Política

Preparar la vuelta

El presidente electo y su ministro de Economía caerían en el mismo error que Macri hace seis años si toman como un cheque en blanco los elogios mediáticos y los aplausos de sus simpatizantes. Los anuncios económicos, tal como se esperaba, ajustarán al trabajador, y no a la casta. El contrapeso bonaerense de Kicillof.

El 22 de octubre del 2017, Cambiemos ganó las elecciones legislativas. La victoria del oficialismo en los comicios de medio término, un hecho frecuente desde la vuelta de la democracia, fue saludada por los medios serios como una proeza personal del entonces presidente. En La Nación, Eduardo Fidanza escribió una reseña exaltada cuyo título resumía la sensación general de ese lado de la grieta: “Macri, un líder de otra galaxia que constituye una completa novedad”. Para Fidanza, la victoria colocaba al entonces presidente “en la nómina selecta que inició Yrigoyen, y continuaron Perón, Alfonsín, Menem y los Kirchner en el último siglo.” La victoria de Cambiemos marcaba “un cambio de época en múltiples aspectos: generacional, profesional, programático, estilístico.”

Impulsado por el frenesí oficialista, Macri sucumbió al Mal de Tony Montana, es decir, cayó en la trampa de consumir el producto que solo debía vender y creyó haberse transformado realmente en aquel líder de otra galaxia. Consideró que la victoria no se explicaba por un año de buenos índices económicos, el único de todo su gobierno, sino porque la gente había entendido por fin que los futuros venturosos requieren de presentes calamitosos. Vio en el voto popular un cheque en blanco para acelerar el ajuste y los cambios duros pero necesarios, como nuestra derecha suele rotular la pérdida de derechos. El oficialismo decidió entonces avanzar con sus dos proyectos paradigmáticos: la reforma previsional y la reforma laboral. La primera la consiguió en diciembre del 2017 tras un largo debate en el Congreso de la Nación y con un enorme desgaste político. La segunda reforma quedó en el olvido.

La protesta social contra la reforma derivó en una nueva represión de las fuerzas de seguridad frente al Congreso, que dejó un saldo de cientos de detenidos y decenas de heridos, y protestas en todo el país. La invención oficialista de las “catorce toneladas de piedra”, esas que los violentos manifestantes habrían arrojado sobre las fuerzas de Seguridad, no logró atenuar el malestar social por las iniciativas oficialistas en contra de los jubilados y los trabajadores. Fue el principio del fin.

Pocos meses después, en mayo del 2018, Macri anunció por cadena nacional el desastroso acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). El préstamo venía a salvarlo del default ante la imposibilidad de refinanciar la deuda en el mercado de capitales, luego de dos años de endeudamiento creciente. La mayor parte de ese préstamo permitió que los bancos y fondos de inversión que habían entrado en la bicicleta financiera de las altas tasas de interés en pesos, pudieran salir con dólares frescos.

Dos años después, el líder de otra galaxia perdió su reelección en primera vuelta.

El domingo pasado asistimos a la asunción de Javier Milei. El presidente electo hizo una gran elección y sus simpatizantes merecían el festejo que tuvieron en la Plaza de Mayo. El entusiasmo fue tal que algunos amigos de la motosierra llegaron a comparar la jornada con un nuevo 17 de Octubre. Es tal vez un poco prematuro. El peronismo, esa gran obstinación popular, es un movimiento que se construyó a partir de ampliaciones de derechos y medidas tangibles a favor de las mayorías, no con slogans.

Entre los momentos más destacados por nuestros periodistas serios se destacan los aplausos de la muchedumbre a los anuncios más dolorosos del presidente, como ajustes de todo tipo, ausencia de plata u otras calamidades inminentes. En El País, un exaltado Hugo Alconada Mon escribió: “Y llegó el día en que un presidente de Argentina les dijo la verdad a los ciudadanos. Que no hay más dinero, que se vienen tiempos de vacas flacas, que estamos quebrados y que habrá más pobres, que la situación educativa y social es dramática, y que lo que viene puede ser aún peor. ¿Y lo más notable? Cosechó aplausos”.

La nota se puede leer acá.

En realidad, cuesta encontrar cual fue la verdad que detectó el periodista en un discurso plagado de datos erróneos, diagnósticos imaginarios e invenciones históricas: la Argentina nunca fue la primera potencia mundial que refiere Milei, no tiene el nivel de déficit que señaló, no transita ninguna hiperinflación reprimida del 15.000% anual y tampoco es un baño de sangre. Tiene, por supuesto, un montón de restricciones y problemas, pero no esos o, al menos, no a esa escala. Incluso la afirmación “no hay plata”, tan repetida y festejada, es más una justificación del ajuste que vendrá que una constatación contable. Plata hay, la discusión es hacia donde se debe destinar en prioridad.

El martes, desde un mensaje grabado, Luis Caputo, el Toto de la Champions, anunció el fin de la campaña y el inicio del miedo. Constató que el país padece el lastre de una deuda fenomenal -aunque, sin duda por modestia, no mencionó su invalorable ayuda para acrecentarla -, una “adicción al déficit” y el peligro de una inflación reprimida que podría llegar al 15.000 % anual, la misma cifra imaginaria enunciada por el presidente. Como remedio a todos esos males, el ministro anunció la reducción de los subsidios a la energía y al transporte, una fuerte devaluación (el dólar oficial pasará a 800 pesos), la reducción al mínimo de las transferencias del Estado nacional hacia las provincias y el fin de la obra pública. Al parecer, el paquete de medidas sería un duro golpe contra la casta de los asalariados que toman el tren, pretenden usar el aire acondicionado en verano o esperan algún día gozar de cloacas o calles asfaltadas.

El presidente electo y su ministro de Economía caerían en el mismo error que Macri hace seis años si consumen la que sólo deberían vender y toman esos elogios mediáticos y, sobre todo, los aplausos de sus simpatizantes, como un cheque en blanco. Aplaudir anuncios, aún de ajustes explícitos, no equivale a aceptar sus consecuencias dolorosas. Luego de ocho años de pérdida de poder adquisitivo, las mayorías no exigen más penurias sino menos. Quieren simplemente llegar a fin de mes, no tener que pagar más por viajar en colectivo, usar la calefacción en invierno o adquirir un litro de leche. La épica del sacrificio puede funcionar en las mesas de arena de los asesores o en la prédica de los iluminados, rara vez en la vida de todos los días.

Como José Alfredo Martínez de Hoz, como Domingo Cavallo, como Ricardo López Murphy el Breve o como Mauricio Macri, Javier Milei nos explica que no hay otro camino más que ajustar a las mayorías (la casta como único objeto de recorte fue un sueño de campaña). La responsabilidad del peronismo será mostrar otro camino posible.

El lunes, en el acto de asunción a su segundo período como gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof señaló ese camino, sin motosierras ni ajustes. Subió al ring al presidente electo sin nombrarlo (“Sin igualdad de oportunidades, la famosa libertad es una estafa”), sin nombrarlo criticó la gestión del presidente saliente (“Faltó más rebeldía, más justicia social, más igualdad y más distribución de la riqueza”) y nombrando a Néstor Kirchner y a CFK, señaló un ejemplo a seguir: “Los doce años (kirchneristas) no deben ser fuente de nostalgia sino un manual sobre cómo gobernar con coraje y amor a la patria en favor de las mayorías”. Por si quedara alguna duda, concluyó con un contundente: “¡Viva la justicia social, carajo!”

No hay modelo sustentable sin una mejora del poder adquisitivo de las mayorías, castigadas por ocho años de empobrecimiento. Es la gran enseñanza de la derrota del Frente de Todos y debe ser la hoja de ruta de la vuelta del peronismo al poder.

author: Sebastián 'Rinconet' Fernández

Sebastián 'Rinconet' Fernández

Es arquitecto (DPLG-UBA), tuitero (@rinconet), cofundador de La Mesa de Autoayuda K (@LaRadioMAK). Considera que el verdadero desafío consiste en opinar desde la más tenaz ignorancia, ya que sabiendo opina cualquiera.

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