Recuerdo que en la primera o segunda edición del parque, 2011 o 2012, la entonces Secretaría de Deportes desplegó sus propuestas recreativas en la explanada de cemento que se extiende entre las rejas del ingreso y el arco de acero, frente a la Avenida General Paz. Habían delineado canchitas de fútbol, básquet, vóley. Con mi hijo y sobrino, de siete y doce años cada uno, nos pasamos buena parte del tiempo que estuvo abierto el parque jugando allí a la pelota. Era noviembre, casi al final, éramos tres chicos, no dos. Recuerdo también a los jóvenes que sostenían las actividades, estudiantes del CENARD, quienes en mayor o menor medida, tenían conciencia de la tarea social –y patriótica- que cumplían de cara a los cientos -miles si sumamos los días-, de pibes y pibas de todas las clases sociales, pero en especial los más humildes, que hacían filas para participar de las propuestas, una y otra vez, como si fuese el parque de diversiones al que nos llevaban cuando éramos chicos, pero público, gratuito, igualitario, inclusivo, y financiado por el Estado nacional presente de aquellos años.
Recuerdo que luego de insistirles una y otra vez de ir a visitar otras atracciones o puntos del parque, con los chicos nos lanzábamos a una caminata por las calles internas, las lomadas de césped, escaleras de cemento, haciendo pases con los pies, las rodillas, la cabeza, como si se tratase de una película de iniciación en las que ellos se desprendían de su infancia y pre adolescencia, respectivamente, a pura sonrisa e inocencia, bañados por el color ambarino del atardecer, y yo vivía un candoroso retroceso hacia la infancia.
En aquella primera edición, el parque recibió cerca de cinco millones de visitantes.
Recuerdo los anuncios de obras y avances en materia de derechos que realizaba Cristina en el predio, en actos oficiales, junto a todo su gabinete, la militancia, y los beneficiarios de políticas como Conectar Igualdad. Ella, se sabe, una oradora excepcional, lo ponía en palabras: Tecnópolis representa las fortalezas y posibilidades de nuestro país, y ahí en el predio, el Estado desplegaba todo su potencial, en especial, en materia de Ciencia y Tecnología, escenciales para un desarrollo que por aquellos años se palpaba todos los días.
Cristina soñó y materializó el parque. Foto: Laura Szenkierman.
Recuerdo pasar con el auto por la General Paz, en dirección a Villa Lugano, un rato antes de la apertura, y apreciar con ojos emocionados la marea de pueblo que inundaba las calles cercanas, los espacios verdes de la colectora, los puentes que conectan CABA con Villa Martelli, el gigantesco estacionamiento de uno de los costado con colas de autos, un rato antes de la apertura del predio, para ingresar en malón mientras un grupo de malabaristas y acróbatas, les daba la bienvenida con una sonrisa de oreja a oreja, un grupo de trabajadores se alistaba el pie del avión de Aerolíneas para recibir la ansiosa visita de miles de compatriotas, el dinosaurio extendía su larguísimo cuello y a San Martín, espada en mano, se le inflaba el pecho de orgullo.
Recuerdo que en 2015, con la Revista Kranear, que en aquel entonces todavía se imprimía en papel, no solo tuvimos un puesto en la feria editorial del Encuentro Federal de la Palabra, en el que vendimos un montón de ejemplares y conocimos gente del sector editorial, colegas de otras revistas, que ya se le habían animado al formato digital, sino que aparte participamos de un panel, en una de las salas del evento. Recuerdo el profesionalismo y buen trato de los organizadores.
Recuerdo el éxito de Comicópolis, un evento masivo que nucleó a los actores del sector de las historietas, novela gráfica y fanzines. Ahí fuimos con mi hijo, que estaba por terminar la primaria, y le había picado el gusto el dibujo. Recuerdo que a los funzineros los ubicaron en la calle principal, al sol, a la altura del Coloso (la estructura del tendido de electricidad que tiene forma de robot), y muchos de esos pibes no solo era la primera vez que iban al predio, sino que tenían la posibilidad de exponer sus trabajos, tender puentes con sus colegas, sellos editoriales y lectores, sin poner un peso, en un espacio público, lleno de gente, y a cargo de profesionales que los hicieron sentir en casa. Nuestra casa. La del pueblo.
Ahora mi hijo tiene veinte años, dibuja cada día mejor, y tampoco se olvida de aquella jornada de iniciación. Compramos varios libros, un par de fanzines de papel de impresora tamaño A4, y participamos de presentaciones y talleres de reconocidos dibujantes e ilustradores.
Cerca de veinte millones de personas visitaron el parque entre 2011 y 2015, durante el segundo gobierno de CFK.
Mientras gobernó Macri, no fuimos ni una sola vez al parque. Volvimos cuando en Casa Rosada hubo otra vez un gobierno popular.
Recuerdo una foto en la Plaza de las Banderas, en el corazón del parque, un punto desde el que se puede apreciar la inmensidad del predio, sus pabellones, calles, el coloso y los cohetes de ARSAT, los dinosaurios y la Nave de la Ciencia, y el pueblo, en cada edición más numeroso y entusiasta, apropiándose del predio, con chicos, grandes, abuelos, reposeras, heladeras, pelotas de fútbol (en las últimas ediciones ya no te dejaban ir por las calles haciendo paredes o jueguitos), y hasta barriletes, emponchados en las vacaciones de invierno, y con pantaloncito corto y remera del club de los amores, o la Selección, a partir de octubre. En esa foto estamos con mi compañera, mis hermanos, y sus parejas, y tres cochecitos: los nenes más chicos de las tres familias, nacidos todos mientras gobernaba Cambiemos.
Con mi segundo hijo, tengo varios recuerdos en el parque. En la Tierra de Dinos y el Asombroso Parque de Zamba y Nina, los personajes con los que se educaron millones de pibes. Esa propuesta sola valía la entrada en cualquier otro lugar de la Ciudad y alrededores. O la vez que nos sentamos en una sala cerrada en cuyas cuatro paredes se proyectaban imágenes de los hitos de nuestra democracia. Cuando apareció Néstor Kirchner, no pude contener las lágrimas. Él me miro, preocupado. Yo le pasé el brazo por encima del hombro, mientras un joven trabajador, a cargo de organizar la entrada y salida de la gente, se solidarizó conmigo a través de una mirada comprensiva.
Recuerdo las filas de autos que se armaban sobre el ingreso de Constituyentes, y que llevaba un rato dejar el auto en el otro gigantesco estacionamiento del predio, allá atrás, frente a un barrio humilde del partido de San Martín, y la cantidad de trabajadores que disponía el parque para organizar el mar de autos, camionetas, motos y colectivos escolares que copaban la zona. Luego de bajar del auto, te daban un tabloide impreso a color con todas las actividades del fin de semana. Sino lo agarrabas, por despistado, o desinterés, la misma información, aparte de música, te llegaba por medio del sistema de audio instalado en todo el parque.
Los dinosaurios y la palenteología, de las propuestas más visitadas del parque.
Recuerdo el crecimiento de la actividad económica informal que fuimos notando alrededor del parque, en sus dos ingresos: General Paz y Constituyentes. Vendedores ambulantes de comida, bebida, juguetes, pelotas, barriletes, remeras, gorras y pines del parque. Cuidacoches para los que no querían hacer cola para ingresar al predio, o los que se quedaban afuera, cuando los trabajadores informaban, a media tarde, que ya no espacio ni para un monopatín.
Recuerdo que en una de las últimas ediciones le hice una entrevista a un director de una murga de Lugano, para la Revista Kranear, luego de verlos actuar, en una sala acondicionada con luces, sonido y técnica de primer nivel, en el marco de los festejos de carnaval porteño. En Tecnópolis, hacía ya un par de años, habían elaborado una estrategia que funcionaría con mucho éxito: convocar a distintos colectivos de la cultura, el arte, y otros gremios, y ofrecerles todas las comodidades para que realicen sus actividades en el parque. Así fue que con mi hijo mayor, cuando era todavía un chico, escuchamos por primera vez a raperos argentinos hacer una pelea de gallos en nuestro idioma, y con letras que hablaban de nuestra realidad.
En el parque, con la familia, amigos, conocidos, compañeros de militancia, paseamos y participamos de festivales y encuentros literarios, gastronómicos, textiles y de diseño, percusión, arte urbano, deportes extremos, cooperativismo, industria, ecologismo, autos antiguos. Aparte, en todas las ediciones, los ministerios y organismos nacionales tenían sus pabellones para mostrarle al público sus tareas, funciones y políticas públicas. En algún momento muchos de esos organismos empezaron a ofrecer la realización de trámites allí adentro, y la gente aprovechaba el paseo para resolver distintas necesidades como el documento o la tramitación de la asignación por hijo. Recuerdo las filas que había en un stand del Ministerio de Salud para hacerse anteojos, o arreglarse la dentadura.
Recuerdo haber tomado unos mates, sobre un banco, frente al enorme humedal que se expande sobre una calle lateral del ingreso por la General Paz, con mi compañera, y nuestro hijo, ya de unos cinco años, y sin ponerle palabras, sabernos emocionados y orgullosos de estar ahí adentro, una vez más, bañados por el sol que caía sobre el oeste del conurbano bonaerense.
Recuerdo que durante la pandemia, había que reservar un lugar para ingresar al parque, por el aforo, y también que allí se levantó un enorme centro de vacunación. Recuerdo pasear por sus calles con barbijos, y también los recitales para grandes y chicos que disfrutamos de día y de noche. También recuerdo la palabra emocionada de sus trabajadores, ante la consulta sobre el funcionamiento y los objetivos del predio: en todo momento se trató de trabajadores comprometidos con el futuro del país. ¿Recuerdan ustedes lo limpios que estaban los baños del predio? Un lujo.
Los trabajadores del predio, fundamentales para hacer de la visita una experiencia vital, inolvidable.
Treinta millones de compatriotas pasaron por el parque durante estos trece años, desde el 14 de julio de 2011, cuando Cristina lo inauguró, como culminación de los Festejos del Bicentenario que se habían realizado en mayo de 2010 en el centro porteño. Otros tres millones, pibes y pibas de escuelas de todos el país, fueron recibidos en el parque, en una iniciativa del Ministerio de Educación, para disfrutar de una visitas guidadas diseñadas especialmente para ellos, los únicos privilegiados.
La última vez que fuimos al parque nos sacamos fotos junto a las gigantografías de la Selección, en el ingreso principal del parque. Con la argentinidad a flor de piel, hicimos la cola correspondiente, detrás de las familias que querían atesorar para siempre las mismas fotos, formidables, capturadas por reporteros de la agencia nacional de noticias TELAM, otro motivo de orgullo nacional, que el odiador y resentido de Milei decidió cerrar, por odiador y resentido, pero también, como había intentó hacer Macri, para silenciar una voz fundamental a la hora de acceder al derecho a la información: la voz de los medios públicos.
Ahora, en 2024, por primera vez en la historia del predio, no habrá actividades gratuitas para el pueblo. Solo podrán ingresar quienes puedan pagar una entrada, para ver, por otro lado, espectáculos privados como el de Flavio Mendoza, cuyo circo se puede ver desde la General Paz. El gobierno libertario dice que arancelan porque no hay plata, pero en realidad son unos mentirosos y unos cobardes, porque plata para un desproporcionado desfile militar sí hubo, plata para los viajes personajes de Milei a lo largo del mundo para sacarse fotos con celebridades o recibir premios de entidades privadas, sí hay; mienten, porque fundamentalmente, no creen que el pueblo tenga derecho al goce.
Con el peronismo y las fuerzas populares, tenemos que construir una nueva alternativa de futuro, para recuperar no solo el país, sino también, el parque, y volver a llenarlo de pueblo, el único beneficiario de semejante política pública que ideó y materializó Cristina.