Por Sebastián Giménez (*). Foto: Archivo Roberto Baschetti.
Empezaba el mes de julio de 1974 y se terminaba la vida de Juan Domingo Perón. No hubo tal vez mejor síntesis que la tapa del diario Noticias, mostrando cruzado en tinta negra el titular “Dolor” y las palabras obligadamente breves e inigualables de Rodolfo Walsh. Que hablaron de una ausencia que tardaría en volverse tolerable para muchos argentinos, la de un líder excepcional que había marcado la política argentina. Había y sigue marcando, desde que se referencian en su figura y su movimiento muchas agrupaciones políticas de la actualidad.
Un Perón que había nacido en 1895 y hasta se disputa el lugar donde ocurrió, que Roque Pérez, que Lobos, como pasara también con la figura de Gardel, que como todos sabemos cada día canta mejor. El segundo nacimiento del caudillo fue el 17 de octubre de 1945, el día en que las masas descamisadas lo liberaron y se pusieron a escribir la historia de un movimiento que las incorporó a la política para siempre. El subsuelo de la patria sublevado, dijo Scalabrini Ortiz. De permanecer en el subsuelo con su fuerza latente, a emerger de repente como un torbellino a regir los destinos de un país, de un Estado que se ocuparía como nunca de los más humildes, de los trabajadores. De escribir una carta a Evita invitándola a irse a cualquier lugar con él, mientras estaba detenido en la isla Martín García, a decir en el balcón de la Plaza de Mayo a la multitud innúmera: ¡Trabajadores!. ¿Dónde estuvo?, le preguntó la gente enfervorizada. ¿Qué importaba eso, pareció decir Perón? Esas menudencias eran parte del pasado, y esa multitud el presente y el futuro.
Diez años dorados, la década ganada justicialista fue del 45 al 55. La desmesura y cantidad de obras vuelven insuficiente cualquier enumeración. Derechos del trabajador, nacionalización de vastos sectores de la vida económica del país, obras en salud y educación. Las banderas de una Argentina socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana. Diez años inolvidables en la memoria del pueblo, que dejaron en la cultura el dicho de que hoy es un día peronista cuando el sol se apodera del cielo. Los adulones que nunca faltan se pasaron de rosca, como supo decir Jauretche y a Chaco la rebautizaron provincia Presidente Perón y a La Plata Ciudad Eva Perón. También se persiguió a opositores encarcelándolos y el gobierno monopolizaba los medios de comunicación. Se leyó Evita me ama en los libros de primer grado, para que no hubiera ladrillo en el país que no fuera peronista, como dijo la abanderada de los humildes. Que el movimiento tantos años sumergido aparecía incontrolable en el deseo de avanzar, de reivindicarse tras años de olvido y desolación. El retoño de las montoneras federales vencidas en la segunda mitad del siglo XIX, los humildes volviéndose a levantar como un río que desborda la represa y el agua se desbanda. E inunda. Y moja. Y deja una huella perenne, que posibilita por ejemplo que medio siglo luego de su muerte muchos políticos sigan referenciándose en él. Muchas veces, apuntando a los méritos de la persona, del carisma e ignorando, como decía Perón, que el problema no era él, sino la clase trabajadora, los humildes que venían detrás suyo. Su majestuosa oratoria hubiera caído en el vacío si mucho pueblo argentino no lo hubiera acompañado. Quedarse sólo con su figura sin el pueblo que lo acompañó, ayer y hoy, es una lectura poco comprometida de su legado. Es adorar el fetiche de su recuerdo vaciado de contenido social en la actualidad urticante de la Argentina.
Una década ganada y casi dos décadas de proscripción tuvo el peronismo, que sufrió las peores violencias. Bombardeos, censuras, fusilamientos, innumerables torturas. Más derrotas que victorias, podría concluir uno. Pero una persistencia en el resistir que conmovió los cimientos del régimen que lo pudo proscribir pero no silenciar. Que quisieron tapar el sol con una mano, encorsetar una libertad imaginaria con el peronismo afuera. Que fracasaron al final, por el empuje de la juventud a la que Perón llamó maravillosa y la acción sindical menos frontal pero también importante.
Las segundas partes nunca fueron buenas, reza una máxima respecto a series de películas. Y, en este caso, tuvo algo de ese sabor el definitivo retorno al país y su victoria aplastante en elecciones incuestionables. Los diez años de oro no se pudieron repetir en el 73, y la Juventud Peronista se desilusionó prontamente por el sesgo que consideraba demasiado conservador del líder. Que volvió en un modo conciliador ese león herbívoro, intentando un modelo de capitalismo nacional que hoy estaría a la izquierda de cualquier propuesta, pero en ese momento se le apareció tibio a la juventud que soñaba bajo la impronta del Cordobazo y la Revolución Cubana. Un desencuentro y un enfrentamiento violento entre tendencias dentro del movimiento que tendría un desenlace demasiado triste y doloroso para una generación de argentinos.
Hubo muchos Perón, el de la década dorada que rompió con la inercia de un régimen que no dejaba lugar a las mayorías populares. El del exilio, que prefirió vivir en la España de Franco y no en la Cuba de Castro como hubiera soñado Cooke. Un hombre que, cualquier rótulo que quiera adjudicársele, no lo abarca del todo. Para casi todo, hay una frase de Perón. Una permeabilidad popular de la que también goza la famosa marchita partidaria, cantada desde hace añares en las canchas de fútbol. Se resiste a ser clasificado, es probablemente la heterodoxia en su máxima expresión. Tal vez un poco camaleónico, pero el peronismo tuvo la habilidad de crear acontecimientos, marcar agendas y que prácticamente todo girara en torno de sus debates y propuestas. El movimiento original en el gobierno fue revolucionario pero dentro del capitalismo en los 50, conciliador en los 70, y sus discutibles herederos neoliberales en los 90 y progresistas en el siglo XXI. Lo que es incuestionable es que no existe en la Argentina el radicalismo y el antiradicalismo; el socialismo y el antisocialismo, sino el peronismo y el antiperonismo. Una forma binaria y tal vez simple de ver la realidad que tiene su actualización en aquélla palabra gastada de hoy, la consabida grieta. Pero el peronismo trasciende, se ríe hasta de esas divisiones maníqueas y demasiado simplistas de la realidad. Si llego con los buenos, llego con muy pocos, dijo su fundador. Dejando en claro que, con un puritanismo estricto, se abarca poco. La verbalización clara de su intención de trascender, de mezclarse y fundirse con todo lo que fuera argentino. Un peronismo que se reinventa constantemente y tiene la capacidad de marcar agenda y generar acontecimientos. Un abuelo que se muere el día en que muchos de sus nietos cobrarán el aguinaldo. Pasado, presente y futuro del Estado. Empeñado en vivir, como sus banderas. Viva la Justicia social, carajo. Viva la soberanía política, carajo. Viva la libertad, la emancipación económica carajo también. Con un topo que quiere destruir el Estado pero será resistido en una Argentina que no se resigna a perder sus derechos. El 1 de julio murió el creador de un movimiento político que, medio siglo después, no para de nacer.
(*) Escritor y trabajador social.