Cultura Literanacional

Vinieron

La conmemoración de un nuevo 24 de marzo, inédito por el aislamiento social y obligatorio, fue el disparador que la autora utilizó para escribir sobre una de las tantas historias que dejó la larga noche genocida, y que hoy, afectados por la pandemia, tiene puntos de contacto con la realidad.

25 de Marzo de 2020

Por Elena Nicoleti (Psicoanalista)

A Elsa y Bernardo que supieron callar.


 

Recuerdo perfectamente el di?a en que se me desmorono? el mundo.

Esa man?ana, en el laburo, conteste? el tele?fono distrai?do. A la noche jugaba River, teni?a entradas y nos i?bamos de vacaciones el fin de semana.

-Vinieron, dijo mi viejo.

Me quede? perplejo.

La frase, dicha en voz muy baja, casi para no ser escuchada, retumbo? con el estruendo de un tsunami que arrastraba y devoraba en su espiral los proyectos, las ilusiones tejidas en los resquicios de eso que aun no logra?bamos dimensionar.

El Golpe habi?a implicado acentuar las medidas de seguridad a las que ya esta?bamos un poco acostumbrados. Pero esto que sabi?amos que podi?a pasar y espera?bamos que no, habi?a ocurrido.

-Hay que rajarse, dijo Luis, el compan?ero de la agrupacio?n al que le conte?.

No entendi? si el imperativo lo inclui?a a e?l. E?l buscado era yo. ¿Tendri?a miedo que me agarraran y lo cantara?

Antes que lograra responderme, me llamo? Eugenia.

- Flaca, veni? a buscarme para almorzar, atine? a decir.

Ella que siempre fue muy sagaz, pesco? que algo pasaba y no pregunto?.

No quise ir al cafe? de la esquina, cuando pasamos habi?a un tipo con anteojos oscuros, de los servicios, seguro. No se? si lo habi?a visto antes, pero me cayo? la ficha. Me estaban vigilando y ya teni?an el lugar donde trabajaba.

Nos tomamos el primer bondi que paso?. Con nosotros subio? so?lo una sen?ora con dos chicos. Bajamos en un barrio que no conoci?a; mi mujer insisti?a en que habi?amos ido varias veces a la casa de no se? quien por alli?, pero no, era un lugar desconocido.

- ¿Que? hacemos? pregunte?.

Con su habitual sentido pra?ctico dijo:

- Nos vamos.

- Si, claro. Ya tenemos alquilada la casa en Santa Teresita.

- No, Rube?n, nos vamos a la mierda. ¡Nos esta?n buscando!

Algo se me revolvio? en la cabeza. El hijo de puta del cadete nuevo. ¡E?l me batio?! Hablando de futbol entramos ra?pido en confianza y me fue sacando datos.

Pero yo nunca le conte? que era de Rosario. ¿Co?mo teni?an la direccio?n de mis viejos? “Los servicios saben todo, hay que cuidarse” deci?a siempre el Gordo Juan antes que lo agarraran del modo ma?s tonto cuando fue hacer la verificacio?n del coche.

Volviendo a casa vimos un Falco?n estacionado a treinta metros. Euge insistio? en que era el del verdulero, comprado hace cinco an?os, pero yo me di? cuenta que teni?a la patente medio borrada.

- Nos esta?n esperando

Vimos el partido en un telo, River perdio? y esa noche dormimos muy mal. Yo no podi?a parar la cabeza. Se me armo? de golpe todo el cuadro. Tres semanas atra?s, cuando fui a

comprar, el panadero me pregunto? si nos i?bamos de vacaciones. Yo, como un boludo, le conte? todo. Nunca me gusto? ese tipo, siempre de tan buen humor, siempre amable, seguro que la faja a la mujer.

No regresamos a nuestra casa. Unos amigos nos alcanzaron lo mi?nimo que necesita?bamos para irnos.

Llegamos a Concordia a las doce de la noche. La prima de Eugenia no entendi?a nada, pero compro? enseguida el cuento de que nos i?bamos a Floriano?polis, y nos atendio? de maravillas. Hablamos mucho y nos conto? que pasaban cosas muy raras, hasta se deci?a en el pueblo que la gente despareci?a.

Del que no me fiaba era del marido. Preguntaba demasiado, que dónde se van a alojar, en qué compan?i?a viaja?bamos, hasta se ofrecio? a llevarnos hasta la frontera. Es cierto que la gente en el interior es ma?s gaucha pero a mi ni me conoci?a. ¡Bah! eso crei?a yo antes de escucharlo hablar con el comisario para arreglar dónde “jugaban” al po?ker esa noche.

Era clari?simo. Nos estaba batiendo.

La flaca se enojo? mucho cuando nos rajamos sin despedirnos.

Cruzamos el ri?o en balsa por algu?n lugar de Misiones. Logramos sortear Migraciones y ya en Brasil pedimos asilo poli?tico en la embajada sueca.

Llegamos a Suecia en verano. Yo no estaba muy bien, teni?a la cabeza un poco perdida, creo que era por la fiebre. Me internaron unos di?as y me dieron unas pastillas.

Al tiempo, me convenci? que alli? no nos vigilaban. ¡Lo que no pude soportar nunca fue tener por todos lados ese azul y amarillo de la bandera!

Fue alla? donde nos enteramos. De los desaparecidos, de los campos de concentracio?n, del ocultamiento...

No se? porque? volvimos, si los chicos no queri?an y teni?amos buen trabajo. ¿Sera? que la tierra tira?

Al final, ya no me cai?an tan bien esos rubiecitos insulsos, siempre tan correctos que me miraban mal cuando yo hablaba fuerte o puteaba a los milicos.

Y adema?s estaba esa historia con el guacho del compan?ero de trabajo de mi mujer. Cuando hablo? asi? de los exiliados sudacas lo tuve que fajar. Justo ese di?a me habi?a olvidado de tomar la pastilla.

Nos acomodamos. Habi?amos estudiado en la universidad alla? y no fue tan difi?cil instalarnos nuevamente en Buenos Aires.

Nos va bastante bien, estamos tranquilos

Aunque aun me sobresalto cuando suena el celular a la noche tarde.

Mi mujer no entiende por que? tengo el chumbo en el armario. Ella piensa que estoy loco.

Pero hay que estar preparado, por si vienen...

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