconocerlo. Cambiemos entonces esos contratos de exclusividad para crear redes afectivas, propone Vasallo.
Qué difícil es encontrar otros modos de vincularnos. Qué utópico resulta escribir estas palabras, en pandemia, sin poder tocarnos, besarnos y abrazarnos. Igual lo hago, porque no nos salvamos solos.
Quiero habitar un mundo en el que ser independiente sea logrando cosas con nosotrxs mismxs, pero sobre todo con otrxs. Quiero saberme frágil, vulnerable. Quiero relaciones que involucren la tribu y el sostén.
¿Será esto posible? Quizás sólo lo sabremos en algunos años.
--
* Florencia edita el Boletín (o Newsletter) Harta(s), donde escribe sus "mundos preferidos: filosofía y maternidad", según sus propias palabras. Se puede acceder al material, muy bien producido, de amplia difusión, a través de su cuenta de Instagram
¿En qué momento aprendimos una sola forma de relacionarnos con lxs otrxs?
La pregunta apareció mientras tomaba té y leía El desafío poliamoroso, de Brigitte Vasallo. Lo empecé como quien se mete a leer un libro ajeno, con cierta desconfianza. Un libro de una temática que, a priori, no me pertenece.
Estoy en pareja hace más de una década, soy madre de una hija de un año y medio y, mal que me pese, sigo perteneciendo al grupo de quienes sostenemos la exclusividad de la monogamia.
Pero Vasallo piensa las relaciones desde otro ángulo. El problema de las relaciones monogámicas no es la exclusividad. El problema va mucho más allá de si estamos o no con una persona. Tiene que ver con un sistema de pensamiento que cala en cada una de nuestras relaciones, que nos organiza, jerarquiza y confronta.
Y entonces me acordé que no soy sólo monógama con mi pareja. También soy monógama con mi hija, o con mis amigas. Tengo a mi hija que me gusta que me quiera más a mí que a nadie y tengo mi grupo de amigas a quienes les confieso las cosas que más me importan.
¿Y me ocupo de la misma forma del resto? No, no son mi prioridad. No tengo tiempo.
¿Por qué no tenemos tiempo para las otras personas? ¿Por qué ordenamos nuestros vínculos en función de las prioridades? ¿Por qué todo lo que hacemos lo jerarquizamos? ¿Podemos vincularnos por fuera de estas lógicas?
El problema de las relaciones (y de la monogamia) no es sólo un tema de con quién o cuántos nos relacionamos sino cómo lo hacemos. El problema es que nos relacionamos con las personas a partir de establecer una jerarquía.
Las jerarquías, lo que suponen, es que hay personas más valiosas que otras. Se inmiscuyen así en nuestros vínculos, y en nuestra forma de relacionarnos, la competencia y el individualismo.
Esta ideología se difumina a la vez en todos los aspectos de la vida cotidiana. Construimos de forma piramidal, competimos por ver quién llega primero ¿a dónde? ¿No es esto también la idea de meritocracia que defiende esta sociedad individualista?
Esta idea de que, al fin y al cabo, cada cual tiene la vida que merece. Y por eso, el otro siempre se vuelve amenazante. “Todo el mundo es, por defecto, un adversario”.
Tu compañero de trabajo pasa a ser un adversario. La mamá de tu pareja es un adversario. La compañera de trabajo que no te saludó pasa a ser una adversaria. Tu vecinx pasa a ser un adversarix. De esta forma, nos vinculamos con lxs otrxs de forma amenazante. Todo el mundo es alguien “con quien medirse y de quién defenderse. Sus méritos van en detrimento de los míos; sus éxitos constituyen mis fracasos; su placer mi desgracia”.
Hay que desaprender para volver a aprender. Mi experiencia como madre primeriza me enseñó, a la fuerza, que necesito a lxs otrxs y que no soy menos independiente por reconocerlo. Cambiemos entonces esos contratos de exclusividad para crear redes afectivas, propone Vasallo.
Qué difícil es encontrar otros modos de vincularnos. Qué utópico resulta escribir estas palabras, en pandemia, sin poder tocarnos, besarnos y abrazarnos. Igual lo hago, porque no nos salvamos solos.
Quiero habitar un mundo en el que ser independiente sea logrando cosas con nosotrxs mismxs, pero sobre todo con otrxs. Quiero saberme frágil, vulnerable. Quiero relaciones que involucren la tribu y el sostén.
¿Será esto posible? Quizás sólo lo sabremos en algunos años.
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* Florencia edita el Boletín (o Newsletter) Harta(s), donde escribe sus "mundos preferidos: filosofía y maternidad", según sus propias palabras. Se puede acceder al material, muy bien producido, de amplia difusión, a través de su cuenta de Instagram