Con dirección de Nicolás Pérez Velga y producción integral de Star +, “Ringo: Gloria y Muerte” trae al presente la legendaria estirpe de un personaje excéntrico, exuberante y fanfarrón. Tenía con qué, tenía motivos y sabía venderse al más caro precio…o al mejor postor. ¿Cómo era Ringo Bonavena? Inseparable el hombre del personaje. Impredecible, caradura, carismático. Se miraba al espejo; se creía guapo, malo y bonito. Sus labios se movían tan rápido como sus puños. Rubricó la palabra showman sin siquiera saberlo: era un provocador nato que sabía cómo llamar la atención del periodismo.Las anécdotas que se tejen a su alrededor se acumulan, en busca de perfilar su definitivo perfil.
Ringo toma su apodo del famoso baterista Beatle y a cada paso destila picardía maradoniana. Fue tapa de revista, artista encubierto, gestor de frases para póster e irreverente ícono cultural. Un personaje particularísimo, dentro y fuera del ring.
De modo inteligente, la serie deposita su suerte en cómo el héroe popular transita la incertidumbre de sus días. En clave de biopic de corte clásico, muestra una excelente factura técnica, llevando a cabo una magnífica recreación de época, a medio camino entre las Buenos Aires y Nueva York de los años ’60. Una cuidada y estéticamente atractiva coreografía de combates nos indica que quienes se encuentran al mando del proyecto entienden de qué se trata pelear. Intenso e inmersivo, el producto desborda calidad.
Con poderío, volteaba como muñecos a rivales de grueso calibre. No era un boxeador depurado, pero sí un pegador nato de guardia ortodoxa. La poderosa zurda de Ringo lo llevó a acceder a la eliminatoria mundial que lo colocaría a las puertas del título más codiciado. Un blanco sudaca peleando en Norteamérica. Allí partió buscando la suerte que aquí se le negaba.
A mediados de los ’60 su fama se acrecentó, a pesar de ser opacado por campeones contemporáneos como Nicolinno Locche. No estaba en su interés ser tan solo un campeón moral; porque no concebía la idea de morirse sin haber sido coronado. La figura de Muhammad Ali llega a atormentarlo. Quiere enfrentarlo y vencerlo. Imperiosamente, persigue la trascendencia a la boca de salida del túnel. Su rivalidad con el ‘Bocazas de Louisville’ conforma un capítulo aparte en su historia de vida.
Eterno campeón del pueblo, Ringo realizó un extenso periplo por el exterior. Su afán de gloria no conocía límites: estaba seguro de poder amedrentar al mismísimo Ali, a quien enfrentó en 1970. Bregó durante años por concretar aquel combate: o una pelea por el título o una bolsa grande, en el medio no hay nada, solía decir. La televisación de la pelea (cuyo pesaje previo la serie reproduce, erróneamente en TV a colores una década antes que dicha tecnología llegara a nuestro país) marcaría un hito de audiencia sin precedentes. En una categoría que atravesaba su era dorada durante aquellos años, siendo dominada por grandes exponentes afroamericanos como el citado Ali, Joe Frazier, Ken Norton y Jimmy Ellis, Ringo dejaría su indeleble marca. Contra todos ellos se enfrentaría, llegándolos a poner en serios aprietos.
Con rigor histórico, Pérez Velga desentraña la esencia de un personaje envuelto en mitos: quien se iniciara en el amateurismo en el club Huracán detentó bolsas de valores exorbitantes peleando en la meca norteamericana. Dinero, fama y problemas suelen ir buen de la mano en la misma oración.
Cada capítulo de “Ringo: Gloria y Muerte” indaga en las luces y sombras del protagonista abriendo múltiples líneas temporales en simultáneo. Atractiva, la serie resulta un sobresaliente ejemplar del subgénero deportivo más preponderante, poseedor de identidad propia dentro del formato audiovisual. Pionero absoluto, el fornido peso pesado autopromocionó sus peleas con un cabal sentido del show business; y no había boxeador local que equiparara a Ringo en este aspecto.
Sin embargo, a los treinta y tres años, buscaba recomponer su decadente imagen pública y recuperar un esplendor físico que parecía en franca caída. Como centro convergente del relato, la emergente ciudad de Reno (Nevada), en donde la prostitución era legal, pretendiendo imponerse como segunda opción a las veladas millonarias en Las Vegas, adquiere vida propia como elemento fundamental de la serie. Allí viaja Ringo en busca de un enésimo resurgir, pero acabará peleando en lastimosos tugurios contra rivales de segunda mano. Al pie de la montaña traba contactos con los bajos fondos y es apadrinado por Joe Conforte, para luego coquetear con su mujer, sellando su trágico destino.
Un casting impecable, encabezado por Jerónimo Bosia, magnético, revelador y brillante en la piel de Ringo, suma valores a un producto de nivel internacional. María Onetto (como su madre), Pablo Rago(en el rol de Bautista, su manager), Martin Slipak (como Vicente, su hermano mayor) y Esteban Lamothe (en gran composición del empresario deportivo Tito Lectoure), acaban conformando un soberbio reparto.
Al campanazo de este estreno exclusivo de Star +, la silueta del menguante púgil se traza con sangre, sudor y lágrimas: el gigante de pie plano morirá en su ley, ajusticiado por la mafia local. Será velado en el Luna Park, sede de algunas de sus inolvidables hazañas boxísticas. La suya es una más entre tantas historias de vertiginoso ascenso y caída de un ídolopopular, para quien lo excesivo y lo ambicioso acabó conformándose en trampa mortal.
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