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“La poesía es una zona para mostrar disidencias”
Ante la imposibilidad de armar una guerrilla para combatir el poder dominante, agarró una lapicera, una hoja y empezó. Así lo cuenta: “La literatura me dio una vida”. Habla de la poesía como una trinchera, un puesto de combate, aquello que se contrapone a la idea del poder. Walter Lezcano, escritor, periodista y docente, llegó a Gualeguaychú desde Buenos Aires invitado por las poetas Ivana Quiñones y Candela Dumón de He construido un jardín. En la ciudad, en la librería Frontera-Librerío, Walter brindó un taller y a la noche conversamos en Sinergia Sala Teatral sobre poesía y política. Walter habla, piensa y comparte poemas. Nadie puede sentirse indiferente cada vez que suena su voz.
¿Qué es lo que más te gusta de viajar con la literatura?
Hay una parte biográfica que me gusta mucho. Yo vengo de una familia con mi vieja y por venir del fondo de la olla, no hay tradición de haber viajado. Siempre sin vacaciones, sin nada. Entonces no sabía cómo era. Incluso la primera vez que estaba por viajar en avión, lo perdí. Me invitan a la Feria del Libro de Córdoba, nunca había viajado en avión. Yo toda mi vida viajando en micro de larga distancia. Llegué media hora antes creyendo que era como el micro de larga distancia. ¡Me perdí el avión! Para que vean mi poca cancha viajera. Así que esa parte me parece como súper alucinante. Me empecé a enamorar de los hotelitos, de las estaciones chiquitas, de las terminales, bueno, todo ese universo me parece genial. Voy sin expectativas, sin ningún tipo de pensamiento previo, entonces siempre estos viajecitos son zonas de mucho goce, ¿viste? Me da mucha alegría y sobre todo me alegra encontrar gente lectora que ama, pone tiempo, pone cuerpo, pone plata para que suceda algo que no sucede en general. Y eso es el amor a la poesía. Y estamos todos en ese plan: tratando de ver cómo hacer para que la poesía aparezca en la vida real. Y entonces suceden estos encuentros que hacen que efectivamente sea posible. Y cuando dicen que la poesía no vende, cosas de ese orden, yo pienso: 'Esa gente no conoce lo que pasa en la vida real'. En la vida real suceden este tipo de cuestiones que sí están alrededor de la poesía. Me parece hiperpunk que sea en nombre de la poesía, ¿no? La poesía: algo que es inmaterial, algo que parece como de ciencia ficción.
Mencionás el punk, vos siempre decís que venís del punk rock. Publicaste poemas, cuentos, novelas, notas… La otra vez escuchaba que Liliana Heker dice que ella es una cuentista que escribe novelas. No es que nos importen los géneros ni las etiquetas. Pero sí resulta interesante saber cómo se piensa un escritor a sí mismo. ¿Cómo pensás tu quehacer literario?
Hay algo de la clase social que a mí me importa mucho todavía. Creo en la lucha de clases. Durante muchos años, me fui mudando mucho con mi vieja. Pasamos por muchos lugares. Siempre anduve en zonas donde por ahí la gente no había terminado ni la primaria. Y eso es lo que pasa. Hay una parte de la literatura argentina que siempre es parte de la clase privilegiada. Me interesa luchar contra eso. Todavía es una zona en la que hay mucho por hacer. Por ejemplo mostrar otras voces, otras colores de piel incluso. Hay mucho prejuicio a vencer. Hay mucha cuestión de etiquetar. Le pasa a César González, me pasa a mí, le pasa un montón de marrones que se quedan como impregnados de una zona. Cuando me empezaban a invitar a mesas del orden “cómo es ser pobre y escribir” empecé a hacer otras cosas para ver si podía zafar de esa etiqueta. En principio traté de no ir a esas mesas. Porque nunca le preguntan a un blanco cómo es ser blanco y escribir o cómo es ser cheto y escribir.
Lezcano publicó poesía y también narrativa y ensayo.
Es más fácil tener todo resuelto y escribir.
Claro. Muchas veces se asume que ese es el lugar de los escritores. Pienso mucho en eso. Hay una parte de la poesía que yo quiero que sea totalmente direccionada a mostrar el desprecio que tengo por la gente de plata. Lo digo directamente. Hace poco leí en el Malba y leí un poema que dice 'Qué alegría ver morir a un rico'. Lo leí ahí y me sentí muy bien. Yo sé que no estoy cambiando el mundo, pero me gustan esos gestos.
¿Nos compartís ese poema que leíste en el Malba?
(Walter lee)
Qué alegría
ver morir un rico
una tarde de lucidez terrenal
después llegan los helados
las gaseosas
y los sanguchitos de miga
sentimos un estallido:
es el universo que se equilibra
de algún modo
¡qué alegría
ver morir un rico!
*
¡Y eran todos ricos en el Malba! (risas)
Vos decís que cada vez que te presentan como escritor te genera conflictos ideológicos, estéticos y de clase.
Y sí, me pasa eso. Y me gusta tener la oportunidad de leer un poema así en el Malba. Me interesan esos gestos. Aprovechar la oportunidad para decir algo que no debería decir. Es la vida de muchos. Toda una vida de trabajos físicos, de estar en el escalafón más bajo de cualquier trabajo, de no tener tiempo, de no saber lo que es una vacación, de no saber lo que es viajar, no saber lo que es algo que cualquier persona debería saber, eso debería estar al alcance de cualquiera. Y lo tengo presente todo el tiempo. Que algunos poemas me permitan ir a un lugar y que el hotel esté bueno, me resulta alucinante. Se siente una especie de culpa del sobreviviente, de síndrome del estafador.
¿Cuándo empezaste a escribir poemas?
Era chico, tenía, no sé, 10, 11 años. Yo vivía en villas, eran los 90 y si escribías poemas te trataban de puto. Siempre fue conflictivo. Tuve padrastros que me pegaban porque a mí me gustaba leer. Me mandaban a jugar a la pelota y yo quería leer, quería escribir. Tuve mala suerte, me fui encontrando con situaciones tensas cada vez que hacía lo que me gustaba.
¿Y qué te dio la literatura? ¿Qué hizo que insistieras? ¿Qué encontraste en la literatura?
Pasaba mucho tiempo solo. Nos mudábamos mucho con mi vieja y siempre era el nuevo en el barrio, el nuevo en el colegio, nuevo en un montón de lugares en donde me costaba relacionarme. Y la lectura me dio una vida. En la literatura encontré un territorio de placer, que amplificaba, que era distinto a lo que yo vivía. Me dio una riqueza lingüística, me hizo pensar que la vida puede ser otra cosa. Ni mejor ni peor, digo, otra cosa, ¿no? Cuando fui creciendo como cualquier amante del punk lo odiaba todo. ¿Voy a tener que trabajar? ¿Voy a tener que formar una familia? ¿Voy a tener que tener un hijo? Esa no es vida, pensaba. Entonces la literatura me permitió tolerar todas esas cuestiones. La literatura me permitió pensar cómo se puede armar una vida alternativa. Porque las otras opciones no me gustaban. Y la literatura también te permite encontrar puertas a una aventura distinta a la que tiene el sistema planificado para vos si sos pobre. Porque si sos pobre, la vida te arma un montón de limitaciones. Y son todas mentales, trampas mentales. A mí la literatura me permitió sortear o romper o quebrar todas esas estructuras mentales. Cuando sos pobre se dificulta soñar y tener objetivos. Lo veo en las escuelas secundarias donde doy clases. Muchas veces hacemos trabajos a fin de año y pregunto cómo se imaginan el día de mañana. Y se pone difícil soñar. Yo pude pensar en otra vida por la poesía, el punk rock, los recitales. A veces cuando escribo algunos poemas, trato de replicar canciones de los Ramones, canciones de los Sex Pistols, canciones de 2 minutos. Ese espíritu que sentí cuando era chico.
Hablamos de la literatura como una manera de combatir la realidad. ¿Cómo pensás la relación entre poesía y política?
El último movimiento punk que fue el feminismo nos enseñó que política es todo. Sabíamos que política no era solamente lo partidario. Ideológico es todo. Así como nos planteaba el feminismo que lo personal es político. Lo que pasa dentro de tu casa también es político. Entonces siempre pienso en la poesía como la incursión de la disidencia en la vida real. La poesía es una zona para mostrar disidencias de todo tipo. Tratar de correrse del lugar común, quebrarlo. Cualquier cosa que plantee la televisión, hay que destruirla. Cualquier cosa que planteen las redes sociales, hay que destruirla. Hay que buscar la hegemonía y ponerse en frente. Buscar ese espacio no confortable, no atractivo. No caer en las redes sensuales de la clase media, las detesto. Hay que buscar una belleza disruptiva. Podemos encontrar otros puntos de fuga. La realidad todo el tiempo te plantea que no hay salida. Y ahí viene la poesía y te dice: Acá tenés otra forma de sentir. Acá tenés otra manera de vivir.
Y en este sentido, como poeta, escritor, periodista, pensador, todo el tiempo estás interviniendo discursivamente. Ponés el cuerpo. Ocupás tiempo en pensar en esta época que vivimos. Todos los días vemos cómo desde el poder se promueve la violencia, se manipula, se bastardea la palabra. ¿Cómo afrontar estos tiempos que vivimos?
Eso de pensar es algo que hacemos los pobres. Tenemos que pensar todo el tiempo cómo sobrevivir. Y siendo pobre y negro efectivamente estás en riesgo de que te mate un gatillo fácil en cualquier momento. No estoy exagerando, hay algo ahí que es súper real y patente ahora que el racismo volvió con todo. No volvieron los lentos, volvió el racismo y el machismo volvió con todo. Estamos en peligro de muerte. Y siempre estoy pensando cómo sobrevivir. Durante todo ese progresismo yo pensaba que pronto se iba a terminar todo porque los blancos no se la iban a bancar. Era evidente. Entonces pensé tres cosas. Una, hay que direccionar bien el tiempo mental que tenemos. Quiero decir, elegir las luchas bien claras, hay luchas que nos interpelan más que otras, entonces hay que direccionar bien el tiempo. Esa estrategia me parece súper atractiva. Otra cosa que pensé y la tomé de Sara Ahmed es esto. Ella les habla a las feministas y les dice, chicas, si nos toca ser las aguafiestas, tenemos que serlo 24/7, aunque el tío se enoje y aunque bardeemos todas las mesas familiares. Si nos toca mandar a la mierda, lo vamos a tener que hacer. Así lo pienso. Cada zona de intervención debe ser usada para exponer algo.
¿Y la tercera?
La tercera es que ante la imposibilidad de armar una guerrilla, la poesía es una buena zona para decir claramente qué es lo que me interesa. No tengo miedo de que mis poemas mueran en el olvido. Me parece que tiene que ver con el momento histórico. Me pongo de pie para mencionar a Rodolfo Walsh. Walsh dijo: 'No puedo escribir ficción ahora'. Entonces dejó la ficción y montó una agencia clandestina de noticias. Y se puso a investigar y se puso a escribir la Carta abierta a la Junta Militar. Eso es encarar la vida desde la escritura. Porque nunca se termina la opresión. Yo no tengo ningún problema en que mis poemas se olviden. Esto quiero decir ahora. Ese es mi horizonte. Escribir poemas, elegir muy bien los enemigos, elegir mi tiempo y darle con todo.
Santos Locos fue uno de los sellos que publicó la poesía de Lezcano.
Hablás de tener el radar prendido. Efectivamente en tus libros siempre hay una antena que sintoniza con la época. Están las tensiones y los miedos epocales, está lo popular, las bandas que escuchamos, las películas que miramos, la crítica a las narrativas mediáticas. Contanos sobre esa búsqueda y cómo está conformada esa caja de herramientas que utilizás para escribir.
Crecimos en los 90, vos lo sabés muy bien. Vimos cómo se rompieron nuestras familias, vimos destruirse cualquier tipo de filiación política, vimos nacer hijos, vimos los excesos, vimos que la calle era nuestro lugar. Entonces estaban pasando muchas cuestiones que no te permitían distraerte. Y cuando sos pobre no te podés distraer. En los 90 claramente el gobierno había decidido que no había futuro para vos. Entonces siempre me interesó ver qué estaba pasando afuera en la esquina o en otros lugares. Cuando tengo la suerte de volverme docente de literatura en colegios de barrios muy pobres, me interesó qué estaban escuchando, qué estaban viendo mis alumnos, mis alumnas. La educación, la literatura, la lectura se pueden convertir en pistas de despegue para que las vidas no se queden en un solo lugar.
¿Y qué poesía llevás a las aulas?
De todo, me interesa que conozcan a todos los poetas, todas las voces, todo. Y también me interesa mucho correr la concepción de la poesía del lado del amor. Detesto el lugar común de los poemas de amor. Llevo de todo, puedo llevar a Olga Orozco, a Roque Dalton. Desde un clásico hasta Ioshua. El aula es mi trabajo político por excelencia en este momento.
¿Te acordás el primer libro que publicaste?
Humo, fue un fanzine.
Después de Humo, vinieron muchos libros. Ricardo Piglia se preguntaba si hay una evolución en nuestra propia escritura. Escribimos, fracasamos, insistimos. ¿Qué pasó en todos estos años en tu escritura?
Siempre me interesa esa pregunta. Yo creo que me confirmó por un lado que efectivamente la literatura te puede dar una vida. Te puede dar una vida porque la literatura es superior a la vida. Entonces, vos podés ir hacia ese lugar. No es que publicás un libro y estás en la literatura, sino que cada libro es un pasito hacia eso que no sabemos qué es. No hablo de publicación. Hablo de escribir. Tenemos el caso de Pessoa, de Emily Dickinson, hay mil casos en donde la publicación fue nada de nada. Entonces es escribir. La escritura te puede dar una vida. A mí la literatura me dio una vida. Hay algo súper poderoso ahí. No es ninguna novedad, está en la Biblia. Está ahí. No importa que vos no creas en nada. Está en la Biblia y sigue estando y sigue generando algo, la palabra. Las palabras. Mi deseo, además de coger, es seguir escribiendo. Eso es lo que yo quiero para la vida. Escribir mejor, evolucionar o no, es una pregunta que me encanta hacer a los demás pero es algo que yo jamás pienso. Tener opciones es de rico. Nosotros tenemos una bala.
También se suele pensar que la escritura es un músculo. Y recién vos en tu taller dijiste que la intuición es un músculo. ¿Ejercitamos la intuición pero no necesariamente la escritura?
Creo que la intuición que construís con el libro no se puede llevar a otro lado. Lo que te permite seguir escribiendo ese libro, poder terminarlo, es esa intuición particular que vos armaste. No se puede trasladar esa intuición a otro libro, cada libro es un sistema, una aventura.
Entonces cada libro es como el primero.
Cada libro es un proyecto y se lleva adelante como se puede. Escribí una novelita desde el celular. Trabajaba mucho, no tenía tiempo, solo momentos muertos y escribía en el celular. Recuerdo otro libro que escribí yendo a lo de mi vieja. Tenía que ir para allá porque ella tenía la computadora y yo solo podía estar una hora en su casa porque en ese momento nos llevábamos mal. Sólo tenía una hora para escribir y resolver cosas. La literatura es algo que solo se hace escribiendo. No hay otra forma.
A menudo hay debates sobre la literatura del yo, la autobiografía, la poesía que “no debería ser un diario íntimo” y demás. Cuando leo y cuando escribo suelo pensar que todo es verdad y todo es ficción. ¿Qué ideas te interesan sobre estas discusiones? ¿Y cómo pensás que algo que sale de la intimidad, de la propia vida, de la experiencia personalísima, se puede volver a través de la escritura en una experiencia colectiva?
Cuando escribo siento que hay un montón de negros cabeza como yo que me van a entender, ¿no? Son personas hipotéticas, por supuesto, pero sé que hay mucha gente como yo que pateó la calle, que viene de clase muy baja y que también tienen la data que tengo yo. Cuando escribo cosas autobiográficas también hago muchas cosas para lograr un sostén estético para que eso se convierta y se trasvista en otra cosa. La palabra tiene que tener un peso específico en la página que supere el uso cotidiano. Tiene que tener algo más. Porque de lo contrario, me pasa algo y voy y te lo cuento a vos, Jime. Y seguramente vos me dirás: “Dale, Walter, bancá que tengo que llevar a mi hija a tal lugar y suerte con eso”. Hay que construir alrededor. Siento que para que llegue al papel tiene que haber un laburo que lo sostenga. El proceso le tiene que dar fuerza, potencia, ambigüedad, misterio, un montón de cuestiones para que valga la pena destruir un bosque para hacer las páginas del libro. Se logra con el tiempo que vos le dedicás. A veces tenés la suerte de tener un tiempo de escritura y a veces es un tiempo mental y escribís cuando podés. Entonces, yo no tengo ningún problema tampoco en seguir siendo pobre porque necesito el tiempo de pensar estas cosas. ¿Cómo hago para que esto que me pasó se vuelva algo atractivo en la página, que se pare de manos, que tenga algún tipo de disparo hacia el futuro? Y estoy de acuerdo con la idea que viene del rock: Tenés que ponerle cuerpo a tus ideas.
El correntino Lezcano publicó muchos libros en editoriales independientes.
En esto de poner el cuerpo, me acordé de Patti Smith porque en el taller dijiste que la amás. Y Patti Smith suele decir que escribir es una actividad física. No considera que escribir sea un acto silencioso, introspectivo. Ella escribe y advierte que en su cuerpo pasan cosas. Escribe y se vuelve loca, canta, baila, se masturba, camina, tiene visiones.
Y duele el cuerpo literal. Tengo problemas en la espalda y en la cintura (risas). No es joda. Yo tengo una aplicación en el celular que cada 40 minutos me avisa que me tengo que levantar. Hay una decisión de poner el cuerpo en muchos sentidos. Estamos todos de acuerdo: la gente que escribe tiene menos vida que los que son running. No hay discusión al respecto. Yo deseo escribir, entonces me pierdo un montón de cosas. No tengo zapatillas nuevas, no tengo auto, no voy a comer afuera. Hay un montón de cosas que no hago porque no quiero trabajar más para tener menos tiempo de escritura. A mí lo que me interesa es escribir, no comer afuera, no tener zapatillas nuevas. Lo único que me importa es escribir. Pienso en Rosario Bléfari. Ella muere muy joven, tomaba muchas decisiones también de este orden y no me comparo en absoluto, solamente como dice María Moreno: no me comparo, me identifico. Y ella ponía el cuerpo todo el tiempo, armaba los recitales, se cagaba de hambre, volvía caminando porque no la había alcanzado para el remis y así todo. Hay un momento donde todo es cuesta arriba. Por eso jamás estoy pensando en palabras como éxito. Nosotros solo estamos metidos en querer hacer algo decente y el cuerpo es el único vehículo para hacerlo realidad. ¡Porque ni siquiera somos lindos! Entonces no hay nada que te pueda sostener más que poner tu cuerpo en juego. Mi sueño máximo es que cuando esté en el geriátrico, alguien me vaya a ver y la enfermera diga “ah, Walter, el poeta”. Ese va a ser el galardón máximo. No me importa si lo dice con asco o con vergüenza. Sólo quiero que me reconozca. Quiero que la enfermera diga, “ah, el poeta” (risas).
X La última para jugar. Laiseca decía que un poema sirve para no estar solo. ¿Para qué sirve un poema, Walter?
Un poema sirve para no volverse loco.
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