"Venga la esperanza, venga sola a mí
Lárguese la escarcha, vuele el colibrí
Hínchese la vela, ruja el motor
Que sin esperanza ¿dónde va el amor?"
Silvio Rodriguez
En su sabiduría infinita, Fidel Castro dijo alguna vez que había que defender a una mujer que representaba el punto más alto de lucha en América Latina. Se refería, obviamente, a Cristina Fernández de Kirchner. Pasó poco más de una semana desde su última intervención pública en el Hospital de Niños de La Plata, y las palabras que ahí dijo parecen más y más necesarias cada día. ¿Qué sería de esta patria, qué sería de nosotres en estos tiempos oscuros si no fuera por la luz que emana a través de Cristina?
Arrimando el año y medio desde que azotó en nuestras tierras el covid-19, se acelera en nuestro país una campaña de vacunación sin parangón, mientras en paralelo la segunda ola sigue haciendo estragos. Ahí aparece Cristina, y en escasos minutos sacude el tablero con osadía, precisión y lucidez: llama a grandes consensos transversales, hace una oda a la libertad, insiste en la necesidad de profundas reformas, y enciende la esperanza de volver a ser felices. Gracias Cristina por tanto. ¿Qué hacer a partir de sus palabras?
El calendario electoral nos apura, y en escasos meses deberemos solicitar el voto de nuestro pueblo. El Frente de Todes volverá a las urnas en un contexto muy distinto al de 2019. A nadie escapa que nuestra coalición se creó hace dos años con una Argentina muy distinta en mente, pero como decía Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte, las personas hacen la historia en condiciones que no eligen. Esta es la realidad que nos tocó y debemos hacernos cargo con absoluta responsabilidad. Porque a fin de cuentas eso es lo que nos distingue como militantes de quienes reproducen la opresión y la desigualdad: queremos transformar la realidad.
Algo peor
Sin dedicarle demasiado tiempo, veamos la estrategia de la oligarquía. Se trata lisa y llanamente de transformar el miedo y el dolor en odio. Se trata de des-responsabilizar, buscar culpables, romper los lazos de solidaridad y esmerilar todo lo bueno y anti-neoliberal de nuestra cultura para permitir la acumulación sin límite de las lógicas del capitalismo contemporáneo, muera quien se muera, contagie quien se contagie, sufra quien sufra. Pandemia o no pandemia, siga siga.
Escuchar una conferencia de prensa de Horacio Rodriguez Larreta hace recordar a la idea de alegre irresponsabilidad de la que habla el Papa Francisco en Laudato Si: hacerte sentir bien haciendo casi nada, incluso sabiendo que las consecuencias serán catastróficas. Sonriente, Larreta nos felicita por usar barbijo. Todes somos una maravilla, las escuelas no contagian, los shoppings no contagian, los casos se están estabilizando, hay testeos, sigamos así que todo fantástico. La alegre irresponsabilidad oculta el dramatismo de la situación, nos des-responsabiliza, nos hace sentir satisfechos con que lo que hacemos es más que suficiente.
A la irresponsabilidad larretiana sumémosle el odio gorila que nos grita infectadura, cuareterna, que somos el peor gobierno de la historia y que nos robamos las vacunas (que son veneno pero tampoco llegan). Una suerte de inquisición mediático-opositora cuya preocupación no es aportar a salir de este momento dramático, sino encontrar culpables a quienes castigar. Populismo de derecha: la sociedad es buena e inocente, los malos son los chorros kirchneristas que deben pagar.
Por eso es tan importante aquella idea que lanzó Máximo Kirchner en un plenario de la militancia en Ciudad Universitaria allá por 2017: el neoliberalismo busca sacar lo peor de la gente. Por ende, nuestra tarea es aspirar a sacar lo mejor.
Algo mejor
Ahora sí, adentrémonos en las palabras de Cristina en La Plata. Inicia recordando su vacunación con sabin oral en 1956 durante la proscripción del peronismo, y pide a la oposición y a los medios de comunicación que abandonen la irracionalidad, que no hagan política anti-vacunas. Eso debe quedar por fuera de la polémica interpartidaria. Explica que “engrietar” la vacuna sólo le hace daño a la salud de nuestro pueblo. Este tema, como tantos otros, requiere una unidad nacional que parece por momentos imposible pero sobre la que debemos insistir junto con ella.
Pero los momentos decisivos llegan cuando habla sobre la libertad. Tomando el ejemplo de la juventud que se ofrece como voluntaria en la campaña vacunatoria, dice que ahí está la verdadera libertad. Porque libertad para mí y que se jodan los demás, no es libertad. La libertad, propone Cristina, es poner el cuerpo para que otres sean libres; es luchar por la libertad de otres, para que otres puedan luchar también. Elaborando sobre sus palabras, podríamos decir que la liberación de un pueblo no es otra cosa que su transformación en un pueblo solidario, donde todes nos hacemos responsables por la libertad de les demás.
Por supuesto que hay una importancia táctica en disputar la idea de la libertad y no regalársela a la derecha y la oligarquía. El pensamiento populista (veáse por ejemplo Íñigo Errejón) ha explicado con claridad que la lucha por la hegemonía en una sociedad tiene que ver con lograr apropiarse de los conceptos más importantes que definen a una comunidad. Estas palabras, llamadas significantes flotantes en la teoría de Ernesto Laclau, como “Democracia”, “Justicia”, “Futuro”, “Juventud”, “Orden” o “Libertad” tienen un sentido vago, y una de las principales tareas para construir una mayoría es lograr que se imponga nuestra interpretación sobre qué significan. Ciertamente Cristina tiene esto en mente: no le regalemos la idea de libertad a la derecha, no dejemos que se imponga una idea individualista y en última instancia falsa de la libertad. Pero no se agota allí...
En la filosofía se suele contraponer dos ideas de libertad. Una “negativa”, entendida como que ningún poder me impida a hacer lo que yo quiera; y una “positiva”, que tiene que ver con crear las condiciones objetivas para que los sujetos tomen decisiones sin trabas. En otras palabras, por más que ninguna ley o gobierno te impida darle de comer a tus hijes, si no se generan las posibilidades sociales y económicas para que eso sea posible, ¿cuán libre podés ser? No es difícil identificarse con esta idea positiva de la libertad, y creemos fervientemente en ella. Pero Cristina decidió ir un paso más allá, y presentar una idea militante de la libertad.
CFK propone que la libertad verdadera es luchar por la libertad de otres, es sacrificar un poquito de mí mismo para que otra persona pueda ser libre. Es decir, la libertad es la militancia, es la solidaridad, es el desprendimiento, es la búsqueda colectiva. Aquí, podríamos agregar, se devela el sentido más profundo de la idea de volver mejores. Volver mejores no es únicamente volver mejores como dirigentes, como proyecto político, como militantes. Volver mejores es volver-nos mejores como pueblo. No existe un buen gobierno si no hay un buen pueblo, como tampoco existe un buen dirigente si hay malas bases.
En una tangente, remontémonos a 1989. Como muestra el documental “Militante de un proyecto”, una Cristina mucho más joven intervenía en un congreso del PJ en Santa Cruz e interpelaba al auditorio:
"Las dirigencias sociales y políticas nunca son mejores ni peores de que a quienes representan, y aunque suene duro hay que decirlo. Yo no creo que en sociedades en crecimiento, en desarrollo, progresistas, con buenas propuestas sean todos malos dirigentes. Los dirigentes no son ni más ni menos que el espejo en el que se mira la base social que los sustenta. Todo está concatenado con todo. todos somos consecuencia de los mismos aciertos y los mismos errores".
Todo está concatenado con todo. Del pueblo venimos y al pueblo vamos. Para tener un mejor gobierno, necesitamos construir un mejor pueblo. Ser mejores quiere decir que todes seamos mejores. Más solidarios, más militantes, más libres.
Volver a ser felices
Retomemos el discurso en La Plata. En total fueron menos de 20 minutos y aparecieron otros importantísimos temas: marcó que circula una peligrosa antipolítica, ante lo que es importante evidenciar que no todos los políticos son lo mismo, que no todo da igual. Pidió encarecidamente que no nos peleemos con la realidad, reiterando la necesidad de una reforma del sistema de salud para incrementar su eficiencia y su capacidad de respuesta ante los desafíos del futuro. Y al final, cerrando ya su discurso, mirando hacia adelante pronunció seis palabras que abrieron un halo de esperanza como solo ella puede hacerlo. Dijo simplemente: vamos a volver a ser felices.
Cuando la noche es más oscura, más necesario es que venga el día en nuestros corazones. La esperanza, empero, no es un optimismo bobo que cree que las cosas van a mejorar porque sí. A nadie le sirve que nos digan que vendrá buen clima si se avecina una tormenta. Por el contrario, la esperanza debe estar fundada en razones, debe estar anclada en la realidad, marcando a su vez la voluntad de transformarla. Razón + Voluntad = Esperanza. Y ciertamente hay motivos para la esperanza.
Entrado el año y medio de pandemia, acercándonos a las 100.000 muertes por covid-19, es necesario reconocer el dolor y el trauma que vivimos como pueblo. En un memorable poema sobre la posdictadura, Alberto Szpunberg escribió la frase “Demasiado dolor para hablar sueltamente del futuro” y no se puede más que suscribir esa idea. Ayer mismo, en el mismo instante en que recordábamos los 35 años del gol de Diego a los ingleses, se conoció la muerte del compañero Horacio González, un militante de los más brillantes y comprometidos que ha dado nuestra patria. Se suma a la interminable lista de dolorosas ausencias que pesan y angustian.
De algo no hay dudas. La pospandemia llegará y será una bella primavera. Sin embargo, si realmente queremos que sea un tiempo de grandes transformaciones como precisamos que sea, si realmente queremos que se desborde y se despliegue toda la potencia popular contenida por el aislamiento en función de modificar la correlación de fuerzas a favor de la felicidad del pueblo y la grandeza de la patria, debemos tener presente la tristeza, las pérdidas y las frustraciones que ha significado este tiempo. Reconocer el dolor para transformarlo en voluntad de un tiempo mejor. Por eso el tono de Cristina no es festivo, ni suelto, ni despreocupado. Mira la oscuridad de frente, y nos trae luz: venga la esperanza.
¿Cómo salir? La consigna se presenta con toda claridad: hoy la principal tarea militante es conducir al pueblo hacia la vacuna. Conducir en un sentido amplio, como lo entendiera Perón: las acciones de gobierno y las acciones políticas deben orientarse hacia la vacunación de todo el pueblo argentino. Conseguir vacunas, distribuirlas, difundirlas, aplicarlas; pero también concientizar, asistir en el empadronamiento, persuadir a quienes dudan, informar a quienes desconocen, festejar cada persona que pone el brazo, interpelar a más y más ciudadanos y ciudadanas a hacerlo, no solo por su propia salud, sino por la salud de les demás.
Cristina fijó un horizonte clarísimo: hay que vacunar hasta el último argentino y la última argentina. Quizás tampoco allí se termine la pandemia, nadie puede saberlo, pero sí sabemos que es una condición necesaria para volver a ser felices. Ahí se abre un enorme desafío para la militancia en todas sus formas: porque sin el Estado no se puede, pero con el Estado no alcanza. Tenemos ante nosotres una enorme gesta épica por delante: conducir y persuadir hasta la última persona en esta patria hacia la vacuna. La esperanza está puesta en que podamos como gobierno, como militantes y como pueblo, lograr ese objetivo. Necesitaremos de los mayores esfuerzos individuales y colectivos, como bien sabe hacer el kirchnerismo: como cuando se inundó La Plata en 2013 y decenas de miles de jóvenes se calzaron las pecheras y se pusieron a asistir y organizar la reconstrucción. Como en el balotaje de 2015, cuando sentimos el peligro del macrismo y salimos a persuadir hasta la última persona de votar a Scioli y casi logramos revertir el resultado. Como viene haciendo la militancia desde fines del año pasado en distintos rincones de la patria difundiendo el plan de vacunación y promoviendo los cuidados.
En cada barrio, en cada ciudad, en cada pueblo, puerta a puerta, casa por casa. Por todos los medios posibles: lograr que se vacune hasta el último argentino y la última argentina. Ahí tenemos que poner el cuerpo. Venga la esperanza de la mano de la militancia organizada, para ponerle fin a las restricciones afectivas, para poder volver a abrazar a quienes queremos, para hacer el duelo por quienes faltan, para poder reconstruir nuestras vidas. Para volver a ser libres y felices, como nos marca Cristina.