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Leer con otros en tiempos de individualismo

Los clubes y encuentros de lectura florecen como refugios culturales en un mundo hiperconectado, pero cada vez más aislado. Entre jardines, asados, meriendas, vinos, bares o pantallas, la literatura se transforma en un acto colectivo. Juan Pablo Cantini conversó con los organizadores de siete espacios o propuestas.

En un contexto marcado por el individualismo, los clubes y espacios de lectura compartida recuperan algo esencial: el encuentro con otros. Lejos de ser una práctica en retirada, estas comunidades crecen y se multiplican, y aparte proponen modos diversos de habitar la literatura. Se leen libros, se presentan autores noveles y se estudian obras de autores consagrados, pero sobre todo se generan vínculos, se comparten miradas y se construyen espacios donde la sensibilidad encuentra lugar para desplegarse.

La salida, como siempre, es una experiencia colectiva.

Siete formas de leer con otros: desde jardines urbanos hasta bares porteños, pasando por meriendas a la tarde y vinos compartidos por la noche, siempre con intercambios apasionados. Haidu Kowski, Luciana Galván, Agustina Mortarini Bolla, Ivana Kasper, Mayra Andrade, Denise Traverso, César Bogado e Iñaki Zubiaur dialogaron con Kranear sobre sus propuestas. Cada espacio tiene su sello, pero todos laten con una misma idea: leer como forma de estar juntos.

Espacios que invitan a quedarse

Para algunos, coordinar un club de lectura fue un deseo largamente postergado que encontró su momento justo después de años. Haidu Kowski abrió su jardín —“un recoveco escondido en plena urbe”— a lectores y lectoras, y desde entonces no paró de crear rituales compartidos.

Su propuesta, La Casa del Escritor, tiene dos hitos: el Choripoesía, con vino, asado y talleres literarios dominicales guiados por un autor invitado; y las meriendas literarias, más íntimas y siempre al aire libre. “Los que vienen la flashean —cuenta—; les genera bienestar, placer y deseos de conectar con su sensibilidad creativa y emotividad. No hay dos eventos similares, las dinámicas son bastante híbridas, pero la gente se suma porque disfrutan ver a sus autores preferidos en un lugar diferente.”

La casa del escitor, en La Paternal.

Luciana Galván también pone el foco en el entorno: sus meriendas literarias comenzaron en 2017 y se convirtieron en un clásico. “La idea es reunir a un grupo de lectores con un autor para hablar de toda su obra y conocer más de él. La premisa es ser un puente entre lectores y autores”, dice.

Los encuentros se desarrollan en un ambiente relajado, sin estructuras rígidas ni protocolos. “Me gusta que la tarde sea de todos. Que hablen quienes quieran, que fluyan las preguntas. Muchas veces la charla deriva en temas inesperados y eso está buenísimo: se parece más a una reunión de amigos que a un evento formal.”

Cuando no hay autores invitados, Luciana propone encuentros de recomendación libre: lecturas compartidas, entusiasmos contagiosos y un abanico literario que se abre de par en par.

Conversaciones que amplían la lectura

Más allá del lugar, todos coinciden en que lo central está en el intercambio. Para Agustina Mortarini Bolla, coordinar un club “permite incentivar la lectura desde otro ángulo: no solo recomendar libros, sino hacerlo en comunidad, lo que le da un plus a una tarea solitaria”.

Cuando hay autores presentes, el diálogo se enciende; ella modera, pero las anécdotas y comentarios personales brotan solos.

Ivana Kasper destaca ese mismo espíritu de conversación colectiva. “Coordinar un club es crear un espacio donde los lectores puedan encontrarse con otros que comparten la misma pasión”, dice. En tiempos acelerados y muchas veces solitarios, considera que estos encuentros son “un respiro: generan vínculos más fuertes, invitan a salir de la rutina y recuerdan lo valioso que es frenar y disfrutar del presente”.

En sus clubes, todas llegan con el libro leído, lo que permite profundizar en debates sobre personajes, tramas, finales y estilos. Las preguntas preparadas muchas veces sobran: la charla fluye naturalmente. 

Ivana asegura que “la diversidad de miradas enriquece muchísimo”.


Mayra Andrade, que coordina un club virtual desde hace algunos meses, también pone el foco en la conversación. “Lo valioso es el ida y vuelta: repensar el libro, compartir perspectivas que a vos ni se te hubiesen ocurrido. Es un espacio que alimenta la cabeza.”

En sus encuentros, los autores hispanohablantes participan para compartir procesos creativos y responder preguntas en vivo. Aunque sea online, la dinámica es participativa y cálida. “A veces el libro deriva en otras lecturas y recomendaciones. Es un espacio muy enriquecedor.”

En la Dama de Bollini, César Bogado e Iñaki Zubiaur coordinan el club El perrito que leía, una propuesta donde la literatura se mezcla con lo inesperado. “Es un lugar donde nos permitimos hablar de cosas de las que nunca hablamos en el día a día —cuentan—. Vemos a empleados de grandes corporaciones llorar por una historia de amor, a mujeres excitarse con conejos, a borrachos asombrarse por la sobriedad de otros”.

La dinámica es precisa pero flexible: eligen previamente autores, horario y fecha; arrancan con tres o cuatro lecturas iniciales, hacen un recreo, continúan con dos o tres lecturas de cierre y, a veces, suman una parte musical. En ese vaivén entre lecturas y pausas, lo íntimo se cruza con lo performático, y la conversación se vuelve colectiva.

Otros formatos, mismos deseos

Algunos clubes exploran caminos menos tradicionales. Vinito & Literatura, el proyecto de Denise Traverso, nació de forma lúdica y propone combinar lectura, degustación y conversación como rituales para recuperar la presencia corporal.

Busco propiciar espacios que nos saquen de la compu, que nos permitan reencontrarnos cara a cara. La lectura en vivo es una forma de invocar ese aquí y ahora que se desvanece entre pantallas”, explica. “Es un evento pensado como espacio de disfrute, para relajar y conectar con todos los sentidos, accesible a personas con y sin experiencia. Es en ese intercambio que nos enriquecemos todxs.”

Cada mes selecciona textos en torno a un eje temático y los comparte previamente (aunque no es obligatorio leerlos antes). Durante el encuentro, se leen en voz alta, se debate colectivamente y se degustan cuatro vinos especialmente elegidos.

Denise es licenciada en Letras.

“Más que dar respuestas, buscamos enriquecer las preguntas desde el intercambio colectivo. Es un entrenamiento de lectura crítica, algo que cuesta cada vez más en esta época de titulares veloces y poca profundidad. Al finalizar el evento, quienes así lo deseen pueden dejar su email para tener acceso a un Google Doc colaborativo en el que intento siempre volcar los ejes de lectura que aparecieron durante el encuentro y otras sugerencias, recomendaciones y relaciones con otros formatos (pelis, series, etc.) que fueron emergiendo en el intercambio. El documento es de tod@s y anhelo que la edición sea colectiva”, cuenta Denise Traverso.

Lecturas para debatir

La elección de un libro puede ser tan personal como colectiva. Detrás de cada encuentro hay decisiones, intuiciones y deseos compartidos que definen el pulso de cada club. Entre autores invitados, caprichos lectores, votaciones multitudinarias o viejas obsesiones literarias, lo que se juega no es solo qué se lee, sino cómo esa lectura enciende conversaciones y transforma comunidades.

Elegir un libro para un encuentro colectivo no es un gesto neutro: es una forma de convocar universos. Haidu Kowski lo sabe bien. Más que libros, elige autores contemporáneos que tengan ganas de “poner el cuerpo” y participar activamente. Por su jardín ya pasaron Silvina Gruppo, Luis Mey, Jorge Consiglio, Pamela Terlizzi Prina; y en la lista de los próximos figuran nombres como Leo Oyola, Susana Villalba y Alejandra Kamiya.

Cada encuentro es una mesa larga donde la literatura se cruza con la vida cotidiana, y donde muchas personas llegan solas y se van con nuevas amistades. “De a poco se va armando una especie de club social —dice Haidu—. Y a diferencia de las películas, la segunda parte siempre es mejor.”

En otros clubes, la selección es más colectiva. Agustina Mortarini Bolla cuenta que a veces se someten las lecturas a votación: primero entre las organizadoras, luego entre más de cien participantes. “Otras veces simplemente sentimos una necesidad casi fisiológica de leer determinado libro”, admite, como ocurrió con la última novela de Isabel Allende. En el club que coordina, las decisiones compartidas alimentan la expectativa: el libro elegido se vuelve una especie de cita colectiva.

Ivana Kasper prefiere curar las lecturas personalmente, combinando sus gustos con las novedades editoriales. “Me gusta traer propuestas frescas, que todavía no muchos estén leyendo”, explica. Aunque el romance domina el 80 % de las elecciones, busca alternar con géneros menos transitados o autoras poco conocidas. Y es precisamente cuando el libro no convence a todos que los debates se encienden: las diferencias de lectura se vuelven combustible para la conversación.

También vivimos sorpresas: libros muy populares que no nos convencieron, o pequeñas joyas que terminaron siendo grandes favoritos. Lo más lindo es justamente eso: ver cómo una misma historia puede generar emociones tan distintas en cada lector”, reflexiona Kasper.

Luciana Galván, en cambio, se guía por el entusiasmo propio y por la sintonía fina con su grupo lector. “Cuando un libro me gusta mucho, empieza mi campaña ‘¡Tenés que leerlo!’ —confiesa entre risas—. Si noto que varias personas lo están leyendo, invito al autor y organizo la merienda. Con nueve encuentros de autor por año, más tres rondas de recomendaciones libres, sus meriendas se convirtieron en un calendario paralelo, atravesado por lecturas compartidas y descubrimientos mutuos.”

Luciana difunde literatura desde 2017, y organiza el ciclo de lecturas Te cuento lo que leo.

Para Denise Traverso, la elección tiene algo de capricho y de obsesión personal. Sus clubes funcionan como excusas para revisitar temas que la inquietan —como el doble, uno de sus ejes recientes— o para compartir autores que acaba de descubrir.

“Convocar a gente diversa y pretender que no haya diferencias sería no entender el espíritu del intercambio —señala—. La riqueza está en escuchar lo que incomoda, en dejar que otras perspectivas amplíen la propia. Ser moderadora es algo que me encanta y siempre representa un desafío porque no sé con qué me voy a encontrar o qué miradas van a aparecer durante cada encuentro. Las condiciones deben ser las de la escucha y el respeto. Es desde ahí que apuesto a construir colectivamente.”

Comunidades que crecen con cada intercambio

Si la elección de un libro enciende el motor, la comunidad es el verdadero corazón de estos espacios. Cada club va tejiendo, a su manera, redes afectivas y culturales que transforman tanto a quienes participan como a quienes los coordinan.

Para Haidu Kowski, el club funciona como una mesa familiar extendida en medio de un tiempo hiperindividualista. Para Agustina Mortarini Bolla, es un refugio que le regaló amistades profundas, nacidas hace años en una confitería de Flores y que hoy siguen compartiendo lecturas, vida cotidiana y mundiales de fútbol. “Contar lo que uno lee es como abrir las puertas de la casa e invitar a un amigo a tomar un té o una cerveza”, dice.

Ivana Kasper destaca la dimensión emocional que surge en su comunidad: amistades que nacieron entre páginas y que hoy se traducen en cenas, viajes y proyectos compartidos. “Ver cómo un espacio pensado para leer termina siendo también un puente hacia vínculos tan valiosos me emociona mucho”, confiesa.

Luciana Galván celebra la apertura lectora que se fue generando con los años: lectores que se animan a salir de sus zonas de confort, a descubrir géneros que antes no exploraban, sabiendo que siempre habrá un lugar de regreso. “Mis encuentros no tienen tanto que ver con lo que leemos, sino con las ganas de compartir lo que nos pasa con esas lecturas”, dice.

Denise Traverso, por su parte, disfruta ver cómo con el tiempo crece la confianza y se profundiza la conversación. Muchos agradecen descubrir autores que de otro modo nunca habrían leído. “Me gusta pensar que este formato abre caminos hacia textos que no habrían llegado a esas personas de otra manera”, explica.

Mayra Andrade subraya cómo los debates prolongados generan transformaciones en la mirada lectora. Hay quienes se suman al club sin conocer a nadie y terminan participando activamente de conversaciones literarias extensas, con un intercambio que trasciende el momento del encuentro.

Mayra (con buzo verde), dijo presente en la última edición de la FED, en agosto pasado.

En El perrito que leía, la comunidad es tan diversa como viva: escritores, lectores curiosos, jóvenes y adultos mayores conviven en un mismo espacio. “El evento nos fue cambiando —dicen Iñaki y César—. Aprendimos a entender las diferencias de perspectiva y a ver la riqueza que hay en la diversidad de estilos e historias. Cada lectura nos amplía la mirada sobre el mundo.”

La literatura como punto de encuentro

En cada club late una misma convicción: la lectura no es solo un acto solitario, sino una práctica que puede florecer en comunidad. Los libros elegidos marcan un rumbo, pero son las conversaciones, las tensiones y las afinidades las que hacen que cada encuentro deje huella.

En tiempos donde el ruido digital suele ocuparlo todo, estos espacios ofrecen algo distinto: una pausa compartida, un territorio de escucha y descubrimiento mutuo. Una manera de volver a leer —y a encontrarse— con otros.

Bios de los coordinadores y referentes

Haidu Kowski
Escritor, guionista y gestor cultural. Publicó: Ya no hay afuera (Factotum, 2024) –finalista Premio Clarín 2022–, El ejercicio de perder (Odelia, 2021), Instrucciones para robar supermercados (Tusquets, 2017) y Estrategias del poker para la vida (Ediciones B, 2015), entre otros. Creó en 2006 el Jam de escritura @jamdeescritura. Es anfitrión en La Casa del Escritor.
IG: @haidu_kowski

Agustina Mortarini Bolla
Madre, esposa y abogada mediadora. Trabaja en Bosque AZUL en Las Gaviotas y en Campo Azul en Mercedes, Buenos Aires. Comparte sus lecturas desde hace muchos años como forma de invitar e incentivar a otros a leer. Organiza clubes de lectura, entrevista autores y forma parte de una comunidad literaria.
IG: @latribude.agus

Ivana Kasper
Licenciada en Comunicación Social y creadora de contenido en redes sociales bajo @hoyestaparaleer. Ama el romance y organiza clubes de lectura para debatir sobre los libros que apasionan.
IG: @hoyestaparaleer

Luciana Galván
Profesora de Lengua y Literatura, difunde literatura desde 2017. Propone encuentros presenciales y virtuales, con especial interés en editoriales independientes y libros cortos. Su frase de cabecera: “¡Necesitás leer este libro!”.
IG: @tecuentoloqueleo_

Denise Traverso
Licenciada en Letras (UBA) y egresada de Dramaturgia (EMAD). Escribe su segunda novela y dicta talleres literarios. Combina literatura y artes escénicas, explorando identidad y desdoblamientos en sus obras.
IG: @nina.traverso

Mayra Andrade
Periodista y licenciada en Ciencias de la Comunicación. Tiene Instagram @lecturacriminal, suscripción mensual y club de lectura. Es autora de una novela inédita y trabaja en su segundo libro.
IG: @lecturacriminal

César Bogado
Estudiante de Economía (UBA). Hizo taller con Luis Mey y es coorganizador de El perrito que leía.
IG: @el_perrito_que_leia

Iñaki Zubiaur
Trabaja en un medio periodístico y hace taller con Luis Mey. Coorganizador de El perrito que leía, actualmente trabaja en una novela y dos cuentos.
IG: @el_perrito_que_leia

author: Juan Pablo Cantini

Juan Pablo Cantini

Nació en 1976 en la Ciudad de Buenos Aires. Es licenciado en Ciencias de la Comunicación por la UBA, escritor, redactor y tallerista. Fue periodista gastronómico en medios especializados y publicó notas en Tiempo Argentino y Clarín. Su primera novela, Mordiendo en el vacío, fue editada por Notanpuan en 2022. Actualmente coordina talleres de lectura y escritura y trabaja en su segunda novela.

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