
Hasta siempre, Aulicino (1949-2025)
Foto portada: Mario Varela.
A fines de la dictadura, Jorge Aulicino organizaba un ciclo llamado Poesía Abierta. Las reuniones eran clandestinas. Por esos años escribió:
La poesía era un bello país
lo que no lleva el agua lo que queda en la pileta
dando vueltas negándose girando resistiendo
cáscaras de un huevo peladuras de papas
lo que insiste en quedarse lo que no entra
basuras restos lavados resistiendo
lo que se pega y despega
lo lavado no chupado girando
las cáscaras lo exterior resistiendo
El poema está en La caída de los cuerpos, un libro publicado recién en 1983. Contó que escribió el poema después de mirar cáscaras y peladuras dando vueltas en el agua de la pileta y negándose a ser chupadas. Lo atrapó la idea de que lo último, lo más exterior de nosotros, puede ser lo que más resiste. “Era el tiempo de la dictadura y el alma no nos volvía al cuerpo, así que la resistencia era la de nuestra cáscara o forma humana. Levantarse e ir a trabajar como si nada”.
Aulicino pensaba que la poesía es una facultad y un ejercicio de la mente al mismo tiempo. Decía que la poesía es comunicación, pensamiento, humanidad. Decía que la poesía es un hecho colectivo y político. Mucho más en tiempos hostiles.
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En muchos de sus poemas están los restos, las ruinas, el descarte. Se escribe en medio de la demolición. Recordaba con cariño una vez que su gran amiga Irene Gruss le dijo: Basta de basura, Jorge. Le dio risa, él buscaba el poema en la decadencia. Hay una intimidad áspera y salvaje en la falla. Siempre algo falla.
De chico escribía relatos de aventura. Escribir era su juego. En la infancia se maravilló con La isla del tesoro de Stevenson. En la escuela secundaria escribió los primeros poemas influenciado por sus lecturas del momento. Vallejo, Neruda, Tuñón. Por ese entonces conoció La calle del agujero en la media, un libro que lo acompañó durante toda la vida. Nunca se agota, decía.
Antes de terminar la escuela, Aulicino le informó a sus padres que quería dedicar su vida a la escritura. No gustó la decisión pero finalmente el padre, estudioso militante comunista, lo mandó a un taller literario que brindaba un camarada, Jorge Murillo. Aulicino fue y ahí conoció a Irene, Marcelo Cohen, Alicia Genovese, Daniel Freidemberg, el Turco Asís, Mirtha Hortas, entre otros autores. Al segundo año, el grupo formó el mítico taller Mario Jorge De Lellis.
En esa época, a sus veinte años, Aulicino dio sus primeros pasos como periodista en el periódico clandestino del PC. Allí conoció a su primer maestro, Salvador Marini, secretario de aquella redacción llamada Nuestra Palabra. Marini le compartió las claves del oficio: breve, preciso, contundente. Aulicino contaba que el periodismo le enseñó a narrar en la poesía con mayor eficacia.
Una década más tarde fue parte del Comité de Dirección del Diario de Poesía, la publicación más importante del ámbito poético de los años 80.
Su trabajo como traductor quedará en la historia de la literatura por haber traducido al español rioplatense La divina comedia de Dante Alighieri ('Tardé 40 años en traducir a Dante. La traducción a lo mejor es mala, pero es realmente la obra de una vida, si es que una vida tiene algún valor. Y lo traduje para ver la estructura de cielo-infierno que anida en toda la poesía, en toda la literatura'). También tradujo a Cesare Pavese, Pier Paolo Pasolini, Eugenio Montale, Guido Cavalcanti, John Keats, Ezra Pound y Marianne Moore, entre otros autores. Fue redactor, editor y subdirector de la revista Ñ, de Clarín. En su último día antes de jubilarse, el equipo completo de Cultura integrado por los periodistas que él dirigía lo siguió por la redacción a los aplausos durante un largo rato. Fue querido y admirado.
En paralelo a su trabajo como periodista, en 2006 fundó Otra iglesia es imposible, un blog a modo de campo de maniobras donde construyó un Museo de poesía antigua y contemporánea. En 2012, la editorial Bajo la Luna publicó sus poemas reunidos 1974-2011 en un volumen que se llama Estación Finlandia. ¿Por qué? Finlandia es una estación de trenes en Rusia. Es la estación a la que llegó Lenin a su regreso del exilio y donde anunció que la revolución empezaba. Aulicino pensaba Finlandia como la estación decisiva del fracaso en el pasado: “Creo que allí empezó una historia que nos debemos replantear, que nos pesa, que es aún épica, pero muy oscura, porque representa un problema abrumador que no sabemos resolver. La revolución fracasó. En la ex URSS contaban, en los setenta, un chiste. Lo hacían en privado, claro. Decían que Lenin resucitaba un día, gracias a la ciencia soviética. Preguntaba en que año estaba y luego se encerraba a leer el archivo de periódicos. Salía con una valija. Los camaradas clamaban: ¿dónde vas, Lenin? Y Lenin respondía: a Finlandia, empecemos de nuevo. Ese chiste es una necesidad hoy. Creo que en realidad el poema Estación Finlandia surgió de ese chiste”.
En 2014 la Biblioteca Nacional distinguió a Aulicino con el Premio Rosa de Cobre por su labor poética. En 2015 recibió el Premio Nacional de Poesía y el Premio Kónex al Periodismo Literario en 2017. Trabajó de periodista cultural toda la vida: “El oficio que elegí yo, que es ser periodista, es equiparable al del contrabandista de armas. Estás comerciando en palabras pero tiene el mismo nivel de estrés, de incertidumbre, de sospecha, de conspiración, de que no sabés para quién estás haciendo lo que hacés. Todo ese tipo de cosas se comparan con las del contrabandista”.
Hace pocos meses la editorial Bernacle publicó 'Revolución, divino tesoro', los últimos poemas que Aulicino compartió en Facebook (“Ahora tenemos nostalgia no de la revolución/ sino de cuando creíamos en ella”).
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Escribía acompañado. Mencionaba a Tuñón, Auden, Giannuzzi. También a Girri, Montale y Pavese. Se convenció que la noche era su hora. La poesía es lo que falta, decía, se trata más bien de borrar. Paradojalmente, se borra para obtenerlo. Le parecía importante que los textos reposen para después eliminar la hojarasca.
“Parece una pavada pero es muy complicado. El poema es un aparato complicadísimo. Uno lo hace naturalmente, intuitivamente y va saliendo. Pero el poema tiene que tener cierto respeto por lo visual, cierto respeto por lo sonoro y cierto respeto por lo conceptual, lo ideológico. Y después poner todo eso en armonía o que funcione más o menos bien, aceitadamente, es un trabajo. Es como armar un pequeño dispositivo. No es que uno lo esté armando como un relojero con pincitas. Pero va saliendo así. Por lo menos en mi caso, lo trabajo bastante, saco y cambio cosas de lugar, lo toqueteo bastante hasta que queda el poema”, dice Aulicino en el living de su casa. Se puede ver en youtube, lo entrevistaron Gabriela Franco y Eduardo Mileo para el ciclo Poesía en casa.
Escribía adentro de lo ya escrito. Dedicaba mucho tiempo a la edición pero también hablaba de la importancia de la intuición. Es una fantasía querer tener el control de lo que se escribe y mucho más de cómo se lo va a leer. Después de todo, decía, uno escribe para saber qué quiere decir.
“Como me decía una amiga, vos y un tipo que no lee literatura pueden decir que una puesta de sol es poética. Es cierto. Pero creo que para aquella persona no resultaría tal vez poético el encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección, aunque esta frase o construcción de la mente haya sido la divisa de un movimiento poético que tuvo amplia influencia en el siglo XX. Sin embargo, la puesta de sol y el encuentro fortuito son poéticos por razones parecidas: sugieren otra cosa. Para decirlo rápido, porque se me acaba el espacio, sugieren otros mundos”, escribió Aulicino consultado por Revista La Balandra en Agosto de 2014.
¿Viste que increíblemente la música es una de las cosas que menos se escucha?, me dijo una vez: “Yo escribo en silencio, la música distrae para escribir. Muy poca gente la escucha de verdad. Ponen música de fondo, hablan encima de la música, la bailan, la corren. Cualquier cosa menos escucharla. Yo pongo un disco y lo escucho de punta a punta”.
Aulicino escuchaba música como se lee un libro. No se puede leer bailando o conversando con otro. Le gustaba el blues. Admiraba a Frank Zappa. Consideraba que Joe’s Garage era su obra mayor, una ópera rock de finales de los 70. Especialmente le gustaba el penúltimo tema del disco, Watermelon In Easter Hay, uno de los mejores solos de guitarra de todos los tiempos.
Bajo nubarrones rosados
paradójicamente puede esperarse que se aclare
el sentido de todo.
Pero estás hecho para la muerte
que es nada.
El enigma seguirá en otra parte:
tu muerte personal no aclara
ni oscurece el panorama.
¿Por qué escribe poesía, Sr. Aulicino? Porque tengo más preguntas. Porque no sé. La poesía es incertidumbre. La poesía es no saber.
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