Peronismo

El fin de la larga noche del 76

El 16 de diciembre de 1982, un espacio multipartidario realizó una movilización, con el apoyo de la CGT, a la Plaza de Mayo, que significó la primera gran manifestación popular de rechazo a la dictadura. Baschetti publica una carta de Marcelo Daniel Molina, un compañero peronista que participó de la manifestación, y que falleció por el coronavirus en 2021.

Rememora un compañero:

Perdida la Guerra de Malvinas el desgaste de la dictadura era evidente, pero conservaba todavía un enorme poder de daño.

Se había creado la multipartidaria y con la CGT de Ubaldini –el gran motor contendiente- la movilización popular crecía desde aquel 30 de marzo.

Montoneros desplegaba acciones buscando el diálogo con todos los dirigentes políticos que no hubieran colaborado con los milicos. En esta tarea muchos compañeros dejaron su vida al exponerse.

También se generó un espacio, posible, de trabajo de superficie. Así, en La Plata se abrió en junio del ’82, el “Ateneo Eva Perón” –cerca de Plaza España- luego de casi un año de tarea previa del “Babi” Molina, su mentor. Teníamos, además, una herramienta potente para la discusión política como era “Bases para la Alianza Constituyente de la Nueva Argentina”, suscrita por la Conducción Nacional y trabajada al detalle por Analía Payró.

El Ateneo, se convirtió en un faro para decenas de viejos militantes desperdigados y nuevos luchadores ansiosos de hacerle frente a los milicos, tanto como posta para los compañeros liberados de la U9, en camino a sus hogares. En una tarde de fines de noviembre llegaron el “Flaco” Kunkel, el “Cata”, “Cachorro”, el “Piraña” y una docena más. Flacos, pálidos y en zapatillas. Hubo fiesta.

En esos días se convocó a una gran movilización democrática y popular por la Multipartidaria, a la que se sumó la CGT, para el 16 de diciembre a la Plaza de Mayo. Se planeó como un gran acto cívico con epicentro en la misma Pirámide de Mayo, ante cuya fachada la Sinfónica Nacional tocaría el himno y se depositarían flores en homenaje a la República. Todo muy ciudadano… Puede que con ceremonias así la dictadura se conmoviera…

Las fuerzas de seguridad reprimieron la manifestación.

Desde el Ateneo partimos en un contingente como de cincuenta compañeros, entre ellos la “Vasca” y Néstor. Como aún cargábamos con la vieja práctica de la clandestinidad, todos fuimos tabicados, quedando nuestras identidades reales a cubierto y en manos letradas –creo que de José Luis- por si algo sucedía. Íbamos en un micro alquilado y nos bajamos frente al Hospital Fiorito en Avellaneda. Pasamos en el camino varios grupos de muchachos que reconocimos y nos reconocieron por el aroma a peronista. A las puertas del Fiorito éramos un par de cientos bajo una sola consigna: “¡Se va a acabar la dictadura militar!”. En esas cuadras y entrando a Capital, ya formamos una gruesa columna desafiante. Había mucha policía que nos observaba de lejos.

Marchando por la 9 de Julio, más y más compañeros se sumaban. Era curioso: apenas se veía una bandera grande que decía “Luche y se van. JP”. Había visto unos compañeros cargando unas largas cañas y tela arrollada celeste –algo grande sin dudas- dentro de la columna.

Al llegar a la Avenida de Mayo surgió la primera gran sorpresa de aquellos tiempos: los radicales con sus enseñas rojiblancas, en una columna inmensa –muchos, muchos más que nosotros-, detenida, esperaba paciente el momento de cruzar la 9 de Julio y seguir hasta la Plaza. También cantaban: “Se va a acabar…”. Nosotros, con la experiencia de siglos de estar en la calle, los primeriamos, metiéndonos en la Avenida entre ellos, pujando y pujando. Delante nuestro había una columnita del MID. Se veía muchísima gente, las veredas colmadas, yendo a la Plaza. Desde los balcones de la Avenida saludaban y arrojaban flores. Era un lindo día luminoso.

Apenas nuestra cabecera entró en la Avenida, los compañeros del misterioso cargamento pasaron al frente desplegando la tela celeste enastada que reveló una bandera alta y ancha, gigantesca.  Decía en gruesas letras negras “Patria o Muerte” y firmaba debajo “Juventud Peronista”. Me parece verla aún, desplegada por la Avenida ¡La consigna montonera más formidable! ¡La que remarcaba la decisión de lucha inquebrantable, a la vista de todos! Y atronamos entonces con el “Paredón, paredón a todos los milicos que vendieron la Nación”. Creo que fue Jorge, el “Mono” quien lanzó la consigna.    

Llegamos a la Plaza sin frenarnos –porque nos abrían paso- para los últimos acordes del Himno. No había espacios libres ahora y debimos seguir pujando. Así, nos detuvo el vallado que habían puesto sobre Balcarce. ¿Vallado? ¿Vallas a la JP? En un momento desarmamos el límite y nos lanzamos cantando “Paredón…”, portando las mismas vallas, ahora arietes populares que, alzadas, se abatían sobre las persianas de Casa Rosada y sobre la ochava de la puerta de Rivadavia –creo que fue la JP de La Matanza: el pueblo peronista y montonero asaltando el núcleo simbólico del poder.

La multipartidaria y la CGT generaron un hecho político muy importante para la época.

Animados por nuestro ejemplo un grupo de la Franja Morada corrió e intentó poner su bandera en un ventanal. En eso sonó el primer disparo de una 45. Y enseguida otro y otro. Los milicos, que se habían atrincherado en la Casa Rosada contraatacaban. Los cívicos de la ceremonia –midistas, socialistas, intransigentes, demócratacristianos, pejotistas y otros- espantados, los músicos, que guardaron sus instrumentos, desaparecieron al instante. La huida de los cívicos nos había dejado un buen espacio para maniobrar delante de la Pirámide. Quedamos nosotros y ellos, los que reprimían.

Sobre la Catedral había algunos gremios y también por Economía. Empezaron a gasearnos justo cuando una gruesa columna radical que cortamos asomaba a la Plaza. Muchos de nosotros llevábamos limones para empapar los pañuelos o ya los teníamos impregnados con perfume –compuestos químicos que permiten respirar mejor en el aire enrarecido-. Uno de nosotros, creo que fue “Cacho” Álvaro, descubrió un cofre de madera contra un árbol, le hizo saltar el candado, hallando dentro picos y palas de los municipales que estaban haciendo veredas nuevas: con las herramientas se levantaron baldosas, se las partió, transformándolas en proyectiles que como lluvia les lanzamos a los milicos haciéndolos retroceder otra vez hasta dentro de la Casa Rosada y “paredón, paredón…”.

Les llegaron refuerzos desde Paseo Colón y desde Moreno: más gases y balas de goma, más disparos de 45 al aire, pero nosotros, nada. El “Gordo” Carlos era una máquina pedrera; el inefable “Panchuqui” lucía una gorra amarilla que lo hizo punto de referencia: los milicos gritaban “¡Al de la gorra amarilla, al de la gorra amarilla!”. Creo que levantamos cientos de baldosas que les enviamos en trozos y nos manteníamos en la posición. “Marita” repartía más limones aconsejando a los legos, en medio de la barahúnda, como usarlos de antídoto. Otra vez se replegaron los milicos y hubo unos minutos de bienvenida calma porque nos pertrechamos y contamos.

Fue entonces que los milicos descubrieron a los radicales, que no podía retroceder, porque la cantidad de gente taponaba su retirada y “protegían”, impensadamente, nuestro flanco izquierdo y les tiraron a ellos también y por sobre sus cabezas. Lograron empujarlos para los lados de la Catedral y por Diagonal Norte.

Nos quedamos solitos y aparecieron carros hidrantes –uno con agua cromada- y lo más fulero: falcons sin patentes cargando servicios con armas largas que salían de la ventanilla. La retirada nuestra se hizo entonces imprescindible. Uno de esos bichos frenó cerquita, aislándonos a Diana y a mí del resto de los compañeros. Nos metimos entre una masa de radicales mezclándonos con ellos y salimos entreverados por San Martín. Armamos el camelo enseguida: una pareja de enamorados paseando… No era muy creíble en medio de semejante baile, aunque marcháramos abrazados y haciéndonos arrumacos, pero funcionó: nos bordearon falcons, motos, que no repararon en nosotros. Llegamos a Retiro –aún no funcionaba la Terminal—sin novedad y alcanzamos un “Río de la Plata”. Teníamos un papelito con el pie telefónico, que sí y solo sí, debía leerse –recuérdese la práctica de la clandestinidad- en caso de problemas, como este. ¿Pero dónde hallar un TE en aquellos tiempos?

Retornamos al Ateneo como a las diez de la noche, examinando los alrededores por si lo estuvieran allanando. A la madrugada llegaron los últimos compañeros: no habíamos sufrido bajas y estábamos contentos por la Patriada que protagonizáramos. Esto en lo inmediato. Al día siguiente supimos del asesinato de Dalmiro Flores frente al Cabildo –otro hecho simbólico- por los servicios.

Durante aquella jornada, la dictadura asesinó al obrero Dalmiro Flores.

(…)

En aquella otra noche se tuvo la certeza que habían “chupado” al “Turco” Haidar en Brasil. El último “bronce” que nos quedaba de los sobrevivientes de la Masacre de Trelew. El inefable René estuvo en nuestra mente y en nuestro corazón, en la gran movilización del 16 y habrá quedado gustoso del espíritu de lucha de la JP. Aún conservo su pipa, su piloto blanco… Su guiño final a los compañeros fue llamar al teléfono de contacto –el mismo habría pedido a sus captores hacerlo para establecer una cita “envenenada”, aparentando estar “quebrado”- y mediante palabras clave informó que lo habían capturado. ¡Hasta la victoria siempre “Turco” querido!

(…)

Años de aplicación planeada del terror habían partido el espinazo moral de tantos. Les pusieron la cara contra el piso y les quitaron derechos y expectativas de vida digna… los degradaron. Consiguieron que aceptaran ese mandato oscuro. Puede, entonces, que el empeño militante que pusiéramos en aquella histórica jornada, les indicara a los milicos que una fuerza dispuesta permanecía. Horas después Bignone –acompañado por sus cómplices de la Junta- en discurso a la Nación habló de elecciones. 

En la coyuntura, los radicales pergeñaron el “Somos la Vida…“

El PJ: “Somos el partido más grande de Occidente!” (¡…!).

Nosotros peleábamos por “Juicio y castigo a los culpables” y “Rendición de cuentas”.

Y luego ante el comentario de la dictadura y sus corifeos de “Muerto el perro (nosotros) se acabó la rabia”, enarbolamos el “Somos la Rabia”. O sea, lo políticamente incorrecto. Lo demás es más o menos conocido por todos los contemporáneos.

Un abrazo pym para todos.


Marcelo Daniel Molina  

Molina falleció por coronavirus el 7 de mayo de 2021 a la edad de 66 años. Lo que sigue es el pasaje de una carta que me envió oportunamente, acompañando el relato anterior: “Si permanezco con vida es por la dignidad de mis compañeros que en la tortura se callaron la boca. Tengo un compromiso con ellos, por lo tanto, de hacer conocer, de historiar, lo que fuimos y durante todos estos años busqué a sus hijos para que estos conocieran quienes fueron sus padres (…) Alguna vez nuestra historia se escribirá y quisiera arrimar un granito de arena. Un abrazo”.

author: Roberto Baschetti

Roberto Baschetti

Sociólogo, historiador, investigador. Autor de más de 50 libros sobre el peronismo revolucionario. Socio fundador de la editorial Jirones de mi vida.

Sigamos conectados. Recibí las notas por correo.

Suscribite a Kranear

wave

Buscador