El Decreto “4161” que prohibía al peronismo se aplicaba nuevamente por orden del ministro del Interior, Carlos Adrogué. El escribano devenido en presidente, José María Guido, era la fachada de los militares, verdadero poder detrás del trono. El Plan CONINTES (Conmoción Interna del Estado) se desarrollaba a pleno. Las cárceles, nuevamente, estaban atiborradas de peronistas y otros luchadores populares.

Frente al número 1.770 de la calle Canalejas, a las 23.30 horas del jueves 23 de agosto de 1962, un hombre es secuestrado.

Se llama Felipe Vallese y tiene 23 años. Había nacido en el porteño barrio de Caballito el 14 de abril de 1940 (en Seguí y Galicia a pocas cuadras de Plaza Irlanda) y su padre era un robusto inmigrante italiano de profesión verdulero. Su madre tuvo que ser recluida en un sanatorio al peligrar su vida, por no haber cumplido con la advertencia médica que le prohibía tener más de dos hijos: tuvo cinco en poco tiempo; por lo que Felipe, fue separado de su progenitora y con 9 años fue a parar a un internado en la localidad bonaerense de Mercedes. Allí cursó hasta sexto grado y luego volvió al barrio.

Continúa sus estudios en el “Hipólito Vieytes”, donde participa de las luchas estudiantiles, pero por poco tiempo, ya que en segundo año debe abandonar el curso para ponerse a trabajar. Fue cadete entonces, en una editorial, fue pintor de obra y trabajó en una tintorería, hasta que por fin con 18 años –en marzo de 1959- consigue un trabajo estable en una fábrica.

Felipe, como integrante de la Juventud Peronista (era parte del Grupo Insurrección), tuvo el triste privilegio de ser el primer secuestrado-desaparecido en Argentina de esa filiación política.

Al ser raptado se dirigía a cumplir con su trabajo en la fábrica metalúrgica TEA (Trafilación y Esmaltación de Alambres S.R.L.) donde era delegado gremial, elegido por sus compañeros, ya a los cuatro meses de comenzar a trabajar.

Sus captores fueron policías de la Regional San Martín, de la provincia de Buenos Aires al mando del entonces inspector Juan “El Tano” Fiorillo, verdugo y torturador en esos momentos y luego también a partir de 1976 –ya con el grado de comisario- durante la sangrienta dictadura militar del General Jorge Rafael Videla.

Hoy, la calle Canalejas se llama “Felipe Vallese” como un homenaje al compañero caído en la larga lucha por la liberación nacional y social de nuestra patria y la misma denominación tiene el salón de actos de la Confederación General del Trabajo (CGT), en su edificio de la calle Azopardo. 

En 2010, el diputado nacional y ex integrante de la conducción de la Regional I de Juventud Peronista, Juan Carlos Dante Gullo, presentó un proyecto de resolución para homenajear a Felipe Vallese, a 48 años de su secuestro y desaparición. Y cabe acotar que, en la ciudad de Villa Mercedes, San Luis por ordenanza Nº 1362-o, del 20 de agosto de 2002, hay otra calle con su nombre.

El abogado Eduardo Duhalde (El Bueno) que lo conoció lo suficiente como para ser coeditor de un libro sobre su figura, lo presenta así:

“Felipe tenía un curioso equilibrio que le permitió advertir que no debía renunciar a los dos campos de su actividad militante: la política y lo sindical. Con la primera, radicalizaba su práctica y se integraba como protagonista de la Resistencia Peronista. En lo sindical no era un cuadro especialmente destacado, sino uno de los tantos disciplinados delegados de fábrica de la seccional Capital de los metalúrgicos, que actuaban en los límites de la lucha reivindicativa”.

Y Leopoldo Barraza que también investigó sobre Felipe Vallese aporta:

“Cuando es elegido delegado gremial ya al poco tiempo consigue para sus compañeros numerosas conquistas que hoy le son arrebatadas. Ropa de trabajo, riguroso cumplimiento del horario laboral, pago de horas extras, cofres para vestuario, leche por trabajo insalubre, etc. Hasta el momento de su desaparición siguió siendo delegado; cuatro años fue reelegido por unanimidad. Era una garantía”.  

17 de octubre de 1964: El pueblo peronista marcha alborozado.

Recuerdos

A título personal, recuerdo que, con catorce años, el 17 de octubre de 1964, fui con mi tío Manuel Evaristo “Manolo” Reyno a Plaza Once ya que el acto central de aquella magna fecha del peronismo se conmemoraba ahí. Manolo era un hombre curtido en mil batallas. Había sido secretario general de la Unión de Entidades Deportivas y Civiles (UTEDyC) y caído Perón en septiembre del ’55, lo fueron a buscar a su casa de Republiquetas y Andonaégui y lo encerraron en la gélida prisión de Río Gallegos. Por peronista nomás… Cuando salió y volvió al barrio de Urquiza, se sumó a la Resistencia Peronista. Los “gorilas” lo volvieron a querer aprehender con la policía, bajo el rótulo de “buscado con captura recomendada”. Igual ese 17 de octubre del ’64 estaba ahí porque era su deber de militante. Yo al lado de él y no me daban los ojos para ver todo lo que pasaba ante mis ojos.

Y en un momento por la avenida hace su aparición un grupo numeroso y compacto de la Juventud Peronista que ocupaba todo el ancho de la arteria abriéndose paso y batiendo a todo pulmón: “¡Un grito que estremece… Vallese no aparece…!”. Quedé impactado y como acto reflejo me sumé con mi voz de pendejo al reclamo popular. Fue inolvidable.

17 de octubre de 1964: La policía está presta para reprimir.

Después todo terminó en un soberano despelote. Porque el gentío emocionado escuchó la voz de Perón en una cinta magnetofónica grabada para la ocasión. Era la primera vez que Perón hablaba con su pueblo sin intermediarios desde 1955. Terminado el largo mensaje y el acto cuando todos cantaron la Marcha Peronista, la gran mayoría de los presentes –enfervorizados- encararon derecho por avenida Rivadavia con la idea de llegar a la Casa de Gobierno. En aquellos momentos el presidente era el radical Arturo Illia elegido como magistrado con solo el 25,15% de los votos y el Partido Peronista impedido de presentarse en la contienda electoral. La Guardia de Infantería cerró el paso y trató de disolver la marcha con gases lacrimógenos al por mayor. Fue una guerra campal, cuadra por cuadra.  

Hasta el día de hoy seguimos recordando a Felipe Vallese. Por lo que fue. Por lo que representó. Por lo que nunca hay que olvidar.    

En mi último libro que co-edité con el compañero Miguel Martínez Naón y que lleva por título “Patria. Peronismo. Poesía” hay un hermoso poema escrito por Francisco “Paco” Urondo al compañero secuestrado y asesinado.

Ambos, Felipe y Paco, dieron su vida con tan solo una diferencia de trece años con el fin de lograr un país digno de ser vivido. Nunca lo olvidemos.