Sociedad Filosofía Nueva normalidad
Distanciamiento social
@RamiroAbrevaya
Las formas de asumir distancia son diferentes y pueden ir desde alejarse hasta no comunicarse más con alguien, ocultarse, viajar, mudar, enojarse, etc. Sin embargo, una característica de la distancia que se constituye en la nueva normalidad es que se condiciona y expresa por motivaciones excepcionales y matices singulares. La distancia de los saludos, el evitar el beso o incluso no saber cómo darlo, la improbabilidad de los abrazos. Hay quienes tuvieron una cita con alguien y la duda era cómo saludarse, cuál gesto debería fundar el encuentro.
Una distancia de bocas ocultas, barbijos como una prenda más que hay que elegir y hasta combinar antes de salir al trabajo, a realizar compras, trámites, paseos. El barbijo también como un detalle de desnudez, de lo que deja oculto, de la pregunta sobre el enmascaramiento, la duda acerca de quién va detrás de esa manta que elimina medio rostro del registro de visión.
La distancia de manos que ya no se tocan o se impermeabilizan para hacerlo, el alcohol en gel que viene a poner distancia, un artificio entre la piel y el tacto, entre lo que tocamos y los cálculos virales de lo posible. Una cotidianeidad de tactos evaluados, calculados, medidos.
Hace años, cuando la epidemia que azotaba a este planeta era la del SIDA, el pensador francés Jean Baudrillard argumentaba en torno a su idea de “cultura viral”, y a ésta la definía como un modelo organizado en torno a la posibilidad de los virus, de las infecciones, y que motivaba a que los cuerpos ya nunca más fueran los mismos. Cuerpos que asumirían para siempre su distancia. ¿Qué otra cosa es el preservativo?, por ejemplo. Eso que encierra en látex el contacto corporal, que inhabilita lo táctil, el encuentro, aun cuando corresponda su uso para evitar contagios.
¿Pero qué son estos cuerpos humanos que no desean contactarse, contagiarse, hacerse impuros? Baudrillard lo sentenciaba bien cuando exclamaba que llegaremos a la formulación de un absolutismo de la higiene, de los cuerpos liberados de gérmenes y que en su máxima pureza solo les quedará perecer, es decir, no ser ya cuerpos cuando el látex, el alcohol, los barbijos, la distancia nos dejen acorporales y sin sentidos, pero intactos (es decir, sin tactos).
Leonard Cohen, por aquella misma época de los años ochenta, también cantó en “Everybody knows” una estrofa que decía: “Todo el mundo sabe / que hombres y mujeres desnudos / son solo un brillante artefacto del pasado”. Cohen dice algo maravilloso en esa poética: que la desnudez es un artefacto; y podemos decir, un artificio. La cultura viral ha hecho que ese sencillo gesto del cuerpo humano, que da nacimiento, que nos enfrenta a vivir, como es la desnudez, se vuelva artificial, un artefacto, una imagen que no corresponde a este tiempo en el cual, además, estar desnudos es a distancia.
La pregunta sobre la distancia debe dirigirse a interrogar y conocer más a todo aquello de lo que nos alejamos. La distancia no es simplemente un elemento de preservación ni de alejamiento, porque es principalmente una modalidad de elegir participar de los vínculos humanos. De quienes nos distanciamos y a quienes nos acercamos describe nuestras elecciones de normalidad. Pero en la nueva normalidad, la distancia se convierte en una disposición de propuesta común, de formación de lazo, y proponer aproximarnos, o elegir con quienes nos aproximamos para esa distancia es fundamental. La nueva normalidad exige una interrogación sobre nuestros modos impuros, lo que significa decidir con quienes deseamos contraer el artificio de la desnudez, que en estos tiempos puede ser apenas quitarnos el barbijo o tocarnos y no quedar tan intactos.
/ Fotomontaje:
Las formas de asumir distancia son diferentes y pueden ir desde alejarse hasta no comunicarse más con alguien, ocultarse, viajar, mudar, enojarse, etc. Sin embargo, una característica de la distancia que se constituye en la nueva normalidad es que se condiciona y expresa por motivaciones excepcionales y matices singulares. La distancia de los saludos, el evitar el beso o incluso no saber cómo darlo, la improbabilidad de los abrazos. Hay quienes tuvieron una cita con alguien y la duda era cómo saludarse, cuál gesto debería fundar el encuentro.
Una distancia de bocas ocultas, barbijos como una prenda más que hay que elegir y hasta combinar antes de salir al trabajo, a realizar compras, trámites, paseos. El barbijo también como un detalle de desnudez, de lo que deja oculto, de la pregunta sobre el enmascaramiento, la duda acerca de quién va detrás de esa manta que elimina medio rostro del registro de visión.
La distancia de manos que ya no se tocan o se impermeabilizan para hacerlo, el alcohol en gel que viene a poner distancia, un artificio entre la piel y el tacto, entre lo que tocamos y los cálculos virales de lo posible. Una cotidianeidad de tactos evaluados, calculados, medidos.
Hace años, cuando la epidemia que azotaba a este planeta era la del SIDA, el pensador francés Jean Baudrillard argumentaba en torno a su idea de “cultura viral”, y a ésta la definía como un modelo organizado en torno a la posibilidad de los virus, de las infecciones, y que motivaba a que los cuerpos ya nunca más fueran los mismos. Cuerpos que asumirían para siempre su distancia. ¿Qué otra cosa es el preservativo?, por ejemplo. Eso que encierra en látex el contacto corporal, que inhabilita lo táctil, el encuentro, aun cuando corresponda su uso para evitar contagios.
¿Pero qué son estos cuerpos humanos que no desean contactarse, contagiarse, hacerse impuros? Baudrillard lo sentenciaba bien cuando exclamaba que llegaremos a la formulación de un absolutismo de la higiene, de los cuerpos liberados de gérmenes y que en su máxima pureza solo les quedará perecer, es decir, no ser ya cuerpos cuando el látex, el alcohol, los barbijos, la distancia nos dejen acorporales y sin sentidos, pero intactos (es decir, sin tactos).
Leonard Cohen, por aquella misma época de los años ochenta, también cantó en “Everybody knows” una estrofa que decía: “Todo el mundo sabe / que hombres y mujeres desnudos / son solo un brillante artefacto del pasado”. Cohen dice algo maravilloso en esa poética: que la desnudez es un artefacto; y podemos decir, un artificio. La cultura viral ha hecho que ese sencillo gesto del cuerpo humano, que da nacimiento, que nos enfrenta a vivir, como es la desnudez, se vuelva artificial, un artefacto, una imagen que no corresponde a este tiempo en el cual, además, estar desnudos es a distancia.
La pregunta sobre la distancia debe dirigirse a interrogar y conocer más a todo aquello de lo que nos alejamos. La distancia no es simplemente un elemento de preservación ni de alejamiento, porque es principalmente una modalidad de elegir participar de los vínculos humanos. De quienes nos distanciamos y a quienes nos acercamos describe nuestras elecciones de normalidad. Pero en la nueva normalidad, la distancia se convierte en una disposición de propuesta común, de formación de lazo, y proponer aproximarnos, o elegir con quienes nos aproximamos para esa distancia es fundamental. La nueva normalidad exige una interrogación sobre nuestros modos impuros, lo que significa decidir con quienes deseamos contraer el artificio de la desnudez, que en estos tiempos puede ser apenas quitarnos el barbijo o tocarnos y no quedar tan intactos.
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