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Desventuras de una cuarentena sin hijos

Que el confinamiento obligatorio por la pandemia del COVID-19 sacudió nuestros días, ya nadie lo discute. En mayor o menor medida, todos debimos adaptarnos a una nueva rutina, haciendo concesiones, calmando la ansiedad, postergando encuentros. ¿Cómo sobrellevan el aislamiento los padres y madres separados? ¿Cómo hacerle frente a la imposibilidad de estar con los hijos? Aquí, una pequeña historia como intento de respuesta.

Una vez decretada la cuarentena obligatoria para contener el avance del coronavirus, las historias de sus efectos comenzaron a rodar. Adecuarse a la medida del Gobierno nacional implicó, repentinamente, cambiar de rutina; si antes jugábamos una y otra vez con las mismas cartas, ahora tuvimos que devolverlas, mezclarlas con el resto del mazo y recibir unas que desconocíamos. Para los más astutos, la adaptación a la nueva dinámica no requirió de grandes esfuerzos; para otros (digamos, la mayoría), se volvió una odisea.

Con más de dos semanas de confinamiento sobre el lomo, ya nadie puede tener dudas sobre cuáles son las mayores angustias que le acarrea y, consecuentemente, padece a diario. Para los padres y madres separados, está clarísimo: la imposibilidad de ver a los hijos. Quienes confían en las bondades de la cuarentena para hacerle frente al coronavirus, no entran en la lista de exceptuados de cumplirla y tienen a sus hijos lejos (es decir, en una casa que no es la suya), están viviendo días complicados. Ciertamente, hay muchísimas personas que sin estar afectadas por estos condicionamientos se encuentran atravesando situaciones aún más acuciantes; para los que tienen hambre, viven hacinados y carecen de un trabajo, el tiempo corre distinto. Por eso, exigirles el cumplimiento a rajatabla de la cuarentena muchas veces nos pone ante una encrucijada moral.

Atravesar el aislamiento obligatorio sin los hijos pequeños es una ácida experiencia para la que nadie te prepara. Sin fórmulas mágicas a la vista, resulta imperioso poner en funcionamiento distintas estrategias para mantener una comunicación fluida y, en el mejor de los casos, entretenida. En este nuevo escenario, debemos reconocer a la computadora y el teléfono como nuestros aliados; porque si antes uno despotricaba contra la tecnología, hoy se aferra a ella casi con vergonzosa desesperación (mientras escribo esto no puedo dejar de pensar en un dicho que siempre desestimé: “La necesidad tiene cara de hereje”). ¿Es posible interactuar a la distancia, controlando cualquier atisbo de desánimo (por el bien de los chicos, claro) y sin renunciar nunca a la diversión? ¿La pregunta anterior esconde una receta para vincularse en tiempos de cuarentena? Quién sabe.

Sin certezas sobre cómo serían esas charlas telefónicas con mis hijos durante la cuarentena, comenzamos a hablar dos o tres veces por día. Al principio, la comunicación se reducía a contarnos qué habíamos hecho en esa jornada y a decirnos cuánto nos queríamos y extrañábamos. Pero pasados unos días, las conversaciones tomaron otro rumbo y dieron paso a dos actividades que, digámoslo ya, actualmente hacen más llevadera nuestra cuarentena: las tareas del colegio y los juegos. Cada mañana, después de desayunar, llamo a los chicos, acomodo el celular en la mesa para verlos bien y los guío con los deberes escolares.  Y si hay poca tarea, la postergamos y nos ponemos a jugar al Truco y a la Generala. O a las adivinanzas. Y a la tarde repetimos. Sí, ya sé, no es lo mismo que tenerlos acá, al lado mío. Pero mientras espero la finalización de la cuarentena, por la cámara del celular los veo y escucho leer, deducir, preguntar, responder, escribir, aprender, divertirse, quejarse, reírse. Y ahí siento que la distancia ya no existe y soy un poquito más feliz.
author: Franco Alinovi

Franco Alinovi

Comunicador y docente. Críticas de películas y libros. Entrevistas a escritores y escritoras. Integrante de la cooperativa @infonewscom

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