Las protagonistas de la última novela de Leonardo Oyola, Ultra tumba, son todas mujeres privadas de su libertad. No importa que las caracterice la ternura o la crueldad. Hay ahí una elección, de parte del autor, de plantarse de manos frente al discurso del odio que recae de manera sistemática sobre las mujeres y hombres que cumplen condena por distintos delitos en las unidades penitenciarias de nuestro país.
El texto fue publicado por el gigante editorial Ramdom House, en formato digital, debido a la pandemia, a mediados de mayo, justo cuando los mentimedios (como los llama Mempo Giardinelli) encabezaron una feroz campaña de prensa contra el gobierno popular del Frente de Todos (aun cuando se trataba de una decisión del poder judicial), debido a la posible liberación de presos y presas que forman parte de los grupos de riesgo, para garantizarles de esa manera un mayor cuidado de su salud, como recomendaron distintos organismos internacionales, teniendo en cuenta el daño que puede hacer el Coronavirus en un contexto de encierro y hacinamiento.
Ahora la novela ya circula en papel, en las librerías, y aparte de aquellos que hayan tenido la fortuna de comprarlo por internet, y recibirlo por medio de un repartidor, por lo menos dos mil ejemplares llegaron a las manos de los y las suscriptoras de Bukku, un proyecto que hace entrega a domicilio de un texto de ficción por mes, en general de escritores y escritoras jóvenes y contemporáneos, en un cuidadísimo y bello embalaje, aparte de un señalador y algún otro regalito.
La trama de Ultra tumba transcurre de punta a punta en un penal imaginario del servicio penitenciario federal. En la jerga, las protagonistas le dicen La Chanchería, o La 73. Durante los festejos por el Día del Niñe, se produce un motín, no para pedir mejores condiciones de encierro, o que se terminen los maltratos contra los familiares que las visitan, sino disputar el control de la cárcel.
Nadie ahí adentro lo sabe, pero La Oreiro, una interna, y la Negra Medina, una guardia, se venían curtiendo desde hace un tiempo. Se trata de una relación prohibida, en especial para la uruguaya, a quien sus pares achurarían en caso de enterarse que se encama con una guardia. Aparte, una tercera facción se suma a la guerra intramuros, en los pasillos, celdas, duchas y hoyos de castigo: una banda de muertas vivas que comanda una brasileña del poderoso pabellón de las evangelistas.
De esta manera, Oyola, por fin, pareciera darse el gusto de abordar en su ficción, con una verosimilitud admirable, el mundo zombi.
El escritor de Isidro Casanova viene de lograr un notable éxito editorial con Kryptonita, su anterior novela, que tuvo once reediciones y fue llevada a la televisión y al cine. En 2008 ganó el premio Hammett, en España, con Chamamé, por haber sido considerada la mejor novela negra de 2008 (acá fue editada en 2017). Aparte, publicó Siete y el Tigre Harapiento (2005), Hacé que la noche venga (2008), Santería (2008), Sacrificio (2010) y Nunca corrí siempre cobré (2016); también aportó cuentos para varias antologías y publicó artículos en revistas y portales.
Hace ya un par de años que Oyola es una voz autorizada para hablar de literatura. Sus policiales, ambientados en la Buenos Aires del siglo 19, o en la frontera entre Corrientes y Misiones, tienen siempre en el centro de la escena a personajes que viven en los márgenes de una sociedad que ante el primer error, o sospecha, les suelta la mano. Las protagonistas de Ultra tumba son claramente parte de ese universo en el que se tienen menos oportunidades que otros. El mismo Oyola contó màs de una vez que la escritura le salvó la vida. Y nunca paró. Tienen un ritmo de publicación envidiable. Su género preferido es el policial, pero también utiliza recursos del terror, lo fantástico, la historieta, el western y hasta destellos de la telenovela.
Ultra tumba no está exenta de los permanentes diálogos que el autor genera con la década del ochenta, a través de la cita de letras de canciones, bandas, solistas, escenas de películas y series que por aquellos años ganaban pantallas, casettes y salones de baile. Lo mismo sucede con su Isidro Casanova natal, en el partido de La Matanza, territorio predilecto de sus historias, por ejemplo la que vive y añora desde la tumba, una de las presas, junto a un hombre que se la jugó por ella, y la espera, pase lo que pase, para revolcarse en la cama y luego mirar juntos los episodios de Lost, acaramelados en un abrazo eterno.
En los agradecimientos, Leo Oyola menciona a “las colegas” que conoció en los distintos talleres literarios de las unidades penitenciarias a las que fue invitado a hablar de sus libros, de su relación con la escritura, a compartir su mirada del mundo. Y eso, hoy, en una Argentina que sufre la miseria de distintos sectores, incapaces de poner el hombro aun cuando nos golpea muy fuerte una pandemia, es una declaración de principios.