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Políticamente resulta esencial recuperar a nivel social la fe en lo colectivo evitando descalificar a quienes no la comparten, si es que realmente queremos sumarlos a un proyecto común. La interpretación más instalada, y por lo tanto más dañina para una caracterización adecuada de nuestro presente en aras a su transformación, es por eso la de que debemos supuestamente enfrentarnos al odio y a la crueldad. Porque si bien tanto el odio como la crueldad representan hoy ciertamente los criterios de muchas conductas, seguir insistiendo en esta caracterización sólo sirve para señalar y agrandar, pero nunca para salvar efectivamente, la grieta que nos divide actualmente como sociedad.
La pregunta a contestar es entonces la siguiente: ¿qué les ocurre a quienes naturalizan que un jefe de Estado grite “muerte al socialismo” en un foro internacional, o trate públicamente de “pichón de Stalin” al gobernador de la provincia más importante de la Nación?... Necesitamos lúcidos analistas que nos hablen sin tecnicismos pero con profundidad para poder comprenderlos sin prejuicios. Y el último texto que Byung-Chul Han titulado La expulsión de lo distinto, por ejemplo, posee originales elementos teóricos para mirar sin viejos presupuestos nuestro complicado presente.
La tesis de que la etapa actual del capitalismo se caracteriza por la explotación de uno mismo, y que esta misma exigencia implantada se convirtió en la mejor forma de garantizar actualmente la gobernabilidad, no es por supuesto del mismo Han sino de M. Foucault. Pero el desarrollo que Han hace de esta cuestión, sin embargo, cincuenta años después de que Foucault la formulase, ofrece una novedad que permite comprender lo que por entonces recién comenzaba a hacerse efectivo y hoy, en cambio, se expresa cada día con mayor fuerza en forma de cansancio, depresión y, en definitiva, expulsión de lo común.
La expulsión que Han tematiza en su texto resulta en última instancia, y aunque resulte paradójico, una expulsión de lo común. Porque lo común, en el sentido comunológico de la palabra que nosotros le atribuimos, no es nunca lo idéntico que anula toda diferencia sino lo que tiene, justamente, las notas de lo distinto. Y aún cuando en su análisis Han se centra en una especial conformación de la subjetividad, lo que a dicha subjetividad básicamente le acontece es que se encuentra incapacitada para salir de sí misma: pero no porque odie al otro sino porque, como nos dice el mismo comienzo del texto, los tiempos en los que existía el otro propiamente se han ido, y hoy la vital negatividad a que el otro hacía lugar permitiendo y obligándonos a adecuarnos a las variable circunstancias deja paso, en cambio, a la inerte positividad del imperio de lo igual.
Aunque de manera implícita e indirectamente, lo que en La expulsión de lo distinto Han nos está advirtiendo es que la consideración de lo común que hasta hoy hemos sostenido está entonces en crisis debido a que no es bajo los rasgos de lo que compartimos con los demás que ella se sostiene sino, muy por el contrario, de esa tensión que se presenta muchas veces por supuesto insostenible con lo distinto. Y la hoy perdida confianza en lo colectivo nunca podrá volver a afirmarse insistiendo como un mantra que nadie se salva solo ante quienes están firmemente convencidos que, de manera inevitable, lo común repite ahora eternamente lo igual.
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Cuando Han reflexiona sobre la expulsión de lo distinto no se refiere, por supuesto, a que el otro haya sido eliminado como tal sino sólo en virtud de su alteridad. En eso consiste su tesis del triunfo del imperio de lo igual. Es indudable entonces que lo distinto permanece asediando en latencia, y que la tan sonada expulsión de lo distinto no resulta algo concluido e irreversible sino que, antes bien, ella representa sólo una suerte de delirio en la que como sociedad estamos, quien mas quien menos, en cierta medida todos inmersos.
Es verdad que el tono empleado por Han al describirlo suena muchas veces a una resignada denuncia ante la que sólo cabe una respuesta de tipo personal. Pero la ausencia en su discurso de posibles estrategias transformadoras de carácter colectivo explícitas a esta patología social no sólo no impide imaginarlas, sino que pareciera incluso dejarlas también servidas al brindar herramientas para no insistir más con estrategias que estaban muy bien en los siglos 19 y 20 pero que, en el s. 21, han quedado ya muchas veces desactualizadas.
Hoy en Argentina, por ejemplo, estamos celebrando el despertar de una movilización popular que estuvo prácticamente dormida por un año desde el triunfo de la ultraderecha. Pero si bien ello es índice de una siempre bien venida resiliencia del movimiento popular, basar el éxito de nuestro proyecto sólo en la movilización callejera no toma en consideración el hartazgo de una enorme masa de población que no siente a la calle como canal de expresión de su inclinación ideológica y hace de su mismo ausentismo cívico, en cambio, el eje de su manifestación política.
La novedad que ofrece La expulsión de lo distinto parte por ello de una original síntesis que propone entre el estudio sobre el neoliberalismo de Foucault con la metafísica de Heidegger. El nudo que amalgama ambas propuestas es así la noción de ‘autenticidad’ que el neoliberalismo instaló y que, en definitiva, representa la antítesis de la interpretación que Heidegger realizara de la misma. Porque si bien, como dice Han, “hoy se habla mucho de autenticidad, de ella viene el imperativo de ser igual solo a sí mismo, de definirse únicamente por sí mismo, es más, de ser autor y creador de sí mismo”. De modo que ser auténtico en esta restringida acepción neoliberal de la palabra, y ser empresario de uno mismo, terminan dramáticamente en nuestro tiempo por coincidir.
Si bien Han se apoya muchas veces en la noción de ‘negatividad’ de lo distinto frente a la positividad de lo igual, conviene advertir que su propuesta no es por lo tanto reivindicar nunca con ella, sin embargo, la vigencia de un paradigma oposicional de tipo dialéctico. Mas bien, su análisis resulta un irreverente y audaz intento de enfocar los avatares de la sociedad contemporánea a la luz del olvido del ser heideggeriano. De manera que esa diferencia que en ella se denuncia expulsada no es otra cosa, en consecuencia, que la diferencia ontológica a partir de la cual Heidegger elabora su crítica a la metafísica.
Todo lo que nos abre al misterio y, por lo tanto, habilitaría ese militante modo de ser para el cual nuestro actuar no estaría ya ligado al consumo sino al acontecimiento, es propiamente lo distinto socialmente desaparecido. El imperio de lo igual ha hecho que nuestra sociedad olvide ese miedo esencial y vivificante que se daba en presencia de la nada, de lo siniestro y por lo tanto de lo totalmente distinto, para transformarse entonces en ese tonto miedo empírico y superficial a quedarnos al margen, a fracasar y a ser culpables de nuestra propia mediocridad tan propios de nuestro presente.
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En La Expulsión de lo Distinto, Han aborda entonces un aspecto de la sociedad actual a partir de una perspectiva original y desprejuiciada por la cual, además de la violencia al otro, existiría para él una violencia autodestructiva que tiene como explicación el terror a lo igual. Y la riqueza de esta perspectiva es doble.
En primer lugar, no parte de la irrreconciabilidad de las diferencias como si fuera el problema de la sociedad contemporánea por excelencia sino que, por el contrario, denuncia que este consiste en la imposibilidad que muchas personas experimentan de poder hallar hoy algo verdaderamente distinto capaz de generar experiencias y acontecimientos. Y esta señalización resulta central para, en segundo lugar ahora, ayudarnos a caracterizar las notas esenciales entonces del neofascismo y tener claro a qué nos enfrentamos.
El fascismo, tal como hasta ahora lo conocíamos, fue la manifestación extrema de una inclinación propiamente inmunológica ínsita ya en la propia democracia. ¿Cabría hablar, entonces, de un neofascismo post-inmunológico, en y por el cual la violencia que caracterizaba al fascismo tradicional no desaparece, pero el miedo como motor resulta reemplazado hoy por el terror que provoca la desaparición del horizonte que habilitaba la diferencia? Esta es precisamente la indicación que ofrece Han al calificar de manera expresa la etapa actual del neoliberalismo como post-inmunológica.
Proponer el concepto de 'lo igual' como nueva categoría, cuyo imperio calificaría a una sociedad neoliberal post-inmunológica, permite comprender que la expulsión de lo común que define a la sociedad actual exige ser abordada con nuevas estrategias. Porque la 'igualdad' a la que Han se refiere ya no es más la vieja ‘mismidad’ que sí precisaba del otro para constituirse como tal sino una igualdad infinita, sin tensión, sin límite y por lo tanto sin alteridad posible. En una sociedad post-inmunologica el problema a considerar no es ya por tanto el de identidades que se encierran ante la amenaza de la infección del o de los otros sino, al contrario, el peligro que les presenta no alcanzar a visualizar en el imperio de lo igual su propio límite.
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