Cultura Musikero

La diosa salvaje

Martha Argerich nació en Buenos Aires el 5 de junio de 1941 y es una de las pianistas más importantes de la historia de la música. Ya pasó los 80, sigue tocando con fervor y conmociona auditorios a lo largo del mundo. Su mentor Friedrich Gulda declaró: “Ella no es solo la mejor pianista del mundo. Es un fenómeno que no se puede explicar”. De chica recibió ayuda del estado peronista para explotar su talento, y hoy se le planta a Milei por su ajuste y crueldad.

Poné play al video. Vas a ver a una mujer de pelo suelto, salvaje, con un vestido negro a lunares blancos. Está sentada delante de un piano. Deja sus dedos sobre el teclado y empieza a tocar la Polonesa heroica de Chopin. Al comienzo la vemos de lejos, de espalda. Luego cambia el plano y la cámara se acerca. Los dedos corren, veloces y mágicos, entre las teclas. El video está en blanco y negro. La mujer es Martha Argerich a sus veinte años.

En el libro Yoga, Emmanuel Carrère incluye un capítulo llamado “Martha”. En él, se refiere al minuto 5.30 de este video. En ese momento la cámara está cerca de su cara y ella sonríe de repente con la sonrisa de quien visitó el paraíso y nos convida una porción. Escribe Carrère: “Esa sonrisa de niña dura muy poco tiempo, esa sonrisa que viene de la infancia y de la música, esa sonrisa de pura alegría. Dura exactamente cinco segundos, desde los 5.30 a los 5.35, pero en esos cincos segundos vislumbramos el paraíso”.

El video es hipnótico. Martha Argerich es hipnótica. Sus dedos vuelan. Se entrega a la música y es conmovedor cómo la emoción toma su cara, su cuerpo entero. Concentración y abandono extremos, precisa Carrère. Es probable que en el minuto 5.30 Martha sonría repentinamente porque acaba de hacer algo imposible. Sonríe porque le salió bien. La sonrisa-paraíso corona esa hazaña, esa dificultad, ese esfuerzo. Caer es el cincuenta por ciento de saltar. Saltó y no cayó; se animó a la aventura. La música, la escritura, la vida misma.

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Padre contador, madre taquígrafa. Él radical, ella socialista. Una familia de clase media, cualquier cosa menos peronista. La plata alcanzaba sólo para vivir; no había recursos para que la pequeña Martha estudie fuera del país. A los 12 años, Martha ya había tocado en el Teatro Colón. Así fue que en 1954 consiguió una audiencia con Perón y allí fue con su madre, Juana. El Presidente las recibió en Casa Rosada. Ya enterado de la genialidad de la niña, Perón preguntó a Martha adónde deseaba estudiar. ¡A Viena!, respondió ella sin titubear. Martha sabía que en Viena estaba el maestro Friedrich Gulda. A Perón le gustó que Martha no quisiera saber nada con Estados Unidos; dio trabajo diplomático a los padres en la embajada argentina en Austria para que pudieran acompañarla y Martha pudo formarse con los mejores maestros en Europa.

Al poco tiempo, a sus 16 años, Martha obtuvo dos de los premios más prestigiosos del mundo, el Busoni de Bolzano y el de Ginebra, con quince días de diferencia y sin practicar. La prensa enloqueció con su virtuosismo y el público la amó. Pero Martha cumplió 20 años y quiso largar todo. Se fue de viaje, vivió un matrimonio fallido, quedó embarazada y dejó de tocar. Después volvió a Ginebra, retomó su carrera y fue la primera mujer en ganar el certamen Frédéric Chopin en Varsovia (1967). También fueron momentos difíciles. Perdió la tenencia de Lyda, su primera hija, con quien logró reencontrarse 16 años después. Martha tuvo dos hijas más: Annie, con el violinista y director Charles Dutoit, y Stephanie, con el pianista Stephen Kovacevich.

Debido a su talento, la bautizaron "El Milagro Argerich".

Martha Argerich, nacida en Buenos Aires un 5 de junio de 1941, es una de las pianistas más importantes de toda la historia de la música. Ya pasó los 80 y sigue tocando con fervor, conmociona auditorios enteros. En el mundo la llaman El milagro Argerich. También le dicen leona. Su mentor Friedrich Gulda se manifestó: “Ella no es solo la mejor pianista del mundo. Es un fenómeno que no se puede explicar”.

Miles de premios, festivales, filarmónicas, discos, giras y una intimidad igual de intensa. Ha cancelado conciertos pero también ha salido a tocar con fiebre, con dolor de muela, en silla de ruedas, con la ceja recién cosida, en minifalda y con pasto en el pelo (una vez que se le hizo tarde al pasear por un bosque). Se dice que su vida se parece más a la de una estrella de rock que a la de una concertista de música clásica.

Permiso, vuelvo a Yoga. En el capítulo que le sigue a “Martha”, Carrère reflexiona que la sonrisa-paraíso que acontece en esos segundos de la Polonesa heroica también significa que la alegría pura es tan verdadera como la sombra. Alumbramos y hacemos sombra al mismo tiempo.

A Martha no le gusta dar entrevistas, pero sus confesiones son muy precisas: “Es una cuestión de temperamento. La velocidad es mi naturaleza, mi tendencia. El demonio que tengo. Un quilombo. A veces no me doy cuenta. O es una cosa del momento. ¡Qué sé yo! A veces dicen que es el latido del corazón, cuando a uno le late muy rápido”.

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“Si el Estado no apoya y contribuye a la cultura, el futuro es realmente peligroso”, escribió Martha Argerich en una carta que publicó en 2024 para denunciar el desfinanciamiento y la interrupción de las becas que llevan su nombre. Argerich criticó el desmantelamiento y la destrucción en las diversas áreas educativas y culturales nacionales como la discontinuidad de aquellas becas que brindaban herramientas a integrantes de orquestas infantiles y juveniles. “Están privando a los jóvenes la oportunidad de tener un brillante futuro musical. Yo misma he recibido el apoyo del Estado Argentino cuando era jovencita, y eso fue fundamental para mi formación y posterior carrera artística. Lamento profundamente que ahora muchos queden sin esa posibilidad', escribió Martha, atenta a los devenires de su país. Siempre se ha destacado su generosidad y compromiso con la comunidad musical, ayudando a sus colegas y colaborando con todo tipo de iniciativas para impulsar las carreras de los músicos más jóvenes.

“Soy la hija de una diosa”, dice Stéphanie Argerich en Bloody Daughter, el documental que dirigió para contar la intimidad de la familia que armó su mamá. “Es especial, en ella hay un componente mágico. Hay seres que están en una categoría aparte. Y mi madre forma parte de ella. Es una persona muy profunda y compleja. Como artista arriesga y nunca está segura de que le vaya a salir bien”.

“Si el Estado no apoya y contribuye a la cultura, el futuro es realmente peligroso", declaró Argerich en relación al ataque y ajuste de Milei.

También hay libros sobre Martha. Recientemente, la editorial Blatt y Ríos publicó una nueva edición de la biografía escrita por el francés Olivier Bellamy, periodista y conductor de programas musicales. El libro aborda desde el jardín de infantes hasta su consagración, pasando por su formación de niña prodigio, su adolescencia, sus amores, su maternidad, su relación con otros músicos. Es la vida de una genia.

Las infancias también pueden disfrutar de Sol mayor: la vida de Martha Argerich, editado por Diente de león, escrito por Adriana Riva e ilustrado por Josefina Schargorodsky. Sol mayor cuenta con prólogo de Annie Dutoit-Argerich, una de las hijas de Martha que eligió hablar del pelo de su mamá (Martha no pisa una peluquería hace décadas). Cuando Martha era chica, sus padres la obligaban a cortarse el pelo muy corto e ir a la peluquería muy seguido. Ella odiaba que le tocaran la cabeza. A los quince años, cuando se mudó sola a Ginebra, se lo dejó crecer como un gesto de rebeldía e independencia. Así lo cuenta su hija Annie. De jovencita Martha decidió que no iba a pisar una peluquería nunca más en su vida.

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—¿Cuál es tu droga favorita?

—La conversación.

~ Martha Argerich

¿Cómo estuve hoy: como un caballo salvaje o como un caballo de calesita?, preguntó una vez después de tocar. Siempre hay una ferocidad, un magnetismo especial. La forma en la que se inclina hacia el piano, su boca entreabierta, su cabeza en danza, sus dedos volando sobre el teclado. Parece conversar con el piano, lo mira y su cuerpo acompaña el vaivén. Parece que le habla. Por momentos está seria, frunce el ceño, se asombra, se alegra, sonríe, se muerde la comisura de los labios en un gesto de placer.

Martha suele hablar de la soledad: “Tampoco quiero ser una máquina de tocar el piano. Un solista vive solo, toca solo, come solo, duerme solo. Y eso es muy poco para mí”. Martha considera que el piano es un ser vivo. “Hablar es más difícil que tocar”, dijo una vez. “Cuando los pianos no me quieren, no los toco”.

author: Jimena Arnolfi

Jimena Arnolfi

Poeta y periodista. Publicó los libros “Campamento de supervivencia”, “Hay leña” y “Todo hace ruido”, entre otras publicaciones.

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