La novela de Nazareno arranca en la orilla de un lago, en el sur del país -probablemente en el Camino de los siete lagos-, una mañana cualquiera, durante unas vacaciones de verano. La pareja se despierta con la primera luz del día, con la bruma todavía flotando en el aire, reavivan el fuego de la noche anterior y ponen a calentar la pava para el mate, y en el ida y vuelta de una somnolienta e íntima conversación sobre la posibilidad de encarar una nueva forma de vida en la naturaleza, menos alienados, sin ningún tipo de preámbulos, ella dice tres palabras que le darán un giro drástico a la vida de ambos.
Este hecho, allá en el lago, desencadena una secuencia de relatos que tienen como protagonistas a otros cuatro personajes, a través de los cuales el autor le da sentido y volumen a la primera parte del libro, hábilmente denominada Todos. Se trata de hombres y mujeres de carne y hueso, todos de treinta y pico de años, con los que cualquiera de nosotros puede –o se puede- identificar, ya sea por haberlos cruzado en un bar, una estación de servicio o incluso, una mesa familiar.
Pocas páginas después de haber comenzado a leer la segunda parte del texto, bautizada Todo, se hace evidente el hilo narrativo que Nazareno hilvanó a través de los capítulos de la primera parte -y toda la novela-: las relaciones afectivas, ese mundo impredecible condicionado por el comportamiento y las emociones humanas. Acá son tres los personajes que le ponen el cuerpo a la trama, y le aportan picante a una historia que, intuimos –frotándonos las manos-, derivará en un drama que nos estallará en la cara, probablemente en el tercer y último capítulo, denominada El Tiempo –para terminar de armar el nombre del título de la novela: Todos todo el tiempo.
Una de las protagonistas de la novela se aferra a la poesía para sobrevivir a su calvario, porque si bien es cierto que las heridas del corazón no te matan, te pueden postrar en una cama durante varios meses, con las persianas cerradas, sin comer, sin bañarte, con el departamento convertido en un basural. Lee y también escribe, y sus versos, trascriptos por el narrador, son una bocanada de aire puro, como el que inhalamos con entusiasmo a la mañana, bien temprano, al salir de la carpa. Los versos, y también las ilustraciones que cierran algunos capítulos, son algo así como el descanso en el que recuperamos el oxígeno -otra vez el aire como metáfora de la sensación de alivio-, luego de subir una pendiente interminable.
Dice uno de los poemas:
un parche
por mas entero que parezca
siempre será un parche
un hueco
por más lleno que se encuentre
siempre será un hueco
tengo esta herida
que ya no duele como antes
también tengo esta vida
que nunca termina de volver
Con una prosa muy cuidada, y un nivel de detalle que requiere de un músculo bien trabajado para la observación, la novela se desarrolla con un ritmo acompasado, sin apurar las acciones, como un modo, quizá, de balancear la ansiedad que tienen los personajes para resolver sus problemas, deseos y faltas. El manejo de la tensión también es una virtud de Nazareno. En una escena, dos de los protagonistas, dentro de un bar ya vacío, mientras empinan un trago detrás de otro, van subiendo el tono, endureciendo lo gestos, en un diálogo que se come media docena de páginas y que va ganando espesor con cada respuesta o insinuación, para instalar en nuestra cabeza la sensación de que en cualquier momento uno de los dos tirará el primer golpe de una irremediable orgía de violencia.
Nada mejor que una historia que te engancha de principio hasta final, bien escrita, cuidando la forma literaria, la belleza estética, por amor al arte pero también para cuidar al lector, quien sin dudas, a lo largo de la novela, sentirá que la vida es eso que sacude las luces y sombras de una serie de personajes aterradoramente parecidos a nosotros mismos. Como dice Fabián Casas en la contratapa del libro, Nazareno “(…) nos lleva de la mano por la cotidianeidad de nuestra vida común, la vida que los seres de la belleza hegemónica no saben que existe”
Nazareno tiene 34 años, es comunicador social y dirige junto a su pareja Leticia Martín el sello Qeja Ediciones, con el que publicó la novela y también su primer libro: “El fulbito de los lunes y otros cuentos”.