De vez en cuando, casi pidiendo permiso, se cuela en Netflix alguna que otra película ajena a esa bestia voraz llamada cine mainstream. Hablamos de films que no responden ciegamente a los parámetros comerciales dictados por la industria audiovisual; producciones (más o menos) modestas que prefieren ceder en lo económico antes que aceptar restricciones en el abordaje de ciertos temas. Estas apariciones esporádicas en el gigante del streaming no son fortuitas, obviamente, sino que buscan saciar la sed de un público minoritario urgido de un cine más artesanal y menos fastuoso. Este es el caso de Retablo, film peruano que tuvo un recorrido exitoso por diversos festivales internacionales antes de su reciente estreno en Netflix.
La ópera prima de Álvaro Delgado Aparicio sigue los pasos de Segundo, un adolescente que vive con sus padres en un pueblo de la zona de Ayacucho. Más precisamente, Retablo narra el vínculo del joven con su papá, un artesano que ha sabido ganarse el respeto de la pequeña comunidad tanto por su amabilidad como por la calidad de sus trabajos. Noé hace unos bellísimos retablos, "que consisten en pequeñas esculturas de barro pintadas y cajas de madera en las que se alojan. Estas obras son exhibidas detrás de los altares de las iglesias católicas y, fundamentalmente, representan a las familias de la región.
Justamente, al comienzo del film, vemos a Segundo con los ojos vendados memorizando, ante la presencia de su padre, los rostros y vestimentas de un nutrido clan. La escena tendrá su explicación unos instantes más tarde, cuando en el taller del artesano descubriremos cómo la memoria de su hijo será vital para la producción del respectivo retablo. En una vida sin cámaras ni teléfonos celulares, observar y recordar son herramientas decisivas para el oficio de su papá.
En la primera parte del film somos testigos de cómo Segundo ayuda a Noé en la realización de distintos trabajos; lo acompaña en el taller, donde intenta aprender la técnica para la elaboración de un retablo, caminan juntos por la sierra cargando la mercadería, recorren el pueblo para vender sus artesanías, etcétera. Son momentos en los que Noé se debate entre seguir la tradición familiar y convertirse en un retablista o dedicarse, como su mejor amigo, a otro oficio; un dilema que no le impide llevar una vida armónica y, si se quiere, feliz.
En esta disyuntiva anda el joven hasta que descubre, por casualidad, un secreto del padre. A partir de aquí, los días de Segundo ya no serán iguales, porque tras el cimbronazo de la revelación será pura furia. Con su descubrimiento entramos a la segunda parte de la historia, en la cual, abruptamente, el joven se distanciará del papá y se acercará, sin revelar su hallazgo, a su mamá. Sin embargo, el secreto que escondía Noé pronto llegará a los oídos de la comunidad, desatando infames reacciones entre sus habitantes.
El rumbo que toma Retablo en su desenlace es similar al de La cacería, el magnífico y recordado film del danés Thomas Vinterberg. La semejanza entre ambos films reside en el abordaje de una problemática que resulta devastadora para quien la padece, y que aquí vamos a resumir con un interrogante: ¿Qué hacer cuando sos víctima del escarnio público?
Si bien en Retablo la respuesta es diferente a la que ofrece la película nórdica, donde las escenas del repudio colectivo tienen una espesura tan cautivante como asfixiante para el espectador, las dos -con diversa intensidad- parten del comportamiento individual para preguntarse por el comportamiento colectivo. Además, digamos que en el film peruano ese qué hacer apunta más al hijo de la víctima que a la víctima en sí, porque en definitiva serán ambos (además de la madre) lo que padecerán el escarnio.
En Retablo, Segundo tiene que asumir una responsabilidad que no imaginaba a su edad. En este sentido, el film de Álvaro Delgado Aparicio avanza con cautela, mostrando primero la vida sin grandes contratiempos del joven y, tras el golpe que lo hace madurar repentinamente, el derrumbe personal y familiar.
Ambientada en el sur andino, la película cuenta con numerosas escenas desarrolladas en encantadores paisajes montañosos; sin embargo, nunca cae en el consabido regodeo estético. En el film, la sierra solo oficia de marco de la historia, por lo tanto, los acontecimientos narrados no están librados a su suerte; van adquiriendo una profundidad tal que les impide ser absorbidos por el imponente escenario natural.
Otro de sus aciertos es la tensa calma que va envolviendo a la historia hasta que Segundo descubre el secreto paterno, lo invade el desconcierto y decide pasar a la acción. En definitiva, podemos decir que Retablo es un film construido escena por escena minuciosamente, sin urgencias, como las artesanías de Noé.