Greg Stillson, Javier Milei y la zona muerta de la democracia
Publicada en 1979, La zona muerta cuenta la historia de Johnny Smith, un hombre que tras un accidente adquiere el poder de ver el futuro y descubre que un político carismático —Greg Stillson— está destinado a desatar una tragedia global.
En la novela, el político Greg Stillson se presenta ante su electorado así:
“¿Qué haremos en Washington? ¿Por qué queremos ir a Washington? —bramó Stillson—. ¿Cuál es nuestra plataforma? ¡Nuestra plataforma consta de cinco puntos, amigos, y vedlos, cinco viejos puntos! ¿Y cuáles son? ¡Lo diré de entrada! Primer punto: ¡FUERA LOS SINVERGÜENZAS! […]”
“¿Quieren saber por qué uso este casco, amigos y vecinos? ¡Lo uso porque cuando me envíen a Washington, voy a embestir como lo que vosotros sabéis en medio de un cañaveral!”
Frente a esto, cuenta King, la multitud enloquece.
Cuarenta años después, en Buenos Aires, un político argentino que llegó al poder con una motosierra en la mano, vestido de cuero negro, también se dirige a una multitud con un mensaje que mezcla rock, fe y redención nacional, en un contexto de profunda crisis económica, social y —claro— política. La violencia, tanto implícita como explícita, vibra con la misma intensidad.
Stillson, en la novela, no grita “¡Viva la libertad, carajo!”. En su lugar, anuncia su programa de campaña así:
“Primer punto: ¡FUERA LOS SINVERGÜENZAS!”
“Segundo punto: ¡Vamos a echar a cualquier funcionario del Gobierno […] que se acueste con una mujer que no sea su esposa!”
“Tercer punto: ¡Vamos a lanzar toda la contaminación al espacio! ¡La meteremos en bolsas de basura! ¡La dispararemos a Marte, a Júpiter, a los anillos de Saturno!”
“Cuarto punto: ¡Dispondremos de toda la gasolina y el petróleo que nos haga falta! […] ¡El próximo invierno no habrá ancianos congelados en New Hampshire!”
“Último punto: ¡SALCHICHAS! ¡Salchichas para todo hombre, mujer y niño de los Estados Unidos!”
No es el mismo repertorio retórico, pero la estructura dialoga: promesas inverosímiles, soluciones mágicas y la conversión de la moral en espectáculo, envuelta en un cinismo vulgar y cruel. Ambos discursos —el de la ficción y el del presente— se montan en la violencia y el desprecio, en un cóctel que resulta tan delirante como aterrador.
Milei y su banda en el Movistar Arena.
Impactado por la figura de Stillson, Johnny —el protagonista de la novela— comienza a investigar al candidato: su carisma, sus mítines, sus guardaespaldas. Todo apunta a la figura del líder autoritario que convierte la política en religión y el fervor en obediencia. “Stillson funda el partido América Ahora, cuyas ideas Johnny describe como superficialmente liberales en lo interno y conservadoras, a veces vehementemente, en política exterior.” Sin embargo, como concluye Johnny: “al raspar el barniz liberal, lo que emerge es un programa brutalmente punitivo: castigar con severidad a los consumidores de drogas, dejar hundirse a las ciudades, negar la asistencia social a prostitutas, vagabundos y ex convictos, y financiar reducciones fiscales con el recorte de servicios públicos. Era una vieja cantinela, pero el partido América Ahora la acompañaba con una melodía nueva y seductora.”
Cualquier parecido con la realidad no parece mera coincidencia.
Esa mezcla —entre la violencia explícita y el disfraz liberal de redención— anticipa algo que hoy también resuena en el discurso político real.
En la novela de King, el espectáculo político se confunde con una feria de fanatismo y rock, una especie de misa colectiva donde el candidato ya no promete gobernar, sino salvar y embestir contra el adversario. El fervor reemplaza al pensamiento. Lo que importa no es lo que se dice, sino cómo se grita y cuán fuerte se pega. Algo de esa misma energía —esa mezcla de devoción, resentimiento y éxtasis de la crueldad— vibra también en el corazón de los actos de Javier Milei. Medio siglo después, en otro continente y bajo otras ruinas, un presidente argentino irrumpe ante miles de seguidores disfrazado de estrella de rock mesiánica, mientras intenta apropiarse del arte y de la música que desprecia. Motosierra en mano o micrófono en alto, encarna la promesa de demolición y redención.
Javier Milei avanza entre la multitud como un profeta del colapso: cuero negro, melena revuelta, un disfraz deshilachado que su partido intenta coser a los gritos. No es una presentación de libro, aunque así se anuncie; es una arenga cargada de odio e impotencia. Milei toma el micrófono, intenta cantar Demoliendo hoteles y se convierte en su propia caricatura.
Asco. Sí. ¿Pero qué más? El mito del self-made man: el individuo contra el sistema, el loco genial contra la mediocridad institucional. La retórica del outsider acompañada por un lenguaje político saturado de violencia simbólica: “dinamitar el Banco Central”, “motosierra”, “aniquilar la casta”. La violencia verbal cohesiona. Funciona como descarga emocional y como promesa de acción.
Como señalan los politólogos Joseph J. Foy y Timothy M. Dale en Distopía en las pantallas. Poder y violencia en El fugitivo y La larga marcha —ensayo incluido en The King. Bienvenidos al universo literario de Stephen King—, en la obra del autor de Maine los monstruos más inquietantes no son sobrenaturales, sino humanos.

En esas distopías, explican, la violencia deja de ser un recurso excepcional para convertirse en el modo habitual de ordenar el mundo, un lenguaje de control político. “La violencia se ha vuelto la norma —escriben—, tan generalizada que los habitantes ya no pueden mantener ninguna relación significativa con lo que existe fuera de ella”. Ese diagnóstico encaja de forma inquietante con el universo de La zona muerta y, en espejo, con el clima simbólico que rodea la figura de Milei: una sociedad donde la agresión deja de ser anomalía para transformarse en narrativa identitaria.
En la novela de King, esa violencia lleva a la catástrofe literal; en la realidad argentina, aún es alegórica. Pero el mecanismo es el mismo: el placer del estallido.
La zona muerta no es una novela sobre el futuro, sino una advertencia sobre el presente. Stillson representa la tentación constante de la democracia por entregarse al demagogo que ofrece claridad en tiempos de confusión. Milei reencarna ese arquetipo en clave contemporánea: el líder que viene del margen, incendia el discurso público y promete una purificación total. La diferencia fundamental es de contexto, no de estructura.
Como recuerdan Joseph J. Foy y Timothy M. Dale, la literatura distópica no busca adivinar el futuro, sino evitarlo. “Su propósito —escriben— es protegernos de ese destino e invitar a los lectores a reflexionar acerca de sí mismos y del mundo en el que viven.” Tal vez todavía estemos a tiempo.
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Fuentes: Stephen King, La zona muerta (The Dead Zone, 1979), Buenos Aires: Sudamericana. Joseph J. Foy y Timothy M. Dale, “Distopía en las pantallas. Poder y violencia en El fugitivo y La larga marcha” en The King. Bienvenidos al universo literario de Stephen King, Madrid: Errata Naturae, 2019.
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