
Rendirse, jamás
No me pregunten quién soy
ni si me habían conocido.
Los sueños que había querido
crecerán, aunque no estoy.
Ya no vivo, pero voy
en lo que andaba soñando
y otros que siguen peleando
harán nacer otras rosas;
en el nombre de esas cosas
todos me estarán nombrando.
(Milonga del Fusilado. Carlos María Gutiérrez. Estrofa inicial).
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Se llamó José Ramón Morales.
Militó en Córdoba en los Comando Populares de Liberación (CPL), grupo de izquierda revolucionaria pero afín al peronismo revolucionario. Según se desprende de este segmento declarativo de los CPL a un año del triunfo eleccionario del 11 de marzo de 1973:
“En esta lucha, los Comandos Populares de Liberación, comprometemos todo nuestro esfuerzo reclamando el cumplimiento del mandato expresado por el pueblo en las urnas, promoviendo la acción común con todos los sectores combativos y antiburocráticos de la izquierda y el peronismo, ligándonos estrechamente a las organizaciones del peronismo revolucionario que hoy llevan el peso principal de esta lucha”.
El sello del Comando Populares de Liberación, una de las tantas organización populares de la época.
Morales fue activo partícipe en Córdoba de la Mesa Coordinadora de Gremios en Lucha enfrentando al desgobierno de Isabel Martínez en 1975.
La dictadura “lo chupó” a él y a su mujer, pero increíblemente pudo huir.
En efecto: “José Morales y Graciela Vidaillac tenían dos hijas y escaparon a Córdoba desde Buenos Aires. A pocos meses del golpe de Estado, era saltar de la sartén al fuego. Sin embargo, ellos pudieron regresar a una casita cerca del Hospital Posadas. Ambos eran militantes (…)
Quizá el entrenamiento militar que había recibido José ayudó a afrontar la fuga que ambos protagonizaron, a tiro limpio, del centro clandestino Automotores Orletti, regenteado por el temible Aníbal Gordon: adscripto a la SIDE, por decisión del dictador Jorge Videla.
La búsqueda comenzó el Día de Todos los Santos, el lunes 1 de noviembre de 1976. Todo sucedió durante un período que se extendió entre 48 y 72 horas, aunque narrarlo podría llevar una semana.
El Batallón 601 de Inteligencia les seguía las pisadas a Graciela y José, pese a sus esfuerzos por ocultar sus movimientos. El martes 2 a la mañana, el grupo de tareas fue a la casa del socio del padre de José Morales. Ambos se dedicaban a la chatarra en Avellaneda. Poco después del interrogatorio, no sólo capturaron al padre de José, sino también a su hermano menor, que era colectivero, y a su esposa embarazada: padre, hijo y nuera fueron trasladados a Orletti, un pequeño taller mecánico de dos plantas alquilado por Gordon con documento falso en Venancio Flores 3519, pleno barrio porteño de Floresta y pegado a las vías del Sarmiento. Este último es un dato clave, como se verá más adelante.
El grupo de tareas pudo sacarles la dirección donde vivían José, Graciela y sus dos hijas. Fueron ese mismo día y capturaron a Graciela. Además, en esa casa de Haedo, estaban sus dos hijas y la madre de José. Los represores sabían que tarde o temprano José llegaría. Ese martes caluroso, antes de que se viera la luna casi llena, José estaba especialmente alerta: entró a la casa con su mano derecha empuñando una pistola, pero se le tiraron encima y cuando intentó defenderse, le dispararon. Una bala le atravesó una pierna. Antes de que José intentara reponerse y disparar, los del grupo de tareas abrieron una puerta y le mostraron a su madre y sus hijas. José dejó su arma. En la casa quedaron la madre y las niñas.
A José lo llevaron en un baúl desde Morón a Floresta a toda velocidad. Supo que podía ser el final.
En el organigrama secreto de la dictadura argentina, Orletti era OT 1.8. Esto significa Operaciones Tácticas y lo de 8 es porque se trataba de la octava base del Batallón 601. Las otras siete bases eran otros tantos centros de detención clandestinos, la mayoría en sedes militares. El predio era de 8,66 por 30 metros y el lugar neurálgico para los represores era la planta alta. Allí Gordon tenía una oficina propia, y otra para el resto de los represores; había una sala de armas, sala de torturas y algunas celdas además de baños y una cocina.
Orletti era pequeño pero manejado por criminales con sangre fría. Además, tenían licencia para pasar a nombre de los represores las propiedades de algunos de los eliminados, por supuesto con la participación de escribanías que fraguaban las ventas (…)
José Morales llegó herido a Orletti y un médico le suturó la herida. Era para poder interrogarlo, no para salvarle la vida. El panorama no podía ser más horroroso. Graciela estaba semidesnuda colgada de las muñecas, amarrada con sogas después de la tortura. El padre de José, su hermano y su nuera en otra celda. A José lo dejaron esposado por la espalda en la sala de armas, tirado en el piso.
Orletti funcionaba en Flores y fue recuperado por el Estado nacional para convertirlo en espacio de memoria.
Graciela escucha la voz de Aníbal Gordon, que dice a Ruffo: ‘Paremos que hace más de 24 horas que estamos con este fato’. Tras lo cual Gordon se va y los torturadores pasan a la sala donde descansaban. Esa sala no tenía puerta. A modo de cortina, tenía unas bolsas de arpillera. Era muy entrada la noche. Gordon se retiró de Orletti y quienes quedaron fueron algunas veces hasta el lugar donde estaba colgada Graciela para verificar que todo estaba como debía estar en un centro de exterminio. Pequeño, pero indescriptiblemente cruel.
En un momento Graciela escucha ronquidos y se da cuenta que ya no la van a vigilar. Hace un esfuerzo y logra zafar una mano. Lo que sigue sucedió en apenas unos minutos. Como todo estaba cerca, ella había escuchado la voz de José. Graciela salió del lugar de tormentos, entró a la sala de armas, se agachó y José le dijo dónde estaban las llaves de las esposas. Ella las encontró y se las quitó. José se incorporó, tomó prestados un Fal, una subametralladora y una pistola.
Sin hacer ruido se acercó hasta donde dormían los torturadores y apretó el gatillo de la metralleta. Sin embargo, se encasquilló una bala y los agentes despertaron. Tomaron sus armas y empezaron a dispararle. Rápidamente tomó el Fal y reculó mientras disparaba. Graciela lo tomó de la espalda y lo guió para bajar las escaleras. Abajo, los guardias se alertaron. Uno le apuntó de cerca a Graciela, ella se movió por acto reflejo y la bala le pegó en el hombro. José se ingenió para hacer tiros hacia el primer piso y la planta baja.
Ambos corrieron hasta la salida. La cortina metálica estaba baja, pero lograron salir por la puerta pequeña de metal. Una vez afuera, José hizo varios disparos intimidatorios sobre la entrada. Juntos encararon hacia las vías del Sarmiento. Sin embargo, uno de los represores, en calzoncillos, les siguió las pisadas. Él estaba herido en una pierna, ella tenía una bala reciente en un hombro. Un grupo armado los corría a pie. Entonces fue cuando se les presentó una oportunidad. Única, riesgosa: un tren avanzaba muy cerca. Era cuestión de cruzar antes de que los pisara. O que los pisara si salía mal. Les salió bien. Cruzaron las vías y llegaron a la calle Yerbal. Hicieron bajar al chofer de una camioneta, escaparon y, tras unas cuadras, hicieron lo mismo con quien manejaba otro auto.
Graciela Vidaillac, militante y compañera de José.
De inmediato, José tomó contacto con sus compañeros y tomaron una decisión más audaz aún que la fuga: ir armados hasta Automotores Orletti, entrar a como diera lugar y liberar a quienes estaban prisioneros, entre otros su padre, su hermano y su nuera embarazada. Fueron hasta el lugar y se dieron cuenta que era imposible hacer lo que se habían propuesto (…)
José, Graciela y las dos hijas quedaron un tiempo en Argentina hasta que pudieron irse vía Brasil y de allí a México. Al llegar a ese país, que albergó a tantos argentinos huidos de la dictadura, Graciela tuvo su tercer hijo.
Allí tomaron contacto con otros militantes, algunos de los cuales cambiaron de destino: el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) avanzaba en la lucha contra el dictador Anastasio Somoza y José aceptó ese reto. Le dejó una carta muy poética a Graciela, que ella conservó toda la vida. Quizá José sabía que esa carta podía ser el testamento más preciado: poco antes del derrocamiento de Somoza -ocurrido en julio de 1979- José combatía en el llamado Frente Norte del sandinismo, en la frontera con Honduras.
Habían capturado a un compañero suyo y José va solo, armado, a liberarlo. Era un operativo envenenado. Lo capturaron los contras y todo indica que, cuando supieron que era argentino, lo entregaron al GTE (Grupo de Tareas en el Exterior). Se trataba de grupos de tareas argentinos involucrados en la represión en Honduras y Nicaragua. El cuerpo de José fue recuperado, con signos de salvajes torturas, las que no habían podido hacerle en Automotores Orletti en noviembre de 1976. Uno de los que estaba allí era Raúl Guglielminetti, el mismo que formaba parte de Orletti”.
(Todo el relato entrecomillado ha sido aportado por Eduardo Anguita y Daniel Cecchini: Infobae. 2-3-2019).
Un importante militante montonero ya fallecido, Raúl Ricardo Cuestas, aporta datos relevantes, ya que por su gestión: “Para fines de 1977, Morales se incorporó como instructor de las fuerzas sandinistas en las escuelas del Frente de San José de la Montaña, en Heredia y en los campamentos de Tibibes y San Rafael Arriba de Desamparados y cayó en combate el 16 de enero de 1979 defendiendo la Colina 50 en el sur de Nicaragua cuando se encontraba al mando de una columna en reemplazo transitorio de Edén Pastora”, por lo que al parecer, su final hubiera sido otro, aunque siempre trágico.
Mi tumba no anden buscando
porque no la encontrarán;
mis manos son las que van
en otras manos tirando,
mi voz la que está gritando,
mi sueño el que sigue entero
y sepan que sólo muero
si ustedes van aflojando
porque el que murió peleando
vive en cada compañero.
(Milonga del Fusilado. Carlos María Gutiérrez. Estrofa final).
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