Militancia Peronismo

El pueblo quiere saber de qué se trata

El clamor popular se hizo escuchar en las jornadas revolucionarias del 25 de mayo de 1810, y ciento treinta y cinco años después, un 17 de octubre, el mismo pueblo repetía la consigna para exigir la Libertad de su Líder, el Coronel Juan Domingo Perón. En esta nota se presentan cuatro testimonios de aquella jornada inolvidable para el pueblo argentino, y también recortes del discurso que Perón improvisó antes de dejar su cargo el 10 de octubre de 1945, ambos materiales extraídos del libro de Baschetti “La Plaza de Perón” (Capiangos-Peronismo Militante. 2015).
Juana Álvarez de Pérez. Tucumana. Embarazada. Fue con el pueblo a la Plaza.

“A Perón lo habían llevado preso a Martín García y había orden de que no se diera ninguna noticia al pueblo, pero nos enteramos por Radio Colonia dónde estaba. Mi marido me avisó que se iba a la Plaza de Mayo y me dijo que me quedara, porque estaba embarazada de cinco meses.

Nosotros vivíamos en la calle Esmeralda al 600 y me metí en una caravana donde iban hombres y mujeres mezclados. Uno muchachos me hicieron como un corralito cuando me vieron, para que nadie me empujara o golpeara. Llegamos a la Plaza y nos quedamos a la altura de la Catedral, después me ubiqué más en el centro de la Plaza, solita, sin saber dónde estaba mi marido. La gente estaba enardecida pero no provocó ningún desmán. Empezaron a correr rumores de que ya lo traían y salió al balcón el General Farrell diciendo que Perón estaba viniendo. Pero nadie la creía a Farrell, solo queríamos verlo vivo a Perón.

Así pasaron las horas y después de las 8 de la noche se asomó por una ventana y nos dijo ‘Hola Compañeros’. Ahí fue un solo grito y una ovación. ‘¡Perón si, otro no!’, gritaban. Cantamos el himno y así la gente fue calmándose. ‘Bueno, ahora vayan tranquilos para sus casas’ nos dijo el General. Entonces todos gritábamos ‘¡Mañana es San Perón, que trabaje el patrón!’. Y así fue…

El regreso se me hizo difícil, porque era tanta la gente que había llegado de todas partes que recién llegué a las cinco de la mañana a mi casa”.  

El pueblo se movilizó para exigir la liberación de su lider.

Jorge Pastor Asuaje. Militante de Juventud Peronista y Montoneros. Extracto de su libro “El día que hicimos entre todos”.  

“En el camino se cruzó con una jardinera verde con una familia de paisanos vestidos como en domingo, un pibe de unos 15 años colgado del pescante agitaba una bandera argentina. ‘Se va a poner linda’ la cosa pensó mientras mordía la pipa. Al ratito apareció un sulky rojo tirado por un matungo flacuchento que arrastraba a dos viejitos casi tan magros como él, con más pinta de venir a cobrar una pensión que de querer participar de una concentración política; pero entonces se dio cuenta que también la viejita tenía una bandera, chiquita y encogida como ella. Pasaron al trotecito inquieto por la esquina de la calle Checoslovaquia, un rato después que Vicente Roldán saliera con la chaira envainada para tomar el tranvía”.

“Nos encontramos después en el sindicato’- le había dicho María al despedirse. Él también tenía que cumplir su parte, aunque presentía que esta vez no serían necesarias las herramientas de trabajo para amenazar a los ‘carneros’, como durante las primeras huelgas. Pero igual estaba allí, firme y callado como siempre. Total ‘con lo bien que habla María”.

Como un rio que va recogiendo a su paso un caudal de sus afluentes, la Montevideo iba empujando una correntada de gente y de vehículos en una misma dirección.

Aquella modesta columna que arrancó en Villa Zula al llegar a la Perseverancia ya era una multitud. Seguía y seguía llegando gente desde Los Talas y desde Palo Blanco, desde Villa San Carlos y Villa Dolores. La Montevideo era una avenida que venía desde los arrabales de la historia y se perdía en la eternidad.

Sin imaginar nunca que algún día formaría parte del cuerpo diplomático argentino como Agregado Obrero, Agustín Merlo acordó con Luis Bala sacar al ‘taller de imprenta’ a las 5 de la tarde. Arrancando desde el fondo, el resto de la fábrica se les iría sumando para salir a la calle, todos juntos por el portón principal. Pero los tiempos se habían adelantado: antes de que en el ‘Swift’ la gente de la imprenta terminara de coordinar su salida, el hermano de Reyes y otro grupo de dirigentes ya venían a la cabeza de todo el ‘Armour’ marchando entre las fondas de la Nueva York.

De los balcones de los conventillos las mujeres con sus chicos en brazos saludaban a la muchedumbre gritando lo mismo que gritaban ellos, lo mismo que gritaban todos:

¡Viva Perón!

¡Viva Perón!

Cuando salió el ‘Swift’ la calle se convirtió en una sábana larguísima y blanca viajando lentamente sobre los rieles del tranvía.

María Ángela Zapata había mezclado la harina y los huevos que trajo del almacén en una masa cremosa y estaba esperando que se calentara el aceite cuando sintió como un temblor en la tierra y al asomar la cabeza por la puerta vio el enorme reptil vociferante pasar por la otra esquina, a una cuadra y media de su casa. Entonces no resistió la tentación, agarró a los chicos y salió para juntarse con su marido y con el río de gente que empezaba a arrancar para La Plata, dejando sobre la hornalla del calentador una sartén de buñuelos que nunca terminaron de freírse.

Un rato después Berisso estaba en marcha. Los apacibles guaraníes que resistieron por primera vez las imposiciones de Juan de Garay, los gauchos corajudos de las guerras federales, los revolucionarios derrotados en las luchas europeas, los activistas sindicales perseguidos en el último medio siglo, los inmigrantes desahuciados descendidos de los barcos, los provincianos despreciados empujados de su tierra, todos los que de una manera y otra habían convivido bajo la paternal cobija de la miseria, caminaban en los pasos de aquel gentío sudoroso que avanzaba tumultuosamente por la Río de Janeiro escoltada por un enjambre de autos, camiones, bicicletas, sulkys y carros de reparto. La historia del próximo medio siglo en la Argentina arrancaba con ellos”.

Afiche de la época.

Josefa Buela. Obrera. Trabajaba en la fábrica de medias “Minué”. 

Yo trabajaba en esa fábrica hasta los días domingo. Como era menor de edad, una vez vinieron los inspectores y para que no me vieran, los patrones me encerraron dos horas en el baño. Teníamos que limpiar los pisos y la heladera. Y si protestábamos, a la calle. El obrero no tenía derecho a ninguna queja; si levantábamos la voz, nos hacían llevar por la policía. El 17 de Octubre es imposible de describir. Fue como si Dios hubiese bajado al balcón y nos hablara. Porque lo que Perón nos decía, nos daba tanto estímulo para vivir que es imposible decirlo con palabras. El resultado fue que a ningún obrero le faltaba comida, ni ropa; a ningún niño le faltó un juguete de Navidad, ni el pan dulce”.  

Ubalde, Oscar Esteban Ubalde. Con 20 años trabajaba en la usina incineradora de residuos de Chacarita.

“Quemábamos basura todo el día en un horno grandísimo. Venían las chatas con la basura y la descargaban en una plaza. Yo tenía que rastrillarla hasta las bocas del horno. Yo era un pibe muy jovencito y no era muy lindo tener que estar allí empujando basura. Pero para colmo, después de laburar, no tenía agua caliente para bañarte, ni en invierno ni en verano. ¿Sabés lo que era bañarse con agua fría cuando salías del turno de 24 a 6 de la mañana? Cuando subió Perón pusieron el agua caliente y prohibieron el horario nocturno.

Antes era muy distinto: todos eran muy pacíficos, muy tranquilos; era la pobreza, era el laburo; la casa, tomar mate en la puerta de la casa con los vecinos, eso era lo común. Había mucha pasividad y más en los lugares de trabajo. No había mucha conciencia. Antes un simple capataz era dueño y señor. Te veía mal parado y te podía suspender. Hacía lo que quería. Uno no tenía ni derecho al pataleo; te quejabas y te echaban del laburo. ¡Mirá el mundo que era ese!

Yo entraba ese día, el 17, a las doce del mediodía. Fui a la usina y al llegar los veo a todos en la puerta. Nadie trabajaba. Era una sorpresa, pero una sorpresa para bien. Estábamos –y hoy te digo una palabra que entonces no se decía- liberados. Como si podías hacer lo que tenías ganas. Se sentía una esperanza, como una luz que venía…

Era tanta la alegría y la confusión que todo el mundo en la calle se mezclaba, se hacían amigos y todos a la plaza. Era un día hermoso, de calor. Quizá de ahí quedó eso del ‘Día Peronista’. A las 2 de la tarde nos ubicamos casi en la mitad de la plaza. Había una alegría terrible: puro canto, puras risas, vivas al coronel Perón. Parecía una fiesta, un carnaval. Seguía llegando gente de todos lados y hacía cada vez más calor. Las mujeres de las fábricas escribían en sus delantales, con el lápiz de labios ¡Viva Perón!

Cuando apareció el Hombre, eso fue imborrable; cuando lo vimos en el balcón, cuando levantó los brazos, cuando dijo ‘Compañeros’… Contento el Hombre con su pueblo y el pueblo con ese Dios que venía. No lo quiero comparar con Dios, pero para todos nosotros era algo así. Por lo menos así lo sentíamos, era la esperanza, confiábamos ciegamente en él.

Desde la literatura también se recogió el 17 de octubre como un hecho fundante.

Cuando terminó todo, yo recuerdo que me volví a casa y mis viejos me levantaron en peso, no por haber ido a la plaza, sino porque estaban preocupados por mí.

Al otro día, nadie era el mismo. Había una paz completa, totalmente distinto al día anterior. Nadie se creía superior a nadie. Pero a partir de allí empezaron los grandes cambios. Cambió también la actitud. Basta de amenazas, de suspensiones, de despidos, de prepotencia de los capataces y los jefes. Tomábamos conciencia de que éramos seres humanos.

Fue hermoso ver a la gente en la calle, pero para algunos fue muy desagradable. El mismo Perón nos lo dijo: ‘cuiden esto, porque la oligarquía jamás se los va a perdonar’”.

Perón se despide de los trabajadores cuando se aleja de la Secretaría de Trabajo, el 10 de octubre de 1945. 

Trabajadores:

Termino de hablar con los empleados y funcionarios de la Secretaría de Trabajo. Les he pedido, como mi última voluntad de Secretario de Trabajo y Previsión, que no abandone nadie los cargos que desempeñan, porque me habían presentado numerosísimas renuncias. Yo considero que en esta hora el empleo en la secretaría no es puesto administrativo sino un puesto de combate, y los puestos de combate no se renuncian: se muere en ellos.

(…) Si la Revolución se conformara con dar comicios libres, no habría realizado sino una gestión en favor de un partido político. Esto no pudo, no puede, no podrá ser la finalidad exclusiva de la Revolución. Eso es lo que querrían algunos políticos para poder volver; pero la Revolución encarna en sí las reformas fundamentales que se ha propuesto realizar en lo económico, en lo político y en lo social. Esa trilogía representa las conquistas de esta Revolución que está en marcha y que cualesquiera sean los acontecimientos, no podrá ser desvirtuada en su contenido fundamental.

La obra social cumplida es de una consistencia tan firme que no cederá ante nada, y la aprecian no los que la denigran, sino los obreros que la sienten. Esta obra social que sólo los trabajadores la aprecian en su verdadero valor debe ser también defendida por ellos en todos los terrenos.

(…) En el campo de la previsión social hemos comenzado por realizar una propaganda sobre el ahorro -posible con los mejores salarios- y luego propugnamos por el incremento de las mutualidades.

Se ha aumentado el número de los argentinos con derecho a jubilación, en cifras verdaderamente extraordinarias, y a este respecto cabe destacar la iniciativa de la Confederación de Empleados de Comercio, que constituye un triunfo y un motivo de orgullo para la previsión social argentina.

Hemos defendido desde aquí a todas las organizaciones obreras, las que hemos propugnado, facilitándoles su desenvolvimiento. Desde esta casa no se ordenó jamás la clausura de un sindicato obrero ni se persiguió nunca a un trabajador, por el contrario, siempre que nos fue posible pedimos a las autoridades la libertad de obreros detenidos por distintas causas.

Cientos de miles de obreros se movilizaron a la Plaza.

(…) A diferencia de lo que ha sucedido en otras partes o en otros tiempos, las autoridades han defendido a las organizaciones obreras en lugar de molestarlas o perseguirlas. También dejo firmado un decreto de una importancia extraordinaria para los trabajadores. Es el que se refiere al aumento de sueldos, y salarios, implantación del salario móvil, vital y básico y la participación en las ganancias. Dicho decreto, que he suscripto en mi carácter de Secretario de Estado, tiene las firmas de los ministros de Obras Públicas y de Marina, y beneficia no solamente a los gestores de la iniciativa –la Confederación de Empleados de Comercio- sino a todos los trabajadores argentinos.

(…) Dentro de esa fe democrática fijamos nuestra posición incorruptible e indomable frente a la oligarquía. Pensamos que los trabajadores deben confiar en sí mismos y recordar que la emancipación de la clase obrera está en el propio obrero. Estamos empeñados en una batalla que ganaremos porque es el mundo el que marcha en esa dirección. Hay que tener fe en esa lucha y en ese futuro. Venceremos en un año o venceremos en diez, pero venceremos. En esta obra, para mí sagrada, me pongo desde hoy al servicio del pueblo y así como estoy dispuesto a servirlo con todas mis energías, juro que jamás he de servirme de él para otra cosa, que no sea su propio bien. Y si algún día, para despertar esa fe, ello es necesario, me incorporaré a un sindicato y lucharé desde abajo.

(…) Les pido a todos que llevando en el corazón nuestra bandera de reivindicaciones piensen cada día de su vida que hemos de seguir luchando inquebrantablemente por esas conquistas que representan los objetivos que han de conducir a nuestra República a la cabeza de las naciones del mundo. Recuerden y mantengan grabado el lema de casa al trabajo y del trabajo a casa y con eso venceremos.

Para terminar, no voy a decirles adiós. Les voy a decir “hasta siempre”, porque desde hoy en adelante estaré entre ustedes más cerca que nunca. Y lleven finalmente, esta recomendación de la Secretaría de Trabajo y Previsión: únanse y defiéndanla, porque es la obra de ustedes y es la obra nuestra.  

author: Roberto Baschetti

Roberto Baschetti

Sociólogo, historiador, investigador. Autor de más de 50 libros sobre el peronismo revolucionario. Socio fundador de la editorial Jirones de mi vida.

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