Texto y fotos: Analía Besada
Cientos de manos en pares, cuartetos o más, poblaron la plaza, trabajando mancomunadamente.
Los pies afirmaban las cañas que clavaban en la tierra, las rodillas se acercaban a esta; no rezaban, no gemían de dolor, más reían desde adentro los cartílagos y las venas.
Y de la tierra también algo rió, y eso que castañeteaban de frío sus huesos sólidos de cemento; los ojos miraban medio de costado al luto, apretado aún entre los dientes como un lento cuchillo. Hubo, sí, corazones contentos porque Sandra y Rubén tomaban la plaza.
Se quedaban por un rato cerca de la figura de ese Néstor o de este Carlos.
Y un rato también puede ser para siempre.
Esto es efímero, decía una boca que repetía a otra boca.
Pero las manos seguían afirmando su labor. Y la de crecer en Fuentealba, que te puede significar fuente profunda, amanecer rojizo.
Lo que deba perdurar estará hoy en el futuro.
No hay vuelta atrás.
Cientos de manos en pares, cuartetos o más, poblaron la plaza, trabajando mancomunadamente.
Los pies afirmaban las cañas que clavaban en la tierra, las rodillas se acercaban a esta; no rezaban, no gemían de dolor, más reían desde adentro los cartílagos y las venas.
Y de la tierra también algo rió, y eso que castañeteaban de frío sus huesos sólidos de cemento; los ojos miraban medio de costado al luto, apretado aún entre los dientes como un lento cuchillo. Hubo, sí, corazones contentos porque Sandra y Rubén tomaban la plaza.
Se quedaban por un rato cerca de la figura de ese Néstor o de este Carlos.
Y un rato también puede ser para siempre.
Esto es efímero, decía una boca que repetía a otra boca.
Pero las manos seguían afirmando su labor. Y la de crecer en Fuentealba, que te puede significar fuente profunda, amanecer rojizo.
Lo que deba perdurar estará hoy en el futuro.
No hay vuelta atrás.