Foto portada: Canticuenticos
Durante las vacaciones de invierno tuve la oportunidad de ver y escuchar en vivo al grupo de música infantil Canticuenticos, en un teatro del centro porteño, junto a mi compañera y nuestro hijo de cuatro años, Pedro-. Como tantos otros miles de compatriotas, en casa habíamos escuchado sus canciones, bailado frente a la tele con algunos de sus videos, pero ahora, en la penumbra del teatro, y la energía del vivo haciendo vibrar nuestros cuerpos, la experiencia resultó tan conmovedora, que mientras aplaudíamos de pie, en el cierre del espectáculo, mientras ellos se inclinaban hacia delante, genuinamente agradecidos con su público, decidí que iba a tratar de hacerles una nota.
Unos minutos después, en el hall del teatro, colmado por las voces, exclamaciones y pasos apretados de grandes y chicos que acababan realizar un viaje de una hora y media a un cálido universo de colores, melodías, texturas y ritmos folclóricos de nuestro país y el continente, baile, saltos, risas y aprendizajes, me acerqué al rincón en el que un grupo de colaboradores estaba vendiendo unos libros del grupo santafesino, y pedí el contacto de la persona a cargo de la prensa de la banda. El muchacho que me atendió –mientras a su lado le sacaban de las manos los materiales como si fuesen pochoclos o copos de azúcar- anotó mi teléfono, y el nombre del medio.
Que una semana después, pidiendo disculpas por el retraso, la prensera de la banda, Marina, me contactase y se pusiese a disposición para avanzar con una nota para Kranear, confirmó lo que habíamos podido detectar aquella tarde de sábado desde las butacas, en aquella fiesta de música y baile: los canticuenticos –tres mujeres y tres hombres- son un grupo de gente sencilla, sensible y respetuosa –aparte de talentosa, claro-, que a pesar del contundente éxito artístico y el reconocimiento y masividad que tiene su obra, se tomaron el trabajo de satisfacer nuestra inquietud periodística, y luego de barajar algunas opciones, siempre a la distancia, ya que suelen andar de gira, logramos combinar un ida y vuelta por medio del WhatsApp, con el guitarrista y miembro fundador del grupo, Daniel Bianchi.
¿Qué balance hacen de las veinte presentaciones a sala llena que realizaron en el ND Ateneo porteño, durante las vacaciones de invierno, en un tiempo de crisis, y luego de la pandemia?
Tuvimos la gran alegría de poder compartir nuestra música con grandes y chicos, que colmaron la sala todas y cada una de las presentaciones. Pudimos comprobar una vez más que la música es una hermosa herramienta para unir generaciones, estrechando lazos entre todos los integrantes de las familias. Fueron conciertos cargados de una energía muy fuerte, ya que el público recibió de manera muy cálida nuestro mensaje, y cada función fue una fiesta de canto, baile, alegría, con momentos para la emoción y la reflexión. También nos dimos cuenta que Canticuenticos sigue creciendo, nos seguimos afianzando en nuestra propuesta basada en las canciones propias con ritmos folclóricos, y las devoluciones del público nos hacen saber que nuestra música ocupa un lugar importante en las casas de familia, escuelas, y distintos ámbitos donde se trabaja con niños.
La conexión con el público, y en especial con los chicos, es notable, ya que en los shows montan una fiesta con baile, juegos y canto, pero también hay momentos de reflexión y emoción colectiva. ¿Cómo trabajan y organizan las presentaciones?
Justamente, intentamos alternar momentos de baile, canto y fiesta con momentos más reflexivos, o que apelan a la sensibilidad, o a sentimientos más profundos. Creemos que todo esto es importante para la formación de un ser humano completo, y debe ser cuidado especialmente en los niños.
En vivo, suenan como un disco. Lo mismo con las voces y las coreografías y el baile. ¿Todos pasaron por conservatorios?
Cada uno de nosotros tiene su recorrido profesional previo. Varios somos docentes de música, todos hemos concurrido al instituto superior de música de la Universidad Nacional del Litoral, estudiando en distintas especialidades. Laura estudió dirección coral y se dedica actualmente a dirigir coros de niños, Ruth estudio flauta, Gonzalo contrabajo, Hahuel batetia y percusión, Daniel (quien escribe) guitarra, y Cintia además de ser cantante hace teatro y danza.
¿Adaptan sus shows al público local de turno, ya sea con la lista de temas, los juegos o las palabras que comparten desde arriba del escenario, teniendo en cuenta que son un grupo que realiza presentaciones en todo el país, e incluso el continente?
Algunas veces hacemos pequeños cambios para hacer más ininteligibles los diálogos de acuerdo al público de los lugares a los que vamos, incluso algunas veces jugamos con eso de preguntarle al publico como se dice alguna palabra en ese lugar: nos pasa mucho cuando tocamos “A cocochito”, por ejemplo, que es la canción que le da nombre a nuestro 5to disco. Nos pasa que nos gusta y nos parece importante realzar los regionalismos, para hacernos conscientes de esas pequeñas diferencias que hacen que seamos únicos en medio de un mundo tan globalizado que tiende a homogeneizar. De alguna manera creo que esto colabora a reforzar la identidad, y ese es uno de los derechos del niño.
Los ritmos folclóricos de nuestro país, e incluso el continente, son un rasgo distintivo de vuestra propuesta artística, al igual que la mixtura de sonidos de los instrumentos. ¿Qué mirada tienen del surgimiento y la masividad de la denominada música urbana, con los géneros del trap y el rap?
Respetamos mucho la libertad de elección de cada individuo, aunque, particularmente en el caso de los niños, quisiéramos alertar a los adultos a considerar a qué tipo de manifestaciones los sometemos. Muchas veces encontramos a chicos cantando canciones que no fueron creadas para ellos, y que usan un lenguaje y temática inapropiados.
Allá por 2008, 2009, en Santa Fe, ¿por qué eligieron componer, tocar, cantar y bailar para los chicos?
Muchos de nosotros somos docentes, y la idea fundacional de nuestro proyecto fue la de hacer un aporte al cancionero infantil. Queríamos que en las aulas y hogares circule nueva música especialmente compuesta para los niños, respetando a esos seres tan inteligentes, sensibles y creativos.
El mundo de lo lúdico tiene un lugar central en vuestra propuesta. El juego, el asombro, lo intangible y el elemento fantástico, ¿siempre funciona como gancho para interactuar con los más chicos?
El juego es el idioma propio de la infancia, y hay que cuidarlo. Los niños deben jugar y mediante el juego aprender y entender el mundo en el que les tocó nacer. La mirada de la infancia siempre es curiosa y asombrada, es la mirada de ver las cosas por primera vez, y creo que los adultos debemos cuidar esa etapa del descubrimiento sin intentar apurarla.
El pañuelo blanco, los derechos de las infancias, el ambientalismo, el cooperativismo, la solidaridad, y desde hace poco la alimentación saludable y el cuidado de la tierra, son algunos de los ejes que abordan en sus letras y canciones. ¿Seguimos teniendo chances, desde el arte, de dar vuelta la taba para construir un mundo más justo y menos desigual?
Estamos convencidos que el arte toca la fibra más íntima de las emociones, y con esa convicción trabajamos. Creemos además que una canción (o cualquier manifestación artística), cobra más fuerza al estar vinculada con el contexto social, político, geográfico, cultural, en el que fue creada. La canción puede y debe servir para decir “yo soy así”, o “este es mi mundo”, y contar las cosas cotidianas haciendo un juicio crítico y comprometiendo en la construcción de una sociedad mejor y más justa para todos.
La tecnología, a diferencia de un par de décadas atrás, hoy expande hasta límites inimaginables, con millones de reproducciones en el caso de algunas de vuestras canciones y videos. ¿Cómo se llevan con esa realidad? ¿Y con el éxito?
El lenguaje de los niños del siglo 21 es totalmente multimedial, y desde ahí nos plantamos para crear contenido audiovisual que distribuimos por las redes. Tratamos de cuidar al máximo la estética de todas nuestras producciones para mantener una determinada coherencia con lo estrictamente musical. Además somos conscientes de que mucha gente nos conoce por los videos, y que los mismos han llegado a lugares a los que el disco no hubiera tenido acceso. También nos agrada la idea de que todo ese contenido audiovisual se distribuya libremente por las redes, y, de alguna manera, sirva para democratizar el acceso de todos a los bienes culturales.
¿Qué estrategia o receta utilizan para sostener unido al grupo humano, teniendo en cuenta los trece años de camino común?
Particularmente no estoy en condiciones de dar recetas para nada, y tampoco creo que las haya. Creo que todos los canticuenticos tenemos un interés común con respecto al lugar que deben ocupar las infancias en la sociedad, creemos mucho en el proyecto e intentamos dejar lo máximo de nosotros para crear una música que respete a las personitas a las que esta dedicada, y también nos fuimos dando cuenta a lo largo de los trece años que llevamos juntos que ocupamos un lugar importante en el corazón de muchas personas, que nos llenan de mensajes que dicen que nuestras canciones van siendo parte de la banda sonora de sus niños. Eso nos llena de alegría, de responsabilidad, y de ganas de seguir haciéndolo.
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Cancicuenticos es sin dudas el grupo de música para las infancias más exitoso del país, tienen cinco discos editados, cientos de miles de reproducciones de sus canciones y videos en las plataformas digitales, y también publicaron una serie de nueve libros con las historias y personajes que nutren sus canciones y videos. Son santafesinos, allá se formaron, conocieron y en 2009 le dieron el puntapié a una carrera que ya tiene doce años y con la que recorrieron toda la Argentina y una buena parte de América Latina, con cientos de conciertos y una propuesta original pensada y dirigida a los más chicos.
Sus discos son: “Canticuénticos embrujados” (2009), “Nada en su lugar” (2013), “Algo que decirte” (2015), “¿Por qué, por qué?” (2018) y “A cocochito” (2020).
Y ellos son: Ruth Hillar en voz, flauta y acordeón; Laura Ibáñez, en voz y flauta; Cintia Bertolino, voz; Gonzalo Carmelé, bajo y coros; Nahuel Ramayo, en batería, percusión y coros, y Daniel Bianchi, en guitarra, charango y coros.