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Poemas argentinos sobre las fiestas

Diciembre siempre es un mes complicado en nuestro país y este año ha sido especialmente difícil conectar desde una perspectiva celebratoria con la energía característica de la navidad y el fin de año. Jimena Arnolfi seleccionó media docena de poemas de distintas generaciones de poetas argentinos, con registros y experiencias personales, que abordan el espíritu de la navidad y el fin de año.
Happy new year (Julio Cortázar)

 

Mira, no pido mucho,

solamente tu mano, tenerla

como un sapito que duerme así contento.

Necesito esa puerta que me dabas

para entrar a tu mundo, ese trocito

de azúcar verde, de redondo alegre.

¿No me prestás tu mano en esta noche

de fìn de año de lechuzas roncas?

No puedes, por razones técnicas.

Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,

el durazno sedoso de la palma

y el dorso, ese país de azules árboles.

Así la tomo y la sostengo,

como si de ello dependiera

muchísimo del mundo,

la sucesión de las cuatro estaciones,

el canto de los gallos, el amor de los hombres.

 

Volver como el tango (Rosina Lozeco)

el árbol de navidad

costó aproximadamente 400 pesos

entre una cosa y la otra

podría haber gastado menos.

hoy cociné milanesas de berenjena

el cielo se puso negro

a las cinco de la tarde.

me seco las lágrimas,

espero que las papas se cocinen

para descargar los nervios haciendo puré

y pienso que si pude hacer todo lo que hice

aunque no haya hecho todo lo que quise

algún trabajo voy a conseguir.


Hablo en nombre del alba (Luis Franco)

Los pájaros no saben qué hacer con tanto cielo.

Es sólo un puro azoro el alba

de una resurrección rasgando su sudario.

El horizonte ofrece su diadema

y el menor soplo asciende a numen.

Un viento aún azul de lejanía

viene en busca del alma velera de los pájaros

que estallan sin demora en un motín de alas,

mientras el cielo empieza a sonar en sus picos

igual que el mar suena en las caracolas.

Navidad, crecimiento. Y lo viviente

con su inmortalidad de cada día.

Los pájaros no saben qué hacer con tanto cielo.

El cielo, el cielo, el cielo

proponiendo el olvido de la tierra

como los ojos de la amada

proponen el olvido de su cuerpo.


Historia Clínica – VII (Maricel Santin)

Antes la abuela repartía los regalos

sentada en el suelo

decía los nombres en voz alta,

cada uno buscaba lo suyo

éramos chicos y no pensábamos

quién habría hecho el gasto.

Antes el abuelo

desde la cabecera

miraba a las mujeres cocinando,

sirviendo las porciones.

Tenía el cuchillo más grande

filosa la mirada

y la última palabra

en cualquier conversación.

Ahora el abuelo duerme,

la abuela en cualquier silla y no le importa

que todos

nos movamos con comida,

los hombres quieren

ocupar la cabecera

compiten en silencio

pero pierden

cuando ayudan a su esposa

a traer una bandeja,

hablamos cualquier tema

que no sea de política

no nos podemos dar el lujo

de pelear entre nosotros

y dejar sola a la abuela

justo en navidad.

 

Bondiola mechada (Celeste Diéguez)

Y en navidad o año nuevo

siempre el mismo ritual:

ir caminando por el puente viejo

recortado sobre el río cada vez

más podrido pero ante tu mueca ese perfume me gustaba

un olor fuerte, definido, salvaje

de barracas a avellaneda

de avellaneda a barracas

por el borde de fierro íbamos felices

a elegir la carne para la cena

a ese lugar especial en avellaneda

un dato que habíamos conseguido no sé cómo

y parece mentira que tiempo después

cuando ya no estábamos juntos

resulta que mi madre conocía esa carnicería

-Pertenece  un famoso frigorífico -me dijo-

uno de los pocos lugares fiables para comprar

carne de calidad en zona sur-

Qué loco pensar que su hija también

peregrinaría llena de esperanza a señalar

tras las vidrieras decoradas

con hojas verdes y tomates cherry

una colita de cuadril

un matambre

un peceto

una bondiola de cerdo mediana y rosada

para mecharla más tarde con ciruelas,

agujerearla despacio por la punta con el cuchillo chico

sin apuro ir entrando con los dedos bien profundo

toda esa información dulce, lista para explotar luego

ya en el horno estremecida por la salsa

agridulce que espesa chorrea por los flancos de la bondiola

dorada y perfecta como un submarino semihundido

a punto de perderse en los misterios de la cocción.

La bondiola va bien con la papa rustica, lavada con cepillo

y hervida con cáscara que se sirve abierta

o en rodajas con un rulo de manteca

bajo una pizca de sal y pimienta negra;

había que encargarse de los vinos

y si estábamos de buenas un champagne,

temprano ya empezábamos a cocinar y a beber

hasta que envueltos en una bruma violeta

al momento de la cena

alguna desavenencia

rodaba por el borde de la fuente

entre la primera pirotecnia y la sospecha

de que en el artificio de la elaboración

radica una forma de complacencia

que emula al amor

pero no logra desplazar del todo esa suave desconfianza

que comenzó a instalarse después de las vacaciones de invierno

y que junto con el mousse de chocolate de caja

empasta este año que empieza de manera incierta.

 

Diciembre 31, 2001 (Beatriz Vignoli)

Y la vida era esto:

salir a la vereda el treinta y uno

a las doce, ver cómo un vecino

enciende una bengala.

El brazo en alto, inmerso en la luz ígnea.

Un silencio rosado y expectante,

un fuego inmóvil el mundo.

¿Celebra? ¿Pide ayuda? Nada pasa.

Nada llega. Todo al final se apaga.

Pero aquel brazo en alto, aquella duda.

Aquella intensidad.

author: Jimena Arnolfi

Jimena Arnolfi

Poeta y periodista. Publicó los libros “Campamento de supervivencia”, “Hay leña” y “Todo hace ruido”, entre otras publicaciones.

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