Economía social Cooperativismo
Cae la demanda de las cooperativas de cuidados
27 de Diciembre de 2025
El cuidado se organiza
Durante décadas, el cuidado fue una práctica sin valor: indispensable para la vida social, pero relegada a los márgenes del reconocimiento económico y político. No fue una omisión casual. Se cuidó en casas, en soledad, sin contrato y sin derechos, y mayoritariamente lo hicieron mujeres. El cuidado se organizó como una extensión naturalizada de los roles femeninos, asociado al amor, a la abnegación y a la entrega, y por eso mismo quedó fuera del salario, de la regulación y del debate público. Hoy, ese modelo cruje. La demanda crece, los arreglos familiares se vuelven más frágiles y el cuidado emerge como uno de los grandes temas de la agenda contemporánea.
En ese movimiento, la formación en cuidados aparece como una bisagra. No solo porque mejora la calidad de la atención, sino porque pone en cuestión una herencia cultural profunda: la idea de que cuidar no es un trabajo, sino una obligación moral. La expansión de instancias formativas responde a una necesidad concreta —cada vez más personas necesitan cuidados— pero también a una disputa simbólica: nombrar al cuidado como oficio, como saber y como trabajo.
Más demanda, la misma precariedad
El crecimiento del sector no se traduce automáticamente en mejores condiciones laborales. Por el contrario, gran parte del trabajo de cuidado sigue desarrollándose en escenarios de informalidad, bajos ingresos y escasa protección social. La paradoja es evidente: cuanto más necesario es el cuidado, más frágiles resultan las condiciones de quienes lo sostienen.
En este contexto, de acuerdo al Relevamiento de Cooperativas de Cuidado 2025, realizado por el Centro de Estudios de la Economía Social de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (CEES UNTREF) y la Federación de Cooperativas de Trabajo de Cuidados Integrales de Argentina (FECOOP Cuidar), las experiencias cooperativas irrumpen como una alternativa que busca romper con esa lógica. Un relevamiento realizado sobre 42 cooperativas de cuidado, en 14 provincias, muestra que el 81% se encuentra actualmente activo, mientras que el 19% atraviesa situaciones de inactividad temporal. Lejos de ser marginales, las cooperativas activas agrupan 752 personas asociadas y brindan servicios a 1.805 usuarios y usuarias (más sus familiares), consolidando una presencia significativa dentro de la economía social del cuidado (Sosa; Federación FECOOP Cuidar – CEES UNTREF, septiembre–octubre 2025).
Sin embargo, en el último tiempo empieza a registrarse una caída en la demanda efectiva de cuidadores y cuidadoras, que no responde a una disminución de las necesidades de cuidado, sino a un problema económico. Las personas mayores siguen necesitando acompañamiento, las infancias siguen requiriendo atención y las situaciones de discapacidad o salud mental no desaparecen. Lo que se retrae es la posibilidad de pagar por esos cuidados. Familias empobrecidas, jubilaciones que no alcanzan y sistemas de cobertura fragmentados generan una paradoja brutal: el cuidado es cada vez más necesario, pero cada vez menos accesible. El resultado no es menos cuidado, sino más sobrecarga sobre los hogares —otra vez, mayoritariamente sobre las mujeres— y más precarización para quienes trabajan en el sector.
Qué se cuida y dónde están las tensiones
Los servicios que prestan estas cooperativas dibujan un mapa preciso de las necesidades sociales actuales: cuidado de personas mayores, atención de niños, niñas y adolescentes, acompañamiento a personas con discapacidad y tareas vinculadas a salud mental (Sosa; Federación FECOOP Cuidar – CEES UNTREF, septiembre–octubre 2025). No se trata de tareas simples ni accesorias, sino de trabajos que requieren formación específica, continuidad y responsabilidad.
Sin embargo, el mismo relevamiento señala una serie de nudos estructurales. Las cooperativas identifican como principales necesidades la capacitación permanente, el acceso al financiamiento, la regularización administrativa, la falta de espacios físicos adecuados y el reconocimiento institucional A esto se suman obstáculos cotidianos: costos contables elevados, dificultades para trabajar con obras sociales, demoras en los cobros y una competencia desigual frente a modelos empresariales tradicionales.
Formar para cuidar, formar para organizarse
El cuidado no es solo una técnica: es también una práctica colectiva. Y ahí aparece otro de los grandes desafíos del sector. La formación no se agota en aprender cómo cuidar, sino en cómo trabajar en equipo, cómo organizarse, cómo sostener una lógica cooperativa en un mundo que empuja hacia el individualismo.
El relevamiento mencionado destaca la necesidad de fortalecer la cultura cooperativa, profundizar la articulación comunitaria y consolidar al cuidado como parte de la economía social y solidaria, lejos de la idea de servicio residual o de segunda categoría (Sosa; Federación FECOOP Cuidar – CEES UNTREF, septiembre–octubre 2025). En ese sentido, formar es también politizar: construir conciencia sobre el valor social del cuidado y sobre los derechos de quienes lo ejercen.
Cuidar es una decisión política
La expansión de la formación y la creciente demanda de cuidados no son fenómenos neutros. Ponen en evidencia una pregunta incómoda: quién sostiene la vida cuando el mercado no alcanza y el Estado llega tarde. Las cooperativas muestran que existen caminos alternativos, pero también dejan claro que sin políticas integrales —financiamiento, regulación, reconocimiento y formación— el cuidado seguirá dependiendo de esfuerzos fragmentados y desiguales.
Pensar el cuidado como trabajo, como derecho y como responsabilidad colectiva no es solo una consigna: es una condición para imaginar una sociedad que no se construya sobre la explotación silenciosa de quienes cuidan. Y ese, quizás, sea uno de los debates más urgentes de nuestro tiempo.
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