Foto portada: Gerardo Viercovich
Luego de presentarse con gran éxito en Madrid, desembarcó en la noche porteña Héctor Alterio, insoslayable referente popular de nuestro teatro y nuestro cine. Dueño de lágrimas y sonrisas de generaciones enteras, a las que su arte interpretativo marcó a lo largo de una carrera de siete décadas.
Con “A Buenos Aires”, se nos ofrece un magistral viaje de ida y vuelta; de conmemoración y celebración. Con motivo de su despedida, cobra forma este homenaje a su ciudad, a la que honró con su arte y a la que regresó, luego de un paréntesis de casi diez años. Otrora paraíso perdido tal cual lo denomina, y cuyas calles conservan el aroma de aquellos amores y desamores que lo marcaran por siempre.
El motivo del esperado encuentro engalana las tablas del Teatro Astros de Calle Corrientes, a través de doce funciones a sala llena durante el mes de abril. El espectáculo nos asegura un encuentro revelador, íntimo y conmovedor. Una hora de intensas emociones nos aguarda por delante, impregnando en nuestra retina una instantánea del inmenso actor. Un piano al extremo del escenario, un atril y dos sillas dispuestas en el centro conforman la minimalista puesta en escena.
Alterio abre el corazón y nos comparte su itinerante y vibrante historia de vida.El compromiso por su vocación lo lleva a volver a su primer amor por enésima vez. Los años han nutrido y curtido la piel de quien nos ofrece su inmensa sabiduría y experiencia.
A propósito de su visita, el pasado 11 de abril, en el Centro Cultural Kirchner (CKK), el Ministerio de Cultura de la Nación llevó a cabo un reconocimiento especial, nombrando a Héctor Personalidad Emérita de la Cultura por “su enorme aporte a las artes teatrales y audiovisuales”, en compañía de entrañables colegas como Ricardo Darín o Pepe Soriano.
El formato unipersonal que ha explorado durante los últimos años, nos ha permitido descubrir su renovada faceta de juglar.
Acompañado por el excelso pianista Juan Esteban Cuacci, pilar fundamental del espectáculo, la inconfundible voz del protagonista de films como “La Patagonia Rebelde” (1974) y “Caballos Salvajes” (1995), comienza a entonar las primeras estrofas. Su viva leyenda reluce y nos disponemos a contemplarla. El hombre se mira al espejo y pregunta dónde se fueron aquellos que alguna vez estuvieron a su lado. ¿Por qué se quedó sola la risa? ¿Qué sería de él sin el aplauso? La poesía devela un mundo interior sensible, trazando auténticas pinturas emocionales con sabor mediterráneo.
A pesar de largas ausencias y hiatos, la memoria perdura y aquí, en la sala, el tiempo parece detenerse. Alterio entabla un cálido diálogo con un público que escucha con atención y en silencio. Curioso mecanismo, el olvido podría minimizar cuestiones de hondo calado: corría el año 1974, la anécdota es impostergable. Héctor viajaba a España a recibir un premio, pero no hubo avión de vuelta que lo trajera de regreso y las tierras ibéricas se convertirían en su refugio. Comenzaría un largo exilio, porque el camino no ha estado desprovisto de espinas. El artista, en plena proyección profesional, había sido amenazado de muerte para luego atravesar el duro alejamiento de su propia patria. No hay herida más profunda, pero al rescate acuden la música y la poesía.
Astor Piazzola, Cátulo Castillo, Eladia Blazquez y Horacio Ferrer son algunos de los artistas que tallan el intelecto de un prócer de nuestra cultura. Mientras Cuacci entrega sublimes pasajes al piano, Alterio intercala fragmentos de tangos de Enrique Cadícamo y Homero Manzi, parte de la identidad emotiva que marcara la infancia y juventud.
Borrando cualquier rastro posible de cuarta pared, reflexiona y nos interpela. ¿Qué colores y recuerdos se confunden en esta despedida? La memoria trae al presente imborrables encuentros y la metáfora poética embellece de matices el rasgo autóctono de un artista emblemático y colosal. La ficción hace también su parte, vistiendo de mentira a la verdad; es la tarea que nos impone la noche, hermano mío.
Constituyendo uno de los segmentos más emotivos, Alterio, sentado a un costado del escenario, desnuda el alma de León Felipe, poeta maldito, dueño de convicciones y contradicciones, a través de declamación de poderosos fragmentos de “Versos y Oraciones del Caminante”.
Coronando la velada, no podemos más que apreciar la encomiable e impostergable esencia interpretativa del protagonista de más de ciento cincuenta largometrajes, entre los cuales se destacan los premiados “La Tregua” (1974) y “La Historia Oficial” (1984, primera película argentina en obtener un Premio Oscar).
Sobre el desenlace, recita con ferviente pasión versos de Hamlet Lima Quintana, bohemio, soñador e hidalgo Quijote de nuestras pampas. La ovación es de pie. Conmovedor. Sabemos de sobra que jamás será sencillo decir adiós a tamaña figura.