Entrevistas Cultura Provincia de Buenos Aires

“Actuar me permite enseñar con la verdad”

En Garín, partido de Escobar, funciona La Fábrica teatral, una escuela de actuación dirigida por el pedagogo Pablo Shinji, en la que acompañan el proceso creativo de cada alumno para que encuentre su propio lenguaje escénico. “El arte tiene el poder de transformar vidas”, plantea en esta entrevista realizada por Maxi Curcio.

Foto portada: Día 32 (La revista de Escobar)

En el corazón de Garín, donde el pulso del conurbano late con una intensidad propia, se levanta un espacio que ha sabido transformar la práctica teatral en un verdadero ejercicio de comunidad. La Fábrica Teatral, fundada y dirigida por el actor y pedagogo Pablo Shinji, es mucho más que una escuela. Es un refugio creativo y un laboratorio de emociones para quienes buscan iniciarse o profundizar en el oficio actoral.

La trayectoria de Shinji está marcada por un doble compromiso: el de sostener su propia búsqueda artística y el de habilitar caminos para nuevas generaciones. En cada clase, en cada ensayo, se vislumbra su convicción de que el teatro no se limita a la técnica, sino que exige entrega, disciplina y voluntad. Con la creación de un lugar propio, que funciona en el mismo predio de la escuela y en formato de auditorio -bautizado como Casita de las Flores, en homenaje a la labor floricultora de su padre-, Shinji consolidó su centro de formación, también, como ámbito de producción y encuentro con el público. Allí se estrenan las obras trabajadas durante cada año, pero también se forjan vínculos que trascienden lo escénico y que transforman la experiencia teatral en un acto colectivo.

En conversación con Kranear, el intérprete lleva a cabo un extenso balance luego de estar al frente de este proyecto durante sus últimos quince años de vida, con la convicción de haber convertido a La Fábrica en un punto de referencia para la zona norte y, a la vez, en una plataforma donde la pedagogía se mezcla con la experimentación artística. Su visión integra la enseñanza con la creación, invitando a los alumnos a comprender que el escenario es también un espejo de la vida, donde lo que se aprende es tan importante como lo que se transmite.

¿Cuál fue el propósito que te motivó a fundar La Fábrica Teatral?

Lo que me motivó fue la certeza de que el arte tiene el poder de transformar vidas. Soñaba con un espacio donde las personas pudieran descubrir su voz, animarse a ser auténticas y compartir su creatividad con otros. Quise que fuera una fábrica de sueños, de emociones y de encuentros, un lugar donde cada alumno y cada espectador sienta que el teatro no es solo escenario, sino también una forma de vivir más plenamente.

¿Cómo describirías la evolución de la escuela desde sus comienzos hasta hoy, tanto en su estructura como en la oferta educativa?

La evolución de La Fábrica Teatral fue un proceso muy orgánico y lleno de crecimiento. Al comienzo éramos un grupo pequeño, con mucha pasión y pocos recursos, pero con un enorme deseo de hacer. Hoy contamos con una estructura más sólida: dos salas equipadas, donde dictamos las clases, ensayos y funciones, y un equipo de docentes que comparten la misma filosofía. En cuanto a la oferta educativa, pasamos de cursos a principiantes a un abanico mucho más amplio: Grupo de Principiantes, Grupo de Avanzados, Grupo Producción Teatral, Grupo Clínica Teatral, entrenamientos actorales. Esa evolución muestra cómo el proyecto se consolidó, pero siempre manteniendo el espíritu inicial: que cada persona encuentre en el teatro un espacio de libertad y de creación.

Alguna vez describiste a la escuela como un ‘laboratorio de emociones’. ¿Cómo se traduce esa filosofía en la práctica docente?

Sí, alguna vez definí a La Fábrica Teatral de esa forma porque siento que aquí experimentamos con lo más profundo de lo humano. Cada clase, cada ensayo, es un espacio donde exploramos la risa, la tristeza, la ira, la ternura… Todo lo que nos atraviesa como personas se convierte en material creativo, sentimos en creación compartida, donde el aprendizaje del oficio se entrelaza con la experiencia humana. Y, al igual que en un laboratorio, probamos, nos equivocamos, volvemos a intentar, descubrimos. Esa búsqueda hace que el teatro sea, al mismo tiempo, un arte y una forma de conocernos mejor. Nuestra filosofía se traduce en una práctica docente basada en la exploración y no en la imposición. Cada clase es un espacio para probar, equivocarse, volver a intentar, arriesgarse sin miedo. Trabajamos, junto a Marcos Marconi (docente del grupo de Principiantes) con dinámicas que ponen el cuerpo y la voz en juego, pero siempre desde la vivencia emocional y la autenticidad. Más que enseñar recetas, acompañamos procesos: buscamos que cada alumno descubra su propio lenguaje escénico. Así, el aprendizaje no es solo técnico, sino también humano.

La fábrica-escuela funciona en Garín, partido de Escobar.

¿Cómo equilibras la enseñanza del oficio con la producción de montajes y muestras finales. ¿Qué énfasis otorgas a cada área? 

Para mí, la enseñanza del oficio y la producción de montajes no son dos caminos separados, sino que se alimentan mutuamente. En las clases ponemos el foco en el entrenamiento actoral: la técnica, la escucha, el trabajo corporal y vocal. Pero todo ese proceso cobra sentido cuando se comparte con el público, por eso damos mucha importancia a las muestras y a los montajes de las temporadas. No buscamos ‘mostrar un producto perfecto’, sino que el escenario sea parte del aprendizaje. El énfasis está en que el alumno viva ambas dimensiones: la del taller como espacio seguro para investigar, y la del montaje como experiencia real de comunicación artística.

¿Qué significado tiene para vos el hecho de haber cumplido quince años en este trayecto?

Cumplir quince años con La Fábrica Teatral es mucho más que una fecha: es la confirmación de un sueño que sigue vivo. Significa haber sostenido un espacio cultural en el tiempo, ver crecer generaciones de alumnos, y comprobar que el teatro puede transformar no solo a quienes lo hacen, sino también a quienes lo reciben. Que, en definitiva, es mucho más que la técnica que se imparte: es encuentro, emoción, compromiso y pasión. En lo personal, es un orgullo y una emoción enorme, porque cada año fue un desafío distinto, y llegar ‘a los quince’ me recuerda que este camino vale la pena, que sembramos algo que sigue dando frutos.

Sin dudas, la pandemia debió representar una bisagra en este trayecto de quince años. ¿Cómo la atravesaron?

La pandemia nos dejó la certeza de que el teatro es insustituible: nada reemplaza el encuentro real entre cuerpos y miradas. Al mismo tiempo, marcó un antes y un después en las formas de hacer y enseñar, porque nos obligó a repensar recursos, modos de vincularnos y de sostener la creatividad en contextos adversos. En ese entonces, La Fabrica Teatral se reintentó para dar clases a través de Zoom y ensayar obras que a fin de año, se estrenaron en el Teatro Municipal de Escobar con aforo del 30%.  También se convirtió en un refugio inesperado: dimos clases de teatro a médicos de todo el país. Un importante laboratorio argentino, contrató a La Fábrica Teatral por su experiencia desde la pedagogía y la producción teatral. Fue una experiencia profundamente movilizadora, porque ellos, que estaban en la primera línea de batalla, encontraron en el teatro un espacio para liberar tensiones, reconectar con lo humano y volver a sentir desde otro lugar. Para nosotros fue una confirmación de que el arte no es solo un pasatiempo, sino esencial, incluso, y sobre todo, en los momentos más difíciles.

¿Qué tan importante es el compromiso y una conducta de trabajo a la hora de sostener la labor durante todo este tiempo?

Son fundamentales. El teatro es arte, pero también es disciplina: sin constancia, respeto por los procesos y responsabilidad, sería imposible sostener quince años de trayectoria. La pasión es lo que enciende el motor, pero el compromiso diario es lo que lo mantiene en movimiento. Creo que en La Fábrica Teatral aprendimos que el trabajo serio no está confrontando con la alegría ni con la creatividad, al contrario: es la base que permite que todo lo demás se fortalezca.

Los alumnos transitan una experiencia vital, no solo actoral.

¿Qué valor adquiere para La Fábrica Teatral su inserción en festivales?

La Fábrica Teatral no solo trabaja hacia adentro, en la formación y en la comunidad local, sino que también tuvo la oportunidad de participar en diferentes festivales, tanto regionales como nacionales. Esa experiencia nos permitió compartir nuestro trabajo con otros grupos, nutrirnos de distintas miradas y llevar el nombre de Garín a otros escenarios. Cada festival es un encuentro, un intercambio, y confirma que el teatro independiente, cuando se une, se fortalece.

En un país donde el teatro independiente sortea desafíos económicos mayúsculos y se enfrenta al constante combate por parte de la gestión actual, ¿cómo ves hoy el rol de proyectos como La Fábrica Teatral en la conformación de una escena cultural territorial activa y autosustentable?

Es verdad que el teatro independiente enfrenta enormes desafíos económicos, pero justamente en ese contexto el rol de La Fábrica Teatral se vuelve aún más necesario. Somos parte de una red de espacios que sostienen viva la escena cultural desde lo territorial, creando comunidad y generando acceso al arte más allá de los circuitos comerciales. Nuestra apuesta es demostrar que la cultura puede ser autosustentable si se piensa como un tejido colectivo: con la participación del público, con la colaboración entre artistas y con la convicción de que el arte es un derecho, no un lujo. La Fábrica Teatral es un espacio creativo, pero también una semilla: buscamos fortalecer una escena local que tenga voz propia y que se proyecte en el tiempo.

Teniendo en cuenta los cambios en las formas de hacer  teatro desde tus comienzos hasta hoy, ¿cómo percibís la situación de la formación actoral en Argentina y que rol puede cumplir tu escuela para revitalizar el oficio desde una perspectiva comunitaria?

Hoy la formación actoral en Argentina atraviesa un momento de desafíos, pero también de renovación; hay una generación que busca nuevas herramientas y lenguajes, y otra que valora profundamente la experiencia presencial. La Fábrica Teatral pretende ser un puente entre esas búsquedas: ofrecer formación sólida, pero también recuperar la empatía a través del teatro, la idea de que aprender a actuar no es solo adquirir técnica, sino entrenar la sensibilidad, la cooperación y la capacidad de estar con otros. En ese sentido, revitalizar el oficio es devolverle su raíz colectiva.

Como integrante del tejido colectivo cultural que mencionás, ¿cuál es hoy tu mayor preocupación en lo que respecta a las nuevas generaciones?

La falta de lectura. El actor no solo se forma en el escenario, también en el contacto con la palabra escrita: leer abre mundos, amplía la sensibilidad, enriquece el lenguaje y la imaginación.  En un tiempo donde lo inmediato parece imponerse, la lectura es un ejercicio de profundidad y de paciencia que considero fundamental. Desde La Fábrica Teatral intentamos recuperar ese hábito: proponemos lecturas compartidas, analizamos textos, y animamos a los alumnos a encontrarse con autores de distintas épocas y estilos. Creo que fomentar la lectura es también una forma de revitalizar el oficio, porque sin palabras no hay teatro, y sin lectura no hay pensamiento crítico ni creatividad genuina.

¿De qué manera conviven en vos la vocación actoral y la vocación docente?  ¿Cómo se retroalimentan estos roles al trabajar con alumnos?

La vocación actoral y la vocación docente no se contradicen; se potencian y retroalimentan, de modo natural. El actor en mí necesita explorar, arriesgarse, buscar siempre nuevos lenguajes; el docente, en cambio, encuentra sentido en acompañar a otros en sus propios descubrimientos. Cuando actúo, me nutro de lo que aprendo enseñando, porque cada alumno me recuerda la frescura del primer paso. Y cuando enseño, mi ser actor está presente, porque transmito desde la experiencia viva, no desde la teoría. Conviven como dos caras de una misma pasión: el teatro como arte y como camino de encuentro humano. Mi experiencia como actor me da herramientas para transmitir el oficio desde lo vivido, desde lo que sé que funciona en escena. Y, al mismo tiempo, la docencia me enriquece como actor porque cada alumno me invita a mirar el teatro con nuevos ojos, a redescubrir lo que a veces damos por sentado.

A ser parte de un proceso en el que, como docente y guía, aprendés de las propias experiencias de tus alumnos y reflexionás sobre tu práctica para mejorarla.

Exacto. Cada alumno me enseña tanto como yo intento enseñarle, y eso mantiene vivo mi propio arte. Sus búsquedas, sus dudas, sus hallazgos, me recuerdan que el teatro está siempre en movimiento. Enseñar me mantiene despierto como intérprete, y actuar me permite enseñar con verdad. En un país donde el teatro independiente enfrenta desafíos, buscamos que nuestro espacio sea un motor cultural territorial, promoviendo la lectura, la sensibilidad y la creatividad. Y si hay un valor que quiero dejar marcado en quienes pasan por aquí, es la empatía: porque un buen actor no se forma solo con técnica, sino con la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de sentir y compartir. Esa es la raíz de todo lo que hacemos y la brújula que guía nuestro camino.

La fábrica cuenta con una sala para el estreno de las obras que se producen en la escuela.

Si pudieras transmitir un mensaje esencial a quienes han pasado por tus cursos, ¿qué valor humano crees que es fundamental para forjar un buen actor en el difícil contexto socio-político actual?

Diría que el valor más importante hoy para forjar un buen actor es la empatía. La técnica es necesaria, el entrenamiento es vital, pero sin la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de escuchar, de abrirse a lo distinto, el teatro pierde su esencia. En un mundo atravesado por lo inmediato, la fragmentación y la indiferencia, creo que el actor tiene la misión de recordar que seguimos siendo humanos. Y esa humanidad solo se construye desde la empatía: hacia el compañero en escena, hacia el público y hacia la vida misma.

author: Maximiliano Curcio

Maximiliano Curcio

Nació en la ciudad de La Plata, Argentina en 1983. Es escritor, docente y comunicador, egresado de la Escuela Superior de Cinematografía

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