“A los jóvenes les digo
que nunca se callen la boca
y nunca terminen el debate.
Y quiero que si alguna vez me desvío
salgan a la calle y me lo digan.”
Alberto Fernández / Agosto 2019 (*)
El 17 de octubre del 2020, en plena pandemia, Alberto Fernández conmemoró el Día de la Lealtad en un acto en la CGT. Por comprensibles restricciones sanitarias, la asistencia fue reducida y el presidente optó por comunicarse por videoconferencia con los gobernadores.
Por las mismas razones sanitarias, el gobierno desalentó las marchas en todo el país y propuso como paliativo un novedoso sistema de movilización virtual en las redes, con avatares e íconos electrónicos. Entrevistado el día anterior, el diputado Héctor Recalde consideró razonable que el gobierno impulsara a la militancia a quedarse en su casa y, con una sonrisa, aclaró que él participaría de las marchas junto al resto de los compañeros, tomando por supuesto todos los recaudos sanitarios necesarios.
La frase de Recalde explicita dos responsabilidades diferentes frente a un mismo evento: la del Ejecutivo y la de la militancia. No tienen la misma responsabilidad el presidente y un referente barrial que debe movilizar a su base o incluso un miembro del Congreso. Gobernar requiere poner en armonía esas capas que conforman un mismo espacio político.
Al final, el novedoso sistema de movilización virtual colapsó a los pocos minutos de haber empezado el acto, pero la movilización fue un éxito. La presencia popular en las calles fue un gran apoyo al oficialismo, algo muy necesario luego de meses de pandemia, de marchas terraplanistas en contra de la Infectadura y de otros delirios opositores.
Cada uno hizo su parte: el gobierno privilegió la urgencia sanitaria y la militancia marcó el territorio luego de una larga ausencia. El resultado fue virtuoso y a nadie se le hubiera ocurrido sostener que Recalde o quienes marcharon hacia la Plaza de Mayo buscaban debilitar al Frente de Todos.
Un dilema comparable ocurre hoy con las críticas al gobierno surgidas desde el propio oficialismo. Para el núcleo duro del presidente, dichas críticas no sólo debilitan al Frente de Todos sino que “le hacen el juego a la derecha” y alejan la posibilidad de victoria electoral. La convocatoria a una mesa política del oficialismo en la que no se podría debatir la gestión, es decir, justamente aquello que todos quieren debatir, ilustra una letanía que asimila crítica a oposición.
Como sostuvo hace unos días Sergio Palazzo, titular de la Bancaria: “Tenemos que discutir las medidas que incumplimos con la sociedad”. Creer que evitando debatir sobre lo incumplido, al gobierno le irá mejor es una idea asombrosa, cercana al pensamiento mágico. Como si dejar de mirar la Luna pudiera hacer que desaparezca.
Luis Campos, coordinador del Observatorio del Derecho Social de la CTA – Autónoma, escribió en su cuenta de twitter: “Para simplificarlo al extremo: la economía nacional produce un poco más que hace siete años con salarios que perdieron una cuarta parte de su poder adquisitivo. Cayeron un 21,6% entre 2016 y 2019, y un 2,1% adicional desde entonces”.
(https://twitter.com/luiscampos76/status/1623396111388901377?s=20&t=2ijFLBBncRW30NF24dtjdw)
Ese es el enorme dilema actual: la Argentina crece en una coyuntura de alta inflación sin que podamos recuperar el poder adquisitivo de los salarios, evaporado durante la pandemia macrista. Como lo advirtió CFK en 2020, cuatro vivos se quedaron con ese crecimiento. No se trata de un problema local: el mundo resuelve sus salidas de crisis financieras con balances por las nubes y salarios por el piso. Los vivos son globales.
Tanto Néstor como CFK tuvieron que enfrentar duras críticas “desde adentro”. Eduardo Duhalde criticó ferozmente a su delfín por alejarse del camino trazado, alejamiento que sintió- probablemente con razón- como una traición política. Néstor logró sortear esas críticas pese a su debilidad de origen (haber ganado con el 22% de los votos de la primera vuelta) gracias a la notable legitimidad que logró en sus primeros cien días de gestión. En contra de quienes sostenían que había otras urgencias a tratar, el nuevo presidente recibió en primer término a piqueteros y organismos de DDHH, reemplazó a la cúpula del Ejército, se enfrentó con el cardumen de la Corte Suprema y otorgó aumentos de salarios mínimos y jubilaciones por decreto, entre otras decisiones impacientes.
La solución a la feroz caída de ingresos descripta por Luis Campos no requiere de consensos tan amplios como imposibles de lograr o de convocatorias a comisiones de sabios, sino de una decisión que Alberto puede tomar en soledad, como Néstor hace veinte años: el aumento salarial por decreto.
La legitimidad de gestión da cuenta de cualquier crítica interna.
(*)(https://twitter.com/alferdez/status/1158545756816642048?s=20&t=voeEfVfpWBUforht9XuDMA)
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