Los sueños siempre tienen un verdugo
El 23 de julio de 1993 no fue un día más en Río de Janeiro. En la madrugada de esa jornada, un grupo de chicos y adolescentes que dormían en la calle, más precisamente frente a la Iglesia de la Candelaria, fueron sorprendidos por policías de civil que bajaron de sus autos y les dispararon a quemarropa. Murieron ocho niños y el brutal hecho pronto pasó a ser conocido como La masacre de la Candelaria. Pasaron más de 31 años y ahora Netflix estrena Los cuatro de la Candelaria, una miniserie brasileña inspirada en ese suceso siniestro.
Con dirección de Luis Lomenha, se trata de una ficción de cuatro episodios que cuenta el derrotero de un grupo de amigos por las calles de Río de Janeiro. Así, la cámara sigue los pasos de Douglas, Sete, Jesús y Pipoca desde las 36 horas previas a la tragedia en las escalinatas de la Candelaria. Cada capítulo lleva el nombre de uno de los protagonistas, mostrando todo lo que hizo antes del violento desenlace y qué sueña para su vida. En Los cuatro de la Candelaria, el recurso narrativo que se impone es el de la repetición. Si bien somos testigos de las vivencias particulares de los cuatro personajes, hay hechos que son exhibidos una y otra vez desde la perspectiva de cada uno de ellos.
Principalmente, hay dos acontecimientos narrados desde la visión de Douglas, Sete, Jesús y Pipoca; uno es el robo que planean -y ejecutan- los cuatro a una fábrica de chocolate; el otro, la misma masacre. La decisión de contar cómo llegaron a ese lugar y qué suerte corrió, en definitiva, cada uno de los chicos del grupo es, tal vez, el mayor acierto de la miniserie, porque la tensión -innegablemente- va in crescendo hasta el final de la historia. Este logro no hay que dejar de soslayarlo, más cuando abundan las ficciones que hacen agua en sus intentos por captar la atención del espectador de principio a fin. Ahora bien, ¿esta conquista torna a Los cuatro de la Candelaria una miniserie sólida en términos narrativos? Creemos que no, fundamentalmente porque hay una falta de contundencia, de osadía, en la manera de retratar esa acciones previas a la tragedia.
En concreto, no hay grandes escenas que nos permitan sumergirnos en la cotidianeidad de los protagonistas sin que quede resquebrajada su credibilidad. La tan mentada empatía con los personajes, aquí brilla por su ausencia. Este bache poco y nada tiene que ver con la actuación de los chicos (dicho sea de paso, gran trabajo de Samuel Silva en la piel de Douglas), sino que responde estrictamente a un descuido del guion. Así, el relato entra en un laberinto del que no podrá salir.
En definitiva, Los cuatro de la Candelaria es una ficción sobre los sueños rotos de los eternamente excluidos. Acá, en Brasil, o en cualquier otra parte del mundo, la historia se repite. Siempre pierden los mismos.
Tráiler de la película
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Los cuatro de la Candelaria es el primer trabajo audiovisual de Luis Lomenha. Al anunciarse su producción, declaró: “Mezclando realismo fantástico y afrofuturismo, nos preguntamos en quiénes podrían haberse convertido estos niños, cuyas vidas fueron brutalmente interrumpidas, con diferente recepción y oportunidades. Todos sentimos en ese momento la responsabilidad y la sensibilidad que implicaría reescribir esta historia y reimaginar un futuro posible, pero a nosotros nos tocaba construir este presente y no podríamos estar más felices”.
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