En Argentina parecemos estar siempre en crisis, pero hay veces en que la realidad supera a la ficción. Diciembre de 2001. Tiene título de película, sí. Pero es una triste verdad que ocurrió hace nada más que veinte años. Angustiante 2001, una odisea social. Entre corralitos, piquetes y cacerolazos, a los tumbos, el golpeado pueblo argentino hizo frente a una de las más graves crisis de su reciente historia. Sensible a la coyuntura actual, llega a la pantalla doméstica “Diciembre 2001”, con producción original de Star + y basándose en el libro “El Palacio y la Calle” (2002), autoría del periodista Miguel Bonasso, quien investigó y compiló la cronología de los trágicos sucesos. La represión, la bronca generalizada y una profunda incertidumbre dominaron al año en que vivimos en peligro.
El destacado director Benjamín Ávila dirige los seis episodios que pueden disfrutarse, vía streaming, desde el pasado 7 de junio. En formato serie, uno de los estrenos más esperados de la temporada documenta, pormenorizadamente, uno de los tramos cruciales de nuestras últimas cuatro décadas de democracia.
Mario Segade, en calidad de guionista, traduce el paradigma socio-político en clave de thriller. No es azarosa su repercusión: lanzada al mercado en instancias cruciales de un año electoral, se propone examinar el desprestigio creciente de una clase política mediocre, únicamente capaz de ver la realidad de modo distorsionado; epítome del delirio de quien detenta el mayor poder, desconociendo el daño causado a un país sin rumbo y a la deriva.
En los albores del nuevo milenio, Argentina se incendiaba. La crisis económica se tornaba incontrolable y las protestas en las calles producían una inaudita escalada de violencia. La integridad de nuestro régimen democrático se veía expuesta, retrotrayéndonos a tiempos más oscuros y dolorosos: la destrucción del palacio legislativo evidenciaba el delicado estadio de un tejido social sumido en la desesperación extrema. Políticas que fracasaban rotundamente llevaron a preparar nuevas e improvisadas estrategias, mientras nos asomábamos al abismo de un pozo sin fondo. Recetas conocidas avivaron el temor de un régimen tambaleante.
En “Diciembre 2001”, el desarrollo dramático va y viene en el tiempo. El uso del recurso del flashack resulta un acierto como elemento unificador de una trama con múltiples narrativas. Afrontando la tormenta perfecta, es hora de la culminación de alianzas y rupturas, en medio de un panorama en donde el atentado a las Torres Gemelas (en septiembre de 2001) impacta a nivel global. A dos años del fin de la era menemista, comienza la indetenible debacle. La deuda externa condiciona al progreso, las clases media y baja se hunden. La Plaza de Mayo se colma de gente insatisfecha. Un mandatario inepto y una moneda devaluada constituyen el punto de quiebre. Las opiniones se debaten acaloradamente en los medios; los meses pasan y los ministros de economía se suceden. El candidato menos pensado asoma como improbable salvación. Todo acaba yendo de mal en peor: al ser argentino le duele el cuerpo, el alma, el voto y el bolsillo. La ausencia de credibilidad y confianza en quienes nos gobiernan lleva la paciencia de nuestros ciudadanos a la exasperación. Lo irascible se vuelve cotidiano.
Peronistas y radicales constituyen dos fuerzas antagonistas en extremo opuesta. Cuando las fuerzas del gobierno se debilitan, Fernando De la Rúa se convierte en la persona indicada para estar en el lugar equivocado. Acorralado, declara el estado de sitio. En las sombras, Eduardo Duhalde teje alianzas para sacar tajada de tan delicada situación; especula, fomenta y articula. El villano de turno perfila y organiza instrumentaciones maquiavélicas, entronándose como la cara mafiosa de una facción política que elucubra desde la impunidad. Es lo que la serie nos muestra de modo subjetivo, coincidamos o no con dicho punto de vista. Las peleas intestinas se suceden, y nadie parece hacerse eco de la barbarie desatada. La problemática quema en las manos y quien debe vestirse de héroe se convierte en una caricatura de alto rating. La investidura burlada y ridiculizada alcanza aristas impensadas. Solo en su trinchera, el presidente no llegaría a finalizar su mandato, presentando su renuncia en el momento más álgido. Nada queda del juramento hecho a Dios y a la Patria. Otra vez, un mandato democrático es interrumpido antes de tiempo.
Bajo la perspectiva de que el poder corrompe, “Diciembre 2001” visibiliza negociados vergonzosos, un entorno viciado y la podredumbre que corroe a personajes cuestionados por el ojo público. El argentino era pura impotencia. Fuimos todos frágiles títeres de una maquinaria de humo. ¿El poder de manejo y decisión en manos de quién se ha colocado? Nuestro país atravesaba una feroz partida de ajedrez, acumulando víctimas colaterales y un dantesco baño de sangre en las calles. A lo largo de seis episodios, de aproximadamente cuarenta minutos de duración cada uno de ellos, la tristeza del pueblo se palpa en cada plano. Son los coletazos finales de una crisis institucional mayúscula.
Promediando su recorrido, se evoca el fatídico 20 de diciembre, donde treinta y nueve personas murieron por enfrentamientos con la policía en nuestro territorio nacional. El detonante final de las amargas fiestas que se avecinaban. No hay salida a la vista.
Filmada en locaciones reales (Casa Rosada, Congreso), solo con excepción de la Quinta de Olivos (reconstruida con fines ficcionales), es de reconocer el valor intrínseco de la serie en desarrollar su argumento desde el lugar de los hechos. Con buen pulso, recrea el penoso hecho ocurrido en Avenida de Mayo, honrando a las víctimas que murieron allí.
Un renombrado elenco forma parte de la producción, conformado por intérpretes claves en representar nuestro mapa político, como Jean-Pierre Noher (Fernando De la Rúa), Luis Machín (Domingo Cavallo), Luis Luque (Chrystian Colombo), César Troncoso (Eduardo Duhalde) y Manuel Callau (Raúl Alfonsín). Por su parte, Diego Cremonesi, Alejandra Flechner (Chiche Duhalde), Cecilia Rossetto, Jorge Suárez (Adolfo Rodriguez Saá), Manuel Vicente (Ramón Puerta) y Fernán Mirás (Chacho Álvarez), completan un reparto nutrido de estrellas.
El retrato conseguido sobre las figuras eminentes (sumado a algunas recreaciones con motivo ficcional) entrega suerte dispar, destacándose las impecables y elogiosas labores de Noher, Machín, Luque, Cremonesi, Rossetto, Flechner y Callau. Más allá del riesgo tomado al pretender acercarse a ciertas fisionomías y comportamientos, no es tarea sencilla componer a determinados personajes sin caer en la parodia.
Como sello identitario, el realizador de “Infancia Clandestina”, echa mano a una estética que recurre al material de archivo (diarios, noticieros) como elemento preponderante para sintonizar con momentos relevantes del itinerario trazado. No siempre el recurso resulta bien logrado, resintiéndose especialmente cuando incorpora imágenes y/o parlamentos de los políticos que forman parte de la ficción. Indudablemente, la homogeneidad se debilita y la mixtura conformada pierde algo de verosimilitud. Sobre todo, en los personajes menos logrados y desfavorecidos: al momento de intercalar ficción y documental, la carencia se evidencia.
El trágico desenlace nos retrotrae a un diciembre funesto, coronado con un total de cinco presidentes en el término de una semana. Tomamos dimensión del caos en el cual Argentina se vio inmersa. Como testimonio de una época convulsa, el mérito audiovisual logrado por la dupla Ávila-Segade es inobjetable, porque refleja una inestabilidad acuciante. En tal sentido, “Diciembre 2001” es un producto que lleva adelante la obligación de revisar el pasado reciente para concientizar sobre las alarmas encendidas del presente.
Nota de redacción: presten especial atención a la escena pos créditos que incluyen aquí los creadores, un inusual recurso en el formato seriado que nos augura una sorpresa titulada “Diciembre 1983”, con miras a continuar indagando en nuestros sucesos políticos.