Por Kranear
Son por lo menos tres las razones por las que podemos llegar a la elección del domingo llenos de confianza y entusiasmo: La unidad del peronismo, la docena de derrotas electorales del oficialismo en las provincias, y el catastrófico escenario económico que lastima a la gran mayoría de los argentinos y argentinas. Y sumamos un cuarto elemento, para nada menor: el clima que se respira en la calle es claramente anti Macri y favorable a la necesidad de volver a poner al país en manos de un gobierno popular.
Es cierto que no hay que subestimar a Macri, Durán Barba y Vidal. Lo hicimos en 2015 y probablemente nunca superemos aquella derrota política y cultural. Es cierto también que a través de la llamada guerra jurídica, el poder real logró asestarle al campo nacional y popular uno de los golpes más duros de su historia, por medio de la tarantela de la corrupción. Una parte considerable de nuestro pueblo odia a nuestros líderes y movimiento político. No importa nada. No hay argumentos, como dice Macri. El peronismo o populismo es el responsable de todos los males. Es muy complicado desarmar ese sofisticado y perverso dispositivo.
Pero a diferencia de 2015, cuando la bandera del cambio era una promesa, ahora tenemos hechos consumados. Y rompieron todo. Van algunos datos oficiales para comparar escenarios económicos de 2015 y 2019.
La inflación pasó del 26 por ciento al 56; el desempleo, del 7 al 10; la pobreza, del 29 al 35; el dólar, de 15 pesos a 46; la tasa de interés, del 38 a más de 60 (un record mundial); aparte bajó de modo alevoso el consumo de leche y de carne, y cerraron 23 mil empresas chicas y medianas; el salario mínimo pasó de 580 dólares (el más alto de Sudamérica) a 279 (séptimo lugar); 1 millón de trabajadores pagaban ganancias, y ahora son 2 millones; la deuda externa creció un 65 por ciento; los tarifazos en los servicios públicos superaron el 3 mil por ciento.
La unidad del peronismo fue hasta ahora una consigna, un anhelo, una necesidad que de a poco fue tomando cuerpo, producto de la brutal gestión de gobierno de Cambiemos, en todos los frentes. La gran hacedora fue Cristina. Ya en 2016 habló de un frente ciudadanos que contuviese a todos y todas las agredidas por el neoliberalismo. “Cuentan con un poder inédito”, advirtió. Y ahora existe el Frente de Todos, un espacio que que alberga a por lo menos una docena de gobernadores, más de sesenta intendentes en la provincia de Buenos Aires, la mayor parte del movimiento obrero organizado y un enorme sector de los movimientos sociales, aparte de más de veinte organizaciones políticas.
La foto del acto del cierre de campaña, en Rosario, es elocuente. Todos unidos triunfaremos.
Tweet del Presidente.
Por otro lado, nadie puede soslayar que Cambiemos perdió en todas las provincias donde hubo elecciones, salvo en Jujuy, donde el peronismo fue dividido (y Milagro Sala presa y la organización Tupac Amaru, diezmada). Los candidatos y candidatas del oficialismo deben esconder a Macri, o lavar la marca de Cambiemos, debido al rechazo social que tiene el presidente en todos los rincones del país. Santa Fe, que no era gobernada por el peronismo desde hacía mucho tiempo, fue recuperada. El mapa del país se empieza a despojar del amarillo y comienza a volver al azul nacional.
Por último, la militancia kirchnerista que le pone el cuerpo a la campaña, por lo menos en los barrios de la Ciudad de Buenos Aires, coincide en que cambió el humor social de la calle. Hoy ya no se los insulta ni se les abolla el volante de Cristina en la cara; a lo sumo, se expresa indiferencia. Por otro lado, hay una buena parte de los vecinos y vecinas que muestran su hartazgo por Macri y sus políticas, y también expectativa y entusiasmo por la posibilidad de un triunfo del Frente de Todos. Esto así por lo menos entre los laburantes y los jóvenes. Es muy difícil encontrase en la calle con un votante de Cambiemos. Los que ponen los coloridos puestitos de Vamos Juntos en la calle no reparten los volantes, miran al piso. Se trata de un voto vergüenza, entre otras razones, ya sea porque es un voto de clase, o porque nace de la estigmatización, odio y persecución que el gobierno se ocupó de profundizar durante todo su mandato, justamente, para retener a su electorado.
Aparentemente desencajado se muestra Macri ante las cámaras.
Y un último aporte: Hay una coincidencia generalizada acerca de que la campaña del Frente de Todos es excelente, tanto por arriba (con un Alberto muy focalizado, federal y convincente) como por abajo, donde se palpa un clima de fervor colectivo similar a las tres semanas en las que se militó el balotage de las presidenciales del 2015. Aparte, desconocer que los gritos y la campaña sucia del oficialismo denotan fastidio y sabor a derrota, sería por lo menos ingenuo.
El domingo vamos a las urnas con toda la confianza. Sobran los motivos.
Son por lo menos tres las razones por las que podemos llegar a la elección del domingo llenos de confianza y entusiasmo: La unidad del peronismo, la docena de derrotas electorales del oficialismo en las provincias, y el catastrófico escenario económico que lastima a la gran mayoría de los argentinos y argentinas. Y sumamos un cuarto elemento, para nada menor: el clima que se respira en la calle es claramente anti Macri y favorable a la necesidad de volver a poner al país en manos de un gobierno popular.
Es cierto que no hay que subestimar a Macri, Durán Barba y Vidal. Lo hicimos en 2015 y probablemente nunca superemos aquella derrota política y cultural. Es cierto también que a través de la llamada guerra jurídica, el poder real logró asestarle al campo nacional y popular uno de los golpes más duros de su historia, por medio de la tarantela de la corrupción. Una parte considerable de nuestro pueblo odia a nuestros líderes y movimiento político. No importa nada. No hay argumentos, como dice Macri. El peronismo o populismo es el responsable de todos los males. Es muy complicado desarmar ese sofisticado y perverso dispositivo.
Pero a diferencia de 2015, cuando la bandera del cambio era una promesa, ahora tenemos hechos consumados. Y rompieron todo. Van algunos datos oficiales para comparar escenarios económicos de 2015 y 2019.
La inflación pasó del 26 por ciento al 56; el desempleo, del 7 al 10; la pobreza, del 29 al 35; el dólar, de 15 pesos a 46; la tasa de interés, del 38 a más de 60 (un record mundial); aparte bajó de modo alevoso el consumo de leche y de carne, y cerraron 23 mil empresas chicas y medianas; el salario mínimo pasó de 580 dólares (el más alto de Sudamérica) a 279 (séptimo lugar); 1 millón de trabajadores pagaban ganancias, y ahora son 2 millones; la deuda externa creció un 65 por ciento; los tarifazos en los servicios públicos superaron el 3 mil por ciento.
La unidad del peronismo fue hasta ahora una consigna, un anhelo, una necesidad que de a poco fue tomando cuerpo, producto de la brutal gestión de gobierno de Cambiemos, en todos los frentes. La gran hacedora fue Cristina. Ya en 2016 habló de un frente ciudadanos que contuviese a todos y todas las agredidas por el neoliberalismo. “Cuentan con un poder inédito”, advirtió. Y ahora existe el Frente de Todos, un espacio que que alberga a por lo menos una docena de gobernadores, más de sesenta intendentes en la provincia de Buenos Aires, la mayor parte del movimiento obrero organizado y un enorme sector de los movimientos sociales, aparte de más de veinte organizaciones políticas.
La foto del acto del cierre de campaña, en Rosario, es elocuente. Todos unidos triunfaremos.
Tweet del Presidente.
Por otro lado, nadie puede soslayar que Cambiemos perdió en todas las provincias donde hubo elecciones, salvo en Jujuy, donde el peronismo fue dividido (y Milagro Sala presa y la organización Tupac Amaru, diezmada). Los candidatos y candidatas del oficialismo deben esconder a Macri, o lavar la marca de Cambiemos, debido al rechazo social que tiene el presidente en todos los rincones del país. Santa Fe, que no era gobernada por el peronismo desde hacía mucho tiempo, fue recuperada. El mapa del país se empieza a despojar del amarillo y comienza a volver al azul nacional.
Por último, la militancia kirchnerista que le pone el cuerpo a la campaña, por lo menos en los barrios de la Ciudad de Buenos Aires, coincide en que cambió el humor social de la calle. Hoy ya no se los insulta ni se les abolla el volante de Cristina en la cara; a lo sumo, se expresa indiferencia. Por otro lado, hay una buena parte de los vecinos y vecinas que muestran su hartazgo por Macri y sus políticas, y también expectativa y entusiasmo por la posibilidad de un triunfo del Frente de Todos. Esto así por lo menos entre los laburantes y los jóvenes. Es muy difícil encontrase en la calle con un votante de Cambiemos. Los que ponen los coloridos puestitos de Vamos Juntos en la calle no reparten los volantes, miran al piso. Se trata de un voto vergüenza, entre otras razones, ya sea porque es un voto de clase, o porque nace de la estigmatización, odio y persecución que el gobierno se ocupó de profundizar durante todo su mandato, justamente, para retener a su electorado.
Aparentemente desencajado se muestra Macri ante las cámaras.
Y un último aporte: Hay una coincidencia generalizada acerca de que la campaña del Frente de Todos es excelente, tanto por arriba (con un Alberto muy focalizado, federal y convincente) como por abajo, donde se palpa un clima de fervor colectivo similar a las tres semanas en las que se militó el balotage de las presidenciales del 2015. Aparte, desconocer que los gritos y la campaña sucia del oficialismo denotan fastidio y sabor a derrota, sería por lo menos ingenuo.
El domingo vamos a las urnas con toda la confianza. Sobran los motivos.