Lo sabemos de manera inequívoca: uno de los búsquedas principales de la buena literatura es entretener al lector, sumergirlo en una historia de ficción –y verosímil- de la que no querrá o podrá salir durante el tiempo que le lleve la lectura; así, las aventuras, victorias y fracasos de los personajes se le impregnarán entre las paredes del cerebro, de manera ininterrumpida, incluso en los sueños.

Para mi fortuna, todo esto me sucedió con Galgo, la novela de Marcos Almada, y las peripecias de su protagonista, el viejo Urrutia, en el submundo del delito.

La historia transcurre en un presente continuo, a largo de un recorte temporal que dura unas 72 horas, y como también sucede en las buenas historias, el personaje no sale indemne de los hechos que lo sacuden, y cuando todo termina, será otro hombre, muy distinto al que nos presentaron en las primeras páginas del libro.

Una cámara en mano de un narrador omnisciente le sopla la nuca al Galgo, quien acaba de recuperar su libertad luego de haber estado preso durante ocho años por el asalto a una financiera. Ahora es un hombre mayor, no tiene un peso pero sí deudas, la poca familia que le queda lo detesta, y encima carga sobre sus espaldas un estigma insoportable: saberse un perdedor.

El narrador no solo es una sombra del Galgo, quien pasa la mayor parte del tiempo en soledad, sino que aparte se le mete en la cabeza, para habilitar así la posibilidad de que los lectores accedamos a sus pensamientos, angustias y fantasmas, e incluso –esto dependerá del lector- sentir apego y empatía por un hombre que nunca quiso encajar en los estereotipos de la sociedad, y cuyo destino, de manera inequívoca, pareciera ser la derrota.

La disyuntiva que se abre como un precipicio debajo los pies de Urrutia, en el primer gran punto de giro de la trama, llega de parte de un ex conocido del pueblo, convertido ahora en un poderoso y excéntrico abogado de la zona, quien –en honor a la película de culto, El Padrino- le realiza una propuesta que el viejo no podrá rechazar.

A partir de ahí, Urrutia iniciará un denso periplo por su pueblo, un barrio marginal de las afueras de Tandil y las calles y hoteles baratos del barrio porteño de Once, y deberá interactuar, como sucede en una novela negra, con los personajes que se mueven en los márgenes y submundos del delito: homicidas, barras, ex convictos, traficantes, transas y prostitutas.

La edición original de la novela se publicó en 2016, por medio de Ediciones Azul, un sello que probablemente sea –o haya sido- de la ciudad natal del autor. La tapa de aquella edición está ilustrada con el rostro demacrado de un hombre mayor, con el alma rota. La edición de Hormigas Negras, de 2022, en cambio, ofrece una tapa en la que no se infiere que se está ante una historia cargada de suspenso, sangre y drama.

Almada narra la historia con un estilo seco, directo, lacónico, con oraciones cortas, como los ganchos al hígado –con un uso discreto y eficiente de las metáforas – para describir no solo los movimientos y la neurosis del personaje, sino también la geografía suburbana de pueblo, las calles polvorientas, casas bajas, los galpones del ferrocarril, el silencio en la hora de la siesta, el ambiente sórdido de las parrillas al paso, los almacenes para embriagarse con ginebra y los burdeles de la ruta. Se nota que el autor conoce de primera manola vida de pueblo, sus costumbres, modismos y el lenguaje que allí balbucean sus habitantes.

La novela Galgo se inscribe en el género negro argentino, junto a autores como Nicolás Ferrraro, Kike Ferrari, Juan Carrá, los integrantes del grupo Juramento Negro y escritoras como María Inés Krimer, quien junto a otros colegas publicaron sus novelas en el sello Revolver Editorial, dirigido por el español Iñigo Amonarriz.

¿Hasta dónde es capaz de llegar un hombre con tal de redimir todas las cagadas que se mandóen su vida? ¿Vale la pena hundirse en la mierda, y apostarlo todo a una última jugada victoriosa que nos redima frente al espejo? Sin mordazas morales, ni condicionamientos éticos, la suma de vulnerabilidades, miedos y violencias que sobrevuelan la historia de Urrutia, son una marca indisoluble no solo de una novela negra, sino también, de una comunidad moderna.

Marcos Almada nació en Azul, provincia de Buenos Aires, en 1976, y aparte de Galgo, publicó Deforme (Milena Caserola, 2011), Trabajos (El 8vo. Loco y Milena Caserola, 2013) y Lengua Muerta (Alto Pogo, 2013). También publicó cuentos en varias antologías y produjo por lo menos tres ciclos literarios. Dirige su propio sello editorial, Alto Pogo, con el que viene publicando a autores y autoras de narrativa y poesía, y junto a otros editores, organizados en una cooperativa, tienen una librería y una distribuidora de libros: La Coop.