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Reflexiones sobre el teletrabajo

¿Se trata de una herramienta provisoria o de un cambio definitivo? Los autores de la nota ofrecen una serie de reflexiones para debatir, y poner tensión, el uso de la tecnología, que en algunos casos puede maximizar rendimientos pero en otros ir en detrimento de los vínculos sociales en el ámbito laboral, y por sobre todo, de los derechos de los trabajadores y trabajadoras.
y Lic. Rubén Sabareso. Ilustración: @adan_ilustrador

Mucho se está hablando en estos días sobre el futuro de nuestro país y del mundo luego de la pandemia que nos azota. No pretendemos hacer predicciones, sino un aporte a un debate recién iniciado sobre algunas prácticas sociales que, en múltiples aspectos de la vida, parecen haber cambiado sin retorno posible.

En particular, advertimos a los lectores que no escapa a nuestra intención plantear algunos interrogantes sobre ciertos aspectos oscuros o no evidentes de un fenómeno que según muchos y también a nuestro entender llegó para quedarse. Obviamente nos referimos al teletrabajo.

Si bien hace muchos años que se ha instalado la temática de las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TICs), no puede negarse que la implementación de plataformas digitales como la de Gestión Documental Electrónica (GDE) en la Administración Pública y otras similares en ámbitos privados, además del desarrollo de programas y herramientas que en los últimos tiempos masificaron las reuniones virtuales de múltiples participantes, han provocado un cambio cualitativo en el uso de las TICs.

En este escenario, el trabajo a distancia es visto como una forma eficaz de hacer frente al aislamiento social que estamos viviendo. Y en efecto lo es. En el sector público, al cual pertenecemos, muchos trabajadores continuamos desarrollando nuestras tareas habituales desde nuestros hogares a través de Internet. Desde luego que la gran heterogeneidad del Estado hace que no todos los organismos puedan funcionar normalmente y por supuesto,  no todas las tareas pueden hacerse a distancia. Pero a pesar de esto, la utilidad de las nuevas herramientas es innegable.

Es por esto que muchos pueden preguntarse sinceramente, ¿por qué no continuar con esta modalidad cuando pase la pandemia? Después de todo, como vimos previamente, con las nuevas tecnologías no siempre es necesaria la presencia física en el lugar de trabajo. Además, los trabajadores pueden realizar su trabajo desde la comodidad de su casa, ahorrando tiempo y dinero para movilizarse, descongestionando el transporte público y ayudando al medio ambiente. Parece ideal ¿o no?

Pero antes de adentrarnos a analizar en detalle el teletrabajo, queremos hacer un poco de historia. Quizá llevar trabajo a casa para realizarlo a distancia como nueva modalidad laboral, no sea tan nuevo como parece.

En efecto, hay un interesante antecedente histórico del trabajo a distancia, que data de la Inglaterra pre industrial. Entonces se lo llamó “industria a domicilio” y consistía básicamente en la elaboración artesanal de prendas de vestir.

La forma en la que se presentaba era relativamente similar a la actual. Trabajar desde la comodidad del hogar, y permitir a los campesinos obtener un ingreso extra. Pero ¿cuál era el verdadero objetivo del mismo?

En esa época en Inglaterra, y también en Francia y Holanda estaban creciendo e iba tomando fuerza una burguesía urbana que sentaría las bases del capitalismo. En estas urbes (o burgos) la producción manufacturera estaba regulada y controlada por diversos gremios de artesanos. Estos determinaban las condiciones de producción, como limitar la jornada laboral, además de controlar la cantidad y calidad de las mercancías y esto obviamente influía en el precio final de las mismas.

Es justamente para evadir estos controles que algunos mercaderes implementaron la industria a domicilio y llevaron la producción de la ciudad al campo.  Con este cambio fueron ellos quienes pasaron a tener el control de todos los aspectos de la producción.

En todos los casos, aquellos que realizaban esas tareas no lo hacían por considerarlo una nueva forma artesanal de trabajo del que se hubieran apropiado culturalmente. Por el contrario. “Los campesinos que recurrían a este ingreso extra lo hacían generalmente porque su actividad rural no les permitía la supervivencia de su familia. Los impuestos que debía pagar al señor local, al rey y a la iglesia, lo dejaban en una situación de miseria. Por lo tanto, la industria a domicilio les permitía completar sus necesidades de subsistencia”. (1)

Esta vez, como otra tantas en la historia, no era la ambición lo que los llevaba a trabajar más, sino la necesidad de sobrevivir en condiciones materiales que cada vez menos se encontraban bajo su control.

Basta con considerar que la duración de la jornada laboral no se encontraba limitada, tampoco el tiempo de trabajo determinaba el pago, ya que se pagaba por la cantidad de prendas producida (o salario a destajo). De más está decir que esta cantidad a producir la establecía el mercader, y que como en muchas ocasiones esta cuota era imposible de cumplir, obligaba a trabajar a todo el grupo familiar, incluyendo a los niños.

En síntesis, lo que logró la industria a domicilio fue más ganancia para los dueños de los medios de producción, más explotación para los trabajadores, y más poder para la nueva burguesía en formación en detrimento de las incipientes organizaciones gremiales.

Esta modalidad y las relaciones sociales que la posibilitaron llegaría a su fin con la masificación de la máquina de vapor que daría inicio, a mediados del siglo XVIII, a la Primera Revolución Industrial. Entre sus consecuencias, además de los cambios introducidos en la forma de producción, se generaría una masiva migración de estas masas campesinas pauperizadas a los grandes centros urbanos en busca de su subsistencia. Esto generaría relaciones completamente desconocidas hasta entonces entre los propietarios y los trabajadores, pero también entre los trabajadores entre sí y con los objetos producidos.

En este punto conviene recordar que estos cambios no se inscribieron en una sociedad expectante, homogénea y pasiva. Por el contrario, los cambios tecnológicos suelen levantar reacciones en las sociedades en que se introducen. La tecnología no es neutral y el uso que de ella se realice afecta intereses preexistentes cristalizados en relaciones sociales que dan forma a las sociedades en forma dinámica.

La radicalidad de los cambios introducidos por esta Primera Revolución Industrial no fue la excepción y produjo reacciones diversas en diferentes grupos sociales.

En general fue percibida como algo sumamente positivo, y de hecho, hay sobrados argumentos para hacer esta afirmación. Multiplicó enormemente el desarrollo de las fuerzas productivas y convirtió a Gran Bretaña en la indiscutida potencia dominante. En efecto, la gran cantidad de mercaderías producidas, hacía necesario conseguir nuevos mercados que compraran este excedente, con el consiguiente flujo continuo de dinero desde las colonias hacia la metrópoli, como también garantizarse un suministro constante de materias primas. Pero no vamos a extendernos en esto porque no es el objeto de este trabajo y resulta ampliamente conocido.

Sin perjuicio de lo acotado de nuestra referencia histórica, queremos remarcar sin embargo que no todas las reacciones sociales fueron positivas ante esta nueva tecnología y su aplicación en la producción. En especial queremos hacer una mención del movimiento llamado Ludismo. En esencia fue un movimiento que se opuso radicalmente a la maquinización de la producción. Tomó su nombre como homenaje a un dudoso personaje histórico llamado  Ned Ludd. Sus sostenedores realizaron, entre los años 1811 a 1816, protestas violentas y diversas acciones de sabotaje en varias ciudades de Inglaterra destruyendo maquinaria industrial, a las que consideraban una amenaza por su capacidad para eliminar puestos de trabajo.

Lo que queremos destacar de este ejemplo no es el movimiento en sí, ya que fue sumamente minoritario y finalmente disuelto sin haber logrado sus objetivos. Pero lo que sí es importante es la lección histórica que nos dejó su derrota, y es que todo intento de oponerse a los cambios tecnológicos está irremediablemente condenado al fracaso.

Esto nos trae nuevamente al presente y al tema de nuestro interés “el teletrabajo”.

Ya hemos reseñado escuetamente los supuestos beneficios del mismo. Sobre estos y otros aspectos nos gustaría reflexionar a continuación. No vamos a abordar las consecuencias psicológicas y conductuales que genera el teletrabajo, no por creerlas menos importantes, sino porque no es nuestra especialidad profesional. Existe mucha y variada información en la web y los expertos en dichas áreas comparten usualmente valiosos artículos sobre el tema.

Queremos en esta ocasión hacer hincapié en algunas cuestiones del teletrabajo que podemos considerar disruptivos del marco en que habitualmente nos reconocemos como trabajadores.

En primer lugar, uno de los cambios más tempranamente advertidos es la modificación de la duración de la jornada laboral. El trabajador está disponible todo el tiempo, o como se dice ahora, hiperconectado.  Las demandas de su empleador no se circunscriben con límites claros al tiempo en que el trabajador se encuentra produciendo, y el límite entre la vida laboral y personal se desdibuja.  Es necesario recordar que la limitación de la jornada laboral es un logro por el que el movimiento obrero ha pagado un costo muy alto luego de años de lucha, y sobre todo, con la sangre de compañeros que dieron su vida para conquistar la jornada de ocho horas y el descanso dominical. No hay que tomar a la ligera algo tan importante como esto.

La dimensión colectiva a que hace referencia en el párrafo anterior nos alerta sobre otro aspecto disruptivo: el teletrabajo facilita el individualismo en detrimento de los aspectos colectivos del quehacer de los trabajadores. Se trata recordando al sociólogo francés Robert Castel, de una “individualidad negativa”. Esta definición la utiliza para oponerse al discurso tradicional de la derecha en el cual pretende mostrarse como los defensores del individuo en contra de las políticas masificadoras de la izquierda o del populismo. Según el autor, el individualismo que defiende el neo liberalismo, no se basa en la exaltación de las virtudes personales y de la libertad, sino en la destrucción de redes sociales. Es este individualismo y sus aspectos negativos lo que Castel rechaza. A esto opone lo que denomina “individualidad positiva” la cual refiere a que como seres sociales que somos solo podemos desarrollarnos plenamente como individuos a través de nuestra pertenencia a colectivos.

Las condiciones materiales del teletrabajo tal como lo conocemos hoy, representan una amenaza potencial a la autopercepción de cada trabajador como integrante de un colectivo mayor en el cual se construye la conciencia colectiva y se constituyen las organizaciones de los trabajadores. Se trata de aquel espacio en que los trabajadores luchan por derechos que exceden el plano individual de su situación particular (aunque la engloba) para alcanzar un estatus genérico, que garantiza sus condiciones laborales en tanto integrante de la clase obrera estableciendo límites mínimos e irrenunciables de protección.

No es intención de este trabajo plantear una oposición sin más a la implementación del teletrabajo, correríamos quizás un destino de derrota como luddistas tecnológicos. Sin embargo nuestra propuesta rechaza desde el inicio una adopción acrítica de esta modalidad laboral.

Por eso, y para contextualizar temporalmente el tema del teletrabajo, el problema que percibimos no se plantea claramente en el presente de aislamiento obligatorio, sino a futuro. En el presente, el teletrabajo es una herramienta muy valiosa que permite que en medio de una pandemia sin precedentes, muchos trabajadores ya sean en los ámbitos públicos o privados puedan seguir desarrollando sus actividades con relativa normalidad.

Pero entendemos necesario advertir la amenaza potencial que esta modalidad laboral puede implicar en términos de flexibilización laboral, encubierta por el halo del avance tecnológico, estrategia de simulación no ajena al neo liberalismo.

En este sentido, nuestra reflexión crítica puede guiarnos en la elaboración de respuestas a los desafíos descriptos.

¿Qué hacer entonces ante el teletrabajo?

Creemos que un buen comienzo es aprender de las lecciones de la historia.

  • La realización de trabajo a domicilio, o a distancia, no es una modalidad tan nueva como parece. Más allá de las grandes diferencias entre épocas y de las relaciones sociales involucradas, el caso analizado en la Europa pre-revolución industrial nos muestra que, su resultado fue mayor explotación para los trabajadores, precisamente por las condiciones que le fueron impuestas para desarrollarlo.

  • También podemos rescatar de la fracasada experiencia Luddista que es inútil y retrógrado oponerse a los cambios tecnológicos por sí mismos. Es fundamental comprender que ellos son un medio útil para lograr determinados fines, pero nunca un fin en sí mismo, y que no es la tecnología sino las condiciones de su empleo las que generan las relaciones sociales de trabajo.

  • En relación con ello, la historicidad como característica de la cultura nos permite entender que lo que es útil para un contexto determinado, puede resultar inconveniente o perjudicial en otro momento dependiendo de las posiciones de poder de los actores sociales y las relaciones que ellos tejen.

  • Va a ser “militado” abiertamente por ciertos grupos económicos y fuerzas políticas afines a estos, como una nueva forma eficiente, confortable, y ecológica de trabajar. Y cualquier objeción al mismo va a ser criticado por sus medios de comunicación, como una resistencia retrógrada de parte de sindicalistas o políticos de nuestro espacio que no aceptan el progreso tecnológico.


Ahora entonces, podemos esbozar algunas reflexiones finales prospectivas.

Las nuevas condiciones de labor que puede implicar la generalización del teletrabajo nos llevan a enfatizar los aspectos colectivos del trabajo y a insistir en la necesidad de una reflexión crítica sobre las relaciones sociales que le dan marco.

Por esto, entendemos que hay que debatir ampliamente entre todos los actores sociales involucrados, las repercusiones que pueden tener en el conjunto de la sociedad los cambios tecnológicos que están ocurriendo en este plano.

Somos realistas y sabemos que este no es un debate puramente teórico e intelectual, sino que hay grandes intereses económicos en juego. En ese marco se torna indispensable considerar el rol primordial de las organizaciones representativas de los trabajadores y sus instituciones. Es decir, el movimiento obrero organizado.

Consideramos que es nuestra obligación tomar la iniciativa y ser protagonistas planteando activa y abiertamente el debate que tarde o temprano llegará. Es importante contrapesar el poder de los grandes grupos económicos que hace tiempo buscan implementar una reforma laboral en contra de los intereses de los trabajadores, y hay que ser conscientes que estos cambios imprevistos pueden ser plenamente funcionales a sus intereses.

Para eso es indispensable la búsqueda de un equilibrio del poder entre Estado, capital y trabajo. Un Estado fuerte, independiente y dinámico es fundamental para mediar en la siempre e inevitable contraposición de intereses entre el capital y el trabajo. El capital intentará maximizar sus ganancias, en tanto las organizaciones colectivas de los trabajadores pondrán freno a su avance mediante el establecimiento y defensa de los derechos laborales.

Por eso, un poderoso movimiento obrero organizado y un Estado protagonista, unidos por un proyecto en común constituyen la mejor garantía para el equilibrio de intereses y la búsqueda del bien común.

(1) https://campus.belgrano.ort.edu.ar/cienciassociales/articulo/334499/la-revolucion-industrial
author: Mariano Unamuno

Mariano Unamuno

Coordinador de la Secretaria de Interior de UPCN.

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