31 de Octubre de 2025
No hay hogar sin propiedad
Dice un anuncio de Coca Cola publicado en 1950: “Calidad” es una palabra trillada…pero en refrescos, cuando uno piensa en “calidad”, ésta inmediatamente se asocia con Coca Cola… calidad, pureza y ese sabor inconfundible han hecho de Coca Cola el refresco más popular del mundo”.
El peronismo, en tanto lenguaje, es un fenómeno de una era que ya no existe. Sobrevive, podríamos decir, en tensión con una sociedad nueva, cuyos valores son distintos de aquella en la que el peronismo se originó. El anuncio publicado por Coca Cola habla el lenguaje de la racionalidad, que es el lenguaje de la época de Perón. “Tomá Coca Cola porque es de mejor calidad”. Y punto. Y no importa a qué aspiraba individualmente el cliente de Coca Cola porque sus aspiraciones individuales no eran importantes.
Hablamos del lenguaje de la era industrial, que tenía a la familia tradicional como primer articulador de la sociedad, que tenía aspiraciones colectivas por encima de las individuales, con un profundo arraigo espiritual y valores comunitarios, donde la individualidad estaba sometida a lo colectivo y las emociones subyugadas por la razón.
Esto debe leerse no como nostalgia de una era mejor, sino como mera descripción de un lenguaje de época. Está claro que esos valores tradicionales y colectivos también podían invitar al desastre: el extremo de la individualidad subyugada a lo colectivo fue el totalitarismo, fascista o comunista, al cual Perón repudiaba.
No es que ahora no haya racionalidad; hay otra, individual, aspiracional, emotiva. Acá estamos hablando de un lenguaje para pensar la comunicación no como un anuncio de campaña en una vía pública, sino la comunicación como una forma de volver a conectar con personas que hablan otro idioma. Y para pensarla íntimamente relacionada con un programa político que debe tomar las aspiraciones individuales de las personas como una otra forma de construir una Patria.
La era actual habla otro idioma. El de las emociones, el de las aspiraciones personales, el de los individuos. Habla ambos idiomas, pero los nuestros ya nos votan. El problema, para la comunicación política, son los otros. En la actualidad, las agencias publicitarias intentan impactar en lo que la gente desea ser, no lo que es. Tocar esas emociones que en cada persona representan un anhelo.
Fuerza Patria te dice: “¿viste que sos más pobre con Milei? Entonces votame”. Como Coca Cola pedía en 1950 que la compres por su calidad. “Votame para frenar a Milei”. ¿Y qué más? Pareciera ser que el peronismo no contempla tus deseos individuales, porque todas las promesas son colectivas. De un colectivismo que se parece cada vez más a socializar la pobreza. Y peor aún: no se pregunta qué querés ser y no contempla que vos ya sabés que sos más pobre. Y mientras, Milei te dice: si me das ocho años, te doy estabilidad, no tenés inflación y tenés crédito razonable para comprarte la casa que nunca tuviste.
¿Y si estalla todo?
Si estalla cuando ya me compré la casa al menos estoy mejor que antes, porque esta es la era de los resultados, no de los proyectos.
El peronismo, a la aspiración individual de alcanzar un monoambiente, le contrapone una idea nostálgica de hogar sin una solución para comprarlo. No hay familia sin hogar. No hay hogar sin propiedad. No hay comunidad sin familia. Nadie construye un hogar mudándose cada dos años y mucho menos una comunidad. El problema pasa por un peronismo que cree que puede resolver la ecuación al revés, imaginando una comunidad solidaria que no tiene lo más básico para sobrevivir individualmente.
Un peronismo sin resultados, en esta era, es un peronismo fracasado.
Néstor y Cristina supieron hablar el lenguaje de la última vez que la vieja era logró emerger en forma eficiente, esta vez con el Estado como gestor, organizador y salvaguarda de toda la comunidad. Porque siempre es así, nunca una era termina a manos de la nueva. Vuelve a aparecer, una y otra vez, en forma más o menos real, más o menos residual, más o menos catastrófica.
Néstor, Cristina, Chávez, Evo Morales, Lula, Correa. Todos ellos supieron hablar el lenguaje de la estatalidad, hoy caduco, repulsivo. Ese resabio residual de los años 60 tuvo su principio y su final, y tarde o temprano todos los candidatos que hablen ese lenguaje dejarán de conectar con la gente común, hasta que la era cambie.
El peronismo al que hay que ir a buscar para entender cómo se le habla a esa gente es el que se eligió olvidar por vergüenza y desencanto: el menemismo. Un engendro que supo conectar profundamente con las aspiraciones individuales de las personas, aunque fuera a costa de la destrucción masiva y colectiva de la Argentina.
El problema es creer que el sometimiento de lo individual a lo colectivo sigue siendo la solución para una sociedad que ve en las apuestas deportivas y Onlyfans un camino rápido hacia el éxito.
Un anuncio publicitario de Volkswagen muestra a una mujer que, mientras maneja, arregla una cita con un hombre, luego corta la llamada y se comunica con la depiladora. Una mujer libre, independiente, realizada individualmente, que en cinco minutos resuelve la vida por teléfono desde su Gol. El anuncio no le habla a las mujeres que ya tienen esa vida; le habla a las que aspiran a tenerla, porque así es el lenguaje de esta época.
No hay racionalidad: Volkswagen no te dice que lo consumas porque los autos alemanes tienen motores de avanzada, tecnología de punta y son indestructibles. Lo que hay son emociones y aspiraciones; compralo, porque vas a ser como ella, libre, resolutiva, auténtica.
Una propuesta
La propuesta no es convertirse en neomenemista, no es falsear ni mentir, no es imitar a Milei, no es abandonar los principios y los valores del peronismo, no es pretender reproducir una sociedad que repudiamos, no es dejar de construir Patria y comunidad. Es rearmar la ecuación. Que debe partir de un programa político pensado para resolver problemas prácticos, y expresado en un lenguaje que comprenda al individuo como sujeto de la sociedad.
Para Perón, lo colectivo debía organizarse para que de allí se realicen las individualidades. Es decir, una comunidad organizada, de la que se parta en las mismas condiciones, para que cada individuo, con sus particularidades, pueda explotar mejor sus virtudes. Lo colectivo y lo individual son fundamentales en el peronismo. La predominancia absoluta de lo colectivo por sobre lo individual en aquellos años era el lenguaje de la época, el que la gente comprendía, compartía, y vivía en la plaza, en la iglesia, en el club, en el sindicato.
Hoy, ese mismo lenguaje, produce sensación de asfixia.
La propuesta es simple: no hay hogar sin propiedad. No hay salvación colectiva si no hay remuneración individual. No hay “te salva el Estado” porque la sociedad no desea que la salve el Estado. No hay volver a los medicamentos gratis sino el profundo deseo de la sociedad de poder comprarse los medicamentos. No hay empresario malo – trabajador bueno, porque el trabajador desea ser empresario. O bien, su propio jefe.
Que luego, cuando se gobierna, el Procrear sea el paliativo para lxs que ni con crédito barato pueden comprar la casa o el departamento; los bonos mensuales sean el paliativo para aquellxs que tienen jubilaciones de miseria; que el Estado siga supliendo lo que no funciona de otra manera; todo eso debe hacerse, porque se gobierna pragmáticamente, con todos los instrumentos que permitan a la sociedad alcanzar sus objetivos colectivos e individuales.
Pero eso no es una promesa para esta época. No hay allí futuro, solo la nostalgia de un pasado reciente pero muy, muy viejo. No puede, nunca, bajo ningún punto de vista, la Asignación Universal por habitante, ser una promesa de campaña y mucho menos una promesa de vida.
Ir de lo colectivo a lo individual y de lo individual a lo colectivo sin temor a perder su esencia es un océano que el peronismo debe explorar para dejar de naufragar en una época en la que cada elección parece un tsunami. No significa abandonar la reindustrialización, ni la Patria, ni los valores comunitarios y solidarios, ni los principios de la doctrina justicialista. Significa hablarlos con un lenguaje que pueda conectar con los sentimientos y las aspiraciones de la gente que camina por la calle.
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