Tres poetas y ninguna flor. Se juntaron los tres la noche del viernes 12 de julio en el local de la Cooperativa La Vaca y revista Mu, a pasos del Congreso de la Nación, ese monstruo imponente que hace poco escupió de sus entrañas la ley Bases. Una noche gélida en la calle, que da la espalda a los poetas. Los espectadores estamos de frente a ellos, casi que dándole al encuentro una mayor intimidad. Si te quisieras ir porque te alerta tu mujer de algo que tenés que ir a buscar, tendrías que pedirles permiso, que se levanten de sus sillas y te dejen salir de esa calidez del local, refugio del inclemente invierno. Y menos mal que a nadie se le ocurrió levantarse.
Cinco poemas cada uno leyeron, tomala vos, dámela a mí. Martín Rodríguez abrió el encuentro, autor prolífico y que leyó de sus libros Ministerio de Desarrollo Social y Balada para una prisionera. Busquen esos libros, léanlo también en revista Panamá, que no todo es política. A su lado, Leonardo Gabilondo. Como un duelo de payadores en una pulpería del siglo XIX, poesía va, poesía viene. Este autor nos trae la herida de la clase media empobrecida en el título de una de sus últimas obras, una frase descarnada: Creo que nunca me voy a poder comprar una casa. Termina la ronda de payadores, o la ronda de un mate que circula en la intimidad, Facundo Pedrini, autor de Argentina en Placas y Finales.
Léanlos, escúchenlos a los tres que no los van a defraudar.
Uno dice poesía y se me viene a la mente mi maestra de cuarto grado, Anahí. En el pizarrón, con la tiza chirriando haciendo sufrir el oído tierno de sus alumnos. Contando versos, discriminando estrofas y hablando de rimas consonantes y asonantes. Pero los poetas estos que escuchamos ayer hace rato tiraron por la borda esas cuestiones de métrica, no de metáforas y no tampoco de realidad descarnada cuando la trompada va directo al mentón del que escucha ahí en ese cálido ambiente con alguna copita de vino, cerveza, café que circula y empanadas.
Poesía tipo asociación libre de palabras. Un saludo al hombre que está adentro de la empanada en una esquina en esa tarea esclavas de promoción, propone Martín Rodríguez, un saludo al remisero, un saludo a todos y cada uno de los que llevan a cabo trabajos insalubres, desvalorizados pero que reciben la caricia del poeta, el puñito cerrado en que se convirtió el saludo en la pandemia. Gabilondo toma la posta y nos trae en un pasaje por los sueños de clase media hechos añicos por la economía inclemente, que hay que alquilar, que la vida es nómade pero la calidez la brinda el amor del ser querido al lado, cuando nos damos cuenta de que no importa nada más. Pedrini aporta un trazo más largo y sentido que incluye permeabilidad con lo que pasa en la realidad. Poesía y realidad descarnada en una pregunta: ¿dónde está Loan? Y la posibilidad también de seguir intentando la poesía mientras esa interrogación sigue ahí latente, omnipresente en búsqueda de la justa respuesta.
Versos de asociación libre, como se dijo, y los tres poetas hablan de un tótem bien universal pero también bien culturalmente argentino: la familia. Asociación, libre, familia, madres, Freud ayer se hubiera hecho un festín escuchando a los poetas tomándose una copita de vino.
Escenas duras, poesía directa al mentón, el cuerpo de una madre bajando en un ascensor junto a burócratas de la vida y seres queridos, esa confrontación entre los que cumplen y los que sienten que ahí se acaba el mundo. Un hijo que va a buscar en el padre Ignacio de Rosario, en el cura sanador la última esperanza o la tranquilidad de haberlo dejado todo. Dolores, sufrimientos, la cuenta regresiva inexorable hasta el final. Un nieto poeta que recuerda de forma graciosa el léxico de su abuela, que el club del barrio es El Club, que la Seven Up es la del siete, que la persona digna de criticar es un zángano. Esas preguntas, esas respuestas, ¿también son poesía? Parece que también. Y las risas que surgen al añorar los lenguajes pretéritos, las costumbres perdidas ahora que todo parece más al alcance de la mano y del celular. Tiempos, generaciones que se encuentran en la voz de los poetas: pasado, presente y futuro. Otra abuela que tenía junto a su mesa de luz diez teléfonos de las personas o recursos importantes, que todo lo demás se lo lleva el viento y al final a veces la vida o el círculo que nos rodea es sólo una hoja de papel.
Tres poetas y ninguna flor. En la noche helada, arrojando palabras como con una gomera apuntando al sol. En el local de una cooperativa de trabajo fundada en el 2002. Dos mil uno, allá vamos (esperemos que no). Una manera cálida de combatir el frío. Con metáforas y realidades descarnadas alternándose en las distintas voces. Como en la célebre película La sociedad de los poetas muertos, arrancando del libro el prefacio donde se analizaba la métrica, los versos, las estrofas. Versos libres arrojados al viento. Y que interpelan e identifican a los que escuchan con sus propias vivencias, sus propias vidas, eso que alguna vez sentimos y no pudimos expresar. Tres poetas apasionados, a flor de piel transmitiendo un poco de calidez a los tiempos que nos tocan vivir. Que hay que pasar el invierno, y si es con poesía mucho mejor.